Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

II: Cual libélula.


Y sí, efectivamente; Alas Da Silba estaba loca.

—¡Aquila, ábreme o rompo la puerta, es hora de entrenar! —Escuché su cantarina voz tres semanas después de haberla conocido, al segundo día de haberme mudado con ella, intentando despertarme a las cuatro de la mañana que señalaba mi reloj.

Mi respuesta fue muy amable, por supuesto.

—¡El coño'e tu madre abrirá la puerta!

Sí, ese había sido mi primer error. En verdad sí rompió la puerta, y también levantó el colchón haciéndome deslizar hasta terminar en el suelo sobándome el adolorido trasero, e igual me jaló del brazo con tan solo mis calzoncillos hasta el comedor, donde me sirvió varias reina pepiada y bueno, se me pasó un poco la rabia.

La casa de Alas era preciosa, estaba a unos metros de la playa y a pocas horas de la ciudad, escondida por un campo de magia que la hacía invisible a cualquiera que no lo traspasara; habíamos llegado volando en su escoba, era la segunda vez en mi vida que apreciaba Caracas y Vargas desde los cielos, y había sido memorable. Desde afuera parecía un rancho sencillo, incluso tenía el techo de zinc, pero al entrar te encontrabas con que todo estaba cubierto de plantas de aquí para allá, desde helechos y cáctus comunes hasta flores de colores despampanantes y arbustos que jamás había visto en mi vida. Era grande, por dentro el techo sí tenía cemento y no te morías tanto por el infernal calor de La Guaira, además de que los ventanales permitían el paso de la brisa, aunque igual yo vivía sin camisa.

De todas formas, Alas no parecía una mujer normal y nunca me mandó a vestirme.

No era como que yo tuviera un abdomen que presumir, en verdad lo único que tenía medio marcado eran los brazos gracias a unos cincuenta años trabajando de comerciante con un vecino, pero hasta ahí. Igual en cuanto me dijo que íbamos a ir a la playa me puse una camiseta y un short; todavía no entiendo cómo no se me ocurrió ponerme protector solar.

—Correrás todo lo que tu cuerpo dé hasta que salga el sol, después volverás y comenzaremos tu entrenamiento.

Esta sí es arrecha.

Ambos habíamos bajado hasta estar en frente del mar. A pesar de la poca luz amarillenta que desprendía una piedra en su mano, pude apreciar sus ojos violetas brillar y esa sonrisa de lado que seguía siendo un enigma para mí. Su cabello bailando entre la brisa se confundía con la arena, y miré hacia la playa con una mano rascándome la nuca.

¿En qué peo me había metido, abuela?

A pesar de todo, sí lo hice. Corrí medio muerto, medité semidesnudo bajo la pepa de sol, y escuché a esa mujer con shorts y crop tops hablar hasta el mediodía sobre cómo funciona la magia al correr por tu sangre con adrenalina.

—La magia es una energía, al aprender sus leyes y cómo usarlas a tu favor ya la habrás dominado —decía, sacando de entre sus senos las llaves y después invitándome a pasar primero—. Mientras menos la usas, más se acumula, y mientras más constante es su aplicación, también lo es su desgaste, y de ambas formas influye en tu cuerpo... Ay, me dio hambre.

Alas caminó hasta la nevera, y comenzó a poner un montón de yuca y otras verduras en una olla. Sentándome en la barra que separaba la cocina y el comedor, bajé la mirada.

—Entonces, ¿si mi abuela no usaba magia desde hace siglos, por qué...? —No pude continuar. Mi garganta se contrajo y, antes de siquiera sentirlo, las lágrimas comenzaron a derramarse por mis mejillas y me tapé el rostro con ambas manos.

Escuché algo caerse y los pasos de Alas hasta llegar al frente de mí.

—Aquila, Teodora tenía mil años, su magia era muy poderosa y... y lo siento —posó sus manos sobre las mías, con delicadeza, y se las aparté, llevando mis pies hasta la habitación en frente de la de ella. No era la mía, pero junto a la mochila con mis pocas ropas, parecía ser lo único que me quedaba.

Pasé toda la tarde allí, encerrado entre las barreras que mi propia mente ponía.

Recordaba aquella noche, el despertarme en la madrugada por los ruidos, el ver que Alas no estaba ya en el suelo y en mi rostro el miedo al correr hacia el cuarto de mi abuela, el impacto al quedarme parado en la puerta abierta. Me encontré con ella ahí, de rodillas sobre la alfombra; las venas casi se le salían de la piel, sus ojos se iban hacia atrás y hacia delante y de su cabello rubio no quedaba nada. Alas estaba en frente de ella, mirando hacia el suelo, y la desesperación se deformaba en su voz tanto que casi ni la pude reconocer.

—Alas por... favor... mátame —susurró Teodora. Alas soltó un sollozo, el cuchillo en su mano izquierda brillo y... se cayó de su mano.

—No puedo, maestra, no puedo hacerlo, perdóneme —respondió bajo y entrecortado. Mi abuela soltó algo parecido a una sonrisa, que mas bien lucía escalofriante, y con la mano que ya parecía la rama de un árbol marchito, tomó el cuchillo y lo posó en su pecho.

