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LA TEMPORADA DEL PERRO NEGRO

La primavera de 1973 es infame entre los residentes de Farwood, el verano donde la generación de Gregor Kermin por fin saldría de la preparatoria. La tarde del 6 de abril era tranquila y cálida, las flores crecían con esplendor al lado de la acera y a lo largo de los casi interminables pastizales que rodeaban al pueblo.

Greg estaba montado en su bicicleta, camino a su hogar después de un arduo día de escuela. Ese día tuvo la mala suerte de salir más tarde de lo esperado de su escuela, el sol se ocultaba poco a poco detrás del horizonte y daba paso al brillo de las estrellas, las luces de mercurio que cubrían la calle y los tonos naranjas y purpuras del atardecer. A su izquierda, se encontraba el pastizal hacia el pequeño pueblo de Lake St. Joseph, el pasto alcanzaba hasta el ombligo de un hombre adulto y a él jamás le había gustado estar cerca de este.

Había algo en la forma que el pasto se movía esa tarde que atrapaba la atención de Greg, a tal punto que perdió la noción del camino y su bicicleta se tropezó con uno de los agujeros en el camino. De inmediato se fue al frente con toda la velocidad y fuerza que llevaba, sus brazos los coloco sobre su cabeza y se estrellaron muñecas primero contra el cálido y áspero pavimento. El crujir de sus huesos y la dolorosa sensación de su piel desprendiéndose fueron acompañados de un llanto casi silencioso de dolor.

—¡Mierda! — Greg seguía plantado en el suelo, poco a poco intentaba recuperar su postura. No era tarea fácil con ambas manos lastimadas y sus piernas enredadas con la bicicleta. El dolor se intensificaba con cada momento que su adrenalina se bajaba y, cuando pudo poner atención a sus alrededores, noto un zumbido.

No muy lejano, constante y molesto, levantó la mirada para intentar ver de dónde provenía. La calle estaba solitaria en ese momento, y solo había un par de polillas cerca de las lámparas de mercurio. Se dio cuenta que el sonido venia del pastizal.

"Maldita sea, mosquitos", le cruzo la mente el pensamiento. Pronto se dio cuenta de un sonido más sofocado por el zumbido, los llantos de un perro.

Llantos de dolor, de un animal que pide muerte con las pocas fuerzas que le quedan.

Un animal que cada vez está más cerca.

Greg se colocó de pie poco a poco mientras intentaba sacar sus piernas de la bicicleta usando hasta donde podía sus manos. Se podía ver como el pasto se dividía por donde se arrastraba el animal.

Cada vez era más fuerte el zumbido.

Cada vez era más fuerte el llanto.

No quería continuar ahí, Greg sabía que no debía toparse cara a cara con ese animal, por algún instinto profundo lo tenía claro. Cuando por fin pudo ponerse de pie, levanto su bicicleta y la intentó montar, pero el dolor en sus manos le impedía tomar el manubrio.

El terrible aroma a alquitrán y carne podrida invadieron su nariz.

Ya no podía aguantar más ese lugar, sujetó con su antebrazo la bicicleta y empezó a trotar lo más lejos que pudo, solo viendo hacia atrás para revisar que nada lo siguiera.

Ahí estaba, muy apenas su cabeza fuera del pastizal mirando directamente a Greg mientras se alejaba. Un pequeño perro de color negro rodeado de moscas.

La noche ya caía sobre el pueblo, los grillos y chicharras cantaban junto a la brisa de primavera que refrescaba un poco a Greg, él sentía que sus piernas no podían más después de trotar por casi 30 minutos para dejar atrás al perro.

Su mente divagaba en la sensación que sentía cuando se acercaba el animal. Desde la forma en la que su espalda se tensó, sus cabellos se erizaban y el enorme vacío y tristeza que sentía entre más se acercaba. ¿Qué era eso?, ¿Por qué se fijó tanto en él? Lo único que lo calmaba un poco era el ver su hogar con las luces encendidas.

Su madre lo recibió con un abrazo al inicio, pero se detuvo al ver sus muñecas lastimadas y ensangrentadas.

—Gregor, ¿¡Qué es lo que ocurrió!? — tomó uno de los trapos húmedos de la cocina y limpió con cuidado las quemaduras de su hijo. Greg intentaba aguantar el dolor mientras le explicaba a su madre lo que ocurrió.

