Capítulo 13 , El sueño de Isaac ( +18)
El Sueño de Isaac
La luna brillaba con una luz pálida, casi espectral, mientras Isaac caminaba solo por la penumbra de la noche. Las sombras de los árboles parecían alargarse como garras intentando alcanzarlo, pero él seguía su camino, imperturbable. Su destino era un viejo edificio que, a simple vista, parecía abandonado. Las ventanas estaban rotas, y la fachada mostraba señales de haber sido olvidada por el tiempo.
En la entrada, una anciana encorvada pedía monedas con una taza oxidada entre las manos, mientras un niño de apenas cuatro años, sucio y harapiento, se aferraba a su falda. Sus ojos, vacíos de esperanza, miraban a Isaac como si pudieran ver a través de él. Pero Isaac los ignoró. El frío de la miseria no lo alcanzaba. Sin mirar atrás, cruzó el umbral del edificio.
Al entrar, un olor penetrante lo invadió de inmediato: el aroma denso del incienso. Ese aroma despertó recuerdos lejanos, de su infancia, de rituales olvidados. El aire estaba impregnado de algo más que incienso. Era el olor de la Santería. A cada paso, el eco de sus zapatos resonaba en el pasillo largo y oscuro como un túnel que parecía no tener fin. Finalmente, llegó ante una pesada puerta de madera, medio podrida.
La abrió.
Un estallido de luces rojas llenó la habitación al instante, junto con el estruendo de música de metal que retumbaba como el latido de un corazón monstruoso. El ambiente se volvió sofocante. En el centro de la habitación se erguía una montaña grotesca de cuerpos en descomposición, entrelazados en una masa putrefacta. La peste de carne podrida llenaba el aire, pero, sorprendentemente, Isaac no se inmutó. El hedor, que debería haberlo hecho vomitar, no lo perturbaba. Las paredes estaban cubiertas de pentagramas pintados con sangre fresca, y lo que antes habría horrorizado a Isaac, ahora parecía darle una inquietante paz. Como si ese fuera su lugar, como si hubiera regresado a casa.
Una joven apareció entre las sombras. Su piel era blanca como la nieve, contrastando con su largo cabello gris y sus ojos rojos como brasas. Vestía un vestido negro, adornado con detalles dorados que brillaban bajo la luz rojiza. Llevaba una charola con rollos de sushi y copas llenas de un líquido oscuro.
-¿Le gustaría servirse algo? -le preguntó con una voz suave y dulce, casi cantarina.
Isaac, casi sin pensar, tomó un rollo de sushi y una copa. Pero al morder el sushi, una horrible revelación lo invadió: los rollos estaban hechos de ojos, probablemente humanos. El líquido en la copa, que al principio pensó que era vino, tenía la densidad y el sabor metálico de la sangre. No obstante, Isaac siguió comiendo, como si su voluntad se hubiera apagado por completo.
Mientras masticaba, otra mujer apareció de repente. Era más bella aún que la primera, con largos cabellos rubios y un aura sobrenatural. Pero lo más extraño de su apariencia era su tercer ojo, situado en el centro de su frente, que lo miraba fijamente, parpadeando lentamente como si pudiera ver dentro de él.
-Ve a la habitación 666 -susurró, su voz sonando como un eco en la neblina.
Isaac no dijo nada. Se dirigió hacia un ascensor que apareció de la nada y lo llevó a un piso tan alto que el ascenso parecía no tener fin. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, la habitación 666 estaba justo frente a él.
Al entrar, un escalofrío le recorrió la columna vertebral. La habitación era idéntica a su salón de clases. Los mismos pupitres, el mismo pizarrón, el mismo olor a madera vieja. En la primera fila, sentados como siempre, estaban Lucas, Noah y Sarah, sus compañeros de clase, vistiendo el uniforme escolar.
Isaac cerró la puerta con llave. La frialdad del metal en sus manos le recordaba el control que, de alguna forma, sentía tener sobre lo que sucedería a continuación. Se acercó lentamente a Lucas, y, sin previo aviso, este se levantó y lo besó con fuerza. Isaac sintió una oleada de placer, un deseo antiguo y prohibido, mucho más intenso que cuando eran niños.
Se separaron, y él se giró para mirar a Sarah y Noah. Ambas lo observaban con miradas vacías, sin ninguna emoción visible. En ese momento, Isaac sintió cómo una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro. Algo oscuro había despertado dentro de él.
Avanzó hacia Sarah, su querida amiga, su hermana del alma. Sin decir una palabra, comenzó a golpearla. Cada golpe resonaba en la sala vacía como el eco de una tormenta lejana. Sarah cayó al suelo, su rostro transformándose en una masa de carne amoratada. Isaac se arrodilló sobre ella y continuó, una y otra vez, hasta que su rostro se volvió irreconocible, cubierto de sangre y moretones. Sarah perdió el conocimiento.
Isaac se levantó, con las manos manchadas de sangre, y se volvió hacia Noah, quien lo observaba todo sin reacción. El martillo apareció en su mano como si siempre hubiera estado allí, esperando ese momento. Estaba a punto de golpearla cuando...
Despertó.
El sudor frío empapaba su piel mientras su cuerpo temblaba incontrolablemente. Su respiración era agitada, y el corazón le palpitaba en los oídos como un tambor de guerra. Esa pesadilla, la misma de siempre. No podía escapar de ella.
El TOC comenzó a susurrarle al oído, su voz siseante y cruel.
-Eres una horrible persona... ¿Cómo puedes soñar algo así?
Isaac se levantó de la cama y se arrodilló en el suelo, comenzando a rezar fervientemente, buscando redención, buscando cualquier alivio. Pasaron las horas, y solo cuando el sol comenzó a asomarse por la ventana, Isaac se levantó. Sus rodillas dolían, pero el dolor físico era insignificante comparado con el tormento de su mente.
Entonces lo vio. Pegada en la ventana, había una nota escrita con tinta roja.
El mensaje decía:
"Eres un monstruo."
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