Dieciocho (Final)
Dos años después.
La brisa del océano acariciaba suavemente la piel de Gavi mientras se acomodaba con su pancita en la mecedora que Max había hecho para él.
Su bebé no paraba de moverse, como si estuviera bailando al compás de las olas, Gavi suspiró, cansado pero feliz, y tomó el jugo de naranja que su padre le ofreció.
Gavi había dejado su trabajo como agente poco después de ser rescatado, nadie lo cuestionó; después de todo, había sido secuestrado y sometido a situaciones inhumanas por casi un año.
Era razonable que quisiera alejarse de todo eso, Max, por su parte, hizo algo que muchos consideraron impensable.
Dejó el imperio Verstappen, renunciando al mundo del crimen y la mafia que había construido con sus propias manos, lo dejó todo por su hijo.
Al principio, la relación entre Gavi y Max no fue fácil, aunque el Alfa siempre había estado dispuesto a protegerlo, había años de distancia entre ellos.
Gavi tardó un año completo en aceptar a Max como su padre, en llamarlo "papá" con genuino cariño.
Durante ese tiempo, Max hizo todo lo posible para ganarse su confianza, siendo paciente, protector y presente.
La playa se convirtió en su refugio, un lugar donde podían caminar juntos, hablar de sus miedos y sueños... De Checo, Gavi había preguntado todo, y Max fue feliz contándoselo.
Max había buscado una casa cerca del océano, un lugar donde Gavi pudiera sanar, lejos de todo lo que le recordaba al caos que había vivido, poco a poco, Gavi empezó a encontrar paz, especialmente cuando descubrió que estaba esperando a su primer hijo.
Franco había hablado con sus amigos Lando, George y Pato.
Lando, en particular, lloró al saber que su mejor amigo había estado en peligro y pidió disculpas por no haber creído en todas las veces que dijo que Gavi estaba vivo, aunque Franco aseguró que no había nada que perdonar.
Franco sabía que sus amigos solo querían ayudarlo, ahora después de dos años, los cuatro, o cinco, porque Gavi se les unía, salían de vez en cuando, Lando le deba consejos a Gavi para el embarazo.
—¿Otra vez ese enano no deja de moverse? —Preguntó Max, observando cómo Gavi fruncía el ceño mientras acariciaba su vientre.
—Uf, hoy ha estado imparable.—Respondió con una sonrisa agotada.
—Carlitos ha decidido que es buen momento para jugar y usa mi pulmón como su pelota.
Max rió, sacó un pequeño paquete de su bolsillo y se lo tendió a Gavi.
—Quiero darte esto.
Gavi tomó el paquete con curiosidad, desenvolviéndolo lentamente, dentro encontró un delicado collar con un dije en forma de pequeña estrella.
—Era de Checo...—Dijo Max, con nostalgia y calidez en su voz.
—Ese collar, mis recuerdos y tú, son lo único que tengo de él… Ahora es tuyo, quiero que lo tengas.
Gavi no pudo evitar romper en lágrimas, culpando en parte a sus hormonas, apretó el collar contra su pecho antes de colocárselo.
—Gracias… Lo cuidaré mucho, papá.
Max sonrió y besó la frente de Gavi, la tarde pasó tranquila, pero ambos sabían que aún les esperaba algo importante por hacer.
Más tarde, Max ayudó a Gavi a bajar de la camioneta cuando llegaron al cementerio, Franco ya había preparado todo para que la visita fuera lo más cómoda posible.
Gavi se detuvo frente a la tumba que había venido a visitar, acariciando su pancita mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Ha pasado un tiempo… —Susurró, sintiendo que las palabras se le atragantaban.
—Lo siento por no haber podido venir antes, pero Carlitos me ha tenido muy cansado últimamente.
Max le acarició la espalda para luego ir con Franco, dándole el espacio que necesitaba, Gavi respiró hondo y continuó, acariciando con cariño el collar que ahora colgaba de su cuello.
—Hoy es tu cumpleaños… Papá me dio tu collar, es muy bonito, papá Checo, quiero que sepas que nunca dejo de pensar en ti… Y que Carlitos tendrá muchas historias de ti de parte de papá Max, porque quiero que siempre seas parte de nosotros.
Franco observaba desde unos metros de distancia, junto a Max, su mirada se cruzó con la de su suegro, Max conocía es mirada, ese tonto yerno suyo había hecho algo.
—¿Dónde está el otro tonto?—Preguntó el Alfa mayor buscando al Alfa madrileño.
Franco dejó escapar una risita nerviosa, claramente culpable de algo.
—No me digas que…
Antes de que pudiera terminar, un grito de frustración resonó en el cementerio.
—¡Franco Colapinto, te juro que esta vez no te la voy a dejar pasar!—Se escuchó un grito ahogado y pasos apresurados, Carlos apareció de entre unos arbustos, con la cara roja y rascándose el brazo.
—¡Te dije que no movieras ese maldito nido de abejas!
Max parpadeó, incrédulo, mientras Gavi giraba hacia el Alfa con una sonrisa, Carlos se acercó finalmente
—¿Por qué…? —Max comenzó, pero Franco se puso a sus espaldas.
—¡Juro que pensé que era solo un huequito sin nada! Suegrito ayuda...—Dijo Franco aferrándose como gato a Max.
—Ay Dios... No puedo creer que le esté confiando a mi hijo y nieto a ustedes dos... Gavi aún estamos a tiempo de tomar un avión lejos de estos dos.—Dijo Max; recibiendo un par de protestas de sus dos yernos.
—Que malo eres amigo, y yo que te tenía ya el regalo del día del padre.—Dijo Carlos acercándose a Gavi.
—Hola Omega loco... ¿Cómo se ha portado el mini Carlos?—Preguntó acariciando la pancita de su omega.
—Se ha movido mucho; creo que los extrañó a ustedes dos.—Dijo Gavi recibiendo un pequeño beso en la frente de Carlos.
—Yo también quiero.—Dijo Franco soltando a Max y yendo a llenarle la cara de besos a su omega.
Max solo sonreía, miró hacia la bonita tumba que le había hecho a Checo y luego volvió a mirar a su pequeña familia.
—Bien, ya suelten a mi hijo, es hora de volver a casa.
Los cuatro, o cinco por Carlitos, regresaron a casa, a su hogar...
Cuando Carlos despertó dos días después, no fue Max ni Gavi quién le habló primero, sino Franco.
Franco sabía que ese Alfa era como él, amaba a su omega como él y estuvo dispuesto a dar su vida como él.
—Finalmente despertas... Nuestro Omega a llorado mucho.
Fin.
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