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Día 11 ❣ Agridulce

El azul comenzó a pintar toda Tirion, el blanco se perdió y un refrescante frío se levantó por todo el lugar. Había comenzado la hora del brillo de telperion y ni el color plata del árbol pudo hacer un ápice magia a favor de una pareja de enamorados.

Su amor era ahora tan viejo como los mismos cimientos de su hogar, por tanto, les pareció justo obtener la bendición de sus familias además de sus buenos deseos. Por la mañana Se encontraron con los corazones unidos en ansiedad y temor, porque sus padres estaban lejos de ser blandos.

—¿Estas listo, amor? —dijo el más bajo de los dos teniendo en sus manos las de su amado.

—Desde hace tiempo —respondió el mayor ensanchando en su mirada el amor por esos finos labios—. Más bien, ¿Cuando piensas dejar de temblar? Tus manos están más frías que las de la madre de mi padre.

Ante la burla, el morocho terminó con el momento romántico dándole un leve golpe en la cabeza al peli rojo. Pocos minutos después, habiendo discutido un poco y acordando regresar a ese lugar a la primera hora del árbol de plata, se despidieron deseándose buena suerte.

Ahora bien, ni uno ni el otro de los mayores se pudieron tomar la noticia con la alegría debida. Fëanor estuvo a nada de maldecir a su propio hijo, lo corrió de casa (aún cuando los gemelos llorando le pidieron clemencia para Maedhros) y le pidió que volviera cuando entendiera que tiene un deber en mantener el linaje y no sólo el deseo.

En cuanto a Fingolfin, simplemente calló. No se atrevía a juzgar con dureza su tierno hijo pero tampoco sentía estar preparado para la noticia.

—No soy yo quien va a decidir por ti  —fueron las únicas palabras de Fingolfin antes de callar en un pérfido silencio—. Pero no es fácil que apruebe esta relación. Y mi hermano ha de pensar igual, tienes un deber hijo mío, así como yo lo tuve, de mantener la familia y asegurar tu descendencia. Maedhros no te dará nada.

Fingon agachó la cabeza, las palabras le fueron tan frías y no podía creer la reacción de su padre. Por último observó a Anairë y esta sólo inclinó la cabeza, ella no sabía qué decir.

—Maedhros me ha dado mucho más que lo que ustedes han llegado o llegarán a pensar —dijo llevándose la mano al pecho—. Así padre, no puede obligarme a nada y a diferencia de su silencio, en el de Maitimo encuentro el cariño y la paciencia. Lo amo, ada, nada va a cambiar por algo tan terrenal como la descendencia.

Dicho esto y con orgullo supurando por sus poros, Fingon dio la media vuelta y corrió al encuentro de Maedhros.

Había una figura ya sentada en una banca de mármol. Esta tenía el cabello rojo atado en una coleta y vestía con ropas un poco arrugadas, seguramente fruto de una pequeña pelea con su padre. Fingon dirigió sus pasos a él y en toda su vida jamas sintió sus pies tan pesados. Las lágrimas ya emanaban de sus ojos.

—Maitimo... —llamó a su pareja y la tomó del hombro obligándolo a girar.

Al igual que el morocho, Maedhros estaba en el extremo del llanto pero hacía nada había limpiado sus lágrimas.

—No te fue bien ¿verdad? —burló el mayor con la voz rota. Fingon tomó asiento a su lado y se dejó envolver por los brazos de Maedhros—. No te preocupes, no estamos solos.

—Pero... —sollozó el menor sintiendo en la caricia un calor dulce y encantador—. Mi padre sólo piensa de forma egoísta, jamás en mi. Él no es así, creí que lo iba a entender o como mínimo, no iba a ser tan cortante.

Maedhros suspiró. Realmente no tenía palabras de consuelo para Fingon ya que a él, de los dos, fue a quien peor le fue. Aún así, tragó aire y apretó a Fingon por los hombros, sacudiéndolo un poco.

—A veces uno se lleva muchas sorpresas, mi amor —de donde había sacado el valor para esas palabras, no sabría decirlo a ciencia cierta, solo que por Fingon sería lo más fuerte posible para no verlo llorar más—. No gastes tus lágrimas en lamentos. Estoy seguro de que con el tiempo tu padre te apoyará, es un buen hombre y conoce el gran valor de su hijo.

Las palabras de Maedhros siempre tenían una magia única como para levantar los ánimos de Fingon. Asintió, sorbiendo los mocos y le dio a Maedhros una de sus más tiernas y puras sonrisas.

—Tienes razón, esta amargura va a durar poco —le dijo—. Pero ¿y tu padre? Tío Fëanor me da miedo ¿No te hizo nada?

El recuerdo de hace unas horas vino a Maedhros. Sintió la violencia correr por su sangre, así como el miedo y coraje, pero no podía decirle que Fëanor lo tachó de lo peor, o le daría más razones para llorar. Resolvió en darle la misma sonrisa y golpearlo con suavidad en la frente.

—¿Qué con mi padre? Él no dijo nada —mintió elevando la mirada—. Sorpresivamente se quedó callado. Por cierto, ¿Crees que mi tío me deje dormir unos días en su casa?

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