22. Kaitiaki
El chico dormía tranquilo, con la cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados. Estaba desnudo y bocabajo, cubierto con unas cobijas hasta la cintura, igual que Whetu. El cabello pardo de la maorí caía salvaje y casi ocultaba sus pechos. Acariciaba a Ethan con mucha delicadeza, dibujando cosas invisibles en su espalda con la yema de sus dedos. Hacía tanto tiempo que no estaban así, que Whetu había olvidado por completo cómo era estar con Ethan en la cama, tranquilos, sin problemas ajenos. No podía evitar sentirse un poco culpable por estar de romance mientras a su alrededor todo se descontrolaba, pero ella era una humana. No podía controlarlo todo o eso era lo que había decidido pensar. Ethan dormía tan profundamente que con mirarlo bastaba para olvidar que el mundo de los humanos se tambaleaba como no lo había hecho jamás en Ragna-III. Fuera de la tienda, Ranän y Jane se acercaban caminando despacio. Ya no eran el objeto de todas las miradas, las gentes de Nurs se habían acostumbrado a la presencia de la imumni. Algunos incluso se sentían más seguros con ella allí, pero lo cierto es que al resto de comunidades, las noticias que llegaban no eran precisamente motivo de alegría. La gente estaba asustada y nerviosa ante lo que podía ocurrir, sobre todo en comunidades como Reva, opulentas y muy pobladas.
Oyendo las voces de Jane y Ranän, Whetu tapó a su novio con las cobijas y se vistió con rapidez. Todavía se estaba acomodando la camisa cuando salió de la tienda, encontradónde de frente con la científica y la imumni.
— Whetu, tenemos problemas.
No fue en absoluto difícil captar el tono de preocupación en Jane, pero Ranän tampoco parecía demasiado contenta. No podía creerse que los problemas siguieran aumentando, pero no tenía tiempo para rechistar, así que hizo pasar a sus dos aliadas. Los ojos de Jane se clavaron en Ranän y no pudo evitar sonreír. La imumni miraba a Ethan, que seguía durmiendo tranquilamente, y movía su cabeza ligeramente hacia la izquierda, señal de que estaba pensando algo. Whetu no entendía qué estaba haciendo.
— Tienes que disculparnos —dijo Ranän—, yo fui la que insistió en venir a visitarte. A veces olvido que los mõthmani sois seres sexuales y tenéis impulsos. Sentimos haber interrumpido.
Whetu se sonrojó mientras Jane se esforzaba cuanto podía por reprimir sus carcajadas. Ranän no comprendía demasiado bien la situación, pero además estaba centrada en lo que tenía que comunicarle a Whetu, y no eran precisamente buenas noticias. Los imumni eran seres de células vegetales. Realizaban la fotosíntesis, por lo que su único alimento era el agua, pero además tenían una conexión especial con otras criaturas vegetales, con la tierra y con los ríos y riachuelos. Percibían en sus cuerpos energías que emanaban del mismo mundo y que pocas especies son capaces de percibir. Recientemente la inquietud de Ranän había ido creciendo. Algo horrible estaba sucediendo y no sabía exactamente qué era. Quizás era que se preocupaba demasiado de las cosas, pero cuando vio que Noli también captaba aquella energía, supo que era real. El planeta se estaba muriendo, agonizaba en una muerte lenta y dolorosa y la energía que emanaba de él era la prueba de ello. Whetu, no obstante, era incapaz de comprender qué pasaba, pues ella era una humana después de todo, y no entendía aquel tema de las energías y la muerte del planeta. No obstante, confiaba en Ranän.
— Esta tierra está muerta, Whetu. Hay algo en Kümal que no está bien, no sé qué es, pero desde luego es malo.
— Whetu, deberíamos convocar a la Congregación —sugirió Jane con cara de angustia—. Podríamos estar en serio peligro si nos quedamos aquí.
— Confío en vosotras, lo sabéis, pero sabéis que la Congregación querrá pruebas de lo que estamos diciendo, y no creo que a Ralph le sirva el hecho de que Ranän y Noli hayan notado energías negativas. ¿Tenemos otras alternativas?
Jane y Ranän se miraron por un segundo. Sabían desde el principio que Whetu diría aquello porque, al fin y al cabo, era completamente cierto. Las únicas pruebas que había sobre aquel asunto eran las palabras de Ranän, y por cualquiera era sabido que no toda la Humanidad confiaba en aquella criatura. La alternativa, sin embargo, resultaba bastante desalentadora.
— Es muy cruel —se sinceró Jane—, pero si no lo intentamos, sólo nos quedará esperar a que pase algo. Cuando sea así, nadie tendrá dudas de lo que decimos.
Whetu se retiró el cabello hacia atrás, resoplando. La situación se volvía complicada y las soluciones no acababan de llegar. A falta de una alternativa, Whetu accedió a convocar a la Congregación, y como el asunto era muy fuerte decidieron partir en aquel mismo instante a Huk. La maorí dirigió su mirada hacia Ethan y suspiró, resignada. Nuevamente tenía que separarse de él, aunque fuese simplemente para viajar a Huk. Después de todo lo vivido, nada había vuelto a la normalidad. Ya nunca despertaban juntos y salían a correr, no se sentaban a las afueras de Nurs para charlar y darse mimos, no dormían todas las noches abrazados y en calma. Para Whetu suponía un verdadero problema entender que aquello formaba parte del pasado, que era muy probable que nada volviese a ser como antes para la Humanidad, pues el mundo se estaba muriendo y el temor a la guerra estaba convulsionando a su sociedad.
— Yo me adelantaré —anunció Jane ajustándose su mochila—. Así, cuando vosotras lleguéis, es probable que toda la Congregación esté ya en Huk.
Whetu asintió y abrazó a su amiga para verla partir segundos después, perdiéndose por el camino que llevaba al centro del pequeño mundo que la Humanidad se había construido en Kümal. Se metió dentro, en su tienda, para acabar de prepararse. Ranän la observaba, pues no pensaba llevar nada, pero parecía interesada en Ethan. El hombre seguía durmiendo, lo cierto era que siempre había tenido un sueño muy profundo, y tenía un brazo por debajo de la almohada, justo bajo el lugar en el que su cabeza reposaba. Whetu no desconfiaba de ella, pero sentía que era extraña la forma en que miraba al hombre.
— Quizás sea porque está dormido, pero no parece un ser demasiado fuerte —comentó la imumni, haciendo reír a la mujer—. ¿Por qué te entregaste a cambio de él? Podrías haber perdido la vida.
— Porque le quiero.
La imumni la miró inexpresiva como casi siempre. Whetu sonrió.
— ¿Tú no quieres a Noli?
— No sé muy bien cómo interpretar eso. Sois raros.
— No creo que seamos tan distintas, Ranän. Mis ancestros sabían que es muy importante proteger lo que amamos y lo que nos permite seguir con vida, pero también lo que nos hace sentir vivos. Llamamos kaitiki a alguien por quien somos capaces de hacer mil cosas, alguien a quien amamos y no podemos perder. Si hubiese perdido la vida, no habría importado. Ethan es mi kaitiki.
La imumni siguió mirando a Whetu, quizás desconcertada, pero la humana dejó de prestarle atención y siguió preparándose, tan rápido como podía. Quería evitar despedirse de Ethan, porque alejarse una vez más de él le generaba una especie de ansiedad que Whetu no podía soportar. Las dos criaturas salieron de la tienda y pronto dejaron Nurs a sus espaldas, emprendiendo un largo viaje hacia Huk. No era tan largo como el viaje que habían hecho para llegar a Kümal, pero aún así ir a pie hasta la capital de los humanos suponía un tiempo que Whetu y Ranän pasaron en silencio, cada una pensando en sus cosas. No se sorprendieron de lo que las aguardaba en Huk. La gente miraba con hostilidad a Ranän, algunos incluso repudiaban a Whetu, identificándola como una traidora. Divisaron el enorme edificio central, las ruinas de lo que debió haber sido una construcción gigantesca, mucho más de lo que ya era. No obstante, se detuvieron en el camino. Había mucho ajetreo, demasiado incluso para Huk, especialmente entre los sanadores y las sanadoras. Aquello sólo podía significar una cosa y no era en absoluto una positiva.
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