Diez
Gavi dio un paso, pero no hacia Max, en lugar de eso, se giró hacia Carlos, y en un movimiento tembloroso, tomó su mano, entrelazando sus dedos con fuerza, como si aquello pudiera mantenerlos unidos frente al desastre que se avecinaba.
—No iré… —La voz de Gavi se quebró, pero sus ojos se alzaron hacia Max.
—No iré a ninguna parte sin Carlos.
El rostro de Max se tensó, dio un paso brusco hacia el Omega, como si ese simple desafío hubiera encendido una furia contenida en su interior.
Fue suficiente para Carlos, su cuerpo reaccionó antes de que su mente pudiera pensar, era el momento.
En un movimiento rápido, empujó a Gavi detrás de él, bloqueándolo con su cuerpo, y su puño se hundió en el rostro de Max con una fuerza brutal.
—¡Corre! —La voz de mando de Carlos resonó con fuerza
Gavi vaciló, sus ojos llenos de angustia y miedo mientras lo miraba, no quería dejarlo.
No quería huir, pero la orden en la voz de Carlos fue imposible de ignorar, con un nudo en el pecho, Gavi giró sobre sus talones y salió corriendo.
No había ningún guardia, ningún hombre de Max en los alrededores, solo silencio.
Corrió tan rápido como su cuerpo herido se lo permitió, cada paso era un suplicio, pero no se detuvo.
La nieve bajo sus pies descalzos quemaba como fuego, pero eso tampoco lo frenó.
Tengo que pedir ayuda, tengo que volver por Carlos.
El pensamiento se repetía en su mente como un mantra.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, divisó una cabina telefónica solitaria, cubierta de escarcha, se lanzó hacia ella, sus dedos temblando mientras levantaba el teléfono congelado.
No tenía monedas, pero, milagrosamente, el teléfono parecía tener una llamada disponible, marcó el número que conocía de memoria, el de Franco, su Alfa.
Uno… dos… tres tonos.
—¡Fra…! —Empezó a decir, pero una voz desconocida lo interrumpió.
—Hola. —Dijo una voz dulce y algo distraída al otro lado.
—¿Estás buscando a Franco?
—Sí… —Respondió Gavi, con la respiración agitada.
—Oh, ya te lo paso… —La voz se detuvo un momento.
—¡Alfa, baja al bebé de ahí! ¡Ahhg, Franco!
El corazón de Gavi se detuvo, sus dedos aflojaron su agarre en el teléfono.
¿Franco tenía una familia?
La línea seguía activa, pero Gavi no escuchaba nada más, las palabras del desconocido resonaban en su cabeza como un eco.
¿Tan pronto se olvidó de mí?
La llamada se cortó, pero Gavi ni siquiera se dio cuenta, soltó el teléfono y se dejó caer al suelo helado, sus lágrimas comenzaron a caer, calientes y amargas, resbalando por sus mejillas.
No quería llorar, no quería sentir ese vacío en el pecho, pero era inevitable.
Mientras tanto, al otro lado de la línea, Franco fruncía el ceño.
—¿Quién era, Lando? —Preguntó con curiosidad, levantándose del sofá.
Lando, quien sostenía a su bebé en brazos, lo miró con una ligera sonrisa.
—No lo sé, colgó cuando le estaba diciendo a George que no puede dejar al bebé en la mecedora solo.—Rodó los ojos, mirando a su pareja, que levantó las manos en un gesto de disculpa.
—Lo siento, mi amor.—Murmuró George, acariciando la espalda de Lando.
Franco frunció el ceño, inquieto, pero dejó pasar el asunto, estaba exhausto, los medicamentos que le estaban dando lo tenían sin energía...
—Si sigues así, te van a encerrar en un hospital psiquiátrico, ¡Entiende de una vez! ¡Tu Omega murió hace casi un año!
—¡No es verdad! ¡No me importa dónde me encierren, voy a salir igual y voy a buscar a Gavi!
Lando y George habían intervenido por él, se responsabilizaban por cualquier cosa.
Franco solo estaba esperando una oportunidad para salir y buscar a su omega, mientras disminuía de a poco los medicamentos sin que nadie se de cuenta.
Gavi apenas notó cuando unas manos cálidas se posaron sobre su cabeza, levantó la mirada, y ahí estaba Carlos, jadeando, con el rostro ligeramente sucio, pero intacto.
A unos pasos de él estaba Max, observándolos en silencio.
Gavi no quería pensar, no quería saber por qué Max no los había matado ni por qué Carlos estaba allí, simplemente se levantó y se lanzó hacia el Alfa, abrazándolo con fuerza.
Carlos lo sostuvo contra su pecho, pasando una mano por su cabello.
—Shhh… Todo va a estar bien, enano.—La voz de Carlos era baja y tranquilizadora, pero Gavi sintió el leve temblor en sus palabras.
El Omega no respondió, solo se aferró más a él, dejando que las lágrimas empaparan su camisa.
Carlos cerró los ojos, apretando los labios, no podía decirle la verdad.
No podía decirle lo que Max le había confesado.
—Es mi hijo.—Le había dicho Max antes de que lo golpeara por segunda vez.
Carlos había quedado paralizado por un momento.
Esa información lo había congelado por completo, pero protegería a Gavi, sin importar lo que costara.
—No voy a dejarte solo.—Susurró Carlos, más para sí mismo que para el Omega.
—No importa lo que pase.
—N-No hagas p-promesas que no puedes cumplir...—Susurró Gavi con los temblores de su llanto.
—Cállate, yo hago lo que quiera.
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