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03 - Morales + Desastres = Problemas


Que se podría esperar de una pequeña Leticia, donde lo que quiere hacer bien le sale lo contrario.

Ella antes de ir a dormir juro ir a primera hora al despacho de la directora e incluso esperarla en las escaleras que van al cuarto piso. Pero no fue así, ella se había levantado tarde, como siempre.

—Antes de que me llame tengo que ir— hablaba mientras arreglaba su cama. —Antes de que me llame tengo que ir. — movía su cabeza como si se tratara de una música.

Listo todo decidió ir al despacho de la señora Bennett, gran error.

Leticia, iba a querer salir de la habitación y Bennett iba a querer entrar a la habitación. Se toparon.

—Santo Dios— retrocedió Leticia con una mano en su pecho— Por dios, directora Bennett, mi pequeño corazón no resiste a tanta hermosura a esta hora de la mañana— dijo con sarcasmo con una risa inocente.

La señora Bennett levanto una ceja furiosa.

—A usted la estaba buscando— la apunto con su dedo índice.

—A mii — se señala con su propio dedo índice.

—Si a usted mismo o no sé si tiene otra gemela. La estuve esperando en mi oficina y nunca llegó se puede saber el porqué. — pone sus manos en su cadera mostrándose desafiante ante el pequeño cuerpo de Leticia.

—Déjeme al menos tomar un respiro, son las once de la mañana. Si, dije que iría a primera hora, pero no sabe que los problemas siempre están a la vuelta de la esquina. Pero para que le digo si nunca me creo, estoy gastando saliva de por gusto. Y justo ahora, justito ahorita iba a su oficina. — Leticia arrojaba sus palabras, así mismo como pensaba. Sin dejar nada guardado.

—No creo que sea necesario que vaya a mi oficina, ya que estoy aquí dígame el padre nuestro. Estoy desocupada así que puedo esperar.

—Bueno como diga entonces comienzo con el Padre nuestro, y dice así que estás en tus Cielos, santificado sea tu apellido, venga tu Reino, hágase nuestra voluntad así en la tierra como en el cielo. Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a nuestros ofensores, y no nos dejes caer en los pecados, líbranos del mal. Amén. Terminé, si escucho bien y eso que me lo aprendí en menos de una hora. — Leticia intenta no reírse, pero es imposible.

—Morales usted me está tomando el pelo o se hace la chistosa— la miró enojada.

—Pues no directora mis manos están acá— la pequeña castaña alzo sus brazos agitando sus manos — que no las ve— se burló de la cara que puso la directora, y no se contuvo más y estallo de risa.

—Por muy chistosita, me va a limpiar todos los baños incluidos de los varones, ¡ahora! — gritó con fuerza e ira.

—Ahora ahora como lo pide no puedo, como vera tengo clases y... — la directora Bennett la interrumpió agarrándola del delgado brazo y agito su cuerpo con toda su fuerza que le permitía su furia.

—Ahora Morales, ahora— le escupió entre diente.

[...]

Leticia quiso salir del baño para al menos comer algo, pero no le fue permitido. Justo ese día no se encontraba Patricia para ayudarla, la cual estuvo sola e indefensa.

Termino de limpiar los baños a las nueve de la noche, se tomaba su tiempo de descansar su pequeño cuerpo. Y ya no daba ningún paso más, se moría de hambre y de sed.

Tuvo que esperar media hora más para que la directora vaya a ver cómo había quedado los baños como le gustaba, y por suerte la dejo salir. Pero con la condición de que tenía que darse un baño e irse directo a la cama, sin haber comido en todo el día.

Ella en la ducha lloraba, sus dulces ojos iban desapareciendo, su mirada tierna se convertía en una delgada cara maltratada.

Sin que nadie la viera salió del orfanato y se sentó en el columpio con una mirada perdida. Y con tan sola esa edad pensaba que toda su vida iba a estar sola y que tenía que acostumbrarse a vivir así.

—Quiero a mi mami y a mi papi conmigo— miraba al cielo estrellado.

Esa noche se dio cuenta de algo, pero no sabía cuál era exactamente. Estaba viviendo un cuento o en el infierno. Porque sabía bien, así como en los cuentos teniendo un final feliz, siempre había alguien que les arruinaba la vida a las princesas. O en el infierno que, desde el principio a fin, no había felicidad alguna.

Hasta que el sueño se le hizo presente, camino despacio y sin ser descubierta llego a su habitación quedándose dormida de tanto llorar abrazando su pequeño cuerpo dolorido.

[...]

En la tarde del día siguiente Leticia se encontraba en el aula esperando al profesor asignado que imparte la clase correspondiente. Mientras tanto ella pintada en su cuaderno un dibujo hecho por ella misma.

En eso una niña se le acerca y le vierte goma en el cabello de Leticia, esta se queda quieta al ver como el líquido espeso rueda por su larga cabellera y gotea en su hombro.

La reacción de la pequeña castaña fue agarrarla del cabello en un puño y zamarrearla con fuerza.

—Suéltame, fue sin querer Leticia. De verdad no fue mi intención. — la rubia rogaba al sentir que el dolor comenzaba a doler.

—Mentirosa— siguió jalando el cabello.

Sus compañeros la miraban la escena como si ya fuera normal, normal en Leticia. Todos pegaron un brinco al escuchar el grito del profesor Ramiro.

—¡Morales! — grito el profesor al ver la escena y se acercó a ella.

Leticia lo miro asombrada, sabía lo que le esperaba.

—Suelte el cabello de su compañera, ahora mismo— ordeno el profesor, ella de un último jalón la soltó quedando algunos cabellos enredado en sus dedos. — Es una salvaje, sin modales. Se va ahora mismo a la oficina de la directora y no me vuelve a entrar jamás, pero jamás a mi clase. Para que aprenda, se quedara bruta toda su vida— escupió con odio el profesor, la agarró del delgado brazo y la saco del aula de un empujón, cayendo al suelo de golpe.

—Bruto tu— se levantó y se fue corriendo a la oficina de la directora Bennett.

Se pasó la mano por su cabello olvidando que tenía goma, se miró la mano y se limpió en la pared.

—Samantha esa niña loca, desordenada y— respiro hondo y torció los ojos— le cortare el cabello, cortare sus feos rulos y la dejara calva. — llego a la puerta del despacho y toco la puerta con el puño cerrado con fuerza.

—Adelante.

—Llegue— se sentó en el sillón con la mirada penetrante de la directora.

La señora Bennett esperaba que Leticia le cuente en que lio se había metido esta vez. La directora ya se comenzaba a molestar del comportamiento de ella, pero se decía a si misma que tenía que hacer lo que se prometió.

—¿Qué tienes en la cabeza?

—Que esta ciega, no ve. Es goma, la loca de Samantha me la tiro en el cabello. — se cruzó de brazos molesta.

—A simple vista se ve que no hay solución con un simple baño. Así que tendré que cortarle el cabello.

—Usted está loca, no va a tocar mi cabello. Así que, manitos fuera. — la apunto con su dedo.

—Aquí usted no tiene palabra Morales. Se dice lo que yo diga— comienza a buscar en sus cajones alguna tijera que sirva— Mire lo que tengo aquí — se la enseña y Leticia abre sus ojos.

La directora Bennett se levanta de su sillón y va hacia la pequeña castaña que se quedó sin habla.

—Mírate, indefensa y vulnerable, sin que nadie pueda hacer nada. Así te quiero ver, sola para toda la vida. Porque cuando salgas de este lugar no tendrás lugar en donde refugiarte, en las calles quedaras. — la directora Bennett botaba sus palabras con desprecio y odio.

Comenzó a cortarle el cabello, dejándola con un corte pequeño. Algunos mechones más pequeños que los otros.

Leticia tomaba en su mano su cabello, la tristeza la inundo y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—Termine, aho...— fue interrumpida por la señora Patricia que venía acompañada con un niño.

—Han dejado a este niño, con la excusa de que sus padres fallecieron en un accidente. Si quiere más información, le han enviado un correo. Ahí está todo el dato. — le informa Patricia, su mirada se va a Leticia. Tuvo que parpadear varias veces para darse cuenta de que se trataba de la pequeña castaña.

—Está bien, déjame revisar. Toma asiento mientras busco la ficha correspondiente. — miro al niño con una sonrisa —Patricia, ya viste como le ha quedado el cabello a nuestra querida Leticia. — la directora Bennett se sentó en su sillón con una sonrisa muy alegre.

Leticia y Patricia tenían la mirada perdida y triste. Por otro lado, el niño trataba de descifrar que pasaba en el ambiente algo incómodo.

—Ya no tengo nada más que decir, así que se pueden retirar. Las dos. — dio la orden sin mirarlas y estas dos se fueron sin decir ninguna palabra.

—No quiero verte, Patricia— le indica y ella corre afuera del orfanato hasta llegar al columpio. 





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