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"Realidad"

— ¿Alguna vez te has preguntado si tus sueños son reales? — Me tomó firme de la mano. Era su forma de comunicarse conmigo, evitando que cierre la barrera entre nuestros mundos.

Tardé un rato en responder. Mi voz, en ocasiones, tiende a salir como un hilo pequeño y asustado.

— No lo sé. — dije. Y a ser sincera, tampoco pretendía saberlo. Tenía la sensación de que podría llegar a dolerme.

Se quedó mirándome.

Nuestro miedo podía olerse a kilómetros de distancia, sin hablar de lo fácil que era seguir nuestras pisadas, fuertemente marcadas por el barro. Este, tan solo era el principio de nuestros riesgos y de nuestras aventuras; lo sabíamos, podíamos sentirlo en cada vena de nuestro cuerpo.

Y a pesar del temor, yo ya no podía negar cuál era la verdad. Deseaba que aquellos fantasmas que solían perseguirme fueran algo irreal, como una especie de locura colectiva que nos afectaba tanto a él como a mí por igual. Pero, aunque estaba asustada, los sueños no dejaban de acechar en mi mente.

Trataba de repelerlos. Me resultaba imposible: eran iguales a una sombra oscura y pegajosa. Venía intentándolo hace dos días, cuanto menos, y ya estaba agotada.

Entonces decidí que, si no podía luchar, me rendiría.

Sin el más mínimo esfuerzo dejé pasar por mi mente a todos y cada uno de ellos. Los repasaba detalladamente, buscándoles un indicio de verdad. Algo que los hiciera reales, y más que un producto de mi imaginación. Porque en mí aún había dudas.

El primero: la tarde en la casa de la abuela.

Quizá ya no tenía otras palabras para describirla, quizá solo necesitaba llamarla así a pesar de ser una mujer que nunca había conocido en persona. Ví una vez más las luces bailar en el techo. Y la maleta. La bendita maleta. Aún no sabía su significado y parte en todo esto, pero parecía ser la clave.

El segundo: Volví a la habitación amarilla, con la mesa y la mecedora todavía en sus lugares. Observé fijamente a la chica de trenzas marrones empacando apresuradamente, como quien huye, y al niño regordete mirándome con sus incansables ojos suplicantes. Ahora podía recordarlo más claramente. Otra vez la maleta, horrible y desgastada.

Pasé al más nuevo: la pesadilla de la mujer.

Vi sus rizos volando por el aire mientras corría asustada. Ya era grande. Escuché los gritos tras ella, mientras la culpaban de algo que no había elegido. En sus manos otra vez la maleta; trataba de ocultarla de aquel hombre.

Todos esos detalles, todas las conexiones, era imposible que aquello no fuese verdad.

—Sí. — Afirmé — Sí son verdad.— Esto último lo dije algo apesadumbrada, como si el hacer aquello me estuviera matando.

— No te pregunté si fueran verdad — Sonaba extrañado. Lo miré riendo: creí que estaba en plan de broma, pero no era así, estaba serio. No había siquiera una muesca de ironía en sus labios — Te pregunté que si crees que realmente ya sucedieron. Que fueron REALES. — Ese "reales" estaba cargado de sentido, y pesaba. Hay cosas que pueden ser verdad sin ser reales. Que esos sueños fueran reales significaba que ya había ocurrido, que las lágrimas habían corrido, los problemas existieron y que todo, TODO, fluía a partir de ahí.

Estaba a punto de volverme loca.

Mi vida parecía haberse chiflado, y no paraba de molestarme, como asestándome golpes de corrido, sin dejarme pensar ni darme tiempo a defenderme.

Pero en el fondo, y a pesar de querer negarlo, yo ya lo sabía; sabía qué era lo que había sucedido.

— Entonces sí. Lo creo. — Lo dije firme, pero, como por instinto, necesité apartar mi mirada.

Él se hundió un poco más contra el piso. Parecía que mi respuesta lo consternaba. No estaba listo para esto, yo lo entendía, aunque definitivamente él estaba más listo que yo. Había tenido tiempo para pensarlo. Yo, sin embargo . . .

Yo no era fuerte, aún no conocía hasta qué punto era capaz de soportar, qué era capaz de hacer. Apenas si sabía qué era lo que ocurría, y él ya me había constituido como su guía.

¡Yo no podía guiar! Que alguien meramente similar a mí lo hubiera hecho muchos años antes que yo no significaba que estuviera calificada para hacerlo. Yo no era fuerte, y no podía ayudar a nadie.

Me tocó suavemente el hombro, como leyendo mis pensamientos.

— Eres más fuerte de lo que crees.

Lo miré con ojos aguados suplicando piedad.

El gimnasio de la escuela estaba oscuro y sucio, apenas si llegaba un poco de luz de las lámparas en la calle. Yo sólo quería hundirme en las sombras y desaparecer, olvidarme del mundo, de lo que es real. Alejarme del pasado, de los sucesos . . . y del ahora.

Entonces escuchamos otra vez los pasos. Como latidos parpadeantes en un húmedo charco de brea. Es mi mejor forma de describir la perturbadora caminata de esas cosas. Ya no nos rastreaban. Ya nos habían encontrado.

Sus pieles negras y babosas, como cubiertas de alquitrán o pus. Sus dientes afilados. Su color negro como un hoyo sin fin. Sombras bestiales, cazando a mitad de la noche a aquellos débiles de corazón. Y, en esta ocasión, nosotros eramos las presas.

Podía verlas a pesar de que aún no hubieran llegado, atravesando el pasillo, tumbando los bancos del salón de profesores . . .

Él también había escuchado el ruido.

— Es hora de desaparecer— Le dije, mientras sus pasos se acercaban más y más, acelerándose junto al latido de mi corazón.
Era una orden, no una sugerencia. No sabía qué querían esas cosas, pero tampoco pretendía averiguarlo.

Miré su rostro, lleno de pánico. Deseaba poder calmarlo, pero yo debía de verme igual.

— No pienso irme sin ti — me dijo.

— No lo harás.—  La voz casi se me quiebra, estaba desesperada. Tan sólo teníamos unos segundos para que llegaran. - Vas a llevarme contigo.

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