Parte 2: Tu encuentro con la muerte
Todavía se dejaba ver en ese entonces.
Todavía permitía que la luz del sol tocara su piel —Y no le temía—.
Esperaba bajo un manzano, con sólo una túnica puesta, y el estómago hecho un nudo de nervios. La carne le hervía, sentía que sus cicatrices eran demasiado llamativas, e inocentemente creía que así era la experiencia para los mortales. Que la sangre quemaba casi como si rechazara al cuerpo al que pertenecía.
No le importaba, Taehyung llegaría en cualquier momento. Él sabía cuidar bien de Jungkook, sólo sus manos trataban las heridas con delicadeza. El rozar de sus dedos, las caricias acompañadas de medicina. El único que al tocarlo, lo hacía con compasión.
Jungkook estaba hambriento de contacto de la piel con piel. Y el ese ardor, el del deseo floreciendo por cada uno de sus poros, ese lo toleraba. Lo amaba, lo disfrutaba con locura porque Taehyung, y sólo Taehyung, lo satisfacía.
Por eso esperaba allí, bajo un manzano, bajo el sol de un mañana que parecía querer matar todo sobre la faz de la tierra. Y él no sabía que el calor no debía doler tanto. Simplemente no sabía.
"¿Qué te tiene aquí, atontado, Hades?" Y con el brillo del mismísimo Astro Rey, su Dios bajó frente a él. El olor a quemado de las hojas del manzando inundó los pulmones de Hades, enfureciéndolo.
"¿A qué se debe tu interés?"
"Estoy esperando a una pequeño diosa" "La hija de Démeter, juraría que has escuchado sobre ella, ¿No es cierto?"
"¿Qué quieres?"
"Una compañera. Ya viene siendo hora, ¿No es cierto?" El calor no sólo quemaba, asfixiaba. Un leve olor a quemado se instalaba entre los dos dioses y la somba del manzano se hacía cada vez más pequeña. Una rama crujió, cayendo entre ellos en llamas "Estamos quedándonos atrás, Hades"
"Me ha elegido a mi" Mordió, su afirmación haciendo temblar el suelo mismo. Remarcando su poder sobre su reinado bajo la tierra. El mar de muertos armonizaba su nombre, aclamaba su Rey.
El sol podría quemarlos a todos si quisiera. Eran solamente cadáveres.
"Eso no es cierto. No lo ha hecho" "No hay razón por la que una diosa de la fertilidad elija su reino en ruinas con un rey sin trono"
Estaba dicho, escrito y advertido en la cultura popular de los humanos que la furia del Dios del Inframundo se veía en el caer del sol en la tierra. La amenaza de la oscuridad eterna, un lobo feroz dispuesto a comerse al padre de la humanidad, dando así comienzo a una nueva era de hambruna, nieve y muerte.
Así comenzó esa lucha. Hades, porque su nombre humano poco tenía que ver con su forma bestial, aulló en rabia mientras su piel caía a pedazos a sus pies. El calor de un infierno desconocido se había hecho cargo de quemar todo a su paso, dejando entrever una melena negra y azulada como las mismísima noche, pero sin el rastro de las estrellas.
Los ojos rojos como la sangre que —aunque no debiera– corría por su carne y venas, flameaban con la ira de un rey inepto.
Helios huyó, todo lo que podía huir de la muerte misma y ardió todo a su paso, un descontrol de tal magnitud que a cada día se oían los gritos de dolor de miles de seres de humanos a sus pies y garras. Pero la distancia no era suficiente, el dolor no podía parar a una bestia enloquecida, y llegó una noche donde lo único que se oían eran los aullidos de agonía de un Dios siendo despedazado.
Y a un pequeño dios suplicando piedad.
Sus gritos se veían opacados por las llamas moribundas de sol siendo tragado y los gruñidos salvajes de una fiera descontrolada, sus pedidos de auxilio no llegaban al Olimpo y sus poderes, ¿Los tenía? ¿Eran suficientes?
De sus brazos y piernas se extendieron enredaderas, gruesas y repletas de espinas, veloces y filosas. Cual serpientes se aferraron y deslizaron por la melena del Lobo, rasgando pelo y carne a su paso, desesperadas por anclarse. Por amarrar, detener. Sangre negra, entintada por un veneno que podía acabar con dinastías enteras, se deslizaba por la planta que era carne y llegó a los ojos de Taehyung.
Él no podía dejar atrás su ser humano.
Pero no podía parar. O no pudo hasta llegar a la boca del Lobo, hasta clavarse en la mandíbula y forzarla, enterrándose de tal forma que la misma tierra rugió de dolor.
Por primera vez en 3 años, el sol volvió a salir. Y a la sombra de la primavera, yacía la muerte misma sobre un manto de nieve derritiéndose.
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