—Solo no me fijé en un bache en la calle y me fui cara primero contra el suelo. No es la gran cosa.

En ningún momento pudo verla a los ojos y su hermano, Fredric, podía notar que algo estaba mal.

—¿Aun quieres ir a tu fiesta con las manos así? — Su madre sonaba preocupada.

—Si, pero necesito que alguien me lleve...

—Yo lo hare —La voz de su hermano era un poco más gruesa que la suya, — te llevo y te recojo a eso de las 12.

El camino a la fiesta era por el norte de la ciudad, cerca del bosque de coníferas. La tierra ya estaba marcada por todos los autos que acababan de pasar por ahí. Algunos llevando trigo de la granja a la que ellos iban y, otros, llevando adolescentes que querían emborracharse para su fiesta de vacaciones primaverales.

Fred y Greg estuvieron en silencio por un rato, mientras que Jim Croce sonaba en la radio. Las ruedas pasando por encima de las piedras y el pasto causaban que el auto se meciera un poco.

—¿Quieres hablar de lo que pasó? — Fred preguntó en un tono bajo a su hermano.

—Uh... ya les dije que pasó.

—Si, nos contaste una versión, pero te conozco muy bien, ¿Qué es lo que pasó? — Greg comenzó a sudar un poco con la pregunta, sus manos temblando ligeramente.

—Mira... me tope a un perro por los pastos de Lake St. Joseph, y no estoy seguro de cómo explicarlo, pero...

—Era un perro negro que solo estaba chillando — Greg giro su mirada a su hermano, completamente estupefacto. —Lo vi esta mañana cuando regresaba de Maurie Ville.

—¿Entonces sabes qué es eso? — Su hermano se quedó callado un momento.

—No estoy del todo seguro, pero según lo que me contaron, es un augurio de mala suerte y advierte a quien lo vea de algo. Así que, ten cuidado y cualquier cosa, — Fred detuvo el auto en la cochera de la granja, — sal corriendo de aquí.

El sonido de Creedence Clearwater Revival estaba a todo volumen mientras que las personas adentro de la casa hacían su alboroto, el olor de marihuana, tabaco y alcohol acaparaba todos los alrededores de la casa. Cerca de la casa se encontraba una pequeña apertura con un fogatero en el centro, donde se veían algunos de los amigos de Greg sentados, platicando y tomando. Greg bajó del auto y se despidió de su hermano antes de ir con sus amigos.

—¡Miren quien llegó! — Thomas Felb era el dueño de la granja y quería aprovechar que sus padres no estarían ahí por unos días. Recibió con un apretón de manos a Greg y le dio una cerveza.

—El hijo prodigo llegó — Marceline Kebot era amiga de ellos desde hace unos 3 años y parecía ser la única mujer en todo Farwood con la que se podía hablar de manera sensata.

—¿Y eso que están solos en esta fogata?

—Nos hartamos un poco de todas las personas que había dentro y decidimos venir por un poco de aire fresco entre amigos — Respondió Tom. —Eso y tenemos que contrarrestar el aroma del humo con nuestro propio humo.

—¿Y cómo se supone que esto va a quitar el olor de adentro?

—Muy buena pregunta, Gregor — Hubo un silencio en medio de todos. —No tengo ni la más mínima idea.

Greg y Marci no pudieron evitar reírse. El calor de la fogata, de la cerveza en su estómago y de la mano de Marci cerca de la suya hacían que su estancia afuera más cálida que la casa.

Cuando Tom se puso de pie para ir por más cervezas, Marci estaba mirando las muñecas de Greg.

—¿Cómo carajos te distraes con el pasto?

—Pues, la tarde estaba preciosa y no podía quitarle la mirada de encima — Greg no dejaba de ver a Marci. Ella levantó un poco la mirada, lo suficientemente lento para darle la oportunidad a Greg de mirar a otro lado.

—Te pudiste romper ambas muñecas.

—Lo sé, pero no lo hice — Marci levantó la mano de ambos y las pegó.

—Y si te hubieras arrancado la mano... — Entrelazaron sus dedos, —¿Cómo se supone que haríamos esto? — El corazón de Greg empezó a latir con fuerza, no era la primera vez que las cosas terminaban así entre los dos, pero él ya quería una respuesta.

