Dentro de la incertidumbre Mairon acudió a las fraguas como cualquier otro día. En toda su vida hubo desempeñado su papel de forma excelente: se ganó el respeto de sus compañeros y la admiración de Aulë.

Los inicios de Mairon en su deber fueron estupendos y como cualquier otro Maiar, adoraba y admiraba a su señor. También profesaba un profundo respeto por los otros Poderes y sin embargo, algo parecía no encajar. De adorar su trabajo comenzó a tolerarlo ya que le era fácil superarse a sí mismo todos los días; el aburrimiento y desdén fueron creciendo aún cuando él no podía controlarlos.

Las charlas con Eonwë ya no servían y tampoco las sonrisas de Curumo, Mairon había dejado de sonreír. La amabilidad con la que un día fue conocido se convirtió en un polvo simple, sucio y gris. Pero aquel cambio tan drástico no le pareció tan importante a Aulë y por tanto no tomó cartas en el asunto y fue el momento para Melkor.

El vala y señor oscuro, comenzó a visitar clandestinamente a Mairon y le recordaba las cosas que podía hacer sí se olvidaba de un señor. Le incrementaba el orgullo y la vanidad, y Mairon poco a poco comenzó a caer, a creerle y desafiar en pensamiento a su señor Aulë.

Aquel día por sorpresa no sufrió de ni una sola visita inesperada y no fue hasta la noche que Melkor apareció en una túnica roja. Por suerte no había otro Maiar laborando.

—Estará de más que te pida amablemente que te largues —le dijo Mairon aun sumergido en su trabajo.

Más esto mantenía sin cuidado a Melkor, confiaba en que Mairon era tan hábil como para al día siguiente hacer un trabajo muchísimo mejor. Separó al pelirrojo del yunque y obligándolo a danzar por la habitación le limitó las salidas de escape. Eran pasos suaves y bien pensados los que ambos daban; un baile entre presa y depredador.

—Eso no es ni un poco amable —burló Melkor—. ¿Desde cuando un Maiar puede hacer uso de semejante palabra tan vulgar?

Mairon chasqueo los dientes. Dio dos pasos atrás y Melkor se adelantó la misma cantidad.

—¿Desde cuando puedes y tienes permitido entrar acá? —atacó Sauron —. Me temo que tendré que decirle a mi señor.

—¿Decirle? Llevo demasiado tiempo visitándote que ahora esa amenaza me es imposible tomarla con seriedad  — se escuchó la voz de Melkor pero su figura ya había desaparecido —. Me es fácil entrar ya que te huelo. ¿Tu señor? No me hagas reír Mairon, desde hacía tiempo que has superado al mismísimo Aulë y cuando te sientas listo vendrás a mi; porque ambos compartimos la inconformidad y amargura. Ambos tenemos poder suficiente como para gobernar Beleriand.

El salón enmudeció y Mairon bajó la cabeza.

—Ya te he hablado antes sobre donde encontrarme.

Entonces Aulë entró y cualquier indicio sobre la visita de Melkor había desaparecido. Pero Mairon quedó confundido y temeroso.