"La casa mágica"
Este recuerdo es muy breve. Apenas si sé haberlo vivido, y sin embargo siempre me gusta volver a él; contarlo como mi amigo.
Estábamos viajando de vacaciones (Acto heroico en nuestro caso) mientras yo miraba con esmero por la rendija que había abierto en la ventana del auto. Para mí suponía todo un suceso ver por primera vez lugares desconocidos, encontrarme con figuras nuevas con una existencia más allá de mis recuerdos o mi conciencia. Cada una de esas personas era dueña de una vida entera que yo desconocía, y mis ojos infantiles, si bien ya estaba bastante crecida, no cesaban de encontrar mundos mágicos y secretos fantásticos por donde quiera que pasara. Mi mente alcanzaba un nivel de poesía que no llegaba a describir, haciendo en rápidos murmullos y pensamientos callados relatos imaginarios del mundo que me rodeaba. Como la narradora de un libro, buscaba a mis personajes y situaciones en cualquier parte:
En un edificio alto con terraza, un adolescente flacucho que vivía junto a su tía se había enamorado de una chica extraña con poderes; en un pastizal alto, una granjera pequeña jugaba con sus muñecas y miraba un dije con una foto familiar; cansado en un callejón, un niño hambriento lloraba en la espera de que su madre regresara a por él.
Todos estos personajes me caían más que simpáticos. Los pensaba abierta y detalladamente mientras escrudiñaba el paisaje de soslayo.
Entonces pasé por la casa.
Atrajo mi atención al primer vistazo, al igual que un vidrial lleno de colores relucientes. Era un juguete que jamás había probado, pero que me encantaba.
Una estructura pequeña y sólida, que asemejaba al edificio de un cuento de hadas (O más bien al lugar donde encontraría un portal hacia alguno de esos cuentos), de ladrillos vistosos y deformes, apenas formados en su posición vertical; con el techo inclinado cubierto de tejas, casi del todo escondido bajo una enredadera seca y escalofriante, que lucía pomposa sus delgadas ramas al igual que garras que intentaran devorarle. En su frente había una pequeña puerta marrón oscuro y una aún más diminuta ventana, que me seducían a entrar ¡Quien sabría cuántos secretos ocultara tras aquellas bisagras! Cuál fuera la mente maestra detrás de esa gloriosa edificación, no lo sabía, pero se había ganado mi más profunda admiración. En el jardín delantero reposaba un árbol gris y seco, tiempo antes frondoso: el difunto guardián de la entrada, ahora dueño de nada, vacío y crujiente con madera libre de toda irrigación. Todo en aquella casa parecía antiguo y muerto, pero con un toque de encanto, como salido de una historia horripilante y obscura.
Como si no fuera suficiente, una estatua angelical de reluciente espada se posaba en un muro del lado opuesto de la calle. Por su rostro añejado y su espantosa mueca, lo creí mensajero de malas noticias. Le daba al ambiente un toque lúgubre y místico. Casi podía verlo salir volando de la estructura de enfrente, para posarse en el delicado césped del jardín frontal y golpear a la puerta.
El sol se extendía con sus dorados dedos sobre la escena, como abrazando el impetuoso mural de cemento y ladrillos. Su luz se desparramaba en cascada por sobre las delicadas hojas de los arbustos, y se extendía sobre unas pocas y resentidas flores que posaban extrañas en una maceta árida.
Entonces mis padres comenzaron a discutir, dejando en nada todo el sentimiento de magia silenciosa. Habíamos parado por completo, perdidos entre tantas direcciones. Los GPS aún no existían, o tal vez aún no nos habíamos comprado uno. Como fuera, estábamos completamente perdidos, con un mapa maltratado apuntando en todas direcciones, cada una diferente dependiendo de quien lo viera. Aunque ellos no paraban de disputar sobre la dirección, yo era feliz contemplando mi casita extraña. Bajé la ventanilla y tomé fuertemente una gran bocanada de aire. No era tan fresco como podría haber sido en el campo o el monte, pero era mejor que el de dentro del auto. Lo recuerdo bien, pero solo debido a que le sucedió uno de los momentos más asquerosos de mi vida hasta entonces. Una mosca algo enclenque, decidió que se hallaba presurosa por conocer el interior de mi aparato digestivo, y sin más preámbulo, se atoró en mi garganta. No puedo jurar haberla expulsado completa, entre toses y chillidos.
Luego comencé a reírme, asqueada. Solo a mí podía sucederme algo así.
Pasé el resto de la breve discusión observando la casa. Me hubiera gustado en esos momentos saber lo que tenía dentro. Ese tipo de construcciones siempre llamó mi atención.
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