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28. Telamil

Desde que abandonasen Kümal no se habían detenido ni una sola vez. Whetu sentía los músculos agarrotados, pero tenía que dar ejemplo al resto, así que caminaba decidida junto a Īni, con la cabeza bien alzada y un gesto serio e intimidante en el rostro. Si todo iba bien alcanzarían pronto la desembocadura del Telami. Los refugiados habían abandonado Kümal con anterioridad, pues su viaje era más largo y su paso más lento. Whetu se moría de ganas por saber qué tal les estaba yendo, especialmente a Ethan y Delilah, su única familia. Īni caminaba junto a Mögak y Taalba, algo más avanzada, guiando a los mõthmani. No parecía demasiado cómoda, ni siquiera con sus amigos. Whetu había asumido que seguramente estaba preocupada por Ranän y Noli, al igual que le pasaba a ella con Ethan, pero aún así la mantenía observada la mayor parte del tiempo por si necesitaba su ayuda. En aquella nueva realidad y más concretamente en aquel viaje, Destiny y Whetu se habían erigido como las figuras de mayor liderazgo entre los humanos y humanas que se dirigían hacia el lugar más hermoso que verían en sus vidas. Destiny, sin embargo, se mantenía siempre un paso por detrás de Whetu. No estaba pasando por su mejor momento, después de todo se había tenido que separar de su marido y sus tres hijos. Whetu lo entendía a la perfección, por eso daba todo lo que podía para mostrarse fuerte y plena, consciente de que todos aquellos destinos dependían ahora de ellas. 

Ïni se giró sonriente. Habían llegado a un territorio ligeramente más elevado. Hacía ya un buen rato que habían percibido cambios en el ambiente. El viento, mucho más bravo de lo que jamás fue en Kümal, soplaba hacia ellos como si se le hubiese antojado impedirles el paso. En el cielo asomaban algunas nubes, posiblemente las primeras que la mayoría de los mõthmani veían en sus vidas. Entonces se oyó aquel ruido. Whetu no lo reconoció, nadie podía hacerlo. La maorí arrancó a correr hacia la zona más elevada, donde Ïni, Mögak y Taalba se encontraban sentados, aparentemente felices. Los ojos oscuros de la mujer pudieron descubrir la belleza de la desembocadura del Telami, una extensa pradera verde de hierbas altas rota por un caudaloso río que bajaba veloz para unirse al océano. Había árboles, los árboles más majestuosos y grandes que pudiese haberse imaginado, aunque apenas había visto un par a lo largo de su existencia. Sus troncos anchos y robustos se elevaban secos y lisos hacia el cielo, pero en su parte superior las ramificaciones se iban estrechando y dividiendo, y las hojas caían enormes hacia el suelo. No podía jurarlo, pero parecían más altas que cualquier persona de las que se acercaban por detrás de ella. La humana miró a Ïni, que estudiaba sus reacciones con curiosidad. La imumni simplemente asintió. Acto seguido, una estampida de mõthmani irrumpió en la escena en dirección al río. La felicidad que sentían en aquel momento era incomparable. Muchos se quitaron la ropa y se metieron en el río, otros se tiraron sobre la hierba y se revolcaron, felices, oliendo por primera vez el delicado aroma de la tierra fértil. Absolutamente todas las personas habían sentido algo extraño pero familiar, una especie de nostalgia que no sabían identificar. 

— ¿Se encuentran bien? —le preguntó Ïni a Whetu, que se había sentado junto a ella—.

— Sí, sólo se sienten bien. 

Taalba sacó un objeto extraño de la bolsa. Era un cuerno alargado y fino, de un metal desconocido pero seguramente de alta calidad, pues no había habido otro metal tan brillante y hermoso en la historia de la Humanidad, al menos en el tiempo que llevaban en Ragna-III. Su nombre era luvãroth y tal y como Taalba lo definió, era un escáner biológico capaz de escanear la habitabilidad de un ecosistema entero, de identificar cuántos tipos de vida lo habitaban y muchas otras cosas que a Whetu la dejaron fascinada. Sólo pudo pensar en lo feliz que habría sido Ethan de poder escuchar y presenciar aquel momento, así que se concentró en la conversación que estaban teniendo para no ceder al sentimentalismo. El aparato se iluminó con una tenue luz blanquecina y comenzó a rotar en torno a sí mismo. A medida que se elevaba en el aire, su velocidad de rotación aumentaba, y siguió así hasta que los ojos de Whetu dejaron de percibirlo. Después descendió, rotando con lentitud hasta posarse sobre las manos de Taalba. Había sido la cosa más alucinante que hubiese presenciado. La expresión en la cara de Taalba, fácilmente identificable a diferencia de las expresiones de los imumni, alertó de que algo no iba cómo esperaban.

— Llamad a todos los mõthmani ahora mismo. Hay algo muy cerca.

