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La mente de Isaac

Isaac salió del aula después de la clase de  matemáticas con el corazón latiendo desbocado. El recreo estaba a punto de empezar, y durante toda la clase había estado construyendo su pequeña estrategia para acercarse a Noah. La  había observado en varias ocasiones: una  chica  tranquila , que siempre parecía estar en su propio mundo. Era perfecta , pensaba Isaac. Si lograba entablar conversación, tal vez podrían ser amigos. Isaac apenas podía recordarse a sí mismo teniendo amigos,además de Sarah ,  y cada día sin ellos solo alimentaba su soledad y su angustia.

Se dirigió al pasillo, buscando a Noah entre la multitud de estudiantes. Ahí estaba, junto a los casilleros, organizando sus libros como siempre. Isaac se acercó lentamente, sintiendo cómo la ansiedad empezaba a treparle por la columna como una serpiente. Pero tenía que intentarlo. Tenía que intentarlo.

—Hola, Noah —dijo finalmente, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente fuerte para ser escuchado.

Noah levantó la mirada, sorprendida . Sonrió levemente y asintió con la cabeza.

—Hola, Isaac, ¿qué tal?

Y entonces, en el instante en que los ojos de Noah se encontraron con los suyos, llegó el ataque. Como una tormenta oscura que atraviesa un cielo despejado, la imagen se instaló en su mente: sus propias manos, manchadas de sangre, sosteniendo un cuchillo mientras el cuerpo de Noah yacía a sus pies. Su respiración se detuvo, el mundo se detuvo.

No, no, no, no…. Isaac parpadeó, luchando por mantener el control. No era real. No era real.

—Eh... —Isaac trató de continuar la conversación—. ¿Te gustan las clases de matemáticas? Yo... yo a veces las encuentro difíciles.

Pero mientras intentaba forzar esas palabras normales, su mente se desplegaba en un escenario diferente. Allí estaba él, en medio de un vasto campo de batalla, con una espada en la mano, vestido como un caballero medieval. Frente a él, una figura imponente surgía de las sombras, un dragón colosal. No un dragón cualquiera, sino el TOC, esa presencia que había habitado su mente desde que tenía nueve años. El dragón era negro, con escamas afiladas y ojos que brillaban con un malicioso fulgor carmesí.

El dragón rugió, un sonido que sacudió la tierra, y lanzó una llamarada directamente hacia Isaac. Con la espada temblando en sus manos, Isaac levantó su escudo. Era demasiado pequeño, demasiado frágil para detener un poder tan monstruoso. Pero aun así, lo sostuvo.

—Tú no me controlas, ¡no puedes! —gritó Isaac, su voz resonando en la inmensidad del campo de batalla.

El dragón solo rió, un sonido gutural y burlón que reverberaba en su cabeza. Las llamas continuaban ardiendo a su alrededor, consumiendo todo a su paso, pero Isaac resistía. A cada paso que daba en la vida real, caminando junto a Noah en el pasillo, su yo en la batalla daba un golpe con la espada. Los choques de metal contra las escamas del dragón eran ensordecedores.

Pero no lo suficiente. A pesar de sus esfuerzos, Isaac sabía que estaba perdiendo. El dragón crecía con cada golpe, su sombra se extendía como una plaga. Y luego, de repente, otra visión lo alcanzó, fría y sangrienta: Noah, otra vez, pero esta vez con más detalle, más realismo. Sangre en sus manos, la sensación de un cuchillo cortando carne...

Isaac tambaleó en el pasillo, su mirada volviendo a Noah, quien seguía hablando de algo relacionado con la clase. No podía escucharla . Las palabras eran solo ruido lejano.

No puedo ganar. No hoy.

—Eh... tengo que irme —murmuró Isaac abruptamente, su voz rota, su garganta cerrándose de la tensión.

Noah lo miró, desconcertada , pero asintió con una sonrisa que parecía más un gesto automático que una verdadera comprensión.

Isaac dio media vuelta y caminó rápidamente hacia el baño más cercano. Apenas cerró la puerta del cubículo, se dejó caer de rodillas, juntando sus manos en oración. Las imágenes seguían allí, atacándolo, devorándolo por dentro, pero él hacía lo único que sabía hacer: rezar. Rezaba como si esas palabras pudieran expulsar al dragón de su mente, como si pudieran protegerlo de sí mismo.

Pero aunque sus labios susurraban oraciones, Isaac sabía que el dragón no se iría. No sin una lucha mucho mayor.

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