Trece
El aire en la habitación era tensión pura; Franco había fallado en su plan.
Franco caminaba de un lado a otro, su cabello estaba desordenado y las ojeras oscuras bajo sus ojos eran el reflejo de noches sin dormir.
Lando estaba sentado en un sillón cercano, observándolo con el ceño fruncido, George y Pato estaban junto a la puerta, bloqueándola discretamente, como si temieran lo que podría pasar si Franco decidía irse de nuevo.
—No puedes seguir así, Franco.—Dijo Lando finalmente, rompiendo el silencio, su voz era suave, pero firme, como si esperara que el Alfa lo escuchara esta vez.
—Necesitas descansar, pensar con claridad.
Franco se detuvo en seco, girándose para mirar a su amigo con una expresión llena de incredulidad y rabia.
—¿Descansar? ¿Cómo queres que descanse cuando sé que está ahí afuera, solo, tal vez herido? ¡Es mi Omega, Lando! ¡Yo lo sentiría si estuviera muerto, pero no lo siento!—Su voz subió hasta convertirse en un grito, y golpeó la pared con el puño, dejando una marca visible en el yeso.
—Franco… —Comenzó Pato, dando un paso hacia él con cautela.
—Nadie está diciendo que no lo ames, pero llevas semanas sin dormir, sin comer bien, esto… Esto no es sano.
—¿Sano? —Se burló Franco, con una risa amarga que hizo que los demás se miraran incómodos.
—¿Queres hablarme de sano? ¿Crees que esto es lo que quiero? ¿Crees que me gusta sentir que me estoy volviendo loco porque todos ustedes insisten en que está muerto cuando yo sé que no lo está?
George dio un paso al frente, levantando las manos para tranquilizar al Alfa.
—Franco, por favor, cálmate, solo queremos ayudarte, no puedes seguir así, buscando en cada sombra, en cada rincón.
—¡No necesito que me ayuden! —Gritó Franco, con su voz desgarrándose al final.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero se negó a dejarlas caer, miró a sus amigos con dolor y desesperación.
—Lo único que necesito es encontrarlo.
Lando suspiró, pasándose una mano por el cabello, había intentado ser paciente, intentar entender el dolor de su amigo, pero esto era demasiado.
—Franco, has dejado de tomar las pastillas que el doctor te recomendó, ¿Verdad?—Preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
Franco no respondió, pero el silencio fue suficiente.
—Maldita sea, Franco, ¿Qué estás haciendo? —Estalló George, con su voz quebrándose por la frustración.
—¿Quieres acabar contigo mismo? Porque eso es lo que va a pasar si sigues así.
Franco dio un paso hacia él, su postura era tensa y su mirada encendida.
—No hables como si entendieras lo que estoy pasando, George, vos no perdiste a tu Omega, no sabes lo que es despertar cada maldito día y sentir este vacío en el pecho.
—¡Y tú no sabes lo que es verte destruirte así! —Respondió George, su voz alzándose para igualar la del Alfa.
Pato y Lando intervinieron rápidamente, colocándose entre ambos.
—Basta, ya es suficiente.—Dijo Lando, con un tono cortante, miró a Franco directamente a los ojos, su expresión era seria.
—Esto no puede seguir así, Franco, no solo te estás haciendo daño a ti mismo, también nos estás arrastrando a todos con este dolor.
Franco abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, su respiración comenzó a acelerarse, sus manos temblaron, y su pecho subía y bajaba de forma irregular.
—¿Es que no entienden? Él no… No puede estar muerto.—Murmuró, su voz apenas era audible, luego, más fuerte.
—¡No está muerto! ¡Lo siento en el pecho!
Pato intentó acercarse, pero Franco se apartó bruscamente, chocando contra la pared.
—Franco, por favor, cálmate.—Rogó Pato, pero el Alfa no podía escucharlo, su visión estaba borrosa por las lágrimas, su mente estaba atrapada en un bucle de desesperación.
—¡¿Por qué nadie puede entenderlo?!—Gritó Franco, golpeando la pared una vez más.
—¡Es mi Omega! ¡Lo sé, lo siento, está vivo!
Lando intercambió una mirada preocupada con los demás, habían llegado al límite, Franco necesitaba más ayuda de la que ellos podían ofrecerle.
—Franco… —Comenzó Lando, con su voz quebrándose.
—Lo hacemos porque te queremos.
Franco se giró hacia ellos, con una mirada perdida, llena de una tristeza que parecía infinita.
—¿Qué quieren decir con eso?
Pato se acercó, com sus ojos llenos de lágrimas.
—Vamos a llevarte a un lugar donde puedan ayudarte, no queremos perderte, Franco.
Franco se quedó en silencio, mirándolos como si no entendiera lo que estaban diciendo, pero cuando los hombres de seguridad entraron en la habitación, su rostro se transformó.
—No… no pueden hacerme esto, ¡No necesito ayuda, necesito encontrarlo! —Gritó, luchando contra las manos que lo sujetaban.
Lando apartó la mirada, con lágrimas cayendo silenciosamente.
—Lo siento, Franco, esto es por tu bien.
Los gritos de Franco llenaron la habitación mientras lo llevaban, su voz quebrándose con cada palabra.
—¡No está muerto! ¡Pablo sigue vivo! ¡Lo siento, lo sé! ¡Por favor, créanme!
Pero nadie respondió, y por primera vez en su vida, Franco se sintió verdaderamente solo.
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