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Extra Navideño




ALERTA:

Este extra es independiente.

Como sabréis, "Un inesperado amor" en estos momentos está en marzo y Navidad es en diciembre, así que coherencia temporal -7181818.

PD: Felis Navidad tardía jeje

Capítulo dedicado a vsgirl30, los reyes magos no te han dejado a Ryu debajo del árbol, pero al menos tiene este extra para compensar la pena jeje

Felicidades atrasadas a mariayuse y feliz cumpleaños a veritogomez605 <3

(Canción: Nothing to Regret de Robinson)

ESTHER

Al notar como tiran de la manga de mi camiseta sin parar, decido abrir los ojos.

Delante de mis narices me encuentro a Nara muy cerca, con los ojos muy abiertos y con una sonrisa de oreja a oreja. Al darse cuenta de que me he despertado, se sonroja y se separa un par de pasos de mi cama.

—Sé que no puedo estar aquí... —murmura, ligeramente arrepentida—. ¡Pero es que es navidad! —chilla, con el arrepentimiento siendo sustituido por la euforia.

—¿Qué hora es, Nara? —pregunto, divertida.

Al mirar por encima de su cabeza, me percato de que ya es de día, aunque las farolas siguen encendidas, así que como muy tarde son las ocho de la mañana —si no es más temprano—.

—¡Pero Papá Noel ya ha llegado! —grita, con impaciencia, acercándose de nuevo a mí y tirando de mi camiseta para que me despierte—. ¡Y te ha traído regalos, Esther!

—Ah, ¿sí?

Frunzo el ceño. Con todo el lío de estas últimas semanas ni siquiera había pensado en ello.

Ayer tampoco caí.

Creo que fue la Nochebuena menos Nochebuena de toda mi vida.

Estaba de un humor horrible, parecido a como se comporta normalmente Enzo porque es el Grinch oficial de la familia. A mí tampoco es que me encante la navidad, todo el tema de sacar el árbol y hacer regalos no me entusiasma demasiado, pero si la excusa de que nos reunamos todos. Del desorden en la cena. De las risas entre comidas. De las peleas entre platos. De las anécdotas relatadas por culpa de las copas de más que siempre caen.

En adultos... y no tan adultos, a veces.

Así que ayer lo eché de menos.

Y terminé yéndome a dormir a las nueve de la noche, después de haber cenado lo más anti navideño del mundo que fue leche con cereales —o en mi caso, cereales con leche— y felicitando a todos por mensaje.

Lo dicho, el día más anti navidad de mi vida.

—¡Esther! —chilla, perdiendo la poquita paciencia que tiene.

—Voy, voy —digo, en medio de una carcajada.

Nara hace un mohín al ver que tardo demasiado en desperezarme, pero es que cómo pretende que salga tan rápido de la cama cuando la diferencia de temperatura es tan grande. Es que es imposible querer salir del ovillo de sábanas con el frío que hace, pero me obligo igualmente porque hasta el momento no he visto a Nara enfadada y hoy no era el día para descubrirlo.

Dejo que entrelace nuestras manos y me arrastre por toda mi habitación sin dejar de reírse hasta que salimos al salón.

Si pensaba que irme a dormir temprano ayer fue lo más Grinch que hice, al ver como todos, incluido Ryu, tienen un pijama conjuntado me hace sentir incluso más fuera de lugar.

Siento una punzada en el pecho al pensar en la mañana de navidad con mis padres y mi hermano. Me obligo a tragar saliva, en un intento de aminorar el nudo en mi garganta y sonrío lo mejor que puedo.

Lo último que faltaba es que les arruinase la navidad a ellos.

—¿Qué tal has dormido, cielo? —pregunta Helen, levantándose del sofá con una taza de... ¿chocolate? Sí, chocolate caliente en las manos—. Ten cuidado que quema —me advierte, tendiéndomela.

Murmuro un gracias antes de soplar para templarlo y darle un sorbo pequeño. Está muy bueno. A diferencia de casa, que estaría acompañado por una ración de churros, ellos tienen un plato de distintos tipos de galletas de jengibre adornadas.

Cojo una al sentarme junto a Ryu en el sofá y observo como Nara va de un lado al otro del árbol, dándole a cada uno su regalo.

—¿Ya puedo abrirlos? —le pregunta a Helen y a Kenji que la observan divertidos.

Kairi sonríe al mirar a su hermana pequeña. Es de las primeras veces que no lo veo con nada en la mano.

—¿Has dormido mal? —susurra Ryu en mi oído.

—¿Qué? —pregunto de vuelta, frunciendo el ceño—. No, ¿por qué?

—Porque tienes cara de preferir vivir ovillada entre sábanas que estar aquí en estos momentos.

