Miré hacia la nada, mientras las palabras intentaban salir de mí. Necesitaba esto, lo anhelaba, aun si bien tal vez no lo merecía. El desesperante silencio que se acumulaba a mi alrededor, me aturdía. Ya no sabia bien ni por qué lo hacía ¿Cual sería mi meta... mi destino? ¿Eran realmente necesarias las palabras? ¿No eran solo el dolor que me aquejaba y la tristeza que me impulsaban a narrar sin descanso? ¿Cuándo había parado de pensar para decir, y de decir, para... esto: nada?
Solo silencio.
Me forcé a conectar mis auriculares para escuchar fuerte la música que más me inspiraba. Y comencé a escribir.

Las palabras salían como un torrente, sin sentido y sin una dirección fija. Emanaban de mí, pero no eran mías. Escurrían de mi alma como un charco viscoso y fétido que cantaba loas a aquellas criaturas místicas que mi mente había creado. Aquellas que ya estaba cansada de ocultar, y a las que deseaba pertenecer. Era indescriptible la emoción de ver mis personajes hechos tinta, hechos vida... aquellos mismos personajes que hacía ya un tiempo habían cobrado forma en mi mente, robando una porción de mi alma con cada paso que daban. Ahora podían vivir sus historias felices para siempre, como en los cuentos de hadas.

Y si, tal vez no fuera mi trabajo, tal vez no lo mereciera, pero escribir sí que valía la pena.