15. Siris
Los restos del navío se encontraban por todas partes. Flotaban en el agua, pero también había por toda la costa, junto a cuerpos sin vida. Ïni no tenía tiempo ni ganas de asegurarse de ser la única superviviente. Aquel naufragio brindaba la oportunidad perfecta para escapar y pensaba aprovecharla. Además había tenido suerte. El barco había naufragado en un punto muy complicado del mar y las mareas podían haberla ahogado o arrastrado a cualquier lugar de la costa; no obstante había sido empujada hacia Siris, el único lugar del mundo que se resistía a la autoridad de Selimum. Si conseguía llegar viva, quizás las gentes de Siris la ayudasen. Desde la caída de la civilización, los contactos internacionales habían quedado prácticamente hundidos, por lo que las islas se habían aislado aún más. Siris era una isla de gran tamaño y era perfectamente conocido que estaba habitada por una serie de tribus que se agrupaban bajo el nombre de Soklum. Su enemistad con Selimum era tan antigua como las relaciones entre ambas naciones. Soklum no había visto con buenos ojos las intenciones de Selimum y habían rechazado siempre las pretensiones de amistad con el continente, llegando incluso a momentos suficientemente tensos como para hablar de guerra. Ïni prefería confiar, no obstante, en la ayuda que podría recibir si mostraba que no era una amenaza.
La arena rojiza de la playa incomodaba a Ïni, que buscaba indicios de vida a su alrededor. Las llanuras y colinas teñidas de rojo y rosa por los hierbajos se extendían hasta donde alcanzaba su vista. No había nada. Ni edificios, ni residuos ni señales de vida reciente. Dado que alguno de sus captores podía seguir con vida, decidió adentrarse tierra adentro. Soklum era una nación beligerante, no sería tan fácil descubrir sus asentamientos. Ïni siempre había oído historias de Siris y la gente que vivía allí, las noticias que llegaban a todos los rincones de Selimum criticaban duramente a Soklum y hablaban de Siris como una isla maldita, yerma y condenada. Sin embargo, lo que Ïni veía no era demasiado diferente a lo que había al otro lado del mar. De la tierra apenas germinaba la vida y en el cielo no había nada salvo luz, la luz eterna que nunca se apagaba en Ragna-III.
Tras una larga caminata, Ïni comenzó a sentir los efectos del cansancio. No había contado el tiempo, pero sabía que había caminado muchísimo porque a su alrededor comenzaban a verse algunas plantas extrañas, que se alzaban un par de decímetros por encima del suelo. Debía haberse aventurado en el interior mucho más de lo que creía, pues también escuchaba en la distancia el curso de un riachuelo. No parecía que llevase demasiada agua, pero la suficiente como para romper el silencio que había recibido a la criatura. Ïni se dirigió rápidamente hacia allí. El agua era necesaria para la fotosíntesis, así que cualquier poblado, por insignificante que fuese, tenía que estar situado junto al agua o cerca de ella. Un curso de agua podía ser la señal que había estado buscando para localizar a los Soklum. Un crujido a su espalda llamó su atención, pero prefirió fingir que no lo había escuchado. Siguió caminando hacia el curso de agua, prestando más atención. Así descubrió que la estaban siguiendo. Sin armas, su única posibilidad era pillar desprevenido a quien fuese que la seguía, así que siguió caminando un poco más y cuando había caminado un poco se giró de pronto y embistió a la criatura que la seguía. Cayeron al suelo. Ïni no paraba de golpear al soldado, que estaba completamente inmovilizado, debajo de ella.
— ¡Ya basta! —gritaba el soldado—. Tenemos órdenes de entregarte viva.
— Intenta matarme o lárgate de aquí.
El forcejeo se convirtió en una pelea más violenta y el soldado no dudó en sacar su arma, pero de un solo golpe Ïni se la arrebató y la lanzó lejos. Inseguro, el soldado alzó los brazos en el aire.
— No compliques más las cosas, Ïni, tenemos órdenes.
— ¿Y son justas esas órdenes?
— Eso no importa, son órdenes y deben ser cumplidas.
— Pues si quieres cumplir tus órdenes, soldadito, tendrás que esforzarte.
Sin esperar respuesta, Ïni embistió con todas sus fuerzas a su contrincante, derribándolo. Sus golpes hacían temblar un poco el suelo. El soldado no tenía ninguna posibilidad, ambos lo sabían. Una guerrera como ella tenía demasiada experiencia para un solo soldado, Ïni era plenamente consciente de eso. Estaba esperando el momento en que el resto de soldados la atacase, pero ese momento se estaba demorando demasiado. Algo no estaba bien en todo aquello. Miró a los ojos del soldado que se esforzaba por liberarse. No iba a cambiar de opinión, no renunciaría a capturarla de nuevo. Estaba demasiado entrenado, en su cabeza era más importante cumplir su misión que salvar su vida. Ïni apretó sus manos alrededor del cuello, presionando con fuerza y obstruyendo la entrada de aire. En pocos minutos, el soldado dejó de oponer resistencia. Ella aún miraba con disgusto el cuerpo de su rival. Habría preferido dejarlo marchar y no tener que hacer aquello, pero no había otra alternativa, él nunca se había ido por las buenas. Todavía excitada, Ïni escuchó a alguien llamándola por la espalda. Al girarse, sus ojos no dieron crédito a lo que veían. Una corpulenta criatura la miraba fijamente. Sus ojos pardos y su piel de color almendra estaban a la vista, apenas vestía ropas que tapasen ese cuerpo enorme que siempre lo había caracterizado. No portaba armas y su cara reflejaba que el tiempo había pasado, sin duda, pero no demasiado mal.
— Mögak —murmuró Ïni abrazándolo con fuerza—. Qué gran suerte encontrarte de nuevo, viejo amigo.
— ¿Suerte? ¿Des de cuándo la Fiera cree en la suerte?
Ïni no pudo evitar sonreír. Después de tanto tiempo creyendo que había sido asesinado, Mögak aparecía frente a ella como un espejismo de esperanza. Su viejo compañero de aventuras, su amigo, su más fiel aliado, estaba allí sin razón aparente.
— ¿Por qué estás desnudo?
Mögak rió, invadiendo el aire con sus atronadoras carcajadas. Le tendió una mano a su vieja amiga.
— Podría responderte eso ahora, pero es mejor que lo descubras por ti misma.
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