Cualquiera pensaría que al ir perdiendo la guerra ya nada podría sorprenderle, pero siempre hay algo que rompe con esas ideas. En medio de la refriega hombres saltaban, orcos gritaban gloriosos y enanos lloraban; dentro de esa conmoción y en un mar de sangre cruelmente derramada, se abrió paso el alto capitán de Angband, Señor de los Balrogs, Gothmog.

Una figura inhumana entró a escena, su piel era roja y marcada con más de una cicatriz. Con látigo en mano y respaldado por varios Balrogs, Gothmog rodeó a Fingon, hijo de Fingolfin, junto con otros cuantos elfos y dejó fuera y libre a Turgon. El señor de los Balrogs bramó y a la sazón sus compañeros uno a uno fueron terminando con los atemorizados Eldar, quienes aún con la locura en las retinas, no se daban por vencido y blandían sin objetivo concreto, sus espadas.

Fingon vio caer a sus compañeros, las lágrimas atacaban su rostro sucio y exaltado. Pero jamás bajó la frente. Con una valentía increíble respondió al combate con Gothmog. Hubo soportado gran lapso de tiempo pero los compinches de Morgoth jamás juegan limpio; otros Balrogs lanzaron sus lazos rodeando las piernas y manos del elfo, quemándolas al instante.

Los gritos adoloridos de Fingon eran desgarradores y al momento en que pareció pedir ayuda a su hermano o Maedhros, Gothmog con toda su fuerza descargó su látigo contra la cabeza del Noldo. Lo último que Fingon supo fue que su yelmo se partió en dos, cayó al suelo con la mirada al cielo y tuvo que soportar las burlas y peso de Gothmog encima suyo.

—Valor... —masculló sintiendo que su mirada se perdía y su respiración iba decreciendo—... Hermanos míos, la libertad está pronta.

Más antes de morir, Findekano fue testigo de algo hermoso, una despedida y agradecimiento por cierto Poder; una cortina de agavanzos caía en la zona donde su cuerpo perdió las fuerzas. Una agavanzo, rosada y pequeña se colocó en sus labios después de haber bailado en el viento que venía del oeste, reclamando su vuelta. Y con esto, Fingon perdió la vida.