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Día 1: Piratería

–¡Adelante camadaras! –exclamó Anarka Couffaine, más conocida por su alias de capitana Hardrock, enarbolando su espada hacia su tripulación desde el puesto de mando del Liberty–. ¡Saquead todo lo que podáis! Y si algún ingenuo se cruza por vuestro camino haciéndose el héroe ya sabéis qué hacer... ¡No quiero prisioneros!

Todos los hombres gritaron enaltecidos por las palabras de su líder y descendieron en tropel del famoso barco pirata hacia la mítica ciudad portuaria de Le Rochelle dispuestos a acatar los deseos de su capitana. La mayor pirata que había surcado los mares del Atlántico y cuyo nombre era temido por todos los marineros honrados que navegaban por sus mismas aguas.

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–¡Señorita, lo que pretende es una locura! –chilló preocupado el mayordomo de la familia hacia la joven heredera de los Bourgeois.
–Soy la hija del gobernador Jean Pascal –le recordó mirándole con severidad–. Y la capitana Hardrock acaba de atracar en el puerto de la ciudad en ausencia de mi padre y su guardia personal –comentó a la vez que se ponía las ropas de una simple sirvienta–. No pienso quedarme en casa de brazos cruzados esperando a que esos energúmenos vengan aquí y me secuestren como si fuera un vulgar trofeo.

Una vez vestida pensó en quitarse el collar de su fallecida madre para guardarlo en un lugar seguro. Pero tan sólo separarse de él le partía el alma. Así que lo ocultó con esmero entre sus ropajes para que no quedara a la vista.

La rubia salió de su habitación en dirección a la entrada principal de la mansión.

–Pero señorita, ¡salir a la calle en pleno ataque pirata no es lo más sensato! –exclamó mientras la seguía apresuradamente intentado hacerla entrar en razón–. Aunque vaya disfrazada de una sencilla doncella esos maleantes podrían hacerle algo terrible. ¡Esa gente no tiene honor! –gritó desesperado.
–No te preocupes Jean Paul –le dijo mientras tomaba un puñal y se lo anudaba al muslo mediante una correa–. Me protegeré a mí misma –constató con arrogancia–. Te aseguro que ninguno de esos bárbaros llegará a ponerme la mano encima.

La muchacha abrió la puerta de la casa y corrió a lo largo de la avenida con decisión mientras el pobre Jean Patrick empezaba a sudar abundantemente temiéndose lo peor. Pues si algo le pasaba a la hija del gobernador, él ya podía considerarse hombre muerto.

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Minutos después...

Chloé se adentraba por las calles de la ciudad intentando pasar desapercibida y, de momento, lo estaba consiguiendo con éxito.

El caos que había generado el desembarco de los piratas había provocado la histeria colectiva entre los lugareños que corrían despavoridos hacia todas direcciones y nadie se molestaba en prestarle la más mínima atención.

La joven Bourgeois vio a lo lejos cómo los piratas se acercaban a su ubicación. Tenía dos alternativas: correr incesantemente mientras durase el motín o buscar un lugar seguro donde ocultarse hasta que pasase el peligro.

Inclinándose por la segunda opción, echó un rápido vistazo a su alrededor y, enseguida, localizó una pequeña caseta de madera discreta y algo maltrecha al lado de una panadería que no atraería el interés de aquellos rufianes. Así que, sin pensárselo dos veces, se dirigió allí y se metió en su interior intentado no hacer ni el menor ruido.

A los pocos minutos, los piratas llegaron al lugar y varios de ellos se metieron en los edificios cercanos saqueando y asesinando sin compasión a los pobres rezagados.

Chloé apretó los puños enfurecida. Una parte de ella ardía en deseos de vengar a todas aquellas personas ante esos infames pero era consciente de que si salía de su escondite compartiría la misma suerte que esos desdichados, pues los piratas eran demasiado numerosos y ella carecía de experiencia en una lucha real cuerpo a cuerpo.

Un par de esos corsarios se plantaron en medio de la plaza.

