Día 2 ❣ Manos
Fingolfin le pidió, no, ordenó a su hijo Fingon que se tomara medio día para descansar porque se pasaba todo el tiempo con Maedhros, y el alto ya parecía un poco cansado de tenerlo al lado. Si bien el peli escarlata estaba mejorando y era gracias a Fingon, también parecía necesitar un poco de espacio y tiempo para él, un lugar y momento donde meditar y recordar dolores y dichas próximas.
El tío también decidió que no atormentaría más al atormentado, dejó los temas de Fëanor y sus acciones para cuando Maedhros tuviera al menos la fuerza necesaria en sus piernas para caminar.
Findekano intentó entrar a la carpa pero un par de elfos se lo negaron tanto que, viéndose muy rechazado, decidió ir a caminar un rato entre su gente. Fuese deseado o no, un recuerdo le vino a la mente a Fingon cuando un joven elfito le regaló un durazno.
—¡Príncipe, aquí tiene! —le dijo sonriendo mientras los cabellos le bailaban en el aire. La sonrisa de un niño en medio de tanta locura aligeró su corazón y el de muchos—. Mi papá tenía unos pocos y quiero que usted también los disfrute.
—Qué lindo eres al acordarte de mi — le dijo sacudiéndole el cabello—. Gracias, lo disfrutaré mucho.
Se despidieron, el niño corrió devuelta con su madre para contarle la buena nueva, y al momento en que Fingon clavó el colmillo en el fruto, el sabor le hizo recordar el frío de la noche en donde Maedhros le confesó su amor. Recordaba el crepitar de la fogata reinando en el silencio que se produjo. En ese momento se había quedado sin palabras pero él también albergaba los mismo sentimientos.
Sonrió mientras saboreaba la fruta, porque recordó la brusquedad con la que Maedhros le robó un beso y lo tomó por el mentón justo en el momento en que algo iba a salir de sus labios.
Aquella noche el cielo estaba salpicado de infinitas estrellas sirvientes de la hermosa Varda. El frío no era demasiado, recordaba, porque estaba en los brazos de Maedhros y pasaron la noche juntos.
De repente sus pasos se detuvieron, Fingon fue visto por más de un Noldo. Comenzó a sentir que los recuerdos se le iban como arena por entre las manos y prontamente dio media vuelta. Desesperado por encontrar a Maedhros y verse inmerso de caricias y calor, corrió en dirección a la carpa más alta del campamento.
—¡Señor! —le grito un elfo viéndolo con la rapidez con la que se aproximaba.
—No puede entrar, ya le dijimos hace cinco minutos —le detuvo otro, pero Fingon, haciendo uso de toda su fuerza empujó a los dos y se hizo de un espacio para penetrar en el lugar.
La escena en la que se encontró era devastadora. Maedhros se había logrado sentar en la orilla de la cama, con la cabeza gacha y los rulos cayéndose a su gusto. Al sentir la presencia del morocho levantó la mirada: estaba llorando mientras observaba su mano ausente.
—Creí que... —la voz de Maedhros era gruesa pero con cierto tinte melancólico—. Era un simple sueño. Findekano, ya no soy el mismo Maedhros.
El corazón del menor se rompió en mil pedazos. No le era fácil mantener la postura frente al amor de su vida totalmente destrozado, pero aún así avanzó y se sentó a su lado tomando el brazo herido de Maedhros en sus manos, como si de ellas una magia podía aparecer y retroceder el tiempo.
—¿Qué cosas estas diciendo? —dijo Fingon con suavidad. Se llevó el brazo de su amado hasta sus labios y depositó besos varios—. Eres el mismo; el hombre fuerte y amable, justo pero juguetón, hermoso y rudo del que me enamoré.
Una nueva etapa comenzaba en sus vidas, ambos ya la veían a las puertas de su relación. Fingon levantó la mirada y vio el rostro de Maedhros lleno de heridas, cicatrices, pero al igual que antes, le seguía pareciendo muy bien parecido, tanto que tuvo que encogerse de hombros avergonzado. Con el corazón corriendo a mil por hora, Fingon recibió un abrazo recordándole que ahora tenía el poder de darle a Maedhros todas aquellas esperanzas que había perdido colgando de Thangorodrim.
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