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10. Aolmaas

Whetu se despertó con un gran dolor de cabeza, pero aquel dolor era la menor de sus preocupaciones. Se encontraba con las manos atadas a su espalda, en la vivienda de Ïni. La criatura no estaba, pero había alguien en la entrada, otra criatura igual que ella. Se hacia llamar Ranän y la había intentado tranquilizar, diciéndole que Ïni volvería pronto y que ella sólo estaba allí para asegurarse de que no le pasase nada. Pero Whetu no lo creía, probablemente porque se había dormido libre y se había despertado cautiva y custodiada por un extraño. No quería asustarse a sí misma. Si era una rehén, era normal estar cautiva, pero algo en su mente le decía que no; algo había salido mal. Había observado a Ranän y había visto su nerviosismo. Algo estaba pasando y ella necesitaba saber qué era, para eso se había entregado. Se empezó a mover, gimiendo, intentando llamar la atención de aquel ser, pero estaba demasiado concentrado en algo. Whetu intentó levantarse, pero no lo logró, lo único que hizo fue caer de bruces al suelo, captando la atención de Ranän. 

Koke —espetó la criatura, visiblemente molesta—. Ïni es una irresponsable por haberte permitido acompañarla. Nos vas a traer problemas.

La criatura cogió a la mujer en brazos, a pesar de la resistencia que opuso. La dejó nuevamente en la esquina, donde Whetu había despertado. La miraba con cierto disgusto en su cara, como si realmente le estuviese resultando una molestia estar allí. Ambos se sorprendieron al ver entrar en la vivienda a una nueva figura, una criatura como Ïni y Ranän, pero mucho más pequeña y menos corpulenta, comparable al cuerpo de una persona. 

— Noli, uba? —preguntó Ranän con un tono duro, agresivo—. Koke... Noli, atsuk atsuk

La criatura entró en la vivienda corriendo, abrazando a Ranän. Whetu no había entendido la conversación, pero observaba atenta todo lo que podía. Ranän abrazaba fuertemente a la criatura, su cara ya no reflejaba enfado sino preocupación, incluso algo de pena. Eran muchísimo más humanos de lo que nadie imaginaría. Para Whetu aquella expresión era única, sólo la había visto en unas pocas mujeres a lo largo de su vida. 

— Es tu hijo —afirmó, captando una dura mirada de Ranän—. 

La criatura abrazaba fuerte a su hijo entre sus brazos, sin apartar su desafiante mirada de Whetu. Sus ojos eran igual que los de Ïni, pero Whetu no los temía. Se veía reflejada en ellos y eso la hacía comprender que si estaba cautiva allí, con una madre y su hijo, era porque la única amenaza que había era ella misma. 

— Sé que me entiendes. Por favor, dime dónde está Ïni. Necesito saber qué pasa. Sabes que no soy una amenaza. 

— Las criaturas como tú sois siempre una amenaza —espetó con frialdad Ranän—. Si intentas cualquier cosa, no dudes que te quitaré la vida. 

La pequeña criatura miraba a Whetu con una mezcla de curiosidad y miedo en sus ojos. Eran distintos a los de Ïni y Ranän, tenían una especie de motas oscuras que le daban un aspecto mucho más misterioso y oscuro. Ranän cogió a la pequeña en sus brazos y se alejó de Whetu, saliendo de la vivienda, pero quedándose en la entrada. Estaba inquieta, miraba a todas partes y a pesar de no expresarlo, quizás por su hijo, estaba visiblemente asustada. De pronto Whetu sintió unas pequeñas vibraciones en el suelo. Eran muy ligeras, apenas las percibía, pero eran constantes. Aquello la asustó. La mujer quiso ponerse de pie y Ranän se dio cuenta, pero esta vez no la reprendió. La miró expectante. 

— ¿Has sentido vibraciones, verdad? —Whetu asintió, asustada. No sabía qué estaba pasando, pero no tenía nada de bueno—. Koke. Tenemos que irnos y te voy a llevar con nosotras, pero más te vale no intentar nada. 

Whetu asintió, tragando saliva. Ranän dejó a su hijo en el suelo y caminó hacia la humana, agachándose para desatarla. En cuestión de segundos Whetu fue libre de nuevo y logró ponerse en pie, encontrándose de frente con aquella criatura, que la miraba curiosa. Ranän se colgó un saco extraño a la espalda. Se movía deprisa, alterada, pero en silencio. Los ojos de Whetu alcanzaban a ver que había algo que su cerebro no era capaz de captar, pero era algo que asustaba a la propia Ranän. Cogió a su hijo en brazos nuevamente y miró a Whetu. No dijo nada, tampoco había nada que decir. El poco tiempo que tenían tenía que utilizarlo para huir. Salieron de la vivienda. Ranän iba delante, marcando el camino, y Whetu la seguía de cerca, mirando a todas partes igual que ella. No sabía de qué se escondían, pero estaba claro que lo mejor era mantenerse alerta. Nada indicaba que las estuviesen siguiendo, todo era como siempre. Sol, llanura y vacío. Ranän se acercó al precipicio, dejando el saco y a su hijo en el suelo. Whetu sabía lo que quería hacer. 

— ¿Pretendes bajar ese precipicio?

— Ya no queda lugar en el que refugiarse. Si tenemos una oportunidad, si hay algún lugar en el que podamos escondernos, es Aolmaas. Bajar es nuestra única salida. 

Ranän sacó un objeto del saco. Era una esfera de aspecto metálico, algo que maravilló a Whetu. El metal era muy escaso en Kümal, la Humanidad sólo conservaba el metal que había traído en sus naves. La criatura lanzó la espera al vacío y la humana se acercó hasta el precicipio para observar qué ocurría. Para su sorpresa, el abismo que había contemplado junto a Ïni no hacía demasiado tiempo estaba ocupado por una superficie plana y metálica a la que Ranän arrojó el saco, saltando con su hijo en brazos posteriormente. Whetu dudó unos segundos, pero no tardó en saltar, cayendo sobre una dura superficie lisa, suave y fría. 

— Si aceptas un consejo, agárrate a lo que puedas. 

La humana miró algo abrumada a Ranän, pero comprendió lo que quería decir cuando la superficie empezó a descender con rapidez hacia las profundidades de aquel abismo. Instintivamente se aferró a la criatura, temiendo que la empujase para apartarla, pero Ranän no lo hizo, estaba ocupada sujetando a su hijo. La plataforma caía tan deprisa hacia abajo que el pelo de Whetu se propulsaba hacia arriba, como si estuviese cayendo, pero antes de llegar al fondo se detuvo. No hubo choque, ni golpe, sólo una brusca parada que hizo a Whetu caer hacia atrás. Levantó su cabeza, algo mareada, pero a su alrededor todo eran sombras. Era la primera vez que se encontraba a oscuras, posiblemente era el primer contacto entre un humano y la oscuridad total en varios siglos. Whetu tenía que reconocerlo, daba miedo. 

Ranän ayudó a Whetu a levantarse, para sorpresa de la humana. Tenía a su lado, levitando sobre su hombro, una esfera diminuta pero enormemente brillante. Whetu se examinó, incapaz de creer que hubiese sobrevivido a lo que acababa de pasar. Ranän la tranquilizó. 

— Si hay un sitio en este planeta en el que podamos escondernos, es este. Bienvenida a Aolmaas. 

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