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Catorce

No tenía hambre, no tenía fuerzas, y mucho menos ganas de ver a Verstappen.

Sabía que Carlos lo había perdonado, y aunque podía entenderlo, porque los dos eran amigos desde hacía mucho tiempo.

Él no podía hacer lo mismo, no después de todo lo que ese hombre le había hecho, cada vez que cerraba los ojos, veía la casa explotando, sentía las gélidas cadenas en sus muñecas, revivía las palabras crueles que Max le había dicho mientras lo torturaba durante meses.

No podía olvidar ni perdonar.

—Si pudiera, te haría pagar por todo esto.—Murmuró para sí mismo, apretando los puños con fuerza.






En la cocina, Carlos bajaba con el plato vacío que había dejado junto a la puerta de Pablo, lo había recogido porque sabía que Gavi no tenía intención de tocarlo.

Suspiró pesadamente mientras lo colocaba en el fregadero, sintiendo el peso de todo.

Max estaba sentado en la mesa, su expresión estaba vacía, con una taza de café enfrente que no había probado, cuando Carlos se giró hacia él, el Alfa alzó la vista, mostrando cansancio y tristeza.

—No quiere bajar porque estoy yo… ¿Verdad?—La voz de Max era grave, casi apagada, como si ya conociera la respuesta.

Carlos se cruzó de brazos, observándolo con obviedad.

Max apartó la mirada, sus labios temblando apenas eran perceptiblemente.

—Sé lo que le hice, y no puedo cambiarlo, pero…

—Si hubiera sabido… Si alguien me hubiera dicho que era mi hijo… Jamás lo habría tocado, nunca.—Dijo con una sonrisa amarga, él... Después de Checo; no tenia intenciones de formar algo; no quiera a otro omega ni mucho menos un hijo.

Pero antes de eso; cuando veía la sonrisa tierna de Sergio; cuando lo veía correr de tras de los pequeños a que a veces visitaban su tienda... Desea una familia; quería muchos hijos con su Omega.

—Quiero niños y niñas; que corran por toda la casa... Que sonrían como tú; que nunca tengan miedo como yo... Seré diferente a Jos, lo juro.

Pero... Fue peor que su propio padre, no protegió a Sergio, ni mucho menos a su hijo; le quitó todo... Le arrebató la vida en más de un sentido...

—Dale tiempo...—Carlos sabía que lo que iba a decir, tal vez sea la peor idea, pero... Max aún seguía siendo su amigo, aunque hubiera intentado matarlo... Dos veces.

—Gavi... Gavi piensa que su Alfa tiene otro omega y un hijo.—Tan pronto dijo eso, Max soltó un aroma amargo.

—Yo creo que no es así, el Alfa lo estuvo buscando tan pronto salió del coma... Investigalo Max; y si estoy en lo correcto; trae a la Alfa de tu hijo...

—Carlos...

—Hazlo, Pablo lo necesita, es una oportunidad para que te acerques a él.










El despacho de Verstappen estaba sumido en silencio casi cuando el Beta entró con el informe en mano.

Max, sentado tras su escritorio, alzó la vista lentamente, su mirada fría clavándose en el hombre que se detuvo frente a él.

—¿La causa? —Preguntó con voz grave, sin dejar traslucir emoción alguna.

El Beta tragó saliva antes de responder.

—Sus amigos creyeron que sería lo mejor, señor, el Alfa no acepta que su Omega está muerto, su estado es... Deplorable.

Max cerró los ojos un instante, con una leve tensión dibujándose en su mandíbula, luego asintió con un movimiento seco.

—Bien, retírate.

El Beta inclinó la cabeza y salió rápidamente, dejando a Max solo en el despacho.

El Alfa se recostó en su silla, llevándose una mano al rostro.

Entonces... Carlos tenía razón, pensó, mientras el eco de las palabras de su amigo resonaba en su mente.

—Dios... ¿Por qué tuve que lastimarlo tanto? —Susurró, con la culpa goteando en cada palabra.

Apretó los puños sobre la mesa.

—Pablo jamás va a perdonarme... Cuando se entere de que soy su padre...—Un amargo suspiro escapó de sus labios.

—Me odiara más...

