Día 14 ⚔ Café
El paisaje era desolador. Los orcos crecían como la espuma en el mar y elfos, hombres y enanos hacían hasta lo imposible por hacerlos retroceder. Nadie puede negar la valentía de la mayoría de los hijos de Ilúvatar y Huor, quien cayó en el campo; cerró sus ojos para siempre, dando su vida por la de su hermano Húrin.
Los gritos desgarradores podían asustar, pero el miedo pronto se mitigaba ante el fuerte deseo de sobrevivir. Cabeza a cabeza salían volando de los hombros de los orcos bajo el filo de la espada de Húrin. Y a cada orco que moría en sus manos, el hombre alzaba la voz:
—¡Aurë entuluva!
Su valor relucía en el campo de batalla y muchos perecieron ante su bravura, pero de nada o poco le sirvió cuando fue capturado y arrastrado a Angband.
Cualquier hombre o mujer hubiesen preferido morir, perecer bajo una guillotina a tener que soportar el suplicio al que se le impuso a Húrin, padre de Túrin Turambar. El maltrato sufrido a deseos del Señor Oscuro fue el castigo que jamás se hubo merecido, pero que gracias a su orgullo y fuerza, supo aceptar.
Día con día, Melkor intentaba averiguar algo de las palabras de un moribundo Húrin, pero el hombre siempre le fue fiel a los que consideraba sus amigos y gracias a esto, Morgoth le llevó a la cima del monte Thangorodrim, donde antaño Maedhros hubo sufrido, lugar donde Húrin lo desafío y el Poder respondió con una maldición. Ahora Húrin era el hombre más maldito de la tierra al tener que verse obligado a presenciar la caída lenta y dolorosa de su linaje.
El lugar en el que un anémico señor residía, en un asiento de piedra, era inhumano. Los sucios vapores ascendían matando a todo tipo de vida. Vivir tantos años en un mismo lugar no era como un campo de rosas pero de cuando en cuando, Mairon o Melkor le llevaban un poco de comida; excremento, o bien, algún tipo de carne podrida. Pero está vez, algo inusual sucedió.
Húrin escuchó unos pasos pesados detrás suyo y cuando levantó su triste mirada, notó a Melkor con esos ojos rojos y piel blancuzca.
—El tiempo no te ha tratado bien —le dijo.
Si bien en antaño Húrin era un hombre fuerte, quizá bajo pero al menos atractivo, ahora era una simple sombra. Su piel estaba pegada a los huesos y con llagas presumía su poco cuidado. La barba y el cabello, entre blanco y negro, se le unían hasta el punto de confundirse y sólo dejar que un par de ojos explicaran que aquello era un rostro y no una bola de pelos.
Húrin no respondió. Cerró los ojos, hoy tampoco estaba dispuesto a hablar de más, sin embargo, un olor, casi como un sueño, asaltó sus fosas nasales. Entreabrió los ojos y se topó frente a él, una tácita con café.
—¿No la quieres? —le dijo Melkor ofreciéndole —. Hoy le tocó a Mairon hacer el café y siempre lo deja muy cargado y a mi no me gusta así.
—Hmm...
Pensó que era un tipo de sortilegio pero no tenía de otra, hacía mucho que no bebía más que orina. Bebió el café de un sorbo, sin importarle que estaba caliente. Y Melkor bajó de la cumbre, sin intenciones de ganar algo debido a un simple brebaje malhecho.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro