22 - El Precio de la Paz
El chico regresó con las manos llenas y una sonrisa torcida en el rostro. Se dejó caer a mi lado, y mi cuerpo se inclinó hacia él involuntariamente. Con una precisión inquietante, comenzó a preparar el producto.
—¿Qué es eso? ¿Tiene algún nombre? —pregunté, curiosa.
—Esto... —levantó la bolsa transparente que contenía algo en su interior— es la cura para todos tus problemas. Pero cuidado, te va a gustar y querrás más. Se llama heroína. Aunque hay variedades, con todas puedes encontrar el cielo. Son fantásticas —me mostró una sonrisa de oreja a oreja.
Yo asentí, embobada.
—Sí —me devolvió una sonrisa torcida, asintiendo—. Cuando la vida te golpee de nuevo, sabrás dónde encontrarte, en tu cura.
Luego, sacó una pequeña cuchara metálica y colocó en ella una diminuta cantidad del polvo marrón claro que había extraído de la bolsa. Con un encendedor, calentó la parte inferior de la cuchara, manteniéndola firme mientras el polvo comenzaba a disolverse, formando un líquido espeso y ámbar. La llama parpadeaba, reflejándose en sus ojos con una luz temblorosa.
Cuando estuvo listo, tomó un pequeño filtro de algodón y lo dejó caer en la cuchara, sumergiéndolo en el líquido. Acto seguido, con una jeringa, succionó la sustancia a través del filtro, limpiándola de impurezas. El movimiento era fluido, casi mecánico, como si lo hubiera hecho miles de veces antes.
Después, sostuvo la jeringa en alto, golpeándola ligeramente con el dedo para asegurarse de que no hubiera burbujas de aire. Cada gesto era meticuloso, calculado. Apretó el émbolo un poco para expulsar una gota del líquido, asegurándose de que todo estuviera listo.
Tomó mi brazo, apretándolo justo por encima del codo para encontrar la vena. La piel se me erizó, un reflejo del pánico que trataba de sofocar. Pero no me moví.
—Respira hondo —dijo él—. Esto te llevará a otro lugar, lejos de todo.
Cerré los ojos, sintiendo el pinchazo de la aguja cuando atravesó mi piel. Un ardor recorrió mi brazo, seguido de una sensación cálida y pesada que se extendió por todo mi cuerpo. Abrí los ojos lentamente, viendo cómo el chico retiraba la jeringa y sonreía con satisfacción.
En cuestión de segundos, todo comenzó a cambiar. La realidad se desmoronó a mi alrededor, los bordes de mi visión se difuminaron, y el dolor, ese dolor constante que estaba tan vivo, empezó a desvanecerse. Era como si me hubieran envuelto en una manta tibia, alejándome de todo lo que me atormentaba.
La habitación comenzó a girar, y la luz se atenuó, como si el mundo se estuviera desvaneciendo. El chico hablaba, pero sus palabras eran como ecos distantes, irreconocibles.
Sentí paz.
Me dejé caer hacia atrás en el sofá, mis párpados pesados cerrándose lentamente.
De pronto, escuché cómo la puerta principal de la habitación se abrió de golpe. Alguien más había llegado.
—¿Qué mierda haces aquí? ¡Maldito idiota, te he dicho millones de veces que no vengas a mi departamento sin llamarme antes! ¿Quién es ella?
Y entonces, todo se volvió negro.
[...]
La luz del sol se filtraba por las persianas. Me desperté lentamente, con la cabeza pesada y un sabor metálico en la boca. Me tomó un momento recordar dónde estaba, y cuando lo hice, un nudo se formó en mi estómago.
El sofá donde me encontraba estaba duro e incómodo. Mi cuerpo dolía en lugares donde ni siquiera sabía que podían doler. Miré mi brazo donde había sentido la aguja seguía adormecido, pero ahora un moretón violáceo marcaba mi piel. Lo toqué suavemente, recordando el ardor, la calidez se extendió por mi cuerpo.
Esa sensación momentánea de paz. Pero esa paz se había esfumado, dejando atrás algo mucho más sombrío.
Me senté lentamente, mareada por el movimiento, y traté de enfocar la vista. La habitación parecía distinta a la noche anterior, mas lúgubre y claustrofóbica. Ahora las paredes parecían cerrarse sobre mí. Sentí un sudor frío correr por mi espalda, y una náusea persistente en el estómago.
Mis pensamientos eran lentos, pesados.
El dolor en mi cabeza era sordo, constante, y mis manos temblaban ligeramente cuando las levanté para apartar el cabello de mi rostro.
