Soy yo, el TOC, y he vuelto para guiarte en esta historia. Mis huéspedes no tienen ni idea de cuánto dependen de mí, de cómo, sin que ellos lo sepan, soy yo quien define cada uno de sus pasos, cada uno de sus pensamientos. Ah, Isaac, pobre y devoto Isaac. Esta tarde se aventuró en un nuevo desafío: enfrentarse a la tentación de la dulzura encarnada en la adorable Sarah. Pero vayamos por partes...

Isaac se dirigió al colegio de Sarah después de clases. Desde el momento en que la vio, supo que sería imposible negarle cualquier cosa. Sarah, con sus ojitos brillantes y su amor por las pequeñas cosas, había decidido que lo que más deseaba en el mundo en ese momento era un helado de fresa con chocolate. Y, claro, ¿quién podría decirle que no? Yo lo intenté, se lo recordé insistentemente: “Isaac, el papá de Sarah no quiere que llegue tarde. ¡Sabes que si se entera te castigará! ¡No es correcto!”, pero… él simplemente me ignoró. ¿Puedes creerlo?

Así que allí estaban, sentados en una pequeña mesa afuera de un café, con Sarah disfrutando su helado. Yo no paraba de darle vueltas a la cabeza de Isaac, perturbando su paz. ¿Cómo era posible que no me estuviera escuchando? Pero Isaac, con una sonrisa apacible, solo observaba a Sarah, casi como si no tuviera nada en qué preocuparse. ¡Eso era frustrante! Debería estar más preocupado, más ansioso... pero no. Se estaba relajando, y eso me enfurecía.

De repente, el sonido de gritos nos interrumpió. Isaac giró la cabeza y lo vio. Era Tristán, y su  acompañado por Kevin . Tristán estaba discutiendo con una camarera que se negaba a darle un capuchino con ron por ser menor de edad. ¡Qué imbécil! Y yo, por un segundo, me froté las manos pensando en el caos que esto traería. Isaac comenzó a sentir el pánico invadiendo su pecho. ¡Así me gusta!

Intentó mantener la cabeza gacha, esperando que Tristán no lo viera, pero no tuvo suerte. Tristán y Kevin lo reconocieron al instante. La  bravucona se acercó a la mesa, y justo cuando estaba a punto de arremeter contra Isaac, Sarah levantó la vista y, con su habitual honestidad brutal, preguntó:

—¿Eres un chico o una chica?

Eso detuvo a Tristán en seco. La pregunta, tan directa e insensible, la  molestó profundamente. Se podía ver en su rostro la rabia acumulándose. Estaba a punto de lanzarse sobre Sarah para gritarle  cuando, de repente, una chica rubia apareció, interponiéndose entre ellos. Llevaba una mascarilla que ocultaba parte de su rostro, pero se notaba la determinación en sus ojos.

—Detente , Capullo —ordenó con una voz firme y un extraño acento español .

Discutieron durante unos segundos, pero la chica no retrocedió ni un centímetro. Al final, Tristán y Kevin, viendo que no valía la pena meterse en más problemas, se marcharon refunfuñando. Esa chica había logrado detener a Tristán. ¡Qué sorpresa!

Sarah, que había estado cubriéndose los oídos todo ese tiempo, finalmente bajó las manos y respiró hondo. La chica rubia la miró con una suave preocupación y se inclinó para hablarle con calma, casi como si supiera exactamente cómo tranquilizarla. Isaac, aliviado, le agradeció sinceramente.

—Gracias por ayudarnos. No sé qué habría hecho sin ti.

—Me llamo Noah —respondió la chica, apartando un mechón de su cabello rubio—. Y… tú deberías haberla  defendido más . Ella confía en ti.

Noah. Otro huésped mío, aunque Isaac no lo sabía todavía. Y vaya que Noah tiene sus propias batallas. Para ella, yo me disfrazo de proteccion y preocupación, de igiene . Ritual tras ritual, tratando de mantener a raya un mundo que parece estar siempre fuera de su control. Pero bueno, ya habrá tiempo para explorar su historia.

Noah miró a Isaac con una mezcla de decepción y comprensión, luego tomó su maleta, que había dejado a un lado de la mesa, y se despidió.

—Acabo de salir del aeropuerto. Espero que no todos los chilenos sean tan groseros como ese chico .

Isaac la observó marcharse, un poco confundido, pero agradecido. Se quedó un rato más con Sarah, asegurándose de que terminara su helado en paz, antes de llevarla de vuelta a casa. Ya era tarde, y yo me aseguré de recordarle que el padre de Sarah podría enojarse por esto. Pero otra vez me ignoró. ¡Qué exasperante!

Al final del día, Isaac se retiró a su habitación, cansado pero con una sensación de alivio. Yo sabía que estaba pensando en todo lo que había ocurrido, en Naitray, en Noah, en Sarah… Pero en lugar de dejarse llevar por la ansiedad, como hubiera esperado, Isaac sacó su cuaderno. Sí, ese cuaderno donde escribe en secreto, su novela de misterio, “Las capas del crimen”. Su pequeño escape, su refugio.

Así que ahí estaba, escribiendo en silencio, mientras yo susurraba en su mente, recordándole cada detalle que había olvidado, cada error que podría haber cometido, cada posibilidad de fracaso. Pero en ese momento, nada de lo que dije pareció importarle. Era como si, por una vez, Isaac tuviera el control.