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14 años después

El día parecía ser perfecto, el sol estaba en lo más alto del cielo, la brisa suave ayudaba a bajar el calor que sentía y le hacía mucha ilusión darse un buen baño en la cascada antes de salir del campamento.

–¿Hasta donde llegaste la última vez?– preguntó Inuyasha mostrando su mapa para tachar el mismo camino– ¿cuantos días saldrás esta vez?

–Me iré por una semana– respondió abriendo su mapa y tomando una toalla– allí está el último punto, lo marcado en rojo son zonas de peligro.

Sesshomaru dejó a su hermano marcando los mismos lugares, él se dirigió al camino que llevaba a la cascada y mientras, miraba como algunos limpiaban sus armas, otros creaban más flechas y otros preparaban arcos de madera o metálicos.

Llegó al lugar de su baño, se despojó de la ropa dejando a la vista un cuerpo bien trabajado todos estos años, tenía unas cuantas cicatrices por peleas con hombres de otros campamentos, pero eso no quitaba la belleza de él, aún conservaba su piel blanca, largo cabello plateado que amarraba en una coleta, ojos dorados cual oro fundido, labios delgados y nariz respingada, hubiera sido un verdadero imán para las mujeres, si aún estuvieran allí.

Se hundió en el agua, gozando de la frialdad de esta, suspiró encantado antes de sumergirse y nadar un poco, cuando salió, se recostó en una roca, el silencio reinaba, hasta que comenzó a escuchar gemidos, frunció el ceño, otra vez veían porno, satisfacían su necesidad de estar con una mujer, mirando aquellos videos que poco y nada lograban excitarlo.

Terminó antes de lo esperado su baño, no deseaba seguir escuchando todo eso, así que se apresuraria en salir lo antes posible del campamento, se vistió lo más rápido que pudo, fue secando su cabello de regreso a la improvisada habitación suya, su mapa estaba perfectamente doblado, unas cuantas frutas y latas de comida estaban en su mesa, seguro obra de Inuyasha.

Buscó su mochila, comenzó guardando una muda de ropa, una manta, linterna y algunas pilas, guardó la comida y fue al herrero por su nuevo arco y flechas,  al armero por su arma mejorada y volvió a su habitación, tomó su cabello en una coleta, puso una bufanda sobre sus hombros y un par de guantes, salio ya listo para ir a cacería.

***

La noche era fría, el cielo estaba lleno de nubes, avisando que lloverá, Sesshomaru terminaba de darse un baño antes de ir a la cama, se puso la pijama al momento que su madre entraba con dos tazas humeantes de chocolate caliente, las dejó sobre la mesa de noche y fue a él para secar su cabello.

–¿Que cuento te gustaría hoy?– le preguntó suave, amaba esa dulce y cálida voz, lograba calmarlo– he comprado dos nuevos, uno es de guerras, como te gustan.

–Que sea ese entonces– pidió con una pequeña sonrisa– ¿papá no está?

Sesshomaru pudo ver la tristeza en la mirada de su madre, el como respiraba hondo para evitar llorar, se sintió culpable por la pregunta, así que decidió ir a la cama para escuchar el cuento nuevo que traía su madre.

***

Las voces lo hicieron levantarse antes de lo normal, puso sus pantuflas y fue a las escaleras, bajó unos cuantos escalones y logró ver a su padre, de su mano venía un pequeño niño, dos o tres años menor que él quizá, su madre los miraba y lloraba, bajó los escalones que le quedaban y le tomó la mano, en una manera de mostrarle apoyo.

Vivirá aquí, tu te harás cargo por que su madre murió– esas palabras, u orden más bien, aún retumbaban en su mente, Toga le había dado la carga de un niño que no era su hijo, era ilegítimo.

***

Llevaba al menos dos horas caminando, el bosque comenzaba a rodearlo y el cielo poco a poco se oscurecía, aceleró el paso y comenzó a recolectar algunas ramas para hacer una fogata, buscó un lugar sin muchas hierbas o plantas, puso su mochila en el piso para después sacar una lata de fideos.

Mientras comía, leía las instrucciones, ya se las sabía de memoria, pero era su manera de matar el tiempo allí, quizá si encontraba una ciudad encontraría libros, había podido encontrar unos cuantos, los guardaba para él, ya que nadie más, además de Inuyasha, tenía el interés por leer.

Se recostó en un árbol, cerró los ojos esperando dejar de pensar en el pasado algún día, aún podía sentir el aroma del chocolate caliente, escuchaba la voz de su madre relatando sus libros favoritos, y por sobre todo, recordaba el como salió adelante cuando Inuyasha llegó a sus vidas.

Las mujeres volverán, ellas nos necesitan por que sin nosotros no son nada-.

No, claro que no, ellas jamás volverían, por que estaban mejores solas, por que los hombres demostraron tener una mente cerrada, la frase de Toga perduraba en su mente, como una manera de demostrarle, que él tenía razón, su padre jamás admitiría estar equivocado, por que la frase se la repetía cada que podía.

Escuchó ruidos cerca, apagó la fogata y recargo el arma, dos hombres se acercaban a su posición, el humo los había alertado, se escondió tras unos arbustos, apuntó hacia donde estaban y cuando los tuvo suficientemente cerca, dio dos disparon, ambos cayeron con las heridas en los hombros, salio del escondite, aún apuntándoles.

–Cuantos son.

–Al menos...unos diez– respondió uno de ellos para después sonreír– estas acabado, los alertaste.

–Si, pero estarás muerto para decirles por donde huí– sacó una daga que tenía en los pantalones y la clavó dos veces a la altura del corazón, el hombre comenzó a respirar más agitado hasta que ya no respiró, hizo lo mismo con el otro hombre y salió de allí lo más rápido que pudo.

Preparó el arco, las flechas las sumergió un poco en un líquido verdoso, veneno, se puso los guantes, se escondió tras un árbol y vio a los hombres acercarse, todos traían espadas, se le haría más fácil, disparo la primera flecha, le dio en el hombro, él la quitó y vio como comenzaba a marearse, sonrió ladino, ese veneno de cascabel era perfecto, pues el antídoto no podría ser inyectado al instante, ya que los hombres no procuraban llevar medicina consigo, y considerando que era muy difícil conseguir aquel veneno, ellos estaban perdidos y él ganaría, por que para eso se había criado estos años, ganar siempre y así un día, alejarse de las garras de su padre.

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