Ante mi silencio, enarca una ceja, divertido.

—He dormido bien, solo que estoy sensible —le confieso cuando los chillidos de Nara son capaces de distraer la atención de nuestra conversación.

—Los echas de menos, ¿no?

—En fechas como estas, sobre todo.

Hace el amago de decir algo más, pero termina negando con la cabeza y desvía la atención a su hermana pequeña que se acerca a nosotros sacudiendo el gran peluche de unicornio que tiene entre las manos.

Apenas se le puede ver salvo por las dos coletitas que tiene en la cabeza.

—¡Mirad qué grande! —grita, sacudiendo el peluche con agresividad. Inevitablemente se me escapa una carcajada ante el contraste—. ¡Y qué blandito!

Boots se acerca al peluche, olisqueándolo y Nara se aleja de él, chistándole para que no lo muerda, pero el perro la ignora deliberadamente y comienza una persecución de Boots con el peluche mientras que Nara corretea por el salón para salvarlo.

Al menos, hasta que Ryu lo frena por el collar y lo distrae acariciándole la cabeza, dándole una tregua a Nara. Aunque estoy segura de que en cualquier momento retomará dicha persecución.

—Creo que se ha enamorado del unicornio —murmuro, divertida.

Ryu clava la mirada en mí, reprimiendo la sonrisa que amenaza con surcarle el rostro.

—El pobre no tiene muy buen gusto, entonces.

—¿Y tú sí? —lo irrito.

Se queda durante un par de segundos en silencio, simplemente observándome. Cuando pienso que va a volver a no decir nada y centrar su atención en Kairi, que es ahora quien está abriendo regalos, sonríe de lado mirándome de arriba abajo.

—Mucho mejor, pero la misma mala puntería.

Me quedo en silencio sin saber qué decir al respecto. Menos mal que el grito emocionado de Kairi es capaz de distraernos y ambos desviamos nuestra atención a él.

Al terminar el chocolate, dejo la taza en la bandeja y cojo una de las galletas de jengibre.

Me da pena comérmela.

Está simulando una casita, con las columnas como si fueran bastones de caramelo y con trozos de chocolate simulando las tejas del tejado.

No obstante, el hambre es más fuerte que la pena y acabo dándole un mordisco. No puedo evitar sonreír ante lo buena que está.

—¿Las has hecho tú, Kenji? —le pregunto, señalándole con la galleta mordisqueada. Él niega con la cabeza—. Entonces, ¿Helen? Porque están buenísimas.

—Las ha hecho Ryu —responde esta última, divertida ante la cara de sorpresa que debo de tener.

Me giro en redondo, entrecerrando los ojos al ver que enarca ambas cejas.

—¿Qué?

—¿Desde cuándo cocinas? —pregunto de forma acusatoria.

—Desde siempre —suelta, encogiéndose de hombros.

—¿Y por qué me entero ahora?

—Porque nunca antes ha preguntado.

Abro la boca para rebatírselo, pero tiene razón.

—Pues están muy buenas —mascullo entre dientes, irritada al ver que sonríe con suficiencia.

—Me he dado cuenta por tu reacción, pero gracias por confirmármelo.

No necesito mirarme para saber que debo de estar igual de roja que su pijama navideño. Bufo algo incomprensible que solo consigue que él suelte una risa corta.

Se me está a punto de escapar un insulto, pero me silencio de golpe cuando Nara señala el paquete que me dejó a mí lado hace un momento.

—¡Esther te toca abrir el regalo! —grita, sonriente.

Le doy un beso en la mejilla a modo de agradecimiento. Me levanto del sofá con el paquete en las manos y les doy un abrazo a Kenji y a Helen, susurrándole un gracias a la segunda, que me estrecha incluso con más fuerza en respuesta. Le revuelvo el pelo a Kairi, que intenta apartarme las manos a manotazos y me siento de nuevo en el sofá, nerviosa ante lo que me puedo encontrar.

Sin embargo, mi atención se desvía ante el carraspeo de cierta persona a mi derecha.

—¿Qué? —cuestiono, mordaz.

Ryu silba, divertido antes de señalarse a sí mismo.

—¿Yo no recibo ningún abrazo?

—¿Yi ni ricibi ningún ibirizi? —lo imito irritada antes de acercarme a él.

Estoy tan centrada ante lo irritante que puede llegar a ser a veces, que no es hasta que me rodea con los brazos que me percato de la situación. Me tenso de pies a cabeza al notar la calidez que emana a través de la ropa, sintiendo su aliento cálido contra la curva de mi cuello.

Cuando nos obligo a separarnos, lo último que espero es que me dé un beso en la mejilla.

Eso termina de sonrojarme del todo.

Menos mal que ya estaba roja de antes y no se notará.

«Espero», pienso para mí misma.

Con cuidado de no rasgar el papel de regalo, desenvuelvo la pequeña caja de cartón. No sé qué puede ser. No hay ninguna marca ni nada que me pueda dar alguna pista, así que solo me queda suponer y soy pésima en eso.

Abro la caja con dramática lentitud, fijándome detalladamente en cada milímetro que se deja entrever.

Aun así, la sorpresa sigue siendo la misma.

Estoy a punto de decir que no hacía falta, que no tenían por qué, pero consigo silenciarme a tiempo antes de arruinarle la magia navideña a Kairi y a Nara, que siguen creyendo en Papá Noel.

Espero que, al menos, mi mirada sea capaz de reflejar el agradecimiento que siento en estos momentos.

Desecho la bolsa en la que viene envuelta a un lado del sofá y enciendo la cámara. Cierro un ojo y apunto hacia Kenji y Helen que se acercan entre ellos antes de posar. Nara y Kairi no tardan en colocarse junto a ellos y Boots los imita, lamiéndole la cara a Kairi en el momento justo en el que le doy al clic, aunque lo más probable es que salga movida porque estaba riéndome.

—¿No piensas salir? —le pregunto a Ryu.

—¿Y quién sacará la foto de todos, entonces? —pregunta él de vuelta.

—Yo —suelto, con total normalidad.

Él chasquea la lengua y me arrebata la cámara desechable de un movimiento. Antes de poder negarme, me obliga a levantarme del sofá y me arrastra con él hasta donde se encuentra el resto, sentándome al lado de Helen que me rodea por los hombros, estrechándome contra ella. Ryu le da la vuelta a la cámara y estira todo lo que puede el brazo antes de clicar varias veces.

—Alguna tendrá que salir bien —dice entre dientes porque está manteniendo la sonrisa.

—Solo lo sabremos cuando las revele.

Él suelta una risa corta, sin dejar de sonreír.

—Voy a sacar otra por si acaso.

—Como si eso hiciese mucha diferencia —refunfuño.

Cliquea dos veces más antes de girarse y sacarme una foto a traición, el muy idiota. Intento quitársela mientras que él no deja de cliquear el puñetero botoncito.

—Como no dejes de sacar fotos, me voy a quedar sin carrete —me quejo.

—Van a ser las mejores fotos, ¿para qué quieres más? —cuestiona él, acercando la cámara a mi cara y sacando una nueva.

—Engreído de mierda —siseo, alargando los brazos para arrebatársela.

—Inmadura de mierda —me imita.

—Idiota.

—Inmadura.

—¿No te sabes más motes? —cuestiono, enarcando una ceja.

—Oh, sí que me sé.

—Pues deberías empezar a usarlos, que el «inmadura» está siendo muy repetitivo.

—Lo tendré en cuenta, preciosa —dice, remarcando en el mote.

Parpadeo un par de veces, sorprendida al escucharlo y él, obviamente, aprovecha para sacarme otra foto.

—¡Dame la cámara, Ryu! —le grito, exasperada.

—Así no se piden las cosas, maleducada.

—Genial, ¿ahora vas a innovar?

—Es lo que me has dicho que haga, ¿no?

Bufo, irritada y me lanzo a por él, sabiendo que al ser una cámara desechable no se va a romper con tanta facilidad, acabando los dos en el suelo.

La situación, al parecer, le divierte en demasía porque en lugar de darme la cámara estira el brazo hacia atrás todo lo que puede para que yo tenga que moverme y alcanzarla, acabando los dos demasiado juntos.

Tanto que, cuando me quiero dar cuenta, nuestras caras están a escasos centímetros la una de la otra. Mentiría si dijese que no se me van los ojos a su boca cuando sonríe con altanería ante la comprometida posición.

Ni siquiera sé en qué momento se fueron todos del salón, pero por el ruido que hay sobre nosotros, deben de estar preparándose para irse a casa de la Nana. Al menos eso fue lo que me dijo ayer Helen.

—¿Tú no te tienes que ir? —le pregunto, enfurruñada al intentar alcanzar la cámara y que él me rodeé, impidiéndome que la alcance.

—¿Y dejarte aquí? ¿Sola? ¿Sin compañía?

—Tengo a Boots.

—Boots pasa de todo el mundo —rebate.

—¿Y tú no?

—Por ti haré una excepción, ¿contenta?

—Si me das la cámara, a lo mejor.

—Suena muy aburrida esa opción —suelta, sin disimular la diversión en su voz.

—¿Prefieres que te meta un codazo para conseguirla?

—Estás muy segura de que podrás hacerlo.

