Día 4 ⚔ Pócima
Se habla en las viejas leyendas de un tiempo en el que Morgoth no era como se le conoció. Cuando los Valar aún no vagaban por Arda y vivían en aquel lugar que es incomprensible para la mente de un Eldar, sucedieron varias cosas que con el tiempo fueron enterradas bajo la tierra de la memoria de los santos; Melkor aún no se conocía tan bien y no había demasiada envidia dentro de él.
Los Ainur se pasaban el tiempo, si así se le puede llamar a la eternidad que los envuelve, conociéndose unos a otros, o bien, cantando y creando. Melkor era tan perezoso que pocas veces se le vio entonando algo, la mayor parte de sus actos tenían que ver mucho con las formas que creaba en su mente. También lo podían encontrar acosando a otros Maiar como Mairon u Ossë. Mientras Manwë, al verse distanciado de su hermano mayor, comenzó a pasar el rato con Varda, la siempre hermosa joven de la que se enamoró.
En medio de una gran conglomeración de gritos y porras que no encontraban fin, estaban Manwë y Varda forcejeando. En el tiempo libre que ilúvatar les concedió, Varda y Manwë celebraban un amistoso encuentro de fuerza. Jugaban a las tan conocidas y viejas "vencidas".
Oromë apoyaba a Manwë, porque desde esos días eran grandes amigos y los demás, absolutamente todos, apoyaban a Varda. Incluso Ulmo estaba del lado de la doncella de las estrellas.
—¡Toma! —gritó una joven Varda torciendo el brazo de Manwë, ganando así el encuentro.
El público celebró la nueva victoria con gritos, risas y sacudidas. Pero Manwë con cada pérdida se sentía avergonzado, no le dolía perder ante ella, sino ser quizá, ser el más débil de todos.
—Eso fue suerte, te dejé ganar —excusó el peli plata levantándose de su asiento.
—Me has dejado ganar muchas veces. Gracias, qué caballeroso —burló la fémina y se retiró con todo su séquito a celebrar su victoria en otro sitio.
Más tarde Manwë, terriblemente derrotado, corrió al encuentro de Melkor, quien había visto todo y sentía aún más pena por su menor. Le habló de su pesar y de tal forma, le pidió un consejo y ayuda.
—Sí te ayudo, ¿Qué gano a cambio? —negoció Morgoth.
— Uhm... —rodó la mirada tiernamente sin tener idea de qué ofrecer a cambio. En esos tiempos no había tesoros ni mucho menos—. ¿toda mi gratitud y cariño eterno?
Melkor entrecerró los ojos, realmente Manwë no tenía nada qué ofrecer. Fue entonces el amor que aún había entre ellos lo que lo hizo levantarse de su pereza, golpear la frente de su menor y dirigirse a él, con la misma ternura y amor que alguna vez acunó cuando se conocieron.
—Qué Asco. No quiero eso —musitó repudiando la ofrenda del menor.
Y Manwë bajó la mirada, pensando que su última oportunidad era ir con Tulkas y sudar hasta deshacerse en el mismo suelo, todo a fuerza de al menos conseguir un poco de músculo. Se comenzó a hacer a la idea de soportar el mal olor del sudor cuando Melkor le habló una última vez.
—Pero es no significa que no quiera ver a esa loca de las lucecitas derrotada. Ven aquí mañana, te daré una solución fácil.
Una vez cerraron el acuerdo, Manwë volvió al día siguiente al mismo lugar donde Melkor solía dormir. El mayor lo recibió con un pequeño frasco, el cual contenía un líquido tan oscuro como espeso. Tan solo mirar eso, le revolvía el estómago. Ahora de la nada, la idea de entrenar con Tulkas parecía más atractiva.
Manwë esbozó una expresión de asco, a lo que Melkor se irguió en autoridad y levantó una ceja, formando una mueca de enfado genuino.
—¿Ahora qué? —dijo el azabache extendiéndole aún el frasco—. Me pediste ayuda, y aquí te la doy; bebe esto y le ganarás a la loca.
Manwë levantó la vista, apartó la mano de Melkor. Evocó risas de arrepentimiento, ahora entendía por qué nadie le pedía ayuda a su hermano.
—Te pedí ayuda, no una forma de morir rápido. Además ¿Qué se supone que es eso? No creo que esté permitido por Eru —protestó —. Dudo mucho ganarle con algo así.
—No vas a derrochar todo mi esfuerzo por tus delicadezas — amenazó Melkor tomando la cabeza de Manwë. Colocó el frasco frente a su joven rostro y sin más, ni un poco de delicadeza, forzó a Sulimo a beberlo hasta el fondo—¡¿sabes lo que es?! Me costó demasiado. Tuve que ir con Mairon y rogarle por una pócima para que incrementara tu fuerza por un lapso de tiempo.
Al oír estas palabras los ojos de Manwë adoptaron un brillo. Bebió todo el brebaje y sonrió agradecido a su hermano. Era cierto que le había costado mucho a Melkor conseguir un poco de esa "pócima"; el costo de ella fue esa quemadura que lució en el rostro un buen tiempo; producto de la incesante insistencia y la poca paciencia del Maia peli rojo. A final de cuentas, no consiguió ayuda de Mairon.
— ¡Ah, ya siento la fuerza en mis venas! —gritó Manwë luciendo su nada ejercitado brazo. A lo que Melkor respondió con un extraño sonido gutural, algo así como una vieja risa.
El Señor del Viento se despidió de su hermano y corrió al encuentro de Varda. La retó con euforia, que más que atemorizante, era tierna. La doncella aceptó y en agradecimiento de tal cautivadora escena, se dejó vencer y Manwë celebró creyendo que la pócima había hecho efecto.
Mientras tanto, en otro lugar, Mairon por primera vez visitó a Melkor, encontrándolo en el mismo sitio que Manwë. Lo pateó por el costado, percatándose que el Vala estaba despierto.
—¿Ganó? —le preguntó—. ¿Lograste hacerle creer que esa cosa le dio super fuerza?
Melkor rió. Tenía los ojos cerrados y aún así, el orgullo lo tenía tatuado en la expresión. Su buen acto, en toda su vida, fue haberle dado confianza a su inocente hermano menor.
—El pobre idiota lo creyó completo —burló. Entreabrió los ojos y Mairon desvío la mirada.
—Es bueno saberlo, así al menos sé que no es bueno aceptar nada de ti — respondió cortante—. a esa cosa le habías mezclado demasiadas porquerías.
Y el señor oscuro se echó a reír a grito tendido. La verdad es que si bien hacía buenos actos, no podía olvidar poner en ellos un poco de su toque.
Una semana fue la que Manwë pasó con problemas estomacales, pero al menos había sido cuidado por la mujer de sus sueños.
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