Eran un hombre y una mujer que fácilmente tendrían su misma edad. Los dos tenían el pelo azabache aunque existían claras diferencias entre ambos dado que la chica poseía las puntas de su cabello de color morado y los ojos marrones con un ligero tono rojizo, mientras que en el muchacho el acabado de su cabello era azulado al igual que sus ojos.

Los dos estuvieron un rato hablando y, por la forma en que los demás bucaneros se dirigían a ellos, parecían tener una posición elevada dentro de la jerarquía pirata.

La Bourgeois observó al joven pirata más detenidamente.

No era el arquetipo de filibustero que se había imaginado cuando su padre le describía aquella gente cuyo único objetivo en su vida era entregarse al libertinaje y a la pillería. Según el patriarca de los Bourgeois, solían ser hombres mayores llenos de cicatrices y mutilaciones como consecuencia de sus innumerables batallas y que les otorgaban un aspecto deforme. Pero ese azabache que se hallaba a unos metros frente a ella era realmente atractivo... y la aristócrata no pudo evitar ruborizarse al contemplarlo sin ningún tipo de pudor.

Tan hipnotizada se sentía por la hermosura del joven, que se inclinó de forma inconsciente hacia la puerta para admirarlo mejor y provocó que la puerta emitiera un fuerte crujido al apoyarse en ella, llamando inmediatamente la atención de ambos corsarios.

Dándose cuenta de su error, retrocedió de manera instintiva y se encogió haciéndose un ovillo rogando por que los jóvenes piratas pensaran que había sido un ruido sin la menor importancia.

–Adelántate Juleka, yo me reuniré enseguida con vosotros.
–Está bien, pero ten cuidado hermano.

"Hermano..." pensó la rubia aliviada. No sabía por qué... pero conocer el parentesco que existía entre ellos le producía cierta satisfacción.

Oyó como unos pasos se alejaban, seguramente pertenecientes a la hermana llamada Juleka. Pero lo que realmente consiguió ponerle los nervios de punta fue aquel andar tranquilo y sosegado que, poco a poco, se dirigía a su encuentro y, al abrirse la puerta con un fuerte estruendo, el corazón se le paralizó al ver cómo aquel atractivo pirata la escudriñaba atentamente con la mirada.

Permanecieron un largo rato mirándose el uno al otro sin hacer absolutamente nada hasta que Chloé, incapaz de soportar la situación por más tiempo, actuó como haría cualquier joven desvalida para que el corsario se apiadara de ella:

–Por favor, no me haga daño... no tengo nada que ofrecer.
–¿Sabes? No es buena idea mentirle a un pirata –alzando una ceja con una sonrisa picaresca.
–¿Eh? –mirándolo sin comprender.
–Aunque te vistas como una inocente sirvienta está claro que perteneces a la más alta aristocracia y, por lo tanto, tienes mucho que ofrecer –le explicó con calma.

La rubia se sorprendió por su capacidad de deducción. Nadie en toda la ciudad se había percatado de su verdadero estatus social, pero él lo había descubierto en el acto.

–¿Cómo lo has sabido? –le preguntó impresionada.
–Tienes las manos suaves y delicadas, la piel blanca y fina, hueles a perfume caro y el cabello te resplandece como los rayos del sol... Obviamente no eres una chica cualquiera –le dijo acercándose a ella.

No obstante, Chloé por instinto sacó el puñal que tenía oculto en el cinto y lo alzó de forma amenazante hacia el azabache:

–¡No des un paso más! –le ordenó con las manos temblorosas–. ¡No me obligues a atacarte!
–Anda suelta eso antes de que te hagas daño –le dijo éste con indulgencia soltando una sonora carcajada–. Dudo mucho que sepas cómo se utiliza.
–¡He recibido clases de defensa personal! –le espetó indignada.
–¿Y a cuántos piratas has logrado matar gracias a esas clases? –preguntó el otro con curiosidad, aunque sabía de sobras la respuesta.

Chloé permaneció callada claramente avergonzada. Lo cierto era que nunca había tenido la necesidad de enfrentarse a alguien. La guardia de su padre siempre la protegía de cualquier maleante.

