11. Fugitivas
La inmensidad del lugar sobrecogía a Whetu, pero lo que más la sorprendía era lo deterioradas que estaban aquellas ruinas. Porque Aolmaas, aquel lugar del que Ïni le había hablado, sólo era un enorme montón de polvo y rocas rotas en el fondo de una gigantesca grieta. Aún así algunas estructuras se mantenían erguidas, desafiando al paso del tiempo. En su día, Aolmaas debió ser una hermosa ciudad. Whetu lo podía ver en las colosales estructuras que sobrevivían aún, columnas talladas cubiertas de suciedad. Ranän parecía conocer a la perfección el lugar, guiaba a su hijo y a la humana a través de la oscuridad, con aquella esfera brillante abriendo paso entre las sombras. A pesar de la poca visibilidad, Whetu sabía que el espacio que tenían no era mucho, después de todo estaban en el fondo de un cañón gigantesco. Ranän se detuvo en un determinado lugar y metió su mano en el saco que cargaba, sacando varias esferas. Algunas se las dio a su hijo y otras se las dio a Whetu, con una expresión extraña que la humana no supo descifrar. En el preciso instante en que la esfera entró en contacto con la piel de Whetu, algo en su interior se encendió y se convirtió en una esfera luminosa como la que habían estado utilizando, elevándose en el aire y creando un espacio mucho más visible y cómodo. Así, Whetu pudo analizar aún más el lugar en el que se encontraban.
El color grisáceo de la roca era parecido al de las paredes, aunque se notaba que había sido trabajado. Había grabados, algunos todavía estaban en buen estado. Había representadas escenas con personajes bailando entre árboles; escenas de alegría, algo que ya apenas existía en Ragna-III. Se encontraban en una especie de pequeña plaza, rodeadas por edificios convertidos en polvo, con un abismo enorme sobre sus cabezas. Ranän se había sentado en el suelo, apoyándose contra una pila de piedras. Abrazaba a su hijo, que tenía la cabeza apoyada en sus piernas. Whetu no pudo evitar enternecerse. Tenía una sonrisa triste en el rostro, algo en aquel lugar la bañaba de nostalgia.
— Gracias —susurró de pronto, captando la atención de Ranän—.
Whetu suspiró algo decepcionada. Esperaba que la criatura le explicase algo, al menos de qué habían huido o dónde estaba Ïni, pero en lugar de eso había apartado la mirada de ella y se había vuelto a centrar en su pequeño. Le acariciaba la espalda con una sensibilidad que Whetu no estaba acostumbrada a ver; en momentos como ese se planteaba quién era la humana entre ellas dos. Para su sorpresa, Ranän la miró de nuevo y le dijo:
— Ïni está bien. No quiero discutir con ella cuando regrese, por eso te he ayudado.
— ¿De qué estábamos huyendo?
Ranän hizo un gesto molesto con la cara.
— Las criaturas como tú no entenderíais nada. Los mõthmani no tenéis la capacidad para entender la realidad de las cosas.
— Disculpa, ¿pero qué es un mõthmani?
— Tú eres una mõthmani; tu pueblo son los mõthmani. ¿Cómo pretendes entender lo que pueda explicarte cuando ni siquiera entiendes tu propia identidad?
Whetu respiraba profundamente. Ranän había hablado tranquila, no había sido un ataque, pero sus palabras habían sonado secas y profundas. Y sobre todo, habían sonado realistas. Agachó la cabeza. Ranän tenía razón, la Humanidad era demasiado débil y estaba demasiado confusa como para entender qué estaban viviendo. Su expresión de disgusto debió conmover a Ranän, porque por primera vez se decidió a responder a sus preguntar. Si la Humanidad era mõthmani, las criaturas como Ranän e Ïni eran imumni. Y Ranän no era una cualquiera, era una artista. Whetu no creía estar preparada para escuchar todo aquello, pero quería saber.
— Renuncié a mi matrimonio. Yo no amo a Lun·Orenil y no quiero formar parte de su clan. Mi lugar está con mi familia, con mi hija Noli, con Ïni... Me temo que mi felicidad ha desatado una guerra.
Ranän explicó que mantenía una unión con Ïni. Sin embargo había sido concedida en matrimonio a Lun·Orenil, uno de los personajes más poderosos de Selimum, el país de Ranän. Ranän era una escritora importante de la región de Miirthul y había decidido huir con Ïni y Noli justo antes de cruzar el mar para reunirse con su esposo. La imumni explicó que los matrimonios entre su pueblo no existían como algo ligado a los sentimientos; eran una compra. Alguien poderoso podía comprar a alguien por quien tenía interés y cuya posición social era más vulnerable. No había posibilidad de negarse, la voluntad de un poderoso era incuestionable. Por eso Ïni y ella estaban siendo perseguidas; eran fugitivas. Whetu no quería interrumpir, pero en su cabeza intentaba asimilar todo lo que estaba escuchando, formulándose preguntas que no era capaz de manifestar en voz alta. Ranän lo sabía, quizás incluso disfrutaba al ver la cara de sorpresa de la humana. De hecho le pidió sonriente que expusiera sus dudas. Whetu no dudó en preguntar por aquel país, imaginando que eran todo un bastión de imumni, capaces de arrasar Kümal en cuestión de minutos.
— Selimum es un lugar pacífico, no busca la guerra —aclaró la criatura—. Para nosotras lo más importante es la paz y la seguridad. No debes preocuparte, no están interesados en vosotros.
— Pero sí saben que existimos, ¿no?
— Obviamente, desde el día en que vuestra nave aterrizó, mucho antes de que fueseis tantos. ¿Por qué crees que podemos hablar vuestra lengua?
Whetu tragó saliva, algo asustada. Desde su llegada a aquel planeta, la Humanidad había sido vigilada por aquellas criaturas. Habían sido siglos de observación y sin embargo en Kümal jamás habían sospechado; de hecho creían que Ragna-III estaba deshabitado. Todo era una locura.
— Si no vais a atacarnos, ¿por qué nos estudiáis? ¿Por qué secuestrasteis a Ethan?
— Yo de eso no sé nada, sólo que Ïni quiere ganarse el perdón de Lun·Orenil entregándole el tercer y último impïlalthom.
En la mente de Whetu desaparecieron las preguntas. Comprendió el grave error que había cometido. Había mentido sobre un cuarto bote, pero Ranän acababa de confirmar que sólo había tres. No existía un cuarto bote, no lo había. ¿Por qué entonces Ïni había aceptado el trato de Whetu y se la había llevado como rehén? Esa pregunta no permitía a la mujer pensar con claridad y la penetrante mirada de Ranän no ayudaba demasiado. Whetu no tenía una respuesta, pero ahora sabía algo importante: había creído estar engañando a Ïni todo aquel tiempo; pero en realidad había sido Ïni la que había jugado con ella. Y eso atormentaba a la maorí.
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