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Día 17 ❣ Inseguridad

Fëanor y la mayor parte de su familia respondieron a la invitación de los Valar y dejaron la custodia de la fortaleza en Formenos a Finwë creyendo que ningún mal sobrevendría.

Más equivocados jamás estuvieron.

Aquella fue la oportunidad perfecta para que el enemigo de los pueblos libres de la tierra media atacara con todo; arrasó con el lugar; destrozó todo a su paso; y además, no tuvo piedad al quitar a Finwë el milagro de la vida.

Así fue como el alto y tan amado, rey de los Noldor terminó.

La noticia de su muerte viajó y en cuanto los Valar hablaron con Fëanor pidiendo su ayuda, éste reaccionó en el extremo del orgullo. Al momento en que la noticia de la muerte de su padre llegó a sus oídos puntiagudos no pudo controlar su ira y lanzó blasfemias a diestra y siniestra. Sin dudas, sus palabras estaban respaldadas por su mismo odio a Melkor y lo que este mismo poder sembró en él durante larguísimos años.

Fue suficiente una mirada para saber que los movimientos de Melkor dejaban a su paso grandes marcas en forma de duras y negras neblinas. Más tarde él mismo se lamentaría de sus decisiones, las cuales le quedarían marcadas en la piel.

Mientras tanto, Fëanor bajó a la ciudad encontrándose con sus hijos; todos habían ido a parar en distintos lugares pero fue Maedhros quien no soportó la emoción y corrió a los brazos de su amado en cuanto lo hubo divisado en la oscuridad de la noche.

Fingon le recibió más que gustoso. Más de una lagrima apareció y los recuerdos de las viejas promesas se hicieron presentes.

—¿Si has comido bien? —preguntó el más bajo atrapando las mejillas de Maedhros en sus manos—. No quiero que me digas que por mi culpa no has comido.

—Debo admitir que extraño tu sazón —inquirió el mayor, tomando de las caderas a Fingon con firmeza. ¿Hacia cuanto no lo tenía en sus brazos? Le pareció que el hijo de Fingolfin había adelgazado a causa de la triste noticia de su destierro—. Pero he logrado vivir con la comida de mi madre y Maglor. No cocinan tan bien como tú, pero al menos es comestible.

Fingon esbozó una sonrisa, ya habían pasado más tiempo juntos desde que los feanorianos habían vuelto, más justo cuando se acercó a robar un beso de los labios de Maedhros, la voz de Fëanor se alzó. Ambos tórtolos salieron de su mundo para percatarse sobre todo lo que pasaba en la realidad.

Fingon por primera vez sintió miedo. Mientras en Maedhros su corazón le dictaba que su padre podría necesitarlo y cegado por su coraje, tomó con fuerza a Fingon de la mano para encaminarse donde los otros.

El rojo vivo plantado en las antorchas bailaba por la blanca ciudad y en una plaza Fëanor habló a su gente.

—¿Por qué, oh, pueblo de los Noldor — dijo levantando la voz y sus hijos como los de sus hermanos le escucharon—. por qué habremos de servir a los celosos valar, que no pueden protegerse ni protegernos del Enemigo?

Todas sus palabras tentadoras como la manzana del edén hicieron eco en los corazones de sus compañeros, porque no sólo les habló de la insuficiencia de los poderes y la repugnante presencia de Morgoth, sino también de los segundos nacidos, que, en medio de su ignorancia inculcada por Melkor, creía que ellos vendrían a suplirlos. No podía estar más equivocado, pero sus palabras eran más que tentadoras.

Fingon salió del trance en el que todos estaban y echó una mirada a su alrededor: encontró a todos los elfos con los ceños fruncidos y con deseos fuertes en el brillo de sus oscuros ojos. Observó a su tío, a sus primos y le parecieron irreconocibles.

Tuvo miedo, un miedo que iba subiendo por sus piernas hasta sus manos. Y fue entonces donde viajó su mirada hasta su izquierda, hasta Maedhros y en él se inspiró un sentimiento de inseguridad. Ese no era Maedhros, ese no era el elfo del que estaba enamorado porque ahora parecía más egoísta, más terco y sordo.

Al parecer el carácter heredado por su padre había carcomido la mayor parte de Maedhros. Afirmó el agarre de su mano y suplicante llamó su atención, justo en el momento en que Fëanor estaba formulando aquel cruel y nefasto juramento.

—Oye, Maedhros... No me digas que...

Maedhros bajó su mirada y como disculpándose, soltó el agarre para juntar su espada con la de todos sus hermanos y su padre. Se había hecho ya ese juramento en el que nadie y mucho menos Fingon había participado pero que aun así le traería problemas en el futuro.

Después de las discusiones entre hermanos, padres, e hijos, una gran parte de elfos Noldor decidieron partir a nuevas tierra, inflamados con la emoción que Fëanor les infundió al hablarles sobre la tierra media y el deseo de los Valar por tenerlos encerrados. En medio de tanto tumulto y en un círculo más ambicioso, Fingon encontró a Maedhros.

—Amor, por favor, piensa las cosas que has hecho —todo le parecía tan irreal, pero de algo estaba seguro, no dejaría ir a Maedhros una vez más, él también viajaría—. Todo ha sido muy rápido.

Y el agarre que Fingon formó en el brazo de Maedhros, éste último lo deshizo con una mirada indiferente, aún estando bajo el hechizo de las palabras de su padre.

—Las he pensado muy bien —le respondió siendo apurado por Celegorm y Curufin a partir de una vez—. Vuelve con tu padre, quizá debas ir con él aún cuando debas partir con nosotros. Pronto estaremos en otro lugar y uno mucho mejor.

La verdad es que para Fingon el lugar no era de gran importancia siempre y cuando estuviera con Maedhros ya que él era su lugar. No creía necesitar nada más y es que Maedhros tampoco tenía malas intenciones, de hecho, también tenía miedo y una extraña inseguridad en el corazón, pero ya nada podía hacer.

El mayor dio media vuelta, se unió con su familia y después se despidió de su madre. Fingon hizo lo mismo con gran pesar en su corazón y la marcha a los puertos comenzó.

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