Siete
La celda era oscura y húmeda, con un hedor metálico que se impregnaba en la piel.
Gavi despertó sobresaltado por los gritos y los bruscos jalones de los hombres de Max.
A su lado, Carlos forcejeaba, pero era en vano, los guardias lo arrastraban hacia la puerta con violencia, mientras Gavi trataba de liberarse de las manos que lo mantenían sujeto contra el suelo.
—¡Carlos! —Gritó Gavi, desesperado.
El estruendo de las botas resonó en el pasillo, y Max apareció, su figura era imponente recortada contra la tenue luz que se filtraba por la entrada.
En su mano derecha, llevaba un arma que parecía pesarle más que de costumbre, pero su mirada helada no dejaba ver duda alguna.
—Llegó la hora, traidor.—Dijo Max, con una frialdad que hizo que el ambiente se congelara aún más.
Carlos fue arrojado al suelo frente a él, los guardias lo obligaron a arrodillarse.
—No, no, ¡Carlos! —Gritó Gavi otra vez, luchando contra los hombres que lo sujetaban.
Max ladeó la cabeza, sus ojos recorriendo al joven Omega con un aire casi divertido.
—Vaya, el pequeño Omega ya te tomó aprecio.—Dijo con una sonrisa torcida, como si todo aquello fuera un espectáculo diseñado para su entretenimiento.
—Por favor, Max.—Suplicó Gavi, las lágrimas ya nublando su visión.
—No le hagas nada.
Carlos levantó la cabeza, su voz era baja y quebrada.
—Déjalo, Gavi, no le supliques.
Max ignoró la petición, su mano levantó el arma lentamente, apuntando directamente a la frente del hombre arrodillado.
—Siempre creí que tenías potencial, Carlos, qué lástima que decidieras desperdiciarlo.
Gavi gritó desesperado, su voz resonó en la celda.
—¡¿Es esto en lo que Checo hubiera querido que te convirtieras?!
La mirada de Max se posó sobre él como un cuchillo afilado, sus ojos, normalmente vacíos, destellaron con algo que podría haber sido furia o dolor, pero era difícil de discernir.
—¿Quién demonios te crees para hablar de él?—Dijo Max, su era voz baja y llena de veneno, luego miró a Carlos.
—¿Tú se lo dijiste? ¿Eh querido amigo?
Carlos no respondió, pero el silencio fue suficiente para confirmar las sospechas de Max.
—Por favor Max... Te lo suplicó, no le hagas daño, si, si dejas a Carlos, yo... Yo...
—¿Qué harías por él, Omega? —preguntó Max, acercándose un paso hacia Gavi
—¿Qué podrías ofrecerme?
Gavi respiró hondo, su corazón golpeando con fuerza en su pecho.
—Un hijo.
El arma de Max tembló por un instante.
—¿Qué? —Preguntó Max, sus cejas fruncidas mientras lo miraba, confundido.
—Tu hijo… —Repitió Gavi, con la voz quebrada.
Carlos lo miró alarmado, como si no pudiera creer lo que el Omega estaba diciendo.
—¿De qué demonios estás hablando? —Gruñó Max, su voz estaba cargada de incredulidad y rabia.
Gavi tragó saliva.
—Tuviste un hijo, Max, Checo… Checo murió horas después de dar a luz, tu padre… Jos… Siempre te lo ocultó.
El rostro de Max se endureció aún más, pero sus ojos reflejaban una grieta en la máscara que había llevado durante años.
—Tú… —Max apretó los dientes.
—Te mataré a ti primero.
Soltó a Carlos y avanzó hacia Gavi con pasos firmes.
—¡Max, no! —Carlos gritó, desesperado.
—¡Lo que dice es cierto, por favor!
Max se detuvo, su mirada fija en Carlos.
—¿Tú también?
Carlos respiró hondo, el miedo era evidente en sus ojos.
—Yo apenas era un niño, vi a Checo ser llevado al patio… Iba todo ensangrentado, no por torturas… Iba así porque acababa de dar a luz.
Max parecía petrificado, dus manos temblaban ligeramente, aunque su voz seguía cargada de ira.
—¿Por qué debería creerte? ¿Por qué lo dices hasta ahora, cuando tu vida peligra?
Carlos dio un paso hacia adelante, con las manos levantadas en señal de paz.
—Era un niño, Max, mis recuerdos eran confusos, pero con el tiempo comencé a escuchar rumores… Decían que Jos había enviado a un niño lejos, un niño que…
—¡Basta! —Rugió Max, levantando su arma de nuevo.
—Si no me crees, busca a la partera de la organización.—Dijo Carlos rápidamente.
—Ella atendía a todos los Omegas de esa época.
Max los observó a ambos, su mirada pasando de Gavi a Carlos y luego de vuelta a Gavi.
Las palabras de Carlos habían tocado algo que Max había intentado enterrar profundamente.
Era cierto que Checo y él habían estado separados durante varios meses, y cuando regresó, Jos lo esperaba en el patio con un Checo pálido y roto.
La duda lo golpeó como un puño en el pecho.
Sin decir una palabra más, Max bajó el arma y salió de la celda, dejando atrás un silencio que pesaba más que el miedo.
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