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Capítulo 1 Isaac

Mi nombre es Trastorno Obsesivo-Compulsivo, pero puedes llamarme TOC. Soy el dueño de Isaac Vincest, un chico de 11  años que, gracias a mí, ha aprendido que la vida es mucho más complicada de lo que parece. ¿Qué significa tenerme como compañero? Es simple: significa que su mente está hecha un desastre, una maraña de pensamientos que no le dejan en paz. Y aunque a veces me llama "demencia", él ya ha aceptado que no está del todo cuerdo. Durante años, Isaac tuvo miedo de hablar de mí, por culpa de mi buen amigo vergüenza. Pero eso era antes, ahora, cada día, Isaac y yo nos esforzamos por encontrar la felicidad.

Para Isaac, la felicidad no está en un celular nuevo ni en permisos para salir hasta tarde. No, para él, la felicidad es cuando logro quedarme en silencio, cuando dejo de susurrarle al oído esos pensamientos que tanto lo angustian. ¿Ya lo dije? Isaac escucha voces, y aunque no soy esquizofrenia, sé cómo hacer que Isaac se sienta intranquilo. Los psiquiatras llaman a misurros "pensamientos intrusivos e indeseados". Son esas ideas horribles que, aunque él no quiera, se le cuelan en la mente y no le dejan en paz. Y sí, sé que no tiene sentido, pero no es necesario que lo tenga, ni siquiera para quienes como Isaac viven conmigo.

Deja que te dé un vistazo a un día normal conmigo. Si Isaac fuera como cualquier otro chico, su rutina sería simple: se despertaría con la alarma, se levantaría, se vestiría, y bajaría al comedor para desayunar. Saludaría a su Madre , quien ya estaría disfrutando de su café matutino, y luego se despediría para ir a la escuela. Quizás pasaría el día estudiando, hablando con amigos en los recreos, y al final, después de la escuela, iría a hacer su voluntariado en el Colegio Copihue Feliz, donde estudia Sarah, esa niña autista a la que quiere tanto. Luego regresaría a casa, haría sus tareas, y finalmente, iría a dormir, listo para empezar de nuevo al día siguiente.

Pero Isaac no es un chico normal, porque yo estoy con él. Cada mañana, si es que ha logrado dormir bien, se despierta y me saluda con la misma oración repetida tres veces. Luego, sentado en su cama, repite la oración cuatro veces más, y una quinta si me he asegurado de recordarle algún "pecado" del día anterior. Cuando finalmente se levanta, hace la señal de la cruz cuatro veces, toma su cruz y la besa también cuatro veces. Ah, sí, a Isaac le gusta el número 4, y yo me encargo de que lo use mucho. Luego, se dirige a la puerta, la abre y la cierra tres veces, y si siente que algo no estuvo bien, lo hace una cuarta vez, y tal vez una quinta. ¿Ves cómo funciono?

Baja las escaleras de tres en tres, y al llegar al comedor, saluda a su Madre . Todo va bien, a menos que yo decida recordarle alguna noticia terrible que hayan mostrado en la televisión, como un asesinato. Entonces, Isaac se pregunta si él también podría ser capaz de algo tan horrible, y ahí estoy yo, haciéndolo sentir culpable, obligándolo a pedir perdón a Dios cuatro veces... o tal vez cinco.

Luego sale de casa, saluda a su abuela, y yo me encargo de que una imagen aterradora de él haciéndole daño aparezca en su mente. Otra vez la culpa, otra vez a pedir perdón, y de camino a la escuela, una parada obligatoria en el supermercado para usar el baño, donde me aseguro de que le pida perdón a Jehová una vez más. Después, compra un jugo sin azúcar, solo para no parecer raro por entrar solo a usar el baño. Al llegar a la escuela, Isaac no se encuentra con amigos, porque yo me encargo de que no los tenga. Se sienta en clase, y yo le dejo tranquilo, pero no por mucho tiempo. Cuando regreso, lo hago susurrar misurros, aunque él intenta hacerlo solo en su mente. No es fácil, pero yo me aseguro de que lo haga.

La clase de matemáticas es mi momento favorito, porque ahí está el número 6, el cual Isaac odia. Yo hago que piense en ese maldito número, mientras sus compañeros, sobre todo Tristán, se burlan de él. Finalmente llega la hora del almuerzo, y entonces Isaac se va a la escuela Copihue Feliz, donde por un rato, casi logro desaparecer, porque estar con Sarah lo hace feliz. Pero al regresar a casa, paso por la panadería, donde me meto en el baño con él, y lo hago pedir perdón de nuevo si ese día tuvo más pensamientos malignos. Luego, compra pan o pastelillos para su tía o su abuela, quienes creen que es un buen chico, sin sospechar que yo vivo en su cabeza.

Isaac cena con su madre , hace sus tareas, y finge irse a dormir a las 10 en punto. Pero no duerme, porque yo le hago cumplir más rituales. Camina en círculos, reza, enciende un poco de incienso para alejar a los espíritus malos (como si yo fuera uno de ellos), y reza un poco más. Le pide a Jehová que cuide a Sarah, a sus papás, a su tía y a su abuela, y finalmente, lo dejo dormir.

Pero si Isaac se despierta en medio de la noche, yo sigo ahí, haciendo que continúe con más rituales. A veces lo llevo al baño, a la ducha, porque el agua en su rostro le da un alivio temporal. Por suerte para mí, su madre  tiene el sueño profundo, así que puedo hacerle repetir estas rutinas hasta que caiga rendido. Si no puede dormir, entonces le hago tomar una de las pastillas que su madre  usa para el insomnio. Y al sonar la alarma al día siguiente, todo vuelve a empezar.

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