"La mujer del cementerio fúnebre"
Y allí nos dirigimos.
Caminábamos hacia cementerio mientras las nubes cubrían extensas el cielo gris, llenándose de enojo en gruñidos constipados; gruñidos que amenazaban una lluvia como la del día anterior. Comprendíamos que nada bueno podía venir de aquello.
Íbamos lado a lado, como un par de turistas en la gran ciudad. Tárian, que tenía las manos ocupadas dentro de los bolsillos de su sudadera gris, seguía paso a paso como si no hubiera mayor preocupación en el mundo.
¿Y cómo podía preocuparse, si los demás ni siquiera podían verlo? Lo envidiaba. Podía esconderse cuando él quisiera, de una forma que yo jamás hubiera alcanzado.
Por otro lado, yo estaba más que nerviosa, temblando y sudorosa, no sabía cuánto más podría soportar aquello.
Nos sumimos en un lento, casi eterno, camino hasta la entrada. Tenía miedo, estaba asustada de lo que debíamos hacer. Sentía la necesidad de agarrarle las manos, que él me sostuviera en mi lugar. Temía salir huyendo.
Pasamos hacia adentro. Era curioso que todos vieran a una sola persona, sin saber nuestro secreto, sin saber cuán extrañas criaturas se les acercaban a pasos indiferentes; sin conocer los temores que nos perseguían, los monstruos que nos acechaban, y todos los hechos que nuestras pobres mentes no paraban de repasar ferozmente, o al menos la mía, que ya no me dejaba en paz.
Paseamos por las interminables plazas, callejones y pasadizos del lugar, siguiendo las instrucciones que "el otro T" nos había dicho, poco antes del incidente del cuarto amarillo.
Realmente el lugar era enorme, pero al mismo tiempo era tan sofocante que casi ni me dejaba respirar. Pensar en todas las cosas horrorosas que allí podrían haber acontecido, las historias que cada uno de esos cuerpos podía contar de manera distinta, totalmente irrelevantes para quienes no pasaban buscando ese punto fijo, esa morada... ese pensamiento estrujaba mi alma y me subía por la garganta, acongojando mi pecho.
Una vez cerca, nos dirigimos como por un sinsentido, buscando, buscando... Él, o ella, tenía que estar ahí, en alguna parte. La voz lo había dicho.
Pasamos por una plaza despejada, una interconexión entre las pequeñas casuchas ancestrales, cuando escuchamos un llanto cercano.
Desde hacía rato ya, mi cabeza no paraba de producir escenarios de terror, ficciones en la que los espíritus o fantasmas nos acechaban desde los rincones, listos para atacarnos y dejarnos como flores marchitas en el suelo hediondo, o hacernos desaparecer en la inmensa penumbra que recorría y ensimismaba los lugares más sombríos y aterradores de cementerio. Pero entonces, solo entonces, comencé a tener miedo de verdad.
Para mi suerte los fantasmas no eran reales, y nos quedamos ahí, parados en seco, escuchando el irremediable llanto.
- Tenemos que seguirlo ¿Recuerdas? Dijo que cuando escucháramos el llanto estaríamos cerca- dijo él. Sin más palabras, y comenzó a avanzar.
Yo seguía ahí, no podía mover mi cuerpo, estaba como paralizada por el miedo. Era ridículo. Hacía unas pocas horas había huido de casa, luchado contra monstruos al lado de alguien que podía hacerse invisible, descubierto estos asombrosos poderes, y con todo no tenía el coraje para caminar hacia adelante. Para este punto, habría jurado que me convertiría en una de esas poderosas heroinas de los cuentos de hadas, t sin embargo... seguía siendo yo
Él por fin se deshizo de sus bolsillos, y me extendió la mano, suplicante.
- Ven. Lo haremos juntos. - dijo, sin titubeos, siempre compañero.
Eso me calmó. Tomé su mano fuerte, y seguimos adelante, por un pasillo, hasta que llegamos a un rellano similar al del que salimos.
Pero lo que ví ahí era más impactante aún que monstruos breosos o noches oscuras, y me perseguiría en mis sueños por mucho (MUCHO) más tiempo.
Una mujer, pálida en llanto, posaba ante una tumba desecha. Flores hilachas y marchitas, o aplastadas por el enorme esfuerzo de dedos de incontrolables espasmos, permanecían regadas en el suelo y entre sus manos, como un paisaje derruido y asqueroso. Vestida de luto y arrodillada, caminaba a gachas, lamentando palabras incoherentes con una maraña de pelos despeinados circundándole la cabeza. Su alma, podía sentirlo, estaba partida en mil pedazos, con ojos cansados por el esfuerzo y las marcas de haber sentido el dolor del desprecio en su fino rostro, goteando en salados cristales. Y, aun así, con una sonrisa en sus labios repetía, acariciando a veces la lápida, halagos consistentes y ánimos de apoyo "todo estará bien, mi querida. Todo estará bien".
