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Día 18 ❣ Revoltijo

El tarro calló al suelo a causa de la brusquedad de Turgon y se rompió en mil pedazos. Desde que el sol había aparecido el palacio de Fingolfin se encontró bajo presión; el mismo señor del recinto había invitado a sus hermanos e hijos a celebrar la despedida del año nuevo.

—¡¿Puedes ser más delicado?! —gritó Aredhel acomodando el centro de mesa—. Esa porcelana es la favorita de mamá.

—piidis sir mis dilicidi... —imitó el chico de mal humor. Tuvo que inclinarse para recoger todos los pedazos que pudieran clavarse en los zapatos de los invitados—. Yo ni siquiera tengo ganas de celebrar.

—Nadie tiene ganas de hacerlo —alegó Argon, quien recién había llegado al comedor con nuevas y frescas flores para adornar el lugar.

Fiel prueba de las palabras de los jóvenes elfos eran sus rostros tan apagados y frustrados, jamás tuvieron intenciones de celebrar algo pero se vieron obligados por las órdenes de Fingolfin, las cuales cumplían los caprichos de Anairë por encontrarse con sus familiares.

—Vamos hermanos, puede ser divertido —dijo Fingon, el hijo mayor, mientras colocaba un par de adornos en las paredes—. ¿No les emociona escuchar las nuevas historias de los tíos? —un fugaz brillo en sus ojos apareció, pero los tres hermanos evocaron una mueca de negación—. ¿O tal vez compartir banquete con nuestros primos?

—Odio a Celegorm —aclaró Turgon en seguida.

—Los gemelos son unos demonios, lo más seguro es que alguien sale muerto de acá —dijo Argon, imaginando que quién sería la primera víctima de los gemelos sería el mismo Turgon por su facilidad de sucumbir al enfado, el dulce favorito de Amrod y Amras.

—Papá y Fëanor terminarán amenazándose con los cubiertos y reclamarán las tierras del abuelo —predijo Aredhel.

Fingon había escuchado todos y cada uno de los comentarios que seguramente la mayoría tenía razón, aún así, esperó ansioso la caída de la noche porque eso sólo significaba una cosa.

—Ah, es cierto —dijo Turgon alzando un poco la voz, atrajo la atención de todos sus hermanos y observó a Fingon con picardía—. ¿Cómo podrías entendernos si tu sólo esperas este día para estar con Maitimo?

A la sazón todos los hermanos rieron a causa de la tierna expresión del mayor de todos. Cuando sólo escuchó el nombre de Maedhros, Fingon sintió el calor subir a sus orejas y mejillas. Instintivamente se encogió de hombros, como implorando que la tierra se lo tragara de una.

Tras la escena y los comentarios poco positivos de sus hermanos y la vergüenza pública, Fingon terminó la parte que Anairë le dio para mantener el orden del lugar. Sacudió sus ropas y con la imagen de Maedhros impregnada en mente y corazón, se despidió de sus hermanos con una reverencia burlona para volver corriendo con apuro a sus aposentos.

Dentro de la habitación, la cual compartía con Turgon y Argon, levantó el rostro para toparse con su reflejo muy bien cuidado. Ya habían pasado varias horas desde la conversación que tuvo con sus hermanos, y mientras el sol declinaba trayendo consigo la reunión de las familias, Fingon ocupó el tiempo en arreglarse, peinarse y hasta limpiarse cualquier mancha de polvo en el rostro.

En su plena y divertida inocencia, el hijo de Fingolfin formó varias muecas frente al espejo para matar aún más el tiempo. En ese momento y más por orden del corazón que propio, el recuerdo de los labios carnosos y con suaves pecas de Maedhros se le vino a la mente.

—No, otra vez... —murmuró con el fastidio pintado en la voz pero el rosa vivo en sus afiladas mejillas.

Comprendió con rapidez la razón del revoltijo en su estómago cada que escuchaba el nombre del pelirrojo; los nervios que lo asaltaban cuando se lo encontraba casualmente en sus viajes y sobre todo, el fuerte y alocado palpitar de su corazón cuando Maedhros se le dirigía con esa media sonrisa y voz ronca.

Frente a tal reflexión, Fingon se llevó ambas manos a las mejillas. Sus delgados labios se curvaron en una sutil sonrisa, pero volvió en sí, terminó con la fantasía y a su imagen tan perfecta le colocó un último detalle: dos listones amarillos a las trenzas que le colgaban en cada extremo.

—¡Findekano! ¡¿Acaso eres sordo?! —escuchó la voz de Turgon del otro lado de la puerta—. ¡Ya llegó el tío Fëanor y su familia!

Algo se encendió en el pecho del mayor al escuchar semejante noticia. Se dio los últimos retoques y atendió la puerta. La enorme y radiante sonrisa de Fingon opacó por mucho la amargura y fastidio en el rostro de Turgon.

—¿Ya llegaron? —preguntó como si estuviera en un sueño.

—¿Tú eres sordo o qué? Te dije que sí —le respondió apuntando al otro lado del pasillo—. Y por cierto, Maitimo pregunta por ti. Llámame loco pero creo que quiere decirte algo, está muy insistente.

La sonrisa de Fingon se expandió aun más, y como su estuviese flotando sobre esponjosas nubes, se encaminó al encuentro de Maedhros, no sin antes apartar a Turgon colocándole la mano en el rostro para hacerlo retroceder.

Estaba decidido, hablaría con el dueño de su corazón sobre sus sentimientos.

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