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Día 7: Chicago 1920

A principios del siglo XX, entró en vigor la 18ª enmienda en la Constitución de los Estados Unidos (más conocida como "la ley seca") que prohibía la fabricación, transporte y venta de bebidas alcohólicas en todo el país.

Sin embargo, la medida no produjo un descenso en el consumo de alcohol sino todo lo contrario y surgió un comercio ilegal con un gran número de bares clandestinos.

Las mafias pronto se hicieron con el monopolio del mercado de contrabando.

Las luchas contra ellas eran encarnizadas y sangrientas y pocos eran los agentes de la ley que se mantenían firmes en su labor ante los sobornos y los chantajes de estas organizaciones criminales.

Uno de ellos se llamaba Luka Couffaine... y ésta es su historia...

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7 de mayo de 1920, Chicago

Un joven de cabellos azabache e intensos ojos azules repasaba en el pequeño salón de su apartamento el informe de la última redada contra la familia Rossi. Un clan de origen napolitano que se habían establecido en la ciudad de los vientos hacia unos años, trayendo consigo a una parte considerable de "La Cosa Nostra" italiana, atraídos por el auge en el negocio del contrabando de alcohol en todo el país.

Eran claros rivales de Al Capone, el otro jefe mafioso instalado en la gran ciudad, y las peleas entre ambos grupos habían sido constantes por la lucha de poder e influencias en todos los barrios chicagüenses.

No obstante, últimamente parecían haber llegado a algún tipo de acuerdo con tal de hacer frente a las implacables operaciones que el agente de polícia Luka Couffaine dirigía contra ellos; haciéndoles perder importantes sumas de dinero al incautar y quemar todo el alcohol requisado tras las detenciones de sus hombres en el transporte clandestino del producto.

En la jefatura de policía todo el mundo aplaudía orgulloso su ardua y eficaz labor; sin embargo, Luka no se sentía así en absoluto.

Sabía que muchos de los que lo felicitaban, en realidad, era unos hipócritas que tenían tratos con la mafia aunque careciera de pruebas para incriminarlos. Sabía que la mafia extorsionaba y amenazaba a los pobres taberneros de la ciudad para obligarles a vender su alcohol de contrabando. Sabía que, a pesar del éxito en sus redadas, todavía estaba muy lejos de derrotar a los Rossi y Al Capone. Y sabía que, mientras esa guerra continuase, seguiría sin poder ver a su hermana y a su madre.

Su padre hacia tiempo que había muerto en acto de servicio y cuando decidió seguir los pasos de su progenitor como agente de la ley, era consciente que su familia corría un grave peligro.

No era ningún secreto que la mafia solía cobrarse las afrentas que sufría con las vidas de los allegados de sus enemigos y Luka nunca dejaría de recordarles a esa banda de delincuentes que la ciudad no les pertenecía. Así que tuvo que convencer a Juleka y Anarka Couffaine para que se marcharan del país yéndose a vivir a París, mientras él se quedaba en Chicago combatiendo contra el crimen.

El final del informe concluía con un enorme y majestuoso sello que rezaba: operación realizada con éxito.

"Nada más lejos de la verdad" pensó desanimado el joven Couffaine, pues en esa misma intervención, dos de sus mejores hombres habían perdido la vida.

Él fue personalmente al funeral para dar el pésame a sus familiares y las palabras de la madre de uno de ellos aún resonaban en su cabeza una y otra vez:

<<¿Ha servido de algo que mi hijo muera, agente Couffaine?¿Has logrado obtener las pruebas necesarias para encerrar a los Rossi y Al Capone en la cárcel?¿A partir de ahora podremos salir a la calle sin el miedo a ser tiroteados como si fuéramos basura solamente por estar en el lugar y en el momento más inoportuno?¿O realmente mi hijo ha muerto por nada?>>

No pudo responder a las preguntas de la mujer y ésta cayó de rodillas al suelo en un mar de lágrimas al darse cuenta de la cruda realidad.

El recuerdo de aquella imagen aún lo atormentaba y mientras se recostaba en el sofá apesadumbrado llamaron a su puerta.

No esperaba a nadie, así que debía andarse con pies de plomo.

Tomó el revólver que siempre llevaba enfundado en su cartuchera y caminó sin hacer el menor ruido hacia la entrada del apartamento. Una vez allí, contuvo el aliento mientras miraba por la mirilla para saber de quien se trataba. Desgraciadamente, el individuo iba encapuchado y no podía distinguirlo con claridad, aunque por su figura intuía que bajo esos ropajes se ocultaba una mujer.