—¿T-tienes algún plan la próxima semana?

—Realmente no, ¿Te gustaría hacer algo...?

La idea le encantaba a Greg y claramente a ella también, sus miradas se quedaron estáticas por un momento con el brillo de esperanza plasmado en ellos. El chasquido de la fogata era reconfortante, a diferencia del zumbido que se escuchaba desde el campo enseguida de ellos.

Y el chillido de perro era muy difícil de ignorar.

Greg se dio la vuelta en dirección del sonido, seguido de Marci.

—Tenemos que irnos — él se puso de pie sin perder ni un segundo, Marci estaba confundida con lo que ocurría.

—Greg, ¿qué diablos haces?

—Confía en mí, no es buena... —El pasto se movía cerca de ellos, el llanto y el sonido de decenas de moscas volando alrededor de un desagradable aroma se volvió más fuerte. Marci se puso de pie, sintiendo un vacío profundo en el estómago, dando pasos lentos para atrás.

—Chicos... — Fred se encontraba atrás de ellos con un par de botellas extra, —¿Qué mierda es eso?

Iluminado tenuemente por las llamas de la fogata, entre los verdes tonos de la pastura, salió poco a poco un pequeño perro de raza mixta, cubierto de cabeza a cola de alquitrán, sus piernas traseras arrastrándose y en su cuello un alambre de púas estaba fuertemente enredado, causándole un tono rojo en las heridas expuestas. Gusanos y moscas se arrastraban por el perro, el alquitrán que lo cubría parecía no afectarles. Detrás de él, se extendía el alambre como si cargara con un pequeño poste.

Los muchachos comenzaron a retroceder, excepto por Tom.

—Muchachos, traigan toallas y aceite, ¡Ahora! —Tom se inclinó para tomar el perro.

—¡Thomas, no lo toques!

—Luego discutimos la higiene de esto, primero tenemos que- ¡AH! — En el momento que Tom se acercó al pequeño perro, este mordió la punta de su bota, perforándola hasta que su diente topo con el hueso del pie. Tom comenzó a gritar de horror y dolor mientras que el pequeño perro negro lo arrastraba hacia la casa. Cuando el pequeño perro salió del pastizal por fin se vio que arrastraba con el alambre: un palpitante corazón. Marci no perdió el tiempo y arremetió con un pisotón contra el perro, pero es como si hubiera pisado una piedra pegajosa, ya que no solo el perro ignoró el ser aplastado, sino que la zapatilla de ella había quedado petrificada en el pelaje sucio del animal. Cada vez que el perro tiraba del pie, Tom gritaba más en dolor, sentir como su hueso raspaba contra el diente y la piel era estirada bajo tal fuerza era casi insoportable.

Greg tomo con fuerza las manos de Tom y comenzó a tirar para liberarlo de las fauces del animal. Sus muñecas le ardían al hacerlo y los gritos de desesperación de Tom causaron que toda la gente de la fiesta empezara a salir del lugar.

Era una parálisis colectiva, nadie intentaba hacer algo mientras veían con horror como aquel animal se metía dentro de las llamas vivas de la fogata.

—¡POR FAVOR, AYUDENME!

Greg no paraba de tirar, pero era incuantificable la fuerza que tenía la pequeña criatura, la cual empezó a descender por la fogata.

—¡NO NO NO, GREG NO DEJES QUE ME LLEVE!

—¡Eso intento!

Otro tiro, el pie de Tom entró a la fogata. Los gritos de horror se esparcieron entre todos, empezaron a correr, llorar y clamar a Dios, dejando a Greg solo en el esfuerzo. Marci estaba paralizada del miedo mientras veía las llamas extenderse a los pantalones de Tom.

Era casi como un trance, el sentir como sus venas reventaban por el calor, como su piel se fusionaba con su ropa, el tiro que rompió sus piernas y el calor tan insoportable al cual era arrastrado. Tom perdía conciencia y solo podía notar la cara de terror absoluto de sus amigos mientras los leños llameantes terminaban de cubrir su visión.

Marci abrazó con fuerza a Greg mientras veían como Tom desaparecía dentro de la fogata, hundiéndose por completo en las cenizas que se formaron.

Podía sentir las lágrimas correr por sus ojos, el dolor de sus manos era nada comparado con el sentimiento de vacío despótico en su interior. En realidad, no se dio cuenta cuando llegaron las patrullas, en qué momento lo interrogaron o cuando llegó a su hogar. Su mirada seguía fija en un solo punto, perdida en el espacio.

—Por favor, di algo — Distinguió la voz de su madre en lo que parecía ser la lejanía, —por favor, tenemos que decirles algo a los señores Felb — la voz repentinamente se escuchaba cercana, parpadeó y giró su cabeza a la derecha, topándose cara a cara con el rostro en llanto de su madre.

—¿Q-qué han dicho los demás? —su voz estaba quebrada y en tono bajo.

—Dijeron que se arrojó al fuego y lo dejaron arder hasta que solo quedaron cenizas de él... — las arrugas en el rostro de su madre se pronunciaban en su expresión de tristeza, —Si hay algo que debamos saber, por favor dímelo.

—¿N-Nadie vio al p-perro?

La expresión de su madre cambió, drásticamente.

—¿A qué te refieres con perro?

—Un p-pequeño perro cubierto de alquitrán y un a-alambre de púas — la piel de su madre se volvía pálida al escuchar la descripción.

—¿Arrastraba las patas traseras? — Greg se quedó paralizado un momento, su madre lo tomó de los hombros y lo sacudió ligeramente. —Gregor, respóndeme con toda la verdad, ¿El animal arrastraba las patas traseras?

Gregor asintió.

Su madre lo soltó de inmediato y se hizo para atrás en shock. Fred se acercó a ella.

—Madre, ¿Qué ocurre? —Sin una sola palabra, ella se alejó de sus dos hijos y corrió al teléfono de la habitación. Desesperada, marco a un número de teléfono. Por unos momentos sonó el tono, hasta que alguien del otro lado contestó.

—¿Andrew? Soy yo, Nancy Kermin... Tenemos que hablar, lo de Norman es real.

—Me tienes que estar jodiendo... — La voz de Andrew por el teléfono exclamó, —Tenemos que sacarlos del pueblo, ya.

—Mi hijo, Fred, él sabe manejar. Podemos mandarlos lejos mientras vemos una forma de solucionar esto.

Fred y Gregor escuchaban con atención lo que su madre decía. De salir de ahí, de empacar sus cosas e ir a Lake St. Joseph.

—Mamá, ¿Qué diablos está pasando? — Nancy se dio la vuelta, pesimismo en su rostro.

—Tu padre cometió un error hace muchos años y ahora me toca arreglarlo — Los dos hermanos se vieron un momento.

—¿Qué necesitas que hagamos? — Preguntó Fred.

Las maletas de ambos estaban hechas, su madre los persignó a ambos, mientras terminaban de meterlas en la cajuela. Marci abrazaba con fuerza a su padre, dándole los mejores deseos y bendiciones que se le ocurrían. La noche era más oscura de lo normal, la calidez de la primavera parecía perdida en ese preciso momento.

—Manejen despacio, no se detengan por nada y cuidado con el camino.

—Lo haremos, mamá. Por favor, cuídate y nos hablas cuando todo esto termine — Fred siempre fue un chico de mamá, ahora dependía de ella más que nunca.

Mientras los 3 muchachos subían al auto, el zumbido lejano de decenas de moscas y el chillido de un perro arrastrando algo se escuchaba por la esquina de la cuadra. Los padres vieron a sus hijos, con un sentimiento de pésame gigantesco, sus hijos no deberían de sufrir por errores que cometieron de jóvenes y, aun así, lo hacen. Los muchachos arrancaron el auto y se dieron camino.

—¿Qué mierda debemos hacer? — Nancy preguntó.

—Tenemos que convencerlo de mostrarnos perdón...

—¿Y si eso falla?

Andrew desenfundó un revólver .32 de su bolsillo.

—Tendremos que esperar a que este plan B funcione.

Cuando por fin salió por debajo de la luz de mercurio, pequeño, escuálido y miserable, el pequeño perro se arrastró hacia ellos dos.