En lugar de decirle nada, apoyo una mano en el suelo mientras que cojo impulso con el brazo para golpearlo.

Prometo que no soy una persona violenta, pero él consigue sacar lo peor de mí.

Sin embargo, se me olvida tener en consideración que al igual que yo planeo darle un codazo, él está maquinando algo en su cabeza y antes de poder entender qué está pasando los papeles se han intercambiado, tengo la cámara a mi lado, pero con Ryu encima de mí, llevándose toda mi atención.

Trago saliva, siendo muy —demasiado— consciente de la cercanía entre los dos.

—¿Qué decías que ibas a hacer? —cuestiona con aire juguetón.

—Quítate de encima, pesado —refunfuño, empujándolo por el pecho.

Él, por otro lado, acorta aún más la distancia entre los dos. Me congelo en mi sitio cuando su aliento choca contra mis labios, con las manos todavía sobre su pecho.

Siento que se me atasca la respiración y un escalofrío de antelación me recorre de pies a cabeza, sin saber muy bien a dónde mirar.

—Quítame —me reta.

Intento no respirar muy fuerte.

Con una bocanada de aire nuestros pechos se rozan y recuerdo que, por razones obvias, no llevo sujetador.

También me fijo en que tiene una rodilla en medio de mis piernas, muy cerca de una zona muy sensible y de la que soy también muy consciente. Suelto un suspiro tembloroso cuando acorta todavía más la distancia, cayéndole varios mechones sobre su frente, que también rozan la mía en el proceso.

Entonces desvía los ojos de los míos a mi boca en un recorrido lento antes de volver a elevarlos.

—¿Por dónde íbamos?

Estoy a punto de decir algo, pero el timbre agudo de la puerta nos interrumpe.

—¡Alguno puede abrir la puerta, por favor! —nos pide Helen desde las escaleras.

Soltando una maldición en voz baja, Ryu se separa de mí y se levanta del suelo dejándome a mí tirada, con la respiración acelerada y sintiendo las mejillas calientes contra las palmas frías de mis manos.

«Vale, me tengo que tranquilizar», me repito mentalmente.

A la misma vez que me levanto del suelo, aparecen Saoirse y Pheebs preparadas para un apocalipsis zombi versión invierno. La primera lleva el pelo recogido en una coleta baja, dejando sus rizos sueltos, que destacan con intensidad en comparación al oscuro abrigo y la segunda lleva dos trenzas ocultas bajo el gorro de lana azul claro.

Detrás de ellas aparecen los gemelos, con estilismos opuestos bastante graciosos al estar juntos. Kai va abrigado hasta las trancas, con bufanda, gorro y guantes incluidos mientras que Kieran lleva una sudadera de un equipo de rugby con el abrigo abierto. Por último, está Javi, que va vestido con unos pantalones tan gordos, que estando ahora en casa con la calefacción a tope va a terminar por morirse de calor.

—¿Os hemos pillado en mal momento? —pregunta él, vacilando la mirada entre Ryu y yo.

Estoy a punto de decir que no, cuando Ryu se adelanta.

—Algo así, pero tenéis la mala costumbre de hacerlo siempre —suelta con tono burlón, golpeándole el hombro de manera amistosa.

Javi le responde de la misma forma, antes de empujarlo hacia las escaleras.

—Apestas, colega.

—Es culpa de ella. —Me señala como si fuese un niño pequeño—. Y la horrible manía de echarse cuarenta kilos de colonia.

—¡No me echo cuarenta kilos!

—Permíteme dudarlo.

Le hago el corte de manga en respuesta.

—Muy maduro de tu parte.

—Tengo que hacerle honra a mi mote, ¿no? —le vacilo.

Lo último que espero es la sonrisa que se le forma al escucharme.

Vale, eso no era lo que pretendía al decirlo.

Refunfuñando, recojo la cámara desechable y me marcho a mi habitación para ponerme algo más acorde y no estar en pijama. No sin antes cerrar la puerta del pasillo detrás de mí a conciencia.

Al cabo de diez minutos, salgo con mitad del pelo recogido en una trenza y el resto suelto, dejando que las ondas naturales que forman mi cabello caigan sobre mis hombros. A diferencia de Saoirse y Pheebs que llevan un jersey, yo he optado por un polar de color verde claro conjuntado con unas mallas térmicas que tengo por el viaje de fin de curso que hicimos hace dos años a Sierra Nevada y que, sorprendentemente, me siguen quedando bien.

Eso, junto al abrigo blanco que le tomé prestado a Helen en mis primeras semanas y que, en los días fríos como hoy, uso de manera habitual. También cojo la cámara desechable y la bolsa con el regalo de mi amigo invisible.

