19 - Tan Cerca y Tan Lejos
Todo parecía marchar bien o eso es lo que pensaba Leticia. Aunque sabía que en el orfanato nada marchaba bien, pero ella ya no se encontraba ahí y no tenia de que preocuparse. Porque Bennett no podía hacerle daño a Patricia, porque ella podía defenderse. Ese era su pensamiento.
Pero nada era lo que parecía.
Y ahora Patricia y Bennett se encontraban en el despacho.
—Vas a llamarla y le preguntaras todo, absolutamente todo. —le ordenó la directora Bennett.
La última vez que la llamó fue hace cuatro días, pero no pudieron hablar mucho, ni pudo contarle la verdad.
—No.
—¿No? Tú mismo te lo buscas. —la cacheteo —Esa niña no es de nuestra familia, ¿Para que la quieres proteger? —la miro con furia a Patricia.
—Es más familia ella que tú. La protejo porque no lo pude hacer con Beatriz y sabes perfectamente que ella nunca te hizo daño.
—¡Ella, ella, ella! —su labio superior le temblaba del enojo. —Beatriz, esa estúpida hizo mi vida un infierno. Haciéndose la buenita, la que era amable con todos. ¡Todo era una farsa!
—No, Madison, tu sola te hiciste ese daño. Yo pensaba como tú, pero me di la oportunidad de tratar con ella y vi que nada era una farsa, ella era tan real, tan transparente. Yo sé que te afecto más la muerte de nuestro padre y que mamá se vaya con otro hombre y que pensaras que nos dejó de lado. Pero todo eso fue una mala idea tuya, tu te hiciste esa mala película, Madison.
—¡No! —tiro los libros al suelo que se encontraba sobre el escritorio —¡Yo no soy la mala de esta historia! —su respira era acelerada, ella no podía creer que su propia hermana le diga todo eso.
—Tu eres la mala de esta historia, aunque te duela. Es la verdad, tu decidiste tomar este camino, decidiste transformar este orfanato en una miseria, cuando tu más que nadie sabias cual era el propósito de este lugar para papá. —ella se levanta del sillón y antes de salir le dice su última verdad —Papá estuviera muy decepcionado de ti, Madison.
Bennett cae al suelo llorando y negando con su cabeza.
—No, papá estaría orgulloso de mi. Eres una maldita mentirosa.
[...]
Mientras tanto en la ciudad...
Me sentía tan cansada, la verdad no se compara trabajar con ordenar y limpiar en el orfanato. Pero me gusta, porque obtenía una paga, ahora tengo dinero. Eso era lo más satisfactorio.
Yo la pasaba aquí en el hotel, descansando. Mientras mi amiga Cielo se la pasaba fuera del hotel con su novio. Y la verdad, ya me había acostumbrado, siempre he estado sola. Y esto no le hace la diferencia.
Hace unos días atrás había hablado con Patrillave, pero la notaba rara. No me dio tiempo a preguntar porque ella ya había colgado la llamada. Y no le he podido llamar porque llego, ni siquiera a ducharme, sino directo a dormir. Y por las mañanas me levanto tarde, y por ahí mismo tomo desayuno y almuerzo. Como ahora, son las 11:45 y recién me he levantado.
Tome solo un batido de fresas, nada más.
Al terminar de tomar una ducha, me puse un vestido floreado con unas sandalias. Deje mi cabello suelto de costumbre para que se secara. Aunque Cielo, me dijo que cogiera la secadora, no me gusta usarla.
Una vez lista, me siento en el sofá a esperar que venga Alexander. Ahora las cosas van bien. Al parecer había tenido problemas con sus padres y tras eso con su novia. Por ahí le entendí, que su novia le estaba siendo infiel y quería ver si él podía llegar hacer lo mismo, lo cual no resulto como él quería.
—Al fin. —me levanté para abrir la puerta —Pensé que no ibas a recogerme.
—Pensaste mal. Creo que desde ahora en adelante te esperare a fuera, de aquí hasta salir del hotel ya conoces perfectamente, dudo que te pierdas.
—Que malo eres. Te acusare con Cielo.
—¿Acaso eres una niña pequeña? —le agarra sus cachetes.
Asiente con una sonrisa de niña inocente.
—Bueno, vamos.
Bajamos y llegamos hasta su moto.
—¿Y mi casco? —pregunto confusa.
—Mierda, me lo olvide en casa. Toma, ponte el mío.
—Gracias, que caballeroso. —me lo pongo en la cabeza, pero esto me queda grande y siento como si mi cabeza se fuera a caer al suelo.
Me subí a la moto y pasé mis manos por su torso. Aun no me acostumbraba en ir en moto, además porque el conducía como si el diablo lo persiguiera.
Así mismo como hábito, me puse el uniforme al llegar a mi casillero. Y salí hacer mi labor.
Todo marchaba bien con los clientes, hasta que alguien llamó mi atención.
Era un chico, es muy guapo.
Me había quedado congelada con el carro de servicio y a medio paso. No podía quitar mi vista de él. El al parecer se encontraba molesto, tenía sus cejas fruncidas, labios apretados, mandíbula tensa, nariz fruncida y sus ojos entrecerrados. Lo sabía perfectamente, porque lo leí en un libro y la señora Bennett era un claro ejemplo, pero en cambio a ella se le ponía la cara roja, como si fuera a explotar.
—Oye reacciona, no te quedes en medio del paso —me chasqueo con los dedos en la cara mi compañera de trabajo.
Y justo donde tenía que llevar la comida era en su mesa, me puse más nerviosa, pero tengo que disimular. Camine hasta allá y se me hizo eterno.
—Buenas noches. ¡Aquí tienen! He traído su comida. El risotto de trufa para la señora, el filete mignon para el señor, la langosta al ajillo para el joven y shuhi para la señorita.
—Sushi —me corrigió la joven y el hermano se rio.
Y no estaba molesto.
—Eso mismo —le doy una sonrisa nerviosa.
—Gracias, todo se ve delicioso —comenta su madre.
—Ya era hora. Tengo hambre desde hace un buen rato. —me miro con una sonrisa forzada el chico.
—Espero que disfrutes la langosta. Es una de nuestras especialidades.
—¿Podrías tráenos también una botella de su mejor vino tinto? —interrumpe su padre, al parecer siento que esta familia esta como que disimulando que su momento incomodo de familia se haga presente.
—Claro, ahora mismo la traigo.
—No entiendo porque siempre tenemos que venir aquí, sabes que odio este lugar —alcance a escuchar al chico decir molesto.
—Aquí tienen el vino. Si necesitan algo más, estaré cerca.
—Gracias —habla solamente la madre.
—De nada. Espero que todo sea de su agrado. —le doy una sonrisa a ella y me marcho incomoda con el carro de servicio.
Sigo con mi trabajo y no entretenerme mirando a cada rato al chico.
Luego de un rato veo que la señora me llama, me acero a la mesa con una sonrisa.
—Espero que hayan disfrutado de su comida. ¿Hay algo más que pueda traerles, tal vez un postre o un café para cerrar la velada?
—No, gracias. Todo estuvo delicioso.
—Sí, ya estamos bien. Puedes traernos la cuenta. —que señor tan arrogante, ni por favor dice, dije en mi mente.
—Por supuesto, enseguida la traigo —me alejo y regreso con la cuenta en una carpeta.
—Aquí tienen la cuenta —la ponga en la mesa —No hay prisa, tómense el tiempo que necesiten.
—Gracias por tu atención. Todo fue excelente. —vuelve hablar la señora amable.
—Ha sido un placer atenderles.
—Aquí tienes —me da la tarjeta de crédito el señor, sin mirarme.
—Gracias, la procesare y regreso enseguida —me vuelvo a alejar para procesar el pago y regreso con una sonrisa en la cara.
—Aquí está su tarjeta y el recibo. Gracias por su visita y espero verles de nuevo pronto.
—Definitivamente volveremos —me da una sonrisa la señora.
—Me alegra oír eso. Que tengan una excelente noche.
Se retiran y le hago una mueca.
—Ridículos, menos la señora.
—¿Con quién hablas? —se acerca mi compañera.
—Esa familia mal educada, que no puede decir gracias o por favor. Aunque la señora ha sido muy amable.
—Ah, no me sorprende. Esa familia suele venir muy seguido al restaurante, aunque siempre andan con mala cara. Así son los ricos, supongo. Le apesta la vida. —nos reímos ante el comentario que hizo.
Luego de que se fue el último cliente, me puse a limpiar las mesas y sillas. Y para amagar saque la basura, para luego irme. Tengo mucho sueño.
Así mismo, Alexander me dejo frente al hotel.
Ingrese y como de costumbre salude al recepcionista.
—Ay querida cama, cuanto te amo. —dije al llegar a la cama.
Y me quede dormida.
Vrrr... Vrrr... Vrrr... Vrrr
—Tengo sueño y ahora se le ocurre sonar esa alarma, pero si recién me duermo. —me arrastre al suelo hasta coger mi bolso y encontrar mi celular con los ojos cerrados.
No era una alarma y no era la hora que yo pensaba. Ya eran las 6:38.
—¿Hola? —contesto la llamada volviendo a cerrar mis ojos.
—Morales, le tengo una noticia muy grave que contarle.
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