—¡Norman! — Grito Nancy, el perro levantó la mirada, —Por favor, queremos hablar contigo, enmendar los errores cometidos... — El perro se detuvo un momento, el corazón un poco más atrás de él, —Los errores que mi marido cometió.

—Los errores que yo cometí... —Dijo Andrew.

Risa.

Una risa resonante y amorfa comenzó a escucharse por todo el vecindario.

—Por favor, queremos que nuestros hijos vivan...

La risa se volvió más histérica y escandalosa.

—¡Norman, haz lo que quieras con nosotros, pero a ellos déjalos en paz!

La risa se detuvo, el animal miró fijamente a ambos.

—¿C ó m o d e j a r o n e n p a z a h u p? —Una voz infernal, llena de ira y sed profanó desde la boca del perro. Nancy y Andrew inmóviles al escuchar.

—"N o i m p o r t a e l t i e m p o , n o i m p o r t a e l c a m b i o.

M e q u i t a r o n a q u i e n a m a b a c o m o m i v i d a c u a n d o m á s l o q u e r í a.

Sin perder el tiempo, Andrew apunto su pistola al perro.

—L e s a r r e b a t a r e s u s a m o r e s, c u a n d o m á s l e s d u e l a

Y r e c o r d á n d o l e s e l p o r q u é d e t o d o...

El primer disparo aturdió a Nancy, el culetazo casi no movió a Andrew y la bala, a pesar de arrancarle parte del rostro al perro, parecía no afectarlo.

N i D i o s, n i e l d i a b l o l o s p o d r á n s a l v a r d e m i I r a ".

El Segundo disparo le arrancó una pata delantera, pero el animal no se movía. Nancy no paraba de pedir a gritos que se detuviera. La risa volvió, aún más potente que antes. Entonces Andrew decidió apuntar a otro lugar. El tercer disparo hizo explotar el corazón que el perro arrastraba. En una nube de sangre y pedazos de carne se disipó, lentamente el perro se enmudeció. Y su cuerpo se convirtió en moscas que se disiparon en el aire.

—Eso... eso es todo —Andrew dio un suspiro de alivio y se agachó a consolar a Nancy.

Fred y Greg se encontraban en la parte delantera del auto, escuchando su disco favorito de Rolling Stones, el Honda era un auto muy cómodo para ellos, sus asientos de piel y sistema de sonido eran lo mejor para el viaje a Lake St. Joseph. Marci estaba sentada en la parte trasera del auto.

—Oye Greg, Cuando las cosas se calmen...

—Sí, yo sé lo que quieres preguntar. Ahora no es el momento, pero te digo que la respuesta es sí... — Greg pudo sentir como Marci tomaba su mano por atrás del asiento de copiloto, era un agarre firme y tierno. Fred no pudo evitar el verlos un momento y sonreír.

Pero la mosca que entro a su boca le cortó la alegría.

Y los centenares de ellas que entraron de golpe por las ventanas abiertas casi lo hacen perder el control. Greg soltó manotazos como le era posible, Marci se cubrió la cara y hacia su mejor esfuerzo por evitar que le entraran por la falda. Fred, por pura fuerza de voluntad, logró mantener el volante derecho y fue bajando cada vez más la velocidad para detenerse. Pero no se detuvo el auto, pasaron por encima de algo y Fred no pudo controlarlo más.

La cabeza le daba vueltas y su visión estaba borrosa. Greg sentía un frio insoportable en sus piernas, tenía el pecho y rostro cubierto en algo cálido. Mientras su visión se ajustaba, pudo notar que estaba de cabeza, que el vidrio frontal estaba roto y profundamente incrustado en su abdomen, partiéndolo casi a la mitad. Al mirar a su hermano, pudo ver la bolsa de aire fallida y la cabeza de su hermano violentamente aplastada contra el volante. Pero el cuerpo de Marci, retorcido y destrozado por el derrape en el pavimento, con sus brazos y piernas dislocados de forma tan burda y su cabello impidiéndole ver el rostro, que de verdad le hicieron entender lo que pasaba. Se dio un vistazo por el retrovisor, sus fuerzas abandonando su cuerpo. Ahí, pudo verlo.

Un pequeño perro, cubierto de alquitrán en medio del camino es lo que habían atropellado.

Y lo último que le regresó la mirada, antes de que todo se tornara negro.

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