Seis
Gavi despertó empapado, con su ropa pegada al cuerpo y su piel ardiendo, abrió los ojos con dificultad, sintiendo su cuerpo pesado y débil.
Tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba; en la misma celda oscura, con los barrotes oxidados frente a él, y… En los brazos de Carlos.
El Alfa lo sostenía con fuerza, su pecho subía y bajaba con una respiración profunda, entrecortada por el sueño, Gavi quiso moverse, pero no tenía fuerzas.
Intentó hablar, pero apenas un susurro salió de sus labios.
Carlos murmuró algo en sueños y lo atrajo más cerca, como si temiera que se desvaneciera en cualquier momento.
—Tranquilo, gilipollas… Todo estará bien.—Susurró Carlos, medio dormido, mientras lo acomodaba mejor contra su pecho.
Gavi quiso replicar, burlarse o al menos intentar apartarse, pero sabía que no tenía caso, no tenía energía, no tenía esperanza.
Sólo se tenían el uno al otro, y, por muy irónico que fuera, esa verdad le pesaba más que todo lo demás.
Se rindió, apoyó la cabeza contra el hombro de Carlos y cerró los ojos, pero algo lo inquietaba, una pregunta que había estado rondando en su mente desde que escuchó los gritos de Carlos y Max.
—¿Por qué Verstappen es así?—Murmuró, apenas audiblemente.
Carlos abrió los ojos, soltando un largo suspiro antes de responder.
—Aunque te cueste creerlo, él antes era… Diferente, era dulce, un Alfa risueño.
Gavi parpadeó, incrédulo.
—¿Estamos hablando del mismo Verstappen?
—Sí, del mismo.—Aseguró Carlos con un tono amargo.
—Pero eso fue antes, mucho antes de que Jos Verstappen se encargara de destruirlo.
Gavi frunció el ceño, intrigado.
—¿Jos?
Carlos asintió.
—El padre de Max, era un monstruo, Gavi, no lo trataba como a un hijo, sino como a un experimento, quería que Max fuera perfecto, una máquina, un líder implacable para esta maldita organización, Jos era el demonio en la tierra, y Max era su marioneta.
—¿Entonces Max es así por culpa de su padre?—Preguntó Gavi, intentando entender.
Carlos negó con la cabeza, con un brillo sombrío en sus ojos.
—No, aunque Jos intentó romperlo, Max no dejó que eso pasara, era fuerte, noble… Tenía un corazón cálido, pero…
—¿Pero?
Carlos se tomó un momento antes de continuar, como si las palabras le dolieran más de lo que quería admitir.
—Se enamoró, se enamoró de un dulce Omega mexicano, un florista llamado Sergio Pérez, todos le decían Checo, pero Max… Max lo llamaba su todo.
Gavi sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué pasó con él?
Carlos tragó saliva, la tristeza reflejándose en su rostro.
—Lo conocí, ¿sabes? Lo conocí el día que murió, yo solo era un niño de nueve o diez años cuando Jos lo mató, lo mató frente a Max.
El aire se congeló entre ellos. Gavi sintió que el pecho se le apretaba.
—¿Qué?
—Ese día, Max también murió, el Max que conocíamos, el que sonreía y soñaba, desapareció para siempre.
Gavi no podía procesarlo, por un momento, vio a Max bajo una luz completamente diferente.
—¿Por qué? ¿Por qué lo hizo?
Carlos apretó los dientes.
—Porque Checo era una distracción, porque Jos no soportaba que Max tuviera algo de humanidad, lo quería como un líder frío, calculador, y pensó que, eliminando a Checo, Max cumpliría con su propósito.
Hubo un largo silencio antes de que Carlos agregara en voz baja:
—Dicen que Checo estaba embarazado, yo... Yo me acuerdo que el día que murió iba ensegrentado, pero solo de la parte baja.
Gavi levantó la mirada, sorprendido.
—¿Embarazado?
Carlos asintió.
—Nunca se lo dijo a Max, Jos lo descubrió primero y… Hay rumores de que el bebé fue enviado lejos, a algún lugar donde nadie pudiera encontrarlo, Max nunca supo la verdad.
—Eso es… Horrible.—Susurró Gavi, sintiendo un peso indescriptible en el pecho.
Carlos miró a Gavi con lástima y algo más profundo.
—Tú… tú le recuerdas a él, ¿Sabes?
—¿Qué?
—Tienes los mismos ojos, la misma intensidad, la misma valentía, creo que, en el fondo, eso lo vuelve loco, verte le recuerda todo lo que perdió.
Gavi no supo qué responder, se limitó a cerrar los ojos, sintiendo las palabras de Carlos resonar en su mente como un eco doloroso.
Veinte años atrás...
La habitación estaba en penumbra, iluminada sólo por una lámpara tenue junto a la cama donde yacía Checo, inconsciente, con el rostro pálido y bañado en sudor.
La partera sostenía en sus brazos a un pequeño recién nacido que lloraba débilmente, su cuerpo envuelto en una manta fina.
Era un niño frágil, con ojos avellana y cabello castaño húmedo, una mezcla inconfundible de su Omega y del Alfa que jamás llegaría a conocerlo.
Jos Verstappen, de pie junto a la ventana, se giró lentamente cuando escuchó el llanto, no había emoción en su rostro, sólo un destello de impaciencia.
—¿Qué es? —Preguntó con voz cortante.
La partera tragó saliva.
—Es un niño, señor, ojos avellana, cabello castaño.
Jos suspiró, con su mandíbula tensa, si se hubiera enterado antes de que Checo estaba esperando un hijo, se habría asegurado de que nunca llegara a nacer.
Pero ahora era tarde, el niño ya estaba aquí, y por más que Jos Verstappen fuera un monstruo, había reglas en su casa, normas que incluso él debía respetar.
—Es un Verstappen.—Sentenció con frialdad, su voz resonando en la habitación.
—Vivirá, pero lo hará lejos de aquí.
La partera parpadeó, sorprendida.
—¿Lejos?
—No mataré a mi propia sangre.—Gruñó Jos.
—Pero tampoco permitiré que se convierta en una distracción para Max, cuando mi hijo sea el Alfa que debe ser, cuando deje de comportarse como un sentimental y acepte su destino, entonces le entregaré al niño para que lo eduque como su sucesor.
Se acercó a la partera y le quitó al bebé de los brazos con una frialdad que hizo que la mujer retrocediera, nerviosa.
Jos observó al pequeño con ojos calculadores, no había nada en él que lo relacionara con los Verstappen; ni ojos azules, ni cabello rubion sería fácil hacerlo desaparecer.
—Envíenlo a España, que nadie sepa que es un Verstappen.
—Señor… —La partera vaciló, sus manos temblaban.
—¿No le pondrá un nombre?
Jos miró al niño por un momento más, como si deliberara, finalmente, habló.
—Pablo, Pablo Martín Gavira.
La partera asintió rápidamente, pero Jos no había terminado.
—Ahora despierten al Omega.—Ordenó con un tono que no admitía réplica.
—Llévenlo al patio, también llamen a Max, es hora de que aprenda una lección.
El horror se apoderó de la partera, pero no se atrevió a objetar, con pasos apresurados, salió de la habitación, dejando a Jos solo con el niño.
Jos miró al bebé una última vez antes de entregarlo a uno de sus hombres de confianza.
—Asegúrate de que nadie lo rastree, si alguien pregunta, nunca existió.
El hombre asintió, tomando al niño con cuidado, mientras Jos se dirigía al patio, donde el Omega y su hijo mayor lo esperaban.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro