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La mente de Noah

Noah estaba en su propio mundo, organizando sus libros en los casilleros, cuando escuchó una voz suave detrás de ella.

—Hola, Noah.

Levantó la mirada y allí estaba Isaac, tímido, con esa manera de acercarse que lo hacía parecer tan frágil como ella misma se sentía por dentro. Noah le devolvió una sonrisa ligera, que intentaba ser amable pero que escondía algo más.

—Hola, Isaac, ¿qué tal? —respondió, mientras una pequeña chispa de ansiedad comenzaba a encenderse en su pecho.

Apenas habían pasado segundos desde que intercambiaron palabras, pero ya Noah sentía el malestar creciendo dentro de ella. ¿Cuántas personas habrían pasado por este pasillo hoy? Las suelas de los zapatos de todos los estudiantes pisaban ese suelo sucio. ¿Cuántas bacterias habrían dejado allí? ¿Cuántos gérmenes estarían en ese preciso momento flotando en el aire, rozando su piel, entrando por su nariz?

Sus ojos se desviaron hacia un pedazo de papel tirado en el suelo. Estaba parcialmente arrugado, cubierto de lo que parecía ser un poco de barro. Una punzada de asco recorrió su cuerpo. Se recordó a sí misma que ya no podía usar mascarilla. No más mascarillas, habían dicho los profesores, tienes que aprender a estar como los demás. Como si el no llevarla la hiciera encajar mejor. Idiotas. No entendían que, sin la mascarilla, el aire estaba lleno de peligros invisibles.

Mientras Isaac trataba de seguir con la conversación, Noah dejó de escucharlo. Su mente estaba en otra parte, creando una imagen vívida: gérmenes flotando a su alrededor, como pequeños monstruos invisibles, invadiendo su cuerpo. ¿Cuántas enfermedades había allí?. Las palabras aparecían una tras otra en su mente: influenza, neumonía, bronquitis, tuberculosis… Cada una traía consigo imágenes aterradoras. Se vio a sí misma en una cama de hospital, con tubos conectados a su cuerpo, rodeada de máquinas que pitaban. Tosía sangre, su piel estaba pálida y gris, su cuerpo débil y retorcido por la enfermedad.

Intentó calmarse, pero el peso en su pecho seguía creciendo. No puede ser real. No puede ser real, se repetía una y otra vez, pero no podía detenerlo. Las imágenes la envolvían, y entonces apareció ella: la monja. La figura oscura y siniestra que siempre emergía en estos momentos, un eco de los años que Noah había pasado en ese colegio de monjas en España, donde cada defecto suyo había sido señalado, cada error remarcado como una marca de su incapacidad para encajar.

La monja, con su hábito negro y su rostro severo, se inclinaba sobre ella, sus ojos fríos clavándose en los suyos.

—Eres impura, Noah. Impura por dentro y por fuera —decía la monja, su voz una mezcla de desprecio y sentencia. Sus manos, cubiertas por guantes blancos, señalaban el suelo sucio, las paredes llenas de marcas de manos, los casilleros manchados de huellas. Todo estaba contaminado. Tú estás contaminada. —No encajas. No lo harás jamás. No eres como los demás. ¿Qué crees que haces aquí, intentando hablar con alguien? Nadie va a entenderte.

Noah apretó los puños, deseando poder gritarle que se fuera, que se callara. No encajo. Esas palabras dolían más que el miedo a los gérmenes. No encajar… eso era lo peor de todo. Su identidad no binaria era algo que la hacía sentir como un extraterrestre en este mundo, un ser que no pertenecía a ningún lugar.

La monja dio un paso hacia adelante, sus ojos llenos de juicio.

—No importa lo que hagas, siempre serás diferente. Siempre estarás sola.

Noah temblaba, luchando por no dejar que esas palabras se apoderaran de ella, pero sabía que, en el fondo, ya lo habían hecho.

—Eh... tengo que irme —dijo Isaac de repente, interrumpiendo sus pensamientos. Su voz sonaba extraña, como si también estuviera lidiando con algo difícil, pero Noah apenas lo notó. Estaba tan atrapada en su propia batalla que solo pudo asentir.

—Claro, Isaac. Nos vemos.

Isaac se fue, dejando a Noah sola en el pasillo. Al instante, una sensación de alivio la recorrió. Se fue. Ya no tenía que mantener una conversación. Ya no tenía que sonreír, ni intentar parecer normal. El mundo a su alrededor seguía lleno de gérmenes, de peligros, de enfermedades que podían matarla en cualquier momento, pero al menos no tenía que fingir ser algo que no era. No tenía que encajar con nadie. Sola, así era como siempre había estado, y tal vez era más fácil de esa manera.

Miró a su alrededor. El recreo seguía su curso, los estudiantes charlaban, reían, algunos corrían por el patio. Noah respiró hondo, aún sintiendo el peso de la monja sobre sus hombros, susurrando desde las sombras, pero decidió quedarse allí, inmóvil, sola en su rincón del mundo.

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