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17. Amigos

Probablemente fuese por el cansancio, pero Ïni no recordaba haber descansado así de bien en toda su vida. Tampoco había conocido tanta amabilidad como la que había recibido de las gentes de Emimisis. Aquel pequeño poblado había sido el hogar de Mögak desde que éste desapareciera después de un motín en la guardia de Selimum. Se había dado por sentado que había sido capturado y que sus restos debían estar junto al resto de los cadáveres de los amotinados, pero no. Mögak había desertado y se había instalado en Siris, en Soklum, en aquel pequeño pero apacible poblado. Los imumni eran seres muy independientes. No necesitaban ninguna criatura para subsistir, pues realizaban el proceso de la fotosíntesis, y tampoco eran seres sexuales, sino que se reproducían mediante semillas en un proceso que llamaban dolmõth. Por todas aquellas características, los poblados de los imumni constaban de pequeños habitáculos para descansar, pero sobretodo extensas zonas comunitarias donde desarrollaban su vida social. Emimisis, sin embargo, constaba de un único habitáculo gigantesco, donde dormían todos los habitantes, y alrededor de este habitáculo se encontraban las diversas áreas comunitarias. 

Mögak estaba junto a su amiga, escuchando cómo había llegado a Siris. Sabía perfectamente lo que era pasar por una situación así, ya que él también se había tenido que exiliar y desaparecer por completo para no acabar ejecutado. Ambos habían servido a Selimum, convencidos de los ideales de paz y orden que habían caracterizado a su país, pero aquello hacía demasiado tiempo que era parte del pasado. Mögak sonrió al saber que Ranän estaba a salvo y que había tenido una descendiente junto a Ïni. Había vivido los primeros encuentros entre ambas y sabía bien que Ïni amaba a Ranän por encima de cualquier otra criatura y cosa. Ïni sentía remordimiento por haberla puesto en peligro con sus acciones y su oposición pública a las decisiones del gobierno. 

— Ten fe, vieja amiga —le dijo Mögak con una sonrisa—. El Equilibro nunca se romperá. 

Ïni no pudo evitar expresar sus dudas, suspirando. El Equilibro, lo más parecido a una figura religiosa entre los imumni, no se había roto jamás y había permitido la supervivencia de la vida desde el inicio de ésta. Pero Mögak no sabía que el Equilibrio podía haberse roto, como casi sucedió durante la Miathmïir, la Guerra de los Muchos Muertos. Los humanos habían regresado a Ïmum y llevaban un tiempo habitando un páramo, antiguamente llamado Kümal, y estaban prosperando muy lentamente. ¿Qué pensaría Mögak de todo aquello? Para Ïni era más importante saber qué pasaría cuando su viejo amigo supiese que ella misma se había inmiscuido en los asuntos de los mõthmani. La criatura se levantó de pronto, habiendo recordado su plan. El reencuentro con Mögak había sido hermoso y un oasis de tranquilidad, pero no podía olvidarse de lo que había estado tramando. No podía detenerse, sobretodo teniendo en cuenta que Ranän estaba pagando las consecuencias. 

Los habitantes de Emimisis dieron a Ïni reservas de agua suficientes como para que pudiese viajar durante un largo tiempo. Mögak le volvió a pedir que se quedase. Los Soklum no eran tan beligerantes como les habían hecho creer en Selimum. En Siris era posible una vida de paz y alegría; para Ïni, aquello no era más que una utopía, hermosa sin duda, pero inalcanzable. Ranän y Noli la necesitaban. No quiso contarle su plan a Mögak, ni hablarle en absoluto de la presencia de humanos en Ïmum, pero era su amigo y podía contar con su ayuda. Mögak le dio indicaciones. Aol Möga·Baba era la capital de los Soklum, una ciudad pequeña donde residían emisarios de todos los poblados y tribus de Siris. Su ubicación era desconocida incluso para algunos habitantes de Soklum, pero Mögak había servido bien en Emimisis y se había ganado el afecto y el apoyo de la población. Proporcionó instrucciones a su amiga para que pudiese llegar y solicitar ayuda, en nombre del poblado de Emimisis, y así podría abandonar Siris y hacer aquello que tenía que hacer. Ïni notaba la tristeza en la mirada indescriptible de Mögak, pero sus caminos tenían que separarse. 

A medida que Ïni se adentraba en el interior de la isla, la vegetación era más abundante. Algunos arbustos de colores rojizos y rosados llegaban incluso a medir medio metro, una completa rareza en Tul que Ïni no había visto jamás. Podía notar como el terreno se hacía más irregular y como la vida se había refugiado en aquella zona central de la ínsula. Ïni se detuvo y observó el horizonte. No tardó en visualizarlo, el Árbol, el único árbol que seguía vivo en Siris. Ya desde lejos parecía hermoso, Ïni había visto muy pocos árboles en su larga vida, no eran precisamente abundantes en Tul. Observar la belleza que la aguardaba no impedía que captase la respiración de alguien, alguien que llevaba siguiéndola desde que salió de Emimisis. Conocía perfectamente a su misterioso acompañante, pero prefería fingir que no se había percatado de su presencia. No quería discutir ni se sentía con ánimos de hacerlo, así que no iba a pedirle que se marchara. Ella no le había pedido nada, ni que la acompañase hasta Aol Möga·Baba ni que la ayudase en sus planes. Si él había decidido seguirla, era problema suyo. 

— ¿Por qué no dejas de hacer el ridículo y vienes a beber agua? 

— Sabía que me habías descubierto —rió Mögak saliendo de su escondite—. ¿Por qué has tardado tanto?

— Te has escondido por voluntad propia. Anda, hidrátate antes de que desfallezcas.

Tras beber, Mögak devolvió a su amiga el envase y miró al frente. Ya había estado anteriormente en Aol Möga·Baba y había contemplado la belleza del Árbol. Los dos amigos se miraron, sonriendo. Había pasado mucho tiempo, ni él ni ella eran ya unos jóvenes aventureros, pero seguían siendo los mismos. 

— ¿Vas a explicarme de una vez qué te traes entre manos o voy a tener que colaborar en algo que desconozco?

Ïni rió, echando a caminar nuevamente, y procedió a explicarle todo lo que había pasado y qué pretendía hacer. A Mögak, el viaje hasta Aol Möga·Baba jamás le había resultado tan corto e interesante. 

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