–Agente Couffaine, ábrame por favor –musitó la fémina confirmando las sospechas de éste–. Tengo información muy importante sobre la familia Rossi que debería conocer.

Sin duda, aquello captó el interés de Luka.

–¿Quién eres? –le preguntó desde el otro lado de la puerta.
–No puedo decir mi nombre aquí –susurró ella–. Si quiere la información tendrá que dejarme pasar.
–¿Y cómo me fío de usted?
–Vengo desarmada –mostrando sus manos abiertamente– y le aseguro que estoy sola.

Luka abrió un poco el resquicio de la puerta y, tras confirmar que no había nadie en el pasillo, la dejó entrar en el apartamento aunque con el revólver todavía en su mano y sin bajar nunca la guardia.

La mujer paseó tranquilamente por el lugar y cuando finalmente llegó al salón se desprendió de su abrigo revelando su verdadera identidad.

–Lila Rossi –murmuró entre dientes el agente mientras le apuntaba nuevamente con el arma.
–Agente Luka Couffaine –dijo a su vez con una sonrisa encantadora–. Las habladurías no le hacen justicia, eres mucho más guapo de lo que se rumorea por la ciudad –añadió meneando su suave y deslumbrante melena castaña de forma presumida.
–Dame una buena razón para no arrestarte y llevarte a la comisaría ahora mismo –le dijo mirándola con seriedad e ignorando el comentario anterior.
–Podría darte muchos Couffaine... el primero es que no puedes incriminarme en nada ilegal así que me soltarían a las pocas horas. La otra es que te arriesgas a que haya una auténtica masacre en la jefatura de policía si me llevas allí esposada y, por último, que no podrás desmantelar la organización de mi familia si me tratas con tan poca delicadeza.
–¿Desmantelar a tu familia? –cuestionó receloso–. ¿Estarías dispuesta a traicionarlos?¿Por qué harías algo así?¿En qué te beneficia?

Ella comenzó a caminar moviendo sus caderas en una actitud provocadora hacia el azabache y, una vez frente a él, acarició el fornido pecho de Luka con deseo haciendo que éste se tensara incómodo ante su tacto.

–Yo no elegí la familia en la que me tocó nacer y no quiero ser la heredera de un imperio lleno de sangre –le dijo mirándolo a los ojos–. La única forma que tengo de limpiar mi nombre y ser libre para hacer lo que realmente anhelo es arruinar el negocio de mi padre y, para eso, necesito su ayuda... si es que aún ansia meter en la cárcel a Valentino Rossi tanto como alardea en los medios de comunicación, agente Couffaine.

Luka sabía que no podía fiarse del todo de aquella mujer pero si existía una posibilidad, por mínima que fuera, de apresar a ese bastardo y acabar con su maldita organización debía de arriesgarse por todos los hombres nobles que habían dado su vida por la justicia.

–Está bien Rossi –aceptó el azabache–. Si tienes algo de interés que me ayude a encerrar a tu padre... soy todo oídos.
–Te lo contaré todo pero, por favor, llámame Lila –parpadeando un par de veces sus hermosos ojos esmeralda de manera coqueta.

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Unos días después...

Luka se dirigía al punto de encuentro donde, según la Rossi, se llevaría a cabo una importante reunión clandestina entre su padre y Al Capone para negociar el reparto de territorio en la zona sureste de la ciudad.

No obstante, su intuición le advertía encarecidamente que desconfiara de Lila.

Había algo en ella que no le gustaba. No desde el punto de vista físico, porque obviamente era una mujer muy hermosa que se le insinuó descaradamente en su apartamento y tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no caer presa de sus indudables encantos, sino que percibió cierta oscuridad en el tono de su voz y eso le daba un mal presagio.

Esa fue la principal razón por la cual decidió ir sólo en busca de pruebas que relacionasen a los dos capos de la mafia. Llegaría al lugar, se escondería entre las estructuras del muelle de la Armada esperando a que aparecieran y les tomaría algunas fotografías. Si lo conseguía, entonces comenzaría a considerar las palabras y las intenciones de la italiana como honorables.

Finalmente llegó a su destino y aparcó su auto en un sitio apartado.

Con el revólver en mano y la cámara cargada a un costado, se adentró sigilosamente en la zona de carga y descarga de mercancías. Sin embargo, a los pocos minutos escuchó a lo lejos los gritos y los llantos de una mujer. Preocupado por lo que pudiera estar pasando, Luka corrió en dirección de los sollozos y lo que vio lo dejó petrificado.

