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Dia 1 ⚔ Primavera

Después de esa huida frenética de Valinor, ser amordazado por una araña colosal y a su vez, salvado por sus leales bestias vestidas en guirnaldas de fuego; Melkor huyó con ellas en dirección de Angband. Sabía que no encontraría las cosas como antes y que, agotado, tendría que tomarse un tiempo para volver a su oscuro trono.

Volvió a su destrozado hogar con las manos quemadas y el corazón hecho cenizas, si es que alguna vez tuvo uno. Un cortometraje de distintas imágenes se reprodujo en su memoria mientras iba de vuelta a casa.

De verdad, la odiaba tanto. Era la conclusión a la que llegaba cada dos minutos.

Atravesó las ruinas de lo que en su momento fue su hogar y descendió para encontrarse a una figura delgada, cruzada de brazos y notablemente molesta.

—Escuché el grito de una niñita y supuse que eras tú. Mandé a estos inútiles por otro igual de bueno para nada —dijo Mairon escrutando la pobre y cansada apariencia de su señor. Lamentable, pensó, pero bien merecido lo tenía.

Melkor ya estaba hasta la coronilla de problemas; no por nada había mostrado un buen comportamiento por un tiempo prolongado, soportó las miradas acusadoras de otros y sobre todo, el rechazo. Bufó pasando al lado del Maia y no le soltó las joyas que tenía en su posesión.

—Agradece que volví, este lugar parece una pocilga —argumentó asqueado y desapareció entre la penumbra ejercida desde las profundidades de la fortaleza.

Mairon no habló más con él. Parecía un tipo de acuerdo silencioso en el que Melkor no deseaba ser molestado durante los próximos días y noches. El Maia seguía encargándose de cumplir correctamente con el papel del enemigo de la Tierra Media, mientras Bauglir seguía encerrado en lo que parecían sus penumbrosos aposentos.

Todas las noches era lo mismo, la misma tortura llegaba puntual a evocar de él tenebrosos bramidos. Se recostó en su cama bañado en una inquietante penumbra, y dejó que los recuerdos lo atormentasen una vez más. Chasqueó los dientes cuando en su memoria apareció esa mirada azulina tan firme y exigente que aún, al día de hoy, le ponía la piel de gallina.

—Elentári —dijo mientras rodaba en dirección de aquel hueco que le permitía divisar el oscuro cielo.

Fue sorpresivo, en ese momento, vio que la oscuridad que gobernaba el firmamento había desaparecido y que en su lugar, un sin fin de pequeños centelleos aparecían como pinchando ese frío corazón. Era Elbereth, mandando un innegable mensaje de lucha en contra de Melkor.

Los ojos de aquel que creíamos el enemigo de todo ser viviente de la Tierra Media, se humedecieron, porque en ese preciso instante recordó la ocasión en la que su corazón fue atacado y atado. Sintió tan vivo el recuerdo de la primavera en la que una hermosa Varda danzaba. Era como sí de la nada todo lo perfecto descansara en esos delgados hombros. Era tan única, y dulce a la vista como inocente, como la risa de un niño Eldar. Él estaba escondido, disfrutando de aquella escena que le pareció extraña; le había dejado un revoltijo de sentimientos en su pecho.

Jamás se esperó algo como eso, admitió, pero los caminos se habían separado desde hacía mucho tiempo; Varda se lo había dejado claro de la manera más cruel como lo es el desprecio y asco.

Ahora una fuerte neblina oscura se levantaba en el norte, respondiendo al mensaje de Elbereth. Él conoció su lugar de mala manera y no le importó ser el villano para la princesa que alguna vez reinó dentro de él.

Melkor durmió sólo esa noche, mientras Mairon lanzaba maldiciones a su nombre. A la mañana siguiente, el primer Señor Oscuro comenzó una larga y dura faena en las forjas. Fue al medio día en que Mairon lo visitó y se detuvo ante la dureza en su rostro.

—Al fin vuelves a ser el mismo Melkor —admitió Mairon. Había tomado su espacio, oliendo algo extraño en el comportamiento de su mayor—. Estaba comenzando a pensar que habías perdido la cabeza por alguna tontería.

El Vala dió media vuelta, sonrió ladino y se colocó una corona negra de tres picos y con tres hermosas joyas refulgentes.

—La cabeza la perdí hace tiempo.

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