Ryu no está por ningún lado y ya no escucho nada proveniente de la planta de arriba. Kieran parece comprender mi pregunta con una sola mirada, porque señala la puerta con la mano libre con la que no está acariciando a Bootsie.

—Se acaban de ir —informa, centrando su atención de nuevo en Boots—. Nos han dicho que no volverán hasta por la noche, que podemos quedarnos el resto del día aquí.

—Cosa que no vamos a hacer —anuncia Saoirse, lanzándole una mala mirada a Kieran.

—¿Por qué no? Aquí vamos a estar más calentitos que allí.

—¿Allí dónde? —cuestiono, captando la atención de los dos.

—Saoirse quiere que vayamos a Cobh —suelta Kai en medio de un bufido molesto.

—No lo digas de esa forma, que habías aceptado venir —le recrimina la pelirroja, señalándole con el dedo.

—Es que no pensaba que lo estuvieses diciendo en serio.

—¿Y cómo lo estaba diciendo?

—Como todos los planes que haces y que nunca cumplimos —añade Javi, enarcando una ceja.

Antes de que ninguno pueda entender qué está pasando, un cojín vuela en dirección al español dándole de lleno en la cara.

—Te molesta porque sabes que es verdad —dice, riendo.

—Bueno, esta vez lo vamos a cumplir —refunfuña, cruzándose de brazos. Me acerco hasta ella, sentándome en el hueco que hay a su lado en el sofá—. Además, es para que Esther lo vea. —Se gira en mi dirección, sonriendo de manera angelical—. Te va a encantar Cobh, ya verás.

—Seguro que sí —digo, sin saber qué más hacer.

Menos mal que, de nuevo, el timbre nos sirve de distracción. Y, al igual que la otra vez, Ryu es el encargado de abrir la puerta.

—Te has animado al final —comenta, sonriéndole a la persona que hay al otro lado.

No soy capaz de entender lo que dice, pero lo que sí sé es que es una chica.

Entonces, bajo el marco del salón aparece Bri.

Pheebs en su rincón del sofá se tensa, aunque intenta disimularlo lo mejor que puede. La sonrisa que tenía Bri en la cara desaparece y el silencio reina por completo en el salón.

Javi se levanta del sofá ofreciéndole su sitio junto a Kai mientras que él se acerca al comedor y arrastra una silla para sentarse en ella. Kieran enarca una ceja y Saoirse la observa escéptica.

Entonces yo me fijo en la bolsa que trae en las manos, de la que sobresalen varias cajas o sobres envueltos en papel de regalo.

—¿Eso son regalos? —suelto de sopetón.

Bri me observa, baja la mirada a la bolsa antes de mirarme de nuevo, sonriendo con timidez y asiente con la cabeza.

—Ryu me dijo que ibais a hacer un amigo invisible entre vosotros y como me invitó en el último momento, no quería venir con las manos vacías —se explica, nerviosa.

Kai se hace un lado en el sofá para dejarle más espacio y lo señala con la cabeza.

—Estoy deseando saber qué traes —comenta, con un atisbo de sonrisa.

Parece dudar por un momento, pero termina aceptando la invitación y se sienta junto a Kai, que intenta ocultar la sonrisa divertida que quiere surcarle el rostro. Kieran enarca una ceja, observando a su hermano y Javi intercambia una mirada con él antes de centrar su atención en Ryu.

—Te va a tocar coger una silla, amigo.

—No lo creo —afirma, divertido caminando hasta acabar delante de mí.

—¿Te importa? —le pregunto, entrecerrando los ojos, desconfiada—. No veo nada contigo delante.

—Estás en mi sitio.

—Ah, ¿sí? —digo, mirando a mi alrededor como si estuviese buscando algo—. No veo tu nombre por ningún lado.

—Está debajo de tu culo —afirma, enarcando ambas cejas.

—No lo creo.

—Yo creo que sí.

—No pienso levantarme, Kimura —le advierto.

Al ver el brillo del reto implícito en su mirada sé que, en lugar de disuadirlo, con ese comentario solo ha avivado aún más su determinación por lo que sea que esté pensando.

Sin decir nada más, rodea con las manos mi cintura y a la misma vez que se desliza por el pequeño hueco que hay entre el reposabrazos y yo, me mueve hasta tenerme sentada sobre su regazo.

—No era tan difícil, ¿verdad? —susurra, cuando me remuevo, molesta.

—Te odio —siseo, irritada.

—Ha llegado a un punto en el que me cuesta creerte cuando lo dices.

Lo imito por lo bajo. Aunque sé que, por la risa floja que se le escapa, me ha escuchado.

* * *

RYU

No había medido muy bien mi plan sobre el hecho de tener a Esther encima de mí.