–Ninguna lección te prepara para la vida real, sobretodo para alguien de tu clase –le dijo sin el menor temor a pesar de estar siendo amenazado por una daga–. Yo tengo mucha más experiencia que tú. Así que, créeme... no tienes nada que hacer contra mí –entrecerrando los ojos con diversión en su mirada.
–Aún así, no dejaré que me lleves a ningún lado –sin bajar el arma–. Prefiero morir, a ser la prisionera de un pirata.
–¡Vaya, una mujer con coraje y principios! –exclamó sorprendido–. Esto sí que no me lo esperaba...

El joven le dedicó una sonrisa encantadora y, antes de que la Bourgeois supiera lo que había pasado, le hizo una llave que obligó a la chica a soltar el puñal con un alarido de dolor.

Él inmediatamente recogió el arma del suelo y sin dejar de sonreír le preguntó:

–¿Cuál es tu nombre?
–¡Qué importa eso! –sobándose la muñeca dolorida.
–Tendré que saber cómo se llama mi prisionera, ¿no?
–Por esa regla yo también tendría que saber cómo se llama mi captor.

El azabache se rió ante la osadía de la rubia.

–Está bien, tú ganas... –asintiendo con la cabeza–. Mi nombre es Luka. ¿Y el tuyo?
–Chloé –le respondió mirándolo recelosa.
–Chloé... –susurró ensimismado–. Es un nombre muy bonito.
–¡Lukaaaa! –gritaron desde el exterior de la caseta–. ¿Dónde estás?¡Tenemos que irnos ya!¡Se acerca la armada por el norte y mamá ha ordenado la retirada!

El joven ladeó la cabeza al escuchar la voz de su hermana llamándolo con impaciencia.

–¡¿Mamá?! –exclamó atónita Chloé–. ¡¿Eres hijo de la capitana Hardrock?!
–Así es linda –admitió él–. Mi nombre completo es Luka Couffaine, hijo de Anarka Couffaine... más conocida como la capitana Hardrock.

Chloé lo miró anonadada. ¿Cómo era posible que el hombre más guapo que había visto en su vida fuera el hijo del mayor enemigo de su padre?

El Couffaine por su parte volvió a centrar su mirada en Chloé. Le gustaba esa chica... era osada y tenía carácter pero si se la llevaba con él, al ser una aristócrata de alta cuna, pondría en peligro a toda la tripulación del Liberty pues el ejército francés los perseguiría hasta el fin del mundo con tal de recuperarla. Eso sin contar que su madre no era una mujer a la cual le agradara recibir visitas inesperadas como aquella.

–Me temo que debo marcharme ya, mi querida Chloé –la muchacha parpadeó perpleja al oírle decir eso–. Pero antes de que nuestros caminos se separen...

Se acercó nuevamente a ella y, cuando estuvieron frente a frente, le robó un pequeño beso en los labios mientras desenganchaba con una habilidad innata el collar de oro perteneciente a su madre que había permanecido oculto entre las ropas de la rubia.

–Me quedo con ésto –mostrándole la joya ante el estupor de la Bourgeois por el beso tan cándido y dulce que había recibido– como recuerdo de tan hermosa dama –acabó diciendo guiñándole el ojo cómplice.

Chloé fue incapaz de replicarle nada y la última imagen que tuvo de Luka Couffaine fue ver cómo se colocaba el preciado colgante de su madre alrededor de su cuello mientras se marchaba a toda velocidad por la avenida en dirección al puerto seguido por su hermana y su fiel tripulación.

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🔹¿Habrá segunda parte? Sí.

🔹¿La estás escribiendo ya? En realidad, ya la tengo preparada.

🔹¿Mola? Eso no lo puedo decir yo pero... he fangirleando como una loca mientras lo escribía y es mucho más largo que éste 😆

🔹¿Lo publicarás pronto? Eso es un secreto de Estado. Sólo puedo decir que podría estar en cualquier día del calendario como Suicidio, Sangre, Fuego, Desamor... 😂

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