—Ya lo sabía, querida... cuida de Aquila, por favor.

Atravesó su cuerpo, y este se deshizo en polvo.

Todavía estaba en el suelo de mi habitación cuando la rota puerta se entreabrió, dándome el primer rayo de luz que había llegado a mí en toda la tarde. Mis rodillas tapaban mi rostro y me abrazaba con mis manos, e incluso al volver a cerrarse esta no me moví. Sentí el cabello de Alas rozarme cuando se sentó a mi lado, imitándome al poner su espalda contra mi nueva cama; me rodeó los hombros con su suave brazo.

«Yo, Alas Da Silva, juro por mi sangre y toda su línea alimentarte, protegerte y cuidarte por el resto de mis días, Aquila María Torres Ellene. Lo juro en el nombre de mi maestra, por la promesa que le hice antes de morir y que repito ahora ante ti».

Di un pequeño respingo al notar que quería atraerme hacia ella, y pareció darse cuenta. Levanté el rostro y me encontré con una expresión que jamás había logrado divisar antes de la entrega del departamento, ni un segundo en las tres semanas que me acompañó. Una avasallante y violeta tristeza.

—¿Sabes? Conocí a tu abuela de una forma... rara. Me compró en un puerto de mala muerte en Coro, diciendo que era una afamada escritora. Era su esclava y a cada rato tenía que ayudarla o hacerle té, siempre fue bastante exigente —sonrió y, al ver esa expresión, inconscientemente dejé caer mi cabeza en su hombro. Era cálida—. Hasta que un día me dijo que si sabía del potencial de mi sangre, y yo entré en pánico porque creí que me iba a entregar a la iglesia para que me mataran por herejía... pero no, en vez de eso comenzó a entrenarme y a tratarme como si fuera su igual.

—Suena a algo que ella haría —susurré, correspondiendo su sonrisa. Quizás... quizás no era tan intimidante como yo creía—. Siempre luchaba por lo que creía correcto, y me enseñó lo mismo.

—A mí también, pero no creo ni poder llegarle a los talones.

Y así nos quedamos un rato, ella con las infinitas piernas estiradas hacia la ventana del cuarto, y yo mirando la poca luz anaranjada que se reflejaba a través de las cortinas. A pesar de que odiaba el silencio absoluto cuando estaba con alguien, el hombro de Alas y el sonido de nuestras respiraciones eran suficiente para no sentirme incómodo. Simplemente el tiempo pasaba, y la compañía ya no era una obligación, era más un consuelo.

—¡Tengo una idea! —gritó Alas en medio de mis conclusiones filosóficas, levantándose del piso de golpe y casi haciéndome caer contra él. Me miró un instante y después salió corriendo hacia afuera, dejando la puerta semi-rota abierta.

No entendía a esa mujer, pero me causaba algo de gracia y curiosidad. Me levanté escuchando todas mis vertebras sonar por estar tanto tiempo en la misma posición, y apenas salí de mi cueva y llegué al comedor Alas Da Silva se paró al frente de mí con una gran emoción. Antes de darme cuenta tenía un collar pesadísimo sobre mi torso.

Mientras ella también se ponía uno igual, observé la profunda y gigantesca piedra turquesa, la cual se veía a contra la luz de los bombillos como si tuviera el mar entero dentro de sí.

—¡Al fin podré estrenar estas cosas! —Dio un pequeño saltito con los ojos cerrados, y antes de que pudiera preguntarle qué carajos planeaba hacer tomó mi mano y me jaló corriendo hacia afuera, dejando la puerta cerrada y la pequeña casa detrás de nosotros. Yo corría siguiéndola, con la luz de nuestros collares siendo guía en medio del atardecer de la playa—. Las tengo ahí desde hace siglos, las hice después de mi entrenamiento y no sabes cuántas ganas tenía de usarlas, ¡es una ocasión especial, Aquila!

Lo había dicho con mucha... ternura. Parecía en verdad alegre de que yo estuviera con ella, y de que fuéramos a hacer lo que sea que planeara. Con el rostro algo sonrojado le iba a dar las gracias... hasta que mi vista chocó con que nos dirigíamos directo al mar.

—¿Por qué vamos hacia allá, Alas? Ya es tarde y... —comencé a decir, siendo interrumpido por unas pequeñas risas de niña.

Alas se detuvo, volteándose para mirarme justo cuando estábamos a dos metros de donde chocaban las olas. La brisa hacía ondear la larguísima cola en la que contenía su cabello, y aquellos universos violetas me miraban tan fijos que no podía dejar de presenciarlos. Tomó mis manos entre las suyas.

—Vamos, confía en mí, Aquila —pidió, sonriente.

En medio de mi sonrojo y mis dudas, el escuchar su voz tan suave me hizo, de forma casi involuntaria, sonreírle de vuelta. Asentí.