No sé qué me había impulsado a hacerlo.

Bueno, en realidad sí lo sé.

La misma fuerza que me empuja a estar más cerca de ella, a irritarla, a hacerla rabiar y arrebatarle una de esas miradas asesinas en las que ya llega un punto que en lugar de imponer me resultan entrañables al igual que sus «te odio».

Por el rabillo del ojo me doy cuenta de que Javi me está mirando con la pregunta clara en su mirada, pero decido ignorarlo. Ya se meterá conmigo cuando estemos en casa.

Inconscientemente, dibujo círculos por encima de su ropa, notando como en cuestión de segundos se tensa y se relaja ante los movimientos. Vuelve a moverse, un poco más para atrás, acercándose a una zona muy peligrosa.

—Yo no me movería mucho más —susurro para que solo ella me escuche.

—Eres un pervertido —sisea de vuelta.

—No más que tú.

—Eso no es verdad.

—Ah, ¿no? Porque juraría que me has mirado la boca hace menos de media hora.

—Tenías una mancha.

—¿En la boca?

—Sí.

—Entonces, ¿me la estabas mirando o no, Esther?

Veo que abre la boca para decir algo, pero termina cerrándola, soltando una palabrota en español que consigue arrancarme una carcajada.

—Entonces... —Carraspea Saoirse—. ¿Abrimos los regalos?

Con dicha pregunta comienza un tráfico de regalos entre nosotros. Esther le da su bolsa a Pheebs mientras que ella le da el suyo a Kai, este le da el suyo a Javi y él a Saoirse. La pelirroja le da el suyo a Kieran y el gemelo me da el mío mientras que yo se lo doy a Esther, que me observa escéptica al recibirlo.

Ante la carcajada escandalosa que se le escapa a mi mejor amigo, sé que ya ha abierto el dichoso regalo. Al levantar la mirada del envoltorio de periódico, Javi enseña la camiseta donde hay una imagen de él cuando teníamos alrededor de quince años, vestido con una gorra hacia atrás junto a unas gafas de sol cuando creíamos que vestir así nos hacía guays, con un texto debajo de esta.

A Kai le brilla la mirada por la burla e intenta contener como puede la risa.

Javi el divo, te shockea con estilo —lee en voz alta, incrédulo.

A mí se me escapa un bufido involuntario, mientras que Esther rompe a reír, amortiguando la risa al apoyar una mano sobre su boca. Le doy un pequeño apretón en el costado, captando su atención.

—¿Por qué no abres el tuyo ahora? —cuestiono en voz baja.

Ella se aparta la mano de la boca y mordiéndose el labio inferior, observando con duda la bolsa de regalo que tiene sobre su regazo.

—Prefiero esperarme.

Entrecierro los ojos, intentando entender qué está pasando por su cabeza.

—Lo mejor para lo último, ¿no? —comento, enarcando una ceja.

—Solo tú serías capaz de darle la vuelta para salir bien parado en una cosa así —dice, negando con la cabeza, con una pequeña sonrisa formándose en la cara.

—Es una de mis cualidades.

Sin previo aviso me empuja por el pecho y aparta su atención de mí, para centrarla en Pheebs, que es la siguiente que se atreve a abrir su regalo.

Estiro el cuello, para poder mirar qué hay en el interior de la caja negra que tiene sobre su regazo. Aunque la rubia se encarga de enseñarnos su interior en medio de una risa floja. Me fijo en que son varios —bastantes— paquetes de chicle, dos pintalabios y un cacao.

—Es un pack morreo —anuncia Esther, intentando parecer seria, pero el brillo divertido de su mirada la delata—. Así estarás preparada.

Pheebs mira de soslayo a Saoirse cuando cree que nadie se da cuenta y la pelirroja mira a la caja y a ella un par de veces antes de darle un pequeño codazo.

—Ahora me toca a mí —suelta, sacudiendo su bolsa.

De ella saca una botella de plástico en la que pone «Lágrimas de mis lectoras», un paquete de clínex, un bolígrafo con forma de corte manga y una libreta de color naranja.

—No he leído nada tuyo, pero he supuesto que dejaras el mal fluir con mucha facilidad en tu escritura —comenta Javi, sonriendo al ver que Saoirse suelta una risa corta.

—Has supuesto bien.

—Pues yo voy a necesitar un paquete de esos cuando te lea entonces —avisa Esther, haciendo un puchero.

—Yo te doy uno cuando llegue el momento, no te preocupes.

Saoirse le guiña un ojo, divertida cuando Esther le enseña el dedo de en medio.

—¿Abro yo el mío? —cuestiona Kieran. Al ver que nadie dice nada, refunfuña—: Cuánto espíritu navideño.

—Si estás deseando abrirlo —me quejo, haciendo aspavientos con las manos.

—¿Y qué? Me esperaba un poco de competencia, al menos.

Niego con la cabeza, sin entender su lógica, aunque la risita floja que se le escapa a Esther me distrae. A pesar del recogido, varios mechones se le escapan, enmarcando su rostro. Arruga la nariz, de manera inconsciente cuando se ríe, achinando un poco los ojos en el proceso.

A diferencia de hace un par de minutos, está relajada y la falta de ánimo que le había visto esta mañana parece haber sido sustituida por una felicidad momentánea de lo más genuina.

—¿Me has regalado un laxante? —pregunta, con los ojos muy abiertos.

La única respuesta que recibe es una carcajada grupal.

Saoirse sonríe abiertamente antes de asentir con la cabeza.

—Para que puedas soportar mejor tus cagadas constantes —suelta, enseñando la lengua.

—Qué considerado de tu parte —gruñe el gemelo, sacando además un peluche de caca y varias tabletas de chocolate.

—Venga, abro el mío —anuncia Kai—. Espero que como has sido tú —le dice a Pheebs—, sea un regalo más normalito.

La susodicha se sonroja por completo y con eso me basta para saber que, de normal, tiene bastante poco.

—Yo no diría eso tan rápido —le advierte, intentando contener la risa, hinchando mucho sus mofletes.

Al romper el envoltorio, saca una caja de colorines bastante peculiar. Desliza la tapa, encontrándose con una bolsa de tela. Kai tira lentamente de los cordones y abre el pequeño saco, metiendo la mano.

—No pienso sacar esto —refunfuña, fulminando a Pheebs con molestia, aunque por dentro sepamos todos que se está muriendo de la risa, o de la vergüenza, o de ambas cosas a la vez.

—¿Qué le has regalado, Pheebs? —le pregunta Esther, vacilando la mirada entre ellos dos.

—No seas cotilla —le recrimino—. Tendrá que decirlo él.

Ella clava la mirada en mí de malas formas.

—Oh, tú cállate.

Estoy a punto de soltar un «cállame tú», pero consigo detenerme a tiempo.

—Hoy estás muy aburrida —comento, sonriendo ladinamente.

Enarca un ceja, me mira de arriba abajo y niega con la cabeza.

—Paso de ti —murmura, con desdén.

Sin decir nada, la rodeo con los brazos y la estrecho más cerca de mí, mientras ella ahoga un grito. Vuelve a mirarme, con la furia brillando en su mirada.

—¿Qué? —pregunto, inocentemente.

—Eres insoportable —masculla.

—Me han dicho cosas peores —digo, encogiéndome de hombros.

—Ah, ¿sí? ¿Cómo qué?

Se me hace imposible ocultar la sonrisa mientras lo digo.

—Engreído.

Ella boquea un par de veces, pareciendo un pez fuera del agua y me da un codazo poco disimulado en las costillas.

Ingridi —me imita por lo bajo—. Gilipollas.

Saoirse, que está a nuestro lado, silba, divertida, advirtiéndonos de su presencia.

—Entonces... —empieza, ladeando la cabeza—. ¿Quién de los dos va a querer abrir su regalo?

Centro mi atención de nuevo en Esther, que tiene la mirada clavada en la chimenea, ignorándome.

—Esther —la llamo.

Me ignora, obviamente.

—¿Te importa darme mi regalo? —le pregunto, enarcando una ceja.

Sin mirarme de vuelta, coge la bolsa y me la estampa contra la cara.

Escucho la risa de Javi y Kieran por el gesto y ella ni se inmuta mientras que yo parpadeo sorprendido.

—Cuánta agresividad tan temprano —comento, fingiendo escandalizarme ante su actitud.

Esther gruñe, molesta y se cruza de brazos. A pesar de ello, me fijo en que está mirando el paquete de soslayo.

Dejo de rodearla y rompo el envoltorio, encontrándome con una bola de calcetines navideños disparejos. Voy sacando uno a uno, en busca de alguna pareja, pero no hay ninguna.

—Perfecto para tu mente pervertida —susurra Esther, con malicia.

—Estás tú muy preocupada por mi mente pervertida, ¿no te parece?

—¿Te gustan? —pregunta a carcajada abierta Kieran.

Hago bola uno de los calcetines y se lo lanzo a la cara, aunque él consigue atraparlo al vuelo.

—Voy a tomármelo como un sí. —Me lanza el calcetín de vuelta—. No abuses mucho de ellos.

—Gracias por tu preocupación —ironizo.

—No hay de qué.

Hace una mini reverencia estando sentado, gesticulando mucho con las manos.

