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Día 25 ❣ Amanecer

Absolutamente toda Tirion los había escuchado. Un día antes, Fingon y Maedhros llegaron a un acuerdo de pasar el resto del día y la noche juntos, naturalmente algunas cosas llevaron a otras un poco más privadas y calientes.

Cuando el color dorado comenzó a desvanecerse para dar paso a uno color plata, el joven Fingon cerró las enormes puertas de la habitación de forma tímida. Era esa la primera vez de los dos, por tanto se justificaba el temor, pena y temblor de ambos, incluso de Maedhros que ya le esperaba sentado en la cama.

Todas las siguientes acciones de ambos relucían por su inexperiencia y vergüenza. Fingon caminó en dirección de Maedhros pero en el camino en más de una vez estuvo por caer.

Después de varios accidentes dignos de las mejores burlas, lograron deshacerse de sus ropas y Fingon lo había hecho de una forma tan tímida y cohibida que algo despertó en su mayor. Sus celestes ojos llenos de ternura encendieron a Maedhros, y aún más cuando bajó la mirada.

—¿Qué tanto ves? —le dijo Fingon envolviéndose entre las sábanas.

Ahora bien, de un momento a otro, Maedhros ya lo tenía acorralado en la cama. Se dispuso a repartir besos en todo el cuerpo de Fingon sin prestar atención en sus palabras; comenzó por los labios, después por las mejillas, cuello y dorso de un Fingon impaciente. Hubo zonas que Maedhros besó por primera vez y que en Fingon levantaron sensaciones extrañas para su edad.

Todo era nuevo para los dos, pero no les disgustó ni un poco. Lo último que Fingon recuerda, antes de haber perdido la noción en medio de tanta lujuria, fue esa extraña pero sensual sonrisa en los labios de Maedhros.

—Tranquilo, no tiemble —fueron las palabras de Maedhros, las cuales sonaron más roncas de lo común—. No seré agresivo, no quiero que llores.

Después de aquello, todo se vuelve oscuro en las memorias de Fingon. Claro que recuerda momentos un poco fuertes que le provocan un sonrojo en las mejillas, pero que claramente no podría ni evocar en palabras. Aún con todo aquello, el amanecer lo atrapó bajo las sábanas y el brazo de Maedhros por sobre su espalda.

Una pequeña morusa le picó en la nariz trayéndolo del sueño. Abrió lentamente los ojos para encontrarse con la mano morena de Maedhros en su hombro.

En segundos la noche pasada se reprodujo en su mente y no pudo sino sentir una calidez hermosa en su corazón. Sintió que ahora se conocían por completo y como pudo, se acomodó de forma en que podía ver la tierna expresión de un Maedhros dormido.

Sonrió, estudiando las facciones de su novio y lo encontró tan guapo como la primera vez que cruzó palabras con él. Dejó viajar su diestra para acariciar esos rulos que tanto amaba.

—¿Tanto te gustan? —escuchó la voz de Maedhros. El mayor abrió los ojos y sonrió tan pícaro que arrancó de Fingon un suave sonrojo.

—No, no... Yo sólo —entonces recordó de nuevo toda la noche anterior y bajó la mirada por mero instinto—. Perdón.

Maedhros se echó a reír y abrazando a Fingon por debajo de las sábanas y de sus desnudas caderas, lo atrajo a su cuerpo. El menor levantó la mirada, casi suplicante.

—¿Qué con esa timidez? Ah, eres tan tierno Findekano... —le dijo—. Ya, no voy a hacerte sufrir más, duerme un poco, todavía es muy temprano.

Lo será para ti, pensó Fingon tras esa sonrisa tan cálida que le dio. Aceptó volver a dormir por el simple hecho de pasar un poco más de tiempo juntos.

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