Día 27 ❣ Enceguecido
El pasado donde Fingon le observó con orgullo y emoción, ahora comenzaba a carecer de sentido. Habían trazado una alianza perfecta para mitigar las fuerzas de Melkor y nada, excepto la traición de los hombres, pudo haberla quebrantado.
Ya nada podía arreglar la grieta que se comenzó a formar en el corazón y espíritu de Maedhros, hijo de Fëanor, cuando en sus retinas se grabó aquella imagen.
No, ya nada podía ser lo suficientemente bueno como para borrar de él la expresión de terror y odio que se marcó justo en ese momento.
Días antes, pensó en un segundo mientras el color gris y rojo de la muerte lo cegaba, todo parecía normal; las risas de Fingon seguían siendo igual de tímidas. Si bien estaban con la presión en los hombros y hombres y elfos corrían de un lado a otro para preparar las cosas del ataque, Maedhros encontraba paz en Fingon. Ese elfo siempre fue su paño de lágrimas, su sol en medio de un nubarrón y sobre todo, el ser que jamás pudo amar tanto en todo la tierra media.
Sí hubiese algún don de clarividencia Maedhros no se hubiese pensado mucho las cosas y habría cancelado todo. Mandaría a colgar a los traidores y le pediría a Fingon pasar un tiempo con él a favor de su protección, pero, por mala suerte, Maedhros a duras penas podía prever nada.
La decisión ya había sido tomada de igual forma. Las huestes de elfos y hombres habían marchado para dar inicio a la batalla de las lágrimas innumerables, donde Fingon, hijo de Fingolfin, había perecido con una de las peores maneras.
Cuando los pueblos libres de la tierra media tenían las de ganar, fue entonces cuando los hombres cometieron traición y las filas se rompieron. Maedhros atacaba desde un lado y sus acciones temerarias lo llevaron a combatir en una loma.
—¡Ánimo guerreros! —gritaba a sus compañeros separando cabezas de orcos de los hombros—. ¡Pronto llegará la mañana y con ella nuestra victoria y libertad!
Un gran clamor se levantaba en respuesta y Maedhros parecía enceguecido por la victoria, más un grito le hizo perder la cordura. El grito de Fingon siendo acorralado por varios Balrogs llamó la atención de un Maedhros que poco o nada podía hacer para ayudar.
Llevó su mirada y lo encontró, su pobre novio estaba combatiendo ferozmente con el señor de los Balrogs. Un fuerte nudo se formó en la garganta de Maitimo cuando fue testigo de la caída de su amante.
—¡Findekano! —bramó con todas sus fuerzas, pero el grito se vio eclipsado por la amargura de la batalla—. No, levántate.
Empero Fingon jamás logró escuchar la orden. Recostado en el suelo lleno de sangre y barro, se le fue humillado y pisoteado. Un gran guerrero con un triste final, lo llamaremos.
Las lágrimas en Maedhros aparecieron justo al notar que la vida de Fingon iba en descenso, o quizá habían llegado antes, eso era lo de menos cuando, a pesar de la distancia, vio los castaño ojos del morocho opacos y tristes. Lanzó nuevamente un grito y cegado por el terror, Maedhros avanzó en el campo de batalla. Sus compañeros le desconocieron pero quizá fue esto aquello que también lo mantuvo con vida.
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