Se incorporó de golpe, decidido, y tomó su teléfono, con un último suspiro, marcó el número.

—Preparen el jet, saldremos a España en quince minutos.—Colgó antes de que su el hombre pudiera responder.

Carlos estaba en la cocina cuando Max entró, su paso era firme pero silencioso, el Alfa se detuvo al otro lado de la mesa, mirándolo fijamente.

—Carlos, necesito hablar contigo.

Carlos dejó de cortar la fruta que tenía frente a él y alzó la vista, arqueando una ceja.

—¿Qué ocurre?

Max tomó aire, sus manos estaban descansando sobre la mesa, tensas.

—Voy a ir a España.

Carlos parpadeó, sorprendido.

—¿Por qué?

—Porque tú tenías razón, Franco nunca dejó de buscar a Pablo, tanto fue su terquedad... Que lo tacharon de loco; esta encerrado en un hospital psiquiátrico... Todos piensan que Pablo murió... Todo menos él.

Carlos no supo qué decir al principio, pero finalmente asintió.

—¿Y qué pasará después, Max?

El Alfa lo miró con una expresión que decía que ni él sabía esa respuesta.

—No lo sé... Pero no quiero que Gavi sufra más... No por culpa mía.





La operación en el hospital psiquiátrico fue rápida, pero hubieran muchos problemas.

Max y sus hombres entraron con la idea de que no seria fácil, sabía que Franco era custodiado por varios agentes... Compañeros de su hijo.

El lugar pronto se convirtió en un campo de batalla, los amigos de Franco habían alertado a la policía, y las fuerzas de seguridad intentaron contener a los hombres de Max, lo que llevó a un intercambio de disparos.

Encontraron a Franco en una habitación pequeña, sedado, atado a una cama, su rostro estaba pálido, sus ojos cerrados, pero incluso en ese estado, su ceño estaba fruncido, como si luchara contra el peso de la medicación.

—¡Cúbranme!—Gritó Max mientras dos de sus hombres comenzaban a desatar al Alfa.

Un disparo atravesó el aire, impactando en el brazo de Max, este gruñó de dolor, pero no detuvo sus movimientos.

—¡Muévanse, ahora! —Ordenó, llevándose una mano al brazo herido mientras sus hombres cargaban a Franco fuera de la habitación.

La retirada fue igual de violenta, pero finalmente lograron llegar al jet privado.

Max se dejó caer en un asiento, presionando una venda improvisada contra su herida mientras Franco yacía en una camilla cercana, aún inconsciente.


Cuando Franco despertó, lo primero que sintió fue el balanceo del jet, abrió los ojos lentamente, sus pupilas enfocándose en el interior desconocido.

—¿Dónde estoy? —Su voz era ronca, casi un gruñido.

Max, sentado frente a él, lo observó con calma.

—Estamos yendo a Berlín.

Franco lo miró, confundido, y luego su expresión se oscureció.

—¿Quién sos vos? ¿Me van a encerrar en un psiquiátrico en Alemania?

El tono agresivo del Alfa iba en aumento, y pronto comenzó a forcejear contra las correas que lo mantenían sujeto.

—¡Déjenme en paz! ¡Lo único que necesito es buscar a mi Omega!

—No es necesario que busques a tu Omega.—Dijo Max, manteniéndose firme mientras Franco intentaba liberarse.

—¡Dejen de decir eso!—Rugió Franco, su voz estaba llena de desesperación.

—¡Él está vivo! ¡Lo siento en mi pecho! ¡No voy a parar hasta encontrarlo!

Max tomó aire, ni una vida entera seria suficiente para reparar el daño que causó... Ojalá Checo estuviera aquí, él le habría dicho que hacer.

—Lo sé, Franco, sé que Pablo está vivo.

Franco se quedó inmóvil, su respiración era entrecortada, como si las palabras de Max lo hubieran golpeado físicamente.

—¿Qué…? —Su voz era un susurro, lleno de incredulidad, dolor, amargura... Y esperanza.

Max se inclinó hacia adelante, mirándolo a los ojos.

—Te estoy llevando con él en este momento.

Por primera vez en mucho tiempo, Franco no supo qué decir, simplemente se quedó allí, mirándolo, mientras las palabras se hundían en su mente.

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