Capítulo 17 , Hermanos del alma
El sábado finalmente llegó, y Isaac no podía estar más emocionado. Había esperado este día con ansias, no solo porque necesitaba un descanso después de una semana tan agotadora, sino porque salir con Sarah siempre era una experiencia reconfortante. Sarah siempre había sido una especie de refugio para él, su "hermanita", alguien a quien podía cuidar, pero también alguien con quien podía ser completamente él mismo.
Cuando llegó a la casa de Sarah, ella ya lo estaba esperando en la puerta. Vestía su chaqueta favorita de color azul marino, y su cabello estaba cuidadosamente recogido en una coleta. Tenía una expresión relajada, pero sus ojos mostraban el brillo de alguien que también estaba emocionado por el día que tenían por delante.
—¡Hola! —dijo Sarah con una sonrisa .
—¿Lista para un día lleno de aventuras? —respondió Isaac, intentando sonar más entusiasta de lo que realmente se sentía.
La semana había sido dura, y la sensación persistente de ser observado no lo había abandonado. Aun así, intentó empujar esos pensamientos hacia el fondo de su mente, centrando su atención en Sarah.
El centro comercial estaba lleno de vida, con personas yendo de un lado a otro, risas y música resonando en el aire. Primero decidieron ir al cine a ver una película de aventuras que ambos querían ver. Durante las escenas más emocionantes, Sarah reía y comentaba en voz baja, lo que a veces hacía que Isaac se olvidara de sus preocupaciones. Parecía tan sencilla y feliz en esos momentos que Isaac no podía evitar admirarla.
Después del cine, fueron a la sala de videojuegos. Sarah siempre había sido increíble en los juegos de arcade, y aunque Isaac lo intentaba, siempre perdía ante ella. Aun así, la pasaron bien, retándose en varios juegos y gastando casi todas las fichas que tenían.
Cuando llegó la hora de comer, encontraron un pequeño puesto que vendía aperitivos. Se sentaron en una mesa al aire libre, mientras la brisa fresca del día se mezclaba con el olor de la comida recién preparada.
—¿Cómo van las cosas en tu colegio? —preguntó Isaac casualmente, mientras mordía un trozo de papas fritas.
Sarah asintió lentamente, mirando pensativa el horizonte.
—Todo va bien. Hay días que son complicados, pero estoy aprendiendo a manejarlo. —Hizo una pausa, como si estuviera ordenando sus pensamientos—. A veces siento que el mundo no me entiende. Pero, ¿sabes? Creo que está bien no encajar todo el tiempo.
Isaac sonrió, asintiendo. Esa era Sarah: siempre directa, pero con una madurez y una profundidad que a veces lo sorprendían.
Después de comer, decidieron hacer una última parada en las tiendas de ropa. Ambos salieron con algunas prendas nuevas y, cuando el día comenzó a desvanecerse en la tarde, decidieron terminarlo en la costanera de Puerto Montt. El mar estaba en calma, con las olas acariciando la orilla, y el olor a sal marina llenaba el aire.
Se sentaron juntos en un banco frente al mar, sin necesidad de hablar demasiado, simplemente disfrutando del sonido relajante de las olas.
—Me encanta este lugar —dijo Sarah después de un rato—. Es como si el mundo se quedara en silencio por un momento. Aquí todo se siente menos... complicado.
Isaac asintió, pero su mente estaba en otra parte. Había sentido esa extraña sensación todo el día, esa paranoia de que alguien lo seguía, de que lo estaban observando. Se mordió el labio, intentando no darle demasiada importancia, pero su TOC le susurraba lo contrario.
“¿Y si te están vigilando?” “¿Y si te estás volviendo loco?”
Sacudió la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos. No quería arruinar el momento, especialmente estando con Sarah.
—Isaac, ¿hay alguien que te guste? —preguntó de repente Sarah, rompiendo el silencio con una sonrisa curiosa.
Isaac se tensó. La pregunta lo tomó completamente desprevenido. Por alguna razón, la imagen de Lucas apareció en su mente, seguida de la de Yael, recordando el día en que lo defendió. El rostro decidido y confiado de Yael lo había impresionado más de lo que quería admitir.
—No... no realmente —respondió, algo nervioso, mientras desviaba la mirada hacia el mar.
Sarah lo miró con una sonrisa traviesa, pero no lo presionó. En su lugar, decidió compartir algo que llevaba guardando un tiempo.
—Pues... a mí sí me gusta alguien —dijo con naturalidad—. Es una chica de mi salón.
Isaac la miró, sorprendido. No sabía qué responder, no porque estuviera en contra o algo así, sino porque simplemente nunca había considerado esa posibilidad para Sarah. Ella siempre había sido como su hermanita, alguien a quien proteger, y de repente, verla bajo esta nueva luz lo descolocaba.
—¿Una chica? —preguntó, intentando procesar la información.
—Sí —respondió Sarah, con una pequeña sonrisa, como si no fuera gran cosa—. Se lo conté a mamá y ella me aceptó sin problemas. Me dijo que lo importante es que yo sea feliz.
Isaac seguía sintiéndose confundido, no por la orientación de Sarah, sino por la manera en que nunca la había visto como alguien con deseos o sentimientos románticos. Para él, Sarah siempre había sido como un ángel al que había que cuidar, pero nunca como una persona con las mismas emociones complejas que él.
—¿Qué te pasa? —preguntó Sarah, notando su desconcierto.
Isaac respiró hondo, decidiendo ser honesto.
—Es solo que... me tomó por sorpresa. No me lo esperaba.
Sarah lo observó detenidamente y luego habló con la misma calma de siempre.
—Isaac, creo que a veces te olvidas de que soy una persona como tú. Tal vez piensas que, por ser autista, soy más... inocente o que no entiendo las cosas como los demás. Pero eso no significa que no sienta, o que no tenga deseos, como cualquier otra persona.
Sus palabras golpearon a Isaac de una manera que no esperaba. Se sintió avergonzado de haberla subestimado, de haberla puesto en un pedestal tan alto que olvidó verla como lo que era: una persona completa.
—Tienes razón —admitió Isaac en voz baja—. Perdón. Supongo que siempre te he visto como alguien a quien debo proteger, pero... nunca pensé en ti como alguien que también tiene que vivir sus propias batallas.
Sarah lo miró, su expresión suave y comprensiva.
—No te disculpes. Es normal querer proteger a quienes quieres. Pero recuerda, Isaac, que todos tenemos nuestras propias luchas. Tú también tienes las tuyas. Y no pasa nada si no tienes todas las respuestas. Lo importante es que te aceptes tal y como eres.
Isaac se quedó en silencio, las palabras de Sarah resonando en su mente. Aceptarse tal como era... ¿Podría realmente hacer eso? ¿Podría aceptar las voces en su cabeza, las imágenes horribles que lo atormentaban? ¿Podría aceptar la oscuridad que habitaba en su mente?
Por un momento, pensó en contarle todo a Sarah. Pensó en decirle lo que realmente pasaba en su mente, lo que lo mantenía despierto por las noches. Pero al final, decidió guardárselo. Si algún día llegaba a contarle a alguien quién era realmente, sabía que la primera persona a la que se lo diría sería su madre.
Y mientras miraba el horizonte, sintió una pequeña chispa de esperanza. Tal vez, algún día, podría aprender a aceptarse. Tal vez.
Pero ese día no sería hoy.
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