Mi hermoso Findekano:

Cuál dulce y fresca mañana, antes de la llegada del sol fue la noticia con la que mi padre llegó a casa ese día. Me atrevo a apostar cualquier cosa al decirte con suma honestidad que nadie se emocionó más que yo al saber que ya habías nacido.

Findekano, llegaste a la par con el sol aquel día y lo tomé como un buen augurio. Si encuentras en esta pequeña carta razones para llorar independientemente de la situación en la que nos encontremos, por favor, no dejes que tus lágrimas se detengan porque incluso con ellas profanando tus mejillas, eres hermoso ante mis ojos.

En esa mañana, cuando se me dio el permiso de visitar a mi primo recién nacido, supe que todos mis esfuerzos por cuidarte en el vientre de tu madre, todos los juguetes de madera que te había tallado a costa de mi propio padre, e incluso, la extraña petición que le hice a mi madre de que me enseñara a cargar un bebé, valieron completamente la pena.

¡Por primera vez te tuve en mis manos! Eras una cosa pequeñita y llorona. No voy a negar que eras feo, un bebé siempre es feo cuando recién llega, pero tú, tus ojos eran el centro de tu belleza porque en ellos vi un futuro prometedor. En su reflejo se dibujó un hombre valiente, bajo pero hermoso.

No voy a negar que en más de una vez ibas caer de mis brazos como el sol sube y en algún momento llega tan alto, que sabe, debe bajar. Entonces en su descenso los años pasaron corriendo y crecías tan rápido que no pude darme cuenta que ya eras un niño caprichoso. Ahora te molestabas conmigo porque pasaba unas horas con Finrod, quien te recuerdo, también es nuestro primo. Siendo honesto, creo que esas escenas eran producto de tus celos y no te culpo, pero te lo diré una vez más, eres y serás al único hombre que amaré de esta forma en mi vida eterna y aun después de ella.

Como registro de todo lo que me hacías sentir desde esos tiempos, recuerdo, por poner un ejemplo entre muchos, la vez que estaba relajándome bajo un árbol cuando llegaste corriendo con flores en mano. Entonces me diste una y me dijiste "Mamá dice que debo darle flores a quienes amo de verdad". Seguidamente me diste un beso en la mejilla y siendo este el acto de un niño, lo tomé como tal, o al menos lo intenté, porque mi corazón había percibido algo que en un futuro ambos pondríamos en marcha.

Cuando el sol ya estaba por ponerse y la noche por aparecer ya habías crecido tanto, Findekano, que ya eras un hombre aunque no tan alto como yo. ¡Adoraba tu expresión de molestia cada que te molestaba con comentarios en cuanto a tu altura! Pero esos momentos y muchos más, me ayudaron para darme cuenta de una sola cosa: te amo como jamás tendrás una idea.

Cada mirada tuya derrite mi ser. Tu voz dulce sirve de ungüento para mis oídos y los sana de todas esas repugnantes palabras invocadas por los ignorantes. Tu cuerpo es mi perdición total y hasta cierto punto, mi debilidad. Comencé a tomar el papel que tú ya habías desempeñado, el de un niño ansioso porque yo te esperaba. Siempre terminaba mis deberes en la casa de mi padre para después ir a tu encuentro, donde llegabas y me sometías a tu magia.

Tenías la costumbre de besarme como saludo y siempre me comportaba con naturalidad, pero la verdad es que por dentro, perdía el control y evitaba sonrojarme cual elfa virgen. Pero me era imposible y más aún con esa tierna mirada tuya.

Dejaste de ser en el día, un niño, para con la noche, convertirte en un hombre al cual comencé a desear y celar. Al día de hoy, amor mío, estoy agradecido porque me dejaste caminar a tu lado. Mi propósito en esta carta no es otro más que recuerdes lo mucho que te aprecio y amo, así como que también consideres el perdonarme por olvidar nuestro aniversario.

Ya perdóname por favor. Con mucho aprecio, Maedhros.