Guardo la bola de calcetines de nuevo en la bolsa y la dejo a los pies del sofá, con mi atención centrada por completo en Esther.

—Te toca —anuncio, divertido.

—¿Te he dicho ya que me das miedo? —pregunta en respuesta.

—Alguna que otra vez.

—Pues vuelvo a decirlo: me das miedo.

Suelto una risa floja y la rodeo de nuevo, acercándola a mí.

—No puede ser peor que los calcetines para mi mente pervertida —susurro con lentitud.

Noto que se tensa y se relaja en un mismo movimiento, mordiéndose el labio inferior, observando con duda el interior de la bolsa.

—Piensa que me tienes lo suficiente cerca para que, incluso con tu mala puntería, puedas lanzármelo a la cara.

—No ayudas, Ryu —me advierte, entrecerrando los ojos.

Me encojo de hombros, manteniéndome en silencio mientras observo como saca la caja de cartón que envolví con cartulinas que tenía por ahí desperdigadas Nara. Es el paquete más colorido y amorfo que he visto en mi vida, pero... lo que vale es la intención, ¿no?

Tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no soltar una carcajada cuando abre la caja y se encuentra con una cámara de plástico. Me fijo en que frunce el ceño y le da varias vueltas, intentando comprender por qué cojones le habré dado eso.

—Ábrela —le aconsejo.

—¿Se puede abrir?

Está más confusa que antes, si eso es posible.

Asiento con la cabeza.

Después de darle otra vuelta más, consigue averiguar cómo se abre, encontrándose en su interior un palo de metal donde podrá colocar el papel higiénico. Javi y Kieran que son los que tienen el primer plano de su descubrimiento intentan disimular la risa a través de la tos.

—¿Te gusta? —le pregunto, enarcando una ceja—. Así te acordarás de mí todos los días.

—Con tu mera presencia diaria ya me acuerdo de tu existencia, Ryu —suelta, irritada.

Aunque al ver que frunce los labios en una línea recta, sé que está intentando reprimir una sonrisa todo lo que puede.

—Es para los días que mi mera presencia no esté.

Esther niega con la cabeza y guarda la cámara en la bolsa.

—Muy engreído de tu parte.

—Tendré que hacerle honra a mi mote, ¿no? —repito lo mismo que me dijo ella a mí antes.

Después de eso, y con la incógnita latente de qué era exactamente lo que le había regalado Pheebs a Kai, Bri nos reparte los regalos que ha traído ella, que resultan ser colonias de la tienda de su madre. Cuando veo que Esther sonríe y le da las gracias emocionada, sé que la puñetera colonia es de coco.

Solo con eso.

Y acierto a la primera, claramente.

Al final, a pesar de las predicciones fatalistas de Javi, nos marchamos a Cohb para que Esther vea las casas de colorines características del pueblo enterradas en la nieve y echamos el resto del día hasta casi el atardecer.

Por la noche terminamos en casa de nuevo, viendo varias películas todos juntos mientras que, cuanto más se acerca la madrugada, menos van quedando ya que se marchan uno a uno a sus casas hasta que nos quedamos Esther y yo solos viendo una que ella elige.

Sin sorprenderme en absoluto, descubro que es Mamma Mia.



N/A: Voy súuuuuuuper atrasada lo sé. 🤡

Tengo que decir que ha sido una locura de tarde-noche. Estaba terminando de arreglar una cosa que veréis dentro una semana, y de la que a lo largo de esta semana y la siguiente iré dejando pistas en twitter, además del notición: TAYM HA LLEGADO A MEDIO MILLÓN DE LECTURAS. ✨✨✨✨

Simplemente es una pasada. He tenido tantos mensajes bonitos hoy que hasta que no he respondido cada uno de ellos no me he puesto a corregir, y ha sido muy tarde. Es más, esta noche iba a terminar de corregir cierto proyecto, pero es que ya son las doce con la tontería. En fin, dejo de enrollarme. Vamos al grano:

➡️ ¿Cuál ha sido vuestro anti regalo favorito?

➡️ ¿Y vuestra reacción favorita?

➡️ ¿Momento Rysther que leeréis todo el tiempo porque os ha gustado mucho muchísimo?

➡️ Y... ¿os han regalado algo a vosotras?

Con todo esto, deciros que es oficial: ya he escrito EL BESO, no os diré cuándo pasa, pero sí que está escrito y preparado para que lo leáis. Recordad que paso lista en los momentos importantes, así que estad atentas cuando eso ocurra jeje. 🌚

⚠️ ¿Para San Valentín hacemos un especial también? ⚠️

Nos vemos el próximo viernes, inmaduras 🧡 (y espero que tengáis una buena vuelta a las clases y que se hagan muuuy aburridas)

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