Día 19 ❣ Espíritu
Los colores subían a sus mejillas afiladas. Hacía ya bastante tiempo que llegó a los salones de Mandos; durmió unos varios años pero siempre fue atendido por su padre, quien ya se le había concedido el don de despertar y por su madre, la siempre virgen que jamás cruzó el mar.
Día con día, el blanco y terso rostros de Anairë aparecía en los altos y bastos salones. Cuidaba de su hijo como cualquier madre y con el tiempo, aceptó de nuevo la presencia de Fingolfin.
Como bien decían cuando Fingon era un niño, los adultos debían (lo había hecho ya muy bien) resolver los problemas fuera de la presencia de los niños. Fingolfin no se cansaba de pedirle perdón a su mujer y esta, por consejo de Nerdanel, se mantuvo firme en su negativa.
Pero ¿Quién tiene el valor de seguirse negando aún cuando se le ponen de rodillas y le besan el dorso de sus delicadas manos?
Anairë accedió a las disculpas de su amado y día con día, cuidaban de sus hijos quienes poco a poco y con el transcurrir de las décadas, iban llegando a Mandos, muertos por el mismo hado que los ataba en la otra vida.
Más temprano que tarde Fingon logró despertar. La primera luz que se coló por sus retinas casi lo cegó, pero con el paso de los segundos se acostumbró. Entonces divisó las expresiones de sus progenitores en el extremo del apuro.
—Hijo mío, ¿Cómo te sientes? —vio a Fingolfin y su corazón brincó de alegría. Si tuviera las fuerzas necesarias para ponerse en pie, ya hubiese saltado para abrazarlo.
Pero absolutamente todo perdió su atención cuando por sus oídos se coló aquel tono de voz que creía, jamás volvería a escuchar. El polvo de sus recuerdos se esparció y un rostro bellísimo se dibujó en su mente.
¡Mamá! Fue lo único que cabía en Fingon. Dirigió apurado su mirada a la derecha y la encontró, la única mujer de su vida, la mujer por la cual él daría la vida las veces que fueran necesarias.
—Al fin despiertas, cariño —escudriñó un poco la situación y Anairë no tardó mucho en entregarse al llanto—. Has dormido demasiado tiempo. El sueño en el que se te ha obligado a permanecer te ayudó a reponer tu espíritu pero no tus fuerzas, tranquilo cariño —se levantó las mangas de su propio vestido y ayudó a su hijo a sentarse en la orilla de la cama donde reposaba—. Para eso estoy, para ti, y no nos volveremos a separar. Te ayudaré a reponer tu masa muscular y fuerza física, tanto que te sentirás como nuevo.
Nuevas y muy variadas preguntas llegaron a su mente, todas se dirigían a su madre y algunas pocas a su padre pero de los labios de Fingon sólo emergió una:
—¿Y Maitimo?
Con todo el pesar que los padres pueden soportar, le contaron a Fingon lo que sabían por medio de Nerdanel, y estas noticias no eran muy buenas ya que Maedhros no se encontraba en ese sitio. No obstante, Fingon no se lamentó como creían. El elfo de cabello morocho tomó todo ese tiempo para mejorarse, a tal punto que ahora podía salir de los salones de Mandos a los jardines de Irmo.
Con un poco de ayuda y bastante complicidad, se le ocultó a Fingon la llegada y el sueño de un pelirrojo. Anairë y Fingolfin pensaron que sería una gran sorpresa a su hijo de corazón valiente pero amable. El tiempo volvió a transcurrir, de forma necesaria para que en un crepúsculo, con el sol menguante, Maedhros pudiera por fin tener la fuerza necesaria de salir de los salones.
—A esta hora —le dijo Anairë en compañía de Nerdanel—. Seguramente ha de estar viendo la puesta en la misma banca. Ve, anda ve.
Maedhros asintió, emocionado, antes de salir recibió la bendición de su madre, a quien notó cansada pero alegre de verlo una vez más. En otro momento hablaría con ella y le contaría todo lo que antes hubo vivido.
Russandol caminó unos minutos, perdiéndose en el jardín encontró un suave y delicioso claro en una pequeña loma. En ella había una única figura delgada y recortada por la luz crepuscular. Su corazón reaccionó al encuentro y sus manos comenzaron a temblar.
Ahora en este momento era cuando se debatía si era bueno o no encontrarse una vez más con Fingon.
No importa, se dijo. Apretó sus labios y con la espalda erguida, se dirigió a Fingon. Con su diestra tomó el hombro de su menor y Fingon elevó la mirada para ser asaltado por la sorpresa y el llanto.
A lo lejos, las dos madres observaron maravilladas la tierna reacción de Fingon, pues este pegó un brinco de su asiento y se aferró a la figura de Maedhros con uñas y dientes.
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