Whetu no se planteó preguntar ni desobedecer. Se levantó y corrió hacia las personas más próximas. A base de gritos, rompiendo la armonía que parecía regir aquel lugar, captaron la atención de la mayoría de los humanos, pero Taalba tapó la boca de la mujer con sus manos. La maorí miró a la criatura, esta vez asustada de verdad. Se sentó en círculo junto a los imumni y la numnum. Lo que el luvãroth había revelado era inimaginable unos segundos atrás. Una enorme ciudad se escondía río arriba, pero no demasiado lejos. Taalba la había identificado como una ciudad por la gran cantidad de seres detectados, pero realmente podía ser cualquier otra cosa. Lo realmente alarmante era la cantidad de criaturas detectadas, casi el triple de las personas que viajaban hacia Oren Bovnis. 

— No tiene sentido —espetó Ïni mirando a Mögak—. Hemos estado aquí antes, conocemos la zona. Jamás habíamos visto una ciudad. Y con la cantidad de población que parece tener, no puede haberse construido recientemente. 

— Si hay una ciudad o cualquier otra cosa, no parece que nos hayan visto —le respondió su amigo, manteniendo la compostura—. Atravesemos el río y sigamos nuestro camino. Oren Bovnis está más cerca que nunca. 

Ïni asintió. Era la primera vez en mucho tiempo que sentía miedo. La tecnología numnum era la más avanzada que hubiese existido jamás. No podía ser un error. Se pusieron en marcha, dirigiéndose hacia el río sin haberle explicado a la mayoría lo que habían descubierto. Taalba y Mögak sacaron unos aparatos rectangulares y los depositaron sobre el agua. Unos segundos después de haber entrado en contacto con el fluido, los objetos comenzaron a extenderse por la superficie líquida y sólo se detuvieron al tocar la ribera de ambos lados del río. Se apresuraron a cruzar. La mayoría de humanos parecía desconfiar de aquella estructura, pero en cuánto daban el primer paso comprobaban que era el metal más rígido que hubiesen podido tocar. Whetu decidió ayudar a los más indecisos a cruzar. Destiny la imitó, de manera que se distanciaron un poco de Ïni y el resto. El Telami era un río caudaloso al que no todo el mundo se atrevía a desafiar, mucho menos en aquella zona, donde el contacto con el océano creaba corrientes para las que la mayoría de mõthmani no estaban preparados. Por un instante, Whetu alzó la vista en un acto reflejo. Descubrió así una multitud que los espiaba, aunque no parecían esforzarse demasiado en esconderse. Estaban justo en el promontorio en el que la humana había estado sentada apenas unos minutos antes. Bajo el punto de vista de la maorí no había duda alguna de que eran imumni, pero notaba cosas extrañas en ellos. 

— Ve a llamar a Ïni —le dijo al chico al que estaba ayudando a cruzar—.

Cuando el chico se giró para mirar en la misma dirección que su líder, un escalofrío se apoderó de él y echó a correr tan rápido como pudo entre la multitud, buscando a Ïni. Lo que no esperaba encontrarse al llegar era a una criatura apuntando al cuello de Ïni con una especie de arpón extraño. Taalba y Mögak se encontraban en la misma situación y los mõthmani se miraban unos a otros, sin saber qué debían hacer. Durante unos breves segundos todos permanecieron inmóviles y callados, pero entonces apareció Whetu, llamando a Ïni a voces. En el momento en que sus ojos oscuros presenciaron aquella escena, sus cuerdas vocales dejaron de funcionar y la mujer enmudeció. 

— ¿Molithni? —preguntó la imumni que apuntaba al cuello de Ïni—.

Nadie respondió, a pesar de que Taalba, Mögak e Ïni habían entendido a la perfección la pregunta. Aquellos imumni hablaban su misma lengua, pero su fisiología era distinta. Sus ojos no emitían luz alguna y su piel estaba toda llena de grietas, en algunos casos eran auténticos boquetes. Ïni no confiaba en ellos, no porque estuviesen empujando un arma contra su cuello, sino porque jamás se había encontrado con alguien así. 

Akeiaki —rió la criatura—. 

— ¿Puthul? —preguntó Ïni con un tono seco, a la defensiva—.

— Telamil. 

La cara de Ïni revelaba el malestar que sentía. Era de las pocas veces que Whetu había podido ver reflejadas las emociones de la imumni. Las hordas de extraños comenzaron a presionar a los mõthmani, que se vieron obligados a formar una larga fila. Los extraños los rodeaban y los guiaban hacia un lugar que no conocían. Whetu estaba junto a Taalba, por detrás de Ïni y Mögak. Taalba estaba muy decaída. 

— ¿Qué es lo que han dicho? —preguntó Whetu en voz baja—. 

— Que nos llevan a su ciudad. Telamil. 

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