–¡Maldita zorra! –exclamó la mano derecha de Valentino Rossi–. ¡¿Cómo te atreves a traicionar a la familia viéndote con ese cabrón de Luka Couffaine?!
–Yo-yo... no-no sé de-de lo que estás ha-hablando Giancarlo –balbuceó la castaña nerviosa.
–¡¿Encima tienes la desfachatez de negarlo?! –bramó el hombre colérico–.¡Los hombres de Al Capone te vieron el otro día entrando en su jodido apartamento, Lila! –gritó echándole en cara un montón de instantáneas que demostraban los hechos–. ¿Te puedes imaginar la vergüenza que sintió tu padre cuando Al Capone le enseñó estas fotografías? Sólo hay una forma de limpiar el nombre de los Rossi... y tengo una orden muy clara del cabeza de familia –alzando su arma para apuntar a la cabeza a la joven.
–¡No, por favor! –suplicó Lila con lágrimas en los ojos–. Giancarlo, te lo ruego.
–Haberlo pensado antes, estúpida malcriada –murmuró con odio moviendo lentamente su dedo para apretar el gatillo a la vez que la Rossi agachaba la cabeza completamente aterrada.

Luka contempló la escena atónito.

La italiana había sido sincera con él, la habían descubierto y ahora se encontraba en una situación de vida o muerte. No podía creer que Valentino Rossi fuera capaz de hacerle algo así a su propia hija sólo por hablar con él, debía salvarla a cómo diera lugar.

Así que, sin pensar mucho en las consecuencias de sus acciones, salió de su escondite y apuntó al hombre que amenazaba a la castaña dándole de pleno en la cabeza. Desgraciadamente, los demás secuaces del tal Giancarlo respondieron rápidamente a su ataque y pronto tuvo en el cuerpo un par de heridas de bala, una de ellas perforándole uno de sus pulmones que comenzó a llenársele de sangre originando una gran hemorragia interna.

Mientras caía al suelo mortalmente herido, pudo ver como Lila alzaba su mano ordenando a los hombres que se detuvieran, quienes le obedecieron de inmediato dejando al Couffaine estupefacto.

La mujer se levantó del frío pavimento con una gracia y una elegancia digna de una dama y comenzó a retocarse el maquillaje alterado por las falsas lágrimas que había derramado como si todo aquello no fuese con ella. Una vez que comprobó en su pequeño espejo de mano que todo estuviera perfectamente arreglado, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta y le dirigió una mirada indulgente a Luka que aún se encontraba tirado en el suelo a unos metros de distancia.

Caminó hacia él bajo la atenta mirada de sus hombres y, cuando llegó finalmente a su vera, le dijo con la misma sonrisa encantadora que le dedicó cuando se conocieron:

–Como cualquier hombre honrado y respetable, no puedes evitar salvar a una mujer en apuros agente Couffaine.
–¡Maldita seas! Siempre supe que no podía confiar en ti –le espetó mientras tosía para escupir la sangre que se le acumulaba en su boca.
–Al menos has sido precavido al no traer a nadie contigo, pero no importa... tú siempre fuiste mi principal objetivo.
–No hay duda que Valentino Rossi tiene una heredera a su altura.
–¡Gracias! –exclamó la castaña jovial.
–No era un cumplido –le recriminó con odio.

No obstante, Lila continuó mirándolo sin perder su sonrisa.

–Sabes Couffaine... muy pocas veces suelo decir lo que verdaderamente pienso pero, aquel día, no mentí cuando te dije que eras muy guapo –le susurró Lila mientras el agente cerraba los ojos al notar cómo la vida empezaba a abandonar su cuerpo–. Realmente me gustas muchísimo y estoy segura que hubieses sido un amante increíble pero, lamentablemente, tuviste que elegir el bando equivocado y te convertiste en un problema que era necesario eliminar.

El joven percibió las manos de la italiana acunando dulcemente su rostro y, en el momento más inesperado, sus cálidos labios besaron apasionadamente los suyos totalmente inertes, sin fuerzas ni siquiera para rechazarla.

–Es una lástima mi hermoso Luka... –musitó apoyando su frente contra la de él al finalizar su beso–. Lo hubiéramos pasado tan bien juntos pero... los negocios son los negocios. ¿Lo entiendes, verdad?

Sin embargo, el azabache permaneció inmóvil (pues ya le faltaba poco para sumirse en su perpetuo letargo) y su último deseo antes de dejarse llevar definitivamente por la muerte fue que hubiera alguien con el valor necesario para continuar su legado y poner entre rejas a esa pérfida mujer y a toda su organización de crueles asesinos con el fin de que el mundo fuera un lugar más seguro para su hermana y su madre.

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