Sin duda alguna, la locura se le había apoderado, impregnándose en sus harapos de madre, quitándole el lustre a sus preciosos cabellos, y marcando sus manos y cuerpo con sórdida palidez y flaqueza.
Yo, mientras tanto, la observaba con ojos cándidos al lado de Tarian. Ambos estábamos atónitos al encontrar lo último que hubiéramos esperado ver en esos días, en el medio de nuestro camino amarillo, sin atrevernos a mover una pestaña por lo que parecieron minutos completos.
Sorprendentemente yo fui la primera con el coraje suficiente como para dirigirle la palabra.
- Disculpe ¿Qué ha sucedido? - dije, con palabras temblorosas, y deseando que mis dichos no encendieran nada en su interior que fuera más horrendo que lo que veíamos.
Apenas entonces notó nuestra presencia. Sus ojos chispearon en claridad, al reconocernos.
- Son ustedes ¿verdad? Ustedes son los siguientes... - entonces, hablando para sí- aún no están muertos todos los anteriores. Mala suerte. Desdicha suya que no puedan protegerlos... No... No... No pueden. Desgracia. No deberían haber nacido. No en este mundo que los desprecia. Son demasiado, no los entienden. Como no entendieron a mi Marinette. No, mi dulce Marinette...
Entonces él se atrevió a interrumpirla
-Marinette es su hija ¿Verdad? ¿Qué pasó con ella?
- ¡La mataron! Esos monstruos la mataron. No vieron que ella era una criatura tan buena, tan hermosa. Y me dejaron los despojos a mí, a su madre, como si lo mereciera, como si no fuera más que trapos podridos. Me dejaron sin mi hermosa pequeña, como si fuera el desecho de sus almas. Mi hermosa Marinette. Ella era diferente... Monstruo... Monstruo, le decían. Monstruos eran ellos, que le obligaron a quitarse la vida. Llenándola de aflicciones. Derrumbaron todos sus sueños, sus esperanzas; todo lo que me tardé años de esfuerzo en construir. Ella quería ser bailarina... mi pobre inocente. Y ellos se burlaban, se burlaban... ¡Hay, mi pobre Marinette, si te he secado las lagrimas cuando te lastimaban! Pero ahora va a estar todo bien, todo va a estar bien...
Nos quedamos mudos. No podíamos hablarle. Entendíamos a que se refería, o yo lo hacía, al menos, y no sabía por qué.
Esa era la chica de mis sueños. Marionnette era la chica de las nobles trenzas café, la niña con rostro valiente y postura estoica que me persiguió tantas noches... al fin lo sabía. Conocer su historia era mucho más doloroso, más aún de lo que nos había advertido Thomas. Y a pesar de eso, aún quedaban tantas dudas...
Pero al ver la cara de la mujer, sus lágrimas inconsolables, tomamos una decisión. Teníamos preguntas, si, pero no la haríamos sufrir más de lo que ya estaba padeciendo, callaríamos.
Fue entonces cuando se nos presentó un problema. Aún necesitábamos saber a dónde ir, y no encontrábamos sueños ni voces seductoras que pudieran guiarnos en nuestro viaje ¿Qué hacer?
Justo cuando empecé a creernos perdidos, dudando de nuestra cordura y habilidad, y antes de siquiera poder cruzar palabras, la voz empezó a sonar nuevamente en mi cabeza
"Justo detrás tuyo" susurraba melódicamente. Tárian también debió de sentirla, puesto que ambos nos dimos vuelta al mismo tiempo, como arrastrados por cordeles. Y entonces... entonces la vimos.
Una niña de catorce años, con buzo negro y una mirada penetrante y seria, su cabello marrón, recogido, como una muñeca ... parecía observarnos incrédula, como si fuese superior, como si fuéramos unos niños tontos y asustados.
- Hola - Dijo ella. Pero lo extraño es que ni siquiera necesitó mover sus labios, no. Ambos escuchamos su voz dentro de nuestras cabezas, como el penetrante susurro que nos guiaba, similar a aquel susurro que oía de pequeña. Entonces lo supe:
Habíamos encontrado a la niña de las trenzas marrones.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro