II
Para ese fin de semana se habían propuesto hacer una excursión más larga. Pensaban llegar a la cúspide. Subir hasta un punto donde pudieran divisar, a un lado, el valle de Caracas, al rato, el mar Caribe. Para ello contaban con el equipo necesario para no pasar trabajo. Frazadas, "sleeping bag" (bolsa para dormir) para cada uno, y una carpa donde generalmente cabían tres. El problema lo representaba Miguel Ángel, quien, con su estatura de un metro noventa, se le hacía imposible compartir la carpa con otras dos personas.
La escalada iba a comenzar el viernes por la tarde. Si empezaban el ascenso a las cuatro, podían pernoctar en la montaña y continuar a la mañana siguiente. Llegar a la cima antes de medio día. Conocer un poco el lugar, para iniciar el ingreso a la mitad de la tarde el sábado. Volver a dormir en un tramo intermedio y completar el descenso el domingo.
El paseo lo iban a iniciar Miguel Ángel, Alexandra y Estéfany. Manuel tenía un compromiso ineludible el viernes por la noche. Estaba tratando de conquistar a una compañera que, como él, practicaba atletismo. Después de un que ataque frontal, logró que la muchacha aceptara una invitación al cine. A ese encuentro, la amiga iba a asistir con dos compañeras de estudio. Era la única manera que la dejaran salir. El emocionado galán pensaba incorporarse al grupo de excursionistas el día sábado. Saliendo de madrugada, podía alcanzarlos a la altura del pico Occidental.
En cuanto a la alimentación, tenían enlatados de atún, jamón endiablado, galletas, chocolate, leche condensada, dos cantimploras con agua y otra con limonada. Además, había un termo de café bien caliente que, con un poco de suerte, podía mantenerse a una temporada agradable durante la primera noche. Todo estaba listo desde muy temprano. Doña Gabriela les preparó pasteles rellenos de chocolate y empanadas con caraotas negras o diablito. Lo único malo era que las empanadas tenían que comerse a temperatura hambiente. Por razones de seguridad, las empanadas de caraotas fueron rechazadas, y decidieron llevar únicamente las que estaban rellenas de diablito. La cantidad no representaba ningún problema. Sabían que Manuel aparecería al día siguiente con suficientes refuerzos.
Aunque la salida se produjo una hora más tarde de lo programado, eran las cuatro y media cuando el metro los dejó en la estación Chacao. Allí tomaron el autobús que los llevó hasta la Décima Transversal de Altamira y terminaron a pie el recorrido hacia la entrada de la subida a Sabás Nieves. A un ritmo acompasado, en veinte minutos completaron esa fase inicial.
Los tres jóvenes lucían franelas especialmente diseñadas para la ocasión. Con un "Yo amo el cerro Ávila" y un gráfico de la subida de Sabás Nieves, sus dibujos fueron comentados por algunos escaladores que se mostraron interesados en la procedencia. Miguel Ángel aprovechó para hacer Relaciones Públicas repartiendo tarjetas de presentación. Después de una breve pausa en Sabás Nieves, abandonaron al grupo de personas que llegaban hasta ese punto, y comenzaron el ascenso de la segunda etapa. Deslumbrados con el paisaje que se presentaba ante sus ojos, se detuvieron para ver el atardecer sobre Caracas. Durante largo rato estuvieron disfrutando del espectáculo, hasta que decidieron retomar el paso.
La luz estaba por desaparecer, cuando repentinamente dejaron de caminar. Con sorpresa, los tres adolescentes se quedaron viendo un punto del estrecho camino. Una figura humana, de espaldas a ellos, asumía una posición de yoga. Sentada sobre un tronco, meditaba con las manos sobre las rodillas y unía el pulgar de cada mano con la yema del dedo índice. Sin querer perturbar sus pensamientos, se acercaron para comprobar si todo estaba bien.
- ¡Buenas tardes! -saludó Miguel Ángel.
La persona que estaba de espaldas se sobresaltó y por poco cae. Tratando de mantener el equilibrio, volteó hacia dónde estaban los recién llegados.
- ¿Qué pasa? ¿Quiénes son ustedes?
Lo que menos imaginaban los "intrusos" era que se trataba de una muchacha que debía tener una edad similar a la de ellos.
- Qué pena haberte interrumpido, pero nos pareció que podías tener algún problema.
- ¿No han oído hablar de la meditación?. Cuando quiero meditar, vengo a estos parejes para poderme concentrar sin que nadie me moleste.
- No fué nuestra intención perturbarte. Lo que sí te puedo asegurar es que se está haciendo de noche y estás en medio de la montaña. ¿Piensas acampando? -insistió Miguel Ángel
- No tengo equipo. Debo regresar. Gracias por avisarme.
- ¿Traes linterna?
- No, pero no se preocupen. Conozco el camino
- De noche las cosas cambian. Podrías perderte. Nosotros estamos a punto de descansar. Talvez caminemos media hora más. Si decides quedarte, podemos ofrecerte nuestra compañía.
- No estoy segura. No los conozco
- Tu decides. De todos modos, ella es mi hermanita Estéfany, ella es mi prima Alexandra y yo me llamo Miguel Ángel.
- Hola. Yo soy Natascha.
Natascha se quedó viendo a las muchachas. Las risueñas facciones de Alexandra y Estéfany le dieron confianza. Cuando volteó hacia donde estaba Miguel Ángel, comentó:
- Creo que no tengo alternativa. Entre perderme en la montaña y arriesgarme a que ustedes me secuestren, prefiero lo segundo. Total, no hay nadie que me espere esta noche en Caracas. Discutí con mis padres y me fuí de casa. Ellos están acostumbrados. Siempre que peleo con ellos me mudo dos o tres días a casa de mi amiga.
- Podemos prestarte una cobija y duermes con ellas en la carpa -agregó Miguel Ángel
- Seguro me estás dando tu puesto.
- Te estoy dando el puesto de nadie. Ustedes tres caben, yo no. Con este tamaño, los pies me quedan fuera y la carpa no puede cerrarse. Es por eso que cada vez que acampamos duermo aparte en mi "sleeping bag".
- Entonces, adelante -terminó diciendo la muchacha.
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