21 - El Abismo o la Cura
Estoy frente a su ataúd, con el peso del luto apretándome el pecho. A pesar de la multitud, me siento sola, como si el mundo a mi alrededor estuviera difuminado, incapaz de atravesar la niebla de mi dolor.
La ceremonia avanza, y yo me mantengo en silencio, observando como el ataúd desciende lentamente a la tierra, en donde yo también quisiera ir junto a ella. La gente murmura oraciones, deja flores, y se retira poco a poco, como si la muerte fuera algo que puede olvidarse con el tiempo.
El entierro termina y la gente comienza a dispersarse. Me quedo sola frente a la tumba.
Ya no tengo palabras y no me quedan lágrimas, estoy seca de alma.
Me inclino hacia adelante, como si pudiese hablarle a través de la tierra. "Adiós", dije en mi mente, aunque sé que ya es demasiado tarde. Tal vez siempre fue demasiado.
"Todo lo que empieza tiene un final", decía Patri. Es irónico pensar que esas palabras me pesen tanto ahora. Me subí al bus y tomé un asiento cerca de la ventana. Todo parecía ajeno, distante, como si la realidad fuera una película que no tenía nada que ver conmigo.
El asiento vacío junto a mí me recordaba su ausencia. Me sentía más sola que nunca, rodeada de desconocidos que seguían con sus vidas sin notar la desesperación que cargaba.
El bus avanzaba y, cada kilómetro que dejaba atrás, sentía que me alejaba de todo lo que conocía, de todo lo que alguna vez fue seguro junto con ella. Baje en cualquier parada sin conocer, sin realmente saber a dónde ir.
Me encontré caminando por calles vacías, iluminadas solo por faroles que proyectaban sombras alargadas y fantasmales. Me detuve frente a una pequeña tienda que estaba cerrada, su escaparate lleno de recuerdos de tiempos más felices: juguetes antiguos, relojes de bolsillo, y una caja de música con una bailarina girando bajo un vidrio polvoriento. Al verla, pensé en Patri, en cómo solía decirme que la vida era como una caja de música, con melodías que se repetían hasta que el mecanismo se agotaba.
Al final, mis pasos me llevaron a lo alto de un edificio, donde me quedé parada al borde. Porque el dolor era tan profundo que casi podría tocarlo. Una parte de mi quería rendirse, dejar que el vacío me consumiera, pero sabía que eso no era lo que Patri quería para mí.
Me sentía sin energía, como si me hubieran vaciado por completo. Había quedado sin nada, solo un cascarón vacío. Seguía con el uniforme del restaurante.
El vértigo y la adrenalina mezclados me mantenían en equilibrio precario. Me quede así un buen rato, sola con mis pensamientos oscuros.
"A nadie le importaría si me lanzara", pensé. "De todas formas, estoy sola. No le intereso a nadie".
—¡Odio este feo mundo! —grité con todas mis fuerzas, esperando que el viento llevara mi voz lejos de allí.
—Yo también —dijo una voz a mis espaldas. Un chico apareció de la nada, exhalando un humo gris que salía de su boca. Supuse que debía de ser por el frio, aunque algo en su expresión me hizo sentir escalofríos.
Me sobresalte, perdiendo momentáneamente el equilibrio. Me sujete con fuerza, mirando al chico con desconfianza.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó con una sonrisa torcida—. ¿Elegiste este edificio para suicidarte?
—No lo sé —respondí con la voz temblorosa.
—Si quieres, te ayudo. Puedo meter mis manos y... ¿Entiendes? —dijo mientras extendía los brazos como si estuviera empujándome al vacío.
—¿Quieres lanzarme? —pregunté, sorprendida.
—No, no lo veas así. Solo sería una ayuda. Te vi desde que llegaste y lo único que has hecho es gritar que odias este mundo. Pensé que te estabas arrepintiendo.
El chico tiró algo al suelo y lo aplastó con el pie. Lo miré, intrigada.
—¿Querías? —señalo el objeto que había tirado.
—¿Qué era? —pregunté, curiosa.
Me miró como si no pudiera creer que no supiera.
—¿No sabes qué es esto? —dijo, sacando otro de una caja.
—No —respondí.
—¿Quieres probar? —ofreció, alzando una ceja.
—¿Para qué sirve? —pregunté.
—Para sentirte mejor —respondió con una sonrisa de complicidad.
—¿Cuánto dura? —quise saber.
—No mucho —admitió, encogiéndose de hombros.
—¿Tienes algo que dure más? ¿Algo que me haga feliz?
El chico sonrió, esta vez con un brillo extraño en los ojos.
—Siempre hay algo que te puede ayudar a salir de los problemas. Por eso estoy aquí. Por algo el destino te trajo a este lugar. Yo soy tu cura.
—¿Tú eres mi cura? ¿Cómo es eso? —le pregunté, sintiendo una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—No la tengo aquí conmigo ahora, pero si me acompañas, lo haremos juntos. Como tu cura, soy lo que necesitas —dijo con tono persuasivo.
—¿Vives aquí? —le pregunté, desconfiada.
—Haces muchas preguntas —respondió con una sonrisa ambigua.
—Entonces no vives aquí —dije, intentando descifrarlo.
—No y sí. Mi amigo vive aquí, soy una visita frecuente —respondió, evasivo.
—Entiendo. Entonces tienes eso aquí, en algún cuarto de este edificio.
—Exactamente, señorita. ¿Qué tal si vamos ahora? Pero con cuidado, no queremos que mi amigo nos vea, podría retarnos como un padre. —rio de manera extraña, su risa resonando en el aire frío.
—Bueno —dije, aceptando su mano para bajar del borde. —Gracias.
—¿De dónde vienes? —me preguntó mientras ingresábamos al ascensor.
—De un funeral —respondí, sintiendo que el dolor regresaba con fuerza.
—No lo parece. Pensé que te habían despedido del trabajo, por tu uniforme —me dijo, echándome un vistazo de arriba abajo.
—Me dieron las noticas hace un día, en la mañana. Y la noche anterior me quedé dormida después de trabajar.
—Ya veo. —las puertas del ascensor se abrieron, y él me dejó pasar primero. —Por aquí, preciosa —dijo mientras ponía su mano en mi espalda baja.
Ingresamos a la habitación que parecía tenerlo todo, pero no comparado como el de Cielo, que era todo un lujo, en cambio esto era un desorden.
—Espérame aquí, no te vayas. Iré por tu cura —dijo con una sonrisa antes de desaparecer en otra habitación.
Miré a mi alrededor rápidamente. Todo estaba en un caos, como si reflejara el estado de mi mente. Me dirigí a la sala y me senté a esperar, sintiendo que cada segundo se hacía más pesado. Y entonces, el regresó, con algo en las manos que prometía aliviar el dolor, aunque solo fuera por un momento.
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