Tenía sed, pero el pensamiento de beber agua me revolvía el estómago. Solo había silencio, roto ocasionalmente por el ruido lejano de la cuidad que comenzaba a despertar.
No sé si todo esto que siento, sea por la culpa y la desesperación. Intenté levantarme, per mis piernas temblaban, como si aún no pudiera soportar el peso de lo que había hecho.
Entonces, la puerta principal se abrió de golpe, y mi corazón dio un brinco en el pecho. Me quedé quieta, esperando ver al chico, el que había dicho que era mi cura. Pero no era él.
Nos quedamos viendo por unos largos segundos, baje la mirada porque me resulto incómodo. Él era un joven, su cabello lo traía despeinado y una expresión mezcla de cansancio y frustración.
Y finalmente, cerró la puerta detrás de él y dio un paso hacia mí.
—Sigues aquí —dijo, su voz era cargada de una calma tensa.
Tragué saliva, nerviosa. Me sentía vulnerable bajo su mirada.
—¿Vas a seguir viéndome? Me haces sentir rara —hablo mirando el suelo.
—¿Cómo conoces a Ryan? —me pregunta, quedando en el mismo sitio, sin moverse.
—¿Ryan?
—Sí, el chico de ayer.
—Ahh... mi cura...
—¿Tu cura? —pregunta confundido.
—Sí, él me dijo que sería mi cura, porque me quito el dolor que llevaba encima, pero ahora ha vuelto y quiero más de eso.
El me sigue viendo, tratando de descifrar lo que acabo de decir no sea una broma.
—¿Si sabes lo que es eso?
Asiento con una sonrisa.
—Sí, se llama... —miré hacia arriba tratando de recordar su nombre —No me acuerdo —me rio nerviosa.
—¿Sabes lo que hace eso con el tiempo?
—Ehh... no.
—Claro te dijo lo bueno. Pero de dónde vienes la mayoría de gente conoce sobre las drogas y sabe que una vez que ingresa a tu cuerpo ya no vas a tener el control sobre el, ¿Lo sabes?
—Ehh... no se a que te refieres, no entiendo lo que me quieres decir.
Él se rasca su frente con frustración, tratando de mantener la calma.
—Mira niña, esa droga que te acaba de inyectar la vas a querer volver a probarla...
Lo interrumpo.
—¿Cómo sabes? Justo ahora quiero más —le doy una sonrisa ilusionada.
El chico suspiró, claramente frustrado.
—Justo por eso te lo digo —respondió, su voz algo más firme—. Porque ya estas sintiendo esa necesidad, y apenas fue tu primera vez. Esto no es un juego ni una solución a tus problemas. Es una trampa.
—Pero me hizo sentir bien —insistí.
El chico se acercó un poco más, sin romper el contacto visual. Había una seriedad en su expresión que me asustaba.
—Es lo que hace al principio —dijo, su tono grave—. Pero luego... luego te consume. Todo lo que alguna vez fuiste se desvanece. Te quedaras vacía, sin nada más que la necesidad de más. Y créeme, no quieres vivir así.
—Yo... no sé —balbuceé, mirando el suelo, incapaz de enfrentar su mirada.
El chico suspiró otra vez y se pasó una mano por el cabello, claramente agobiado.
—Mira, no soy quién para decirte cómo vivir tu vida, pero te lo advierto: si sigues por este camino, no habrá vuelta atrás. Ryan... él no es alguien en quien puedas confiar. Te lo dijo él mismo, es solo un negocio para él. Tú solo eres una oportunidad más para sacar provecho.
—Entonces, ¿qué hago? —pregunté, sintiéndome más perdida que nunca.
El chico me miró con una mezcla de compasión y tristeza. Se tomó un momento antes de responder, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—Te vas de aquí. No vuelvas a buscar a Ryan ni a nadie que quiera meterte en esto. Encuentra ayuda, habla con alguien que pueda sacarte de esto antes de que sea demasiado tarde. Porque si te quedas... no habrá nada que yo pueda hacer por ti.
Me quedé en silencio.
—No tengo a donde ir —es lo único que digo.
—¿Cómo llegaste a esto? —preguntó finalmente, su tono un poco más amable.
Me encogí de hombros.
—Nunca tuve un hogar, o sea —me rasco la cabeza —viví en un orfanatorio y ayer fue el entierro de alguien que me cuido desde que llegue e ese oscuro lugar y no tengo a nadie más. —suelto sin más.
Él no sabe que decir.
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