Ella dio un pequeño salto y, soltando solo una de mis manos, nos echamos a correr ambos hacia el mar. Después de pasar la orilla noté con absoluto terror lo que pasaba; miré hacia abajo, donde nuestros pies salpicaban el agua, mas corríamos sobre ella atravesando las olas y con el viento casi llevándonos con él. Subí mis ojos directo al oscuro horizonte, donde la luna se posaba sobre nosotros en medio de la infinita oscuridad, como burlándose de mi desventajosa ignorancia. Detrás dejábamos las pocas luces que llegaban hasta ahí de la ciudad, pero a Alas, sonriente y saltando sobre las aguas cual libélula mientras corría, no parecía importarle en absoluto.

—¡¿Qué vaina es esta?! —grité, apartando su cabello chocando con mi cara. Ella miró un momento hacia atrás, sin ninguno de los dos detenernos.

—¡Son cuarzos repelentes, el agua no puede tocarnos mientras los tengamos! —Me gritó en respuesta, chocando su voz con la de la marea—. ¡¿Fino, eh?!

Parpadeé, mirando hacia lo lejano que se veía la costa y con mis pobres piernas ya entrando en crisis por tanto ejercicio en un día. Por lo extraño que fuera, por primera vez en mi vida estaba nervioso de estar solo con una chica; Alas era todavía más extraña que mis exnovios, y mira que eso era bastante.

—¡Sí, increíble, pero creo que deberíamos regresar! —repliqué, con un pequeño temblor de voz—. ¡Si nos atracan será tu culpa!

—¡Por favor, Aquila, estás con una hechicera de primer rango! —Ella soltó una carcajada—. ¡No seas aguafiestas, disfruta!

Una ola gigantesca se acababa de formar directo hacia nosotros, y en frente de mi expresión de pánico Alas se detuvo, se volteó hacia mí divertida y levantó con ambas manos su collar, haciendo que este dejara de funcionar por un instante. Cayó bajo el agua.

La ola me traspasó mientras yo gritaba su nombre, viendo el agua pasar sobre mis ojos sin siquiera tocar mis pupilas, iluminada por la luz que emanaba mi collar creando ondas y haciéndome entreabrir los labios maravillado. Grité cuando una oscura mano me jaló del pie, llevándome hacia debajo de golpe y casi haciendo que se me cayera la bendita piedra del demonio (sinónimo de Alas). La sostuve hasta que me encontré debajo, con aquel brillo violeta a centímetros de mi rostro.

Alas me sonrío, estando ambos coordinando brazos y piernas y esforzándonos por mantener todo el aire que nos quedaba en los pulmones. Tomó mi barbilla con su mano y me hizo mirar hacia un lado y abajo, encontrándome con los conjuntos de coloridos cardúmenes que viajaban a través de las aguas, con el suelo a varios metros más debajo de nosotros y las algas y corales que parecían bailar bajo la poca iluminación. Un espectáculo marino que solo se daba en ese momento para nosotros.

Antes de quedarme sin aire, observé la sonrisa de Alas. Después mis ojos se fueron cerrando; lo que recuerdo fue sentir sus manos en mis costillas y su aliento contra el mío mientras abría por completo la boca, recordando lo que se sentía respirar.

—¡Sí funcionan! Menos mal que tuve suerte de principiante, sino hubiéramos estirado la pata juntos —exclamó contenta, afincando su risueño rostro en mi hombro y abrazándome, mientras yo solo apreciaba el oxígeno como nunca—. Dime si no fue chévre, Aquila.

De forma casi adictiva, volví a fijarme en su sonrisa; sus labios gruesos, el que la torcía más hacia el lado izquierdo, los dientes de abajo algo demasiado juntos... y la sinceridad que esta transmitía, que parecía brillar con una luz más fuerte que la de cualquier piedra preciosa o de la misma luna. No dársela de vuelta sonaba a pecado.

—Sí, sí lo fue.

N O T A S:

Coño'e tu madre: Coño es la parte exterior de los genitales femeninos de forma bastante ofensiva, y el e' sería de pero acortado por la pronunciación y lo rápido que se dice, lo cual es común tanto en esa como en otras palabras. Es una grosería con rabia hacia tu madre; también se usa coño e' su madre como exclamación de rabia o frustración cuando algo sale mal.

Reina pepiada: Arepa rellena de ensalada de pollo o gallina mezclada con mayonesa y decorada con aguacate, plato muy popular en Caracas.

La Guaira: Zona costera de Vargas, estado que está a poca distancia del Distrito Capital, donde se encuentra Caracas.

Arrecha: Persona abusadora, en este caso. Tiene muuuchos usos.

Peo: Conflicto, situación complicada.

Vaina: Cosa, broma; es una grosería.

Atracan: Proviene de atracar. Significa que te roben bien feo y por pajúo (tonto). Debido a la creciente inseguridad en el país, es común.

Aguafiestas: Persona amargada o seria, que no es cómica ni le gusta divertirse en una fiesta yu otra ocasión de entretenimiento.

Fino: Bueno, genial.

Estirado la pata: Muerto.

Chévre: Genial, increíble, divertido.


Canción del capítulo: Summer Begs; de Sarah Jaffe, lanzada en el 2010.

Total de palabras: 2302.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro