Capítulo Veintitrés
Capítulo dedicado a danielaalizartee tener las expectativas bajas nunca fue una opción si estás leyendo a Rysther 🧡
(Canción: Constellations [Acoustic] de Jade LeMac)
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No me explico cómo he terminado en medio de un descampado, en un coche que no me suena para nada, a un par de kilómetros de distancia del aeropuerto junto a Ryu.
Lo único bueno es que está siendo la puesta de sol, bañándonos en una luz anaranjada que siempre me ha gustado porque siempre consigue que no me vea tan pálida como soy normalmente, además que suele resaltar el verde de mis ojos con mucha más intensidad.
De reojo me fijo en que Ryu le sube el volumen a la radio, manteniendo el silencio entre los dos, dejando que la canción invada el coche.
Lights are turned off
Music is on
Minds are unlocked
Con la cabeza apoyada en el respaldo, la giro en dirección a Ryu, encontrándome con que él ya me está mirando de vuelta. Si pensaba que la luz naranja del atardecer me gustaba por como me hacía ver a mí, no es nada comparado a la manera en que ilumina a Ryu.
Sus ojos oscuros adquieren una calidez que le he visto en escasas ocasiones, su piel clara se tiñe de un tono más amarronado y soy capaz incluso de captar pequeñas pecas alrededor del cuello de su camiseta, ascendiendo por su piel de una manera que es apenas perceptible.
Al menos así me ha parecido siempre.
Hasta ahora, claro.
Your freckles lead the way
I trace your constellations
I see it in your eyes
Entonces, al seguir elevando la mirada, me quedo más tiempo del que debo observando como curva los labios hacia arriba al sonreír. Solo consigo desviarla cuando me percato de las pequeñas arrugas que se le forman alrededor de los ojos cuando sonríe.
—¿Te acuerdas de lo que te dije en el tranvía? —pregunta, interrumpiendo el silencio entre los dos.
«Sí», estoy a punto de responder, pero me detengo a tiempo.
Me separo del asiento, apoyando ambos brazos sobre la consola, colocando la cabeza entre las manos y enarco una ceja.
—No —miento, fingiendo demencia.
Ryu sonríe, manteniéndose en silencio y se reclina hacia delante, apoyando un brazo junto al mío, acabando los dos demasiado cerca.
Soy ahora perfectamente consciente del subir y bajar de su pecho, del calor que irradia a través de la ropa y de su aliento cálido, logrando que ese cosquilleo al que ya estoy familiarizada me invada en respuesta.
—Tengo muy mala memoria —le recuerdo, sonriendo angelicalmente.
—Es verdad. —Coloca el mentón sobre su mano, consiguiendo estar a la misma altura que mi cara y enarca una ceja, divertido—. Tenías complejo de Dory, ¿no?
Aunque intento mantenerme dentro de lo que cabe seria, al escuchar el nombre del pez no soy capaz de ocultar la sonrisa ante el recuerdo de hace un par de días donde Nara nos había arrastrado a él y a mí a ver con ella una película.
Habíamos hecho palomitas y, a pesar de hacer frío afuera, cogimos helados del congelador junto a una botella de batido que tenía guardada Helen por ahí para las ocasiones especiales. Tanto Ryu como Nara consideraron que ver una película era una de dichas ocasiones.
A diferencia de las otras veces en las que la película elegida siempre terminaba siendo Mamma Mia o, en sustitución, Mamma Mia 2, para alivio de Ryu esta vez quien la eligió fue Nara y terminamos viendo Buscando a Nemo.
En una parte donde a Dory se le olvida algo, Nara dijo que se parecía a mí, ya que muchas veces se me olvidaban las cosas porque me despistaba muy a menudo.
Asiento con la cabeza.
—Entonces... no pasará nada porque me repita, ¿no?
Al hablar, sus labios se rozan sutilmente con mi mejilla, erizándome el vello de la nuca. Cierro los ojos un solo segundo, intentando no pensar en el escalofrío que me recorre de pies a cabeza ante la perspectiva de que no hay nadie.
De que estamos solos.
Los dos.
A escasos centímetros el uno del otro.
Trago saliva y niego con la cabeza, mirándolo de vuelta.
—Supongo que no —digo, sin reconocer mi propia voz.
Él carraspea un par de veces y deja de apoyar la cabeza sobre su mano.
Sin decir absolutamente nada, coge un mechón suelto que tengo sobre la frente y me lo coloca con parsimonia detrás de la oreja antes de rodearme la nuca, trazando círculos sobre mi piel con el pulgar. Me estremezco involuntariamente y aprieto las piernas contra sí mismas, volviendo a tragar saliva cuando un calor extraño comienza a descender por mi cuerpo hacia una zona muy específica.
—Eres jodidamente preciosa, Esther —murmura mientras vuelve a acortar la distancia entre los dos—. Y tengo unas ganas...
Pero no lo dejo terminar.
Ahueco su rostro con ambas manos y estampo mi boca contra la suya, pillándolo desprevenido.
Aunque, sorprendentemente, estaba más que dispuesto porque no tarda en corresponderme.
Ryu enreda los dedos en mi pelo, obligándome a girar la cabeza hacia un lado, profundizando el beso. Desciendo a través de caricias por sus hombros antes de volver a ascender, colando las manos por dentro del cuello de su camiseta, recorriéndole la espalda con la punta de los dedos. Ante el primer jadeo silencioso, entreabro los labios, dándole la bienvenida a su lengua. El calor extraño se concentra cada vez más abajo y tengo que cruzar las piernas.
Movemos las bocas en sincronía, estando todo lo cerca que nos permite la consola que hay entre los dos. Ryu, con su mano libre me acaricia el costado, rodeándome la cintura, haciendo que yo tenga que estar reclinada un poco más hacia delante. Suelto un silbido molesto al notar el plástico clavándose contra mi estómago.
No obstante, no pensaba quejarme sobre ello porque estoy más centrada en él, pero es quien se encarga de romper el beso.
—Dame dos segundos —susurra contra mi boca antes de besarme la comisura superior.
Se apoya contra el asiento y estira la mano hacia abajo en el lado izquierdo. De golpe, el asiento acaba más alejado de lo que estaba anteriormente. También aprovecha para reclinarlo un poco para atrás.
Con una sonrisa pícara en su rostro, me ofrece una mano. En respuesta lo único que recibe es el sonido de mis zapatos cayendo con un sonido sordo contra el suelo del coche.
Teniendo cuidado de no darme contra el techo escalo por el coche, cruzando a través de la consola y la caja de mandos hasta que acabar horcajadas encima de él. Si había algún centímetro entre nosotros, Ryu se encarga de eliminarlo al instante, al rodearme con ambos brazos, pegando nuestros pechos.
Apoyo las manos sobre el suyo, acariciándolo arriba y abajo, disfrutando del silencio sobre nosotros, de la cercanía entre ambos y del calor en los dos que es capaz de traspasar la ropa. Al intentar acomodarme siento el bulto de su pantalón rozándose contra mi entrepierna, mandando directamente una punzada de placer. Cierro los ojos en respuesta y hago puños su camiseta.
Siento que besa la curva de mi cuello, plantando ambas manos abiertas en mi baja espalda. Hace un recorrido desde la base de mi clavícula hasta la parte de debajo de mi mentón, dejando un rastro húmedo y caliente de besos que me roban más de un jadeo. De forma automática, balanceo la cadera en busca de resolver esa tensión que empieza acumularse.
Ryu hace un ruido grave a medio camino entre un gruñido y un gemido, descendiendo con las manos por todo mi cuerpo hasta rodearme el culo, apretándome más contra él, consiguiendo que el roce entre los dos sea más intenso cuando vuelvo a balancearme.
Le rodeo la nuca, enredando los dedos en su pelo, pidiéndole en una súplica silenciosa que deje el escondite en mi cuello y me bese de una vez.
Obedece encantado y vuelve a devorarme, moviendo su boca ferozmente contra la mía. El vaivén se vuelve cada vez más rápido, notando la fricción que con la ropa solo consigue acentuarse. De nuevo, cuelo una mano por dentro de su camiseta, arrastrando los dedos por su piel con un poco más de fuerza de la cuenta cuando el primer gemido muere en sus labios.
El agarre sobre mi culo desaparece y cuela sus manos frías debajo de mi jersey, pillándome desprevenida.
—¿Están muy frías? —pregunta al dejar de besarnos.
—Un poco —respondo en medio de una carcajada, al escuchar el tono preocupado en su voz.
—¿Qué?
—¿Qué de qué? —cuestiono en respuesta.
—¿De qué te ríes?
Entrecierra los ojos, girando ligeramente la cabeza, provocando que varios mechones le caigan sobre la frente. Esta vez no detengo el impulso y se los retiro de delante, peinándoselo hacia atrás, dejando la mano sobre su mejilla.
—¿Yo? —pregunto en respuesta— De ti.
No soy capaz de contener la risotada ante su cara de sorpresa.
Pero la risa muere en el momento en que afianza ambas manos sobre mi cadera y me balancea, haciendo que la fricción de antes vuelva.
Esta vez soy yo quien entrecierra los ojos.
—Seguiré riéndome de ti —digo con voz ronca.
—Y yo volveré a hacer esto.
Para remarcar sus palabras vuelve a hacer el mismo movimiento, incluso con más vehemencia, logrando que un escalofrío de antelación me recorra de pies a cabeza, estremeciéndome entre sus brazos.
—No me mires así —pide en un susurro grave y ronco que reverbera en cada rincón de mi cuerpo.
Trago saliva sin ser capaz de apartar los ojos de él.
—¿Cómo te miro?
No responde a mi pregunta.
Al menos no con palabras.
Ahueca mi cara con ambas manos y me besa.
Aunque no de la misma manera que antes.
Hay algo distinto en su forma de mover sus labios sobre los míos. La tensión no ha desaparecido, tampoco la fricción o el calor, pero hay algo más en el ambiente que lo hace diferente.
Intenso.
Mucho más intenso.
Arqueo la espalda al sentir el gusanillo frío escalando por mi estómago, nublándome la mente. Ya no mido mis movimientos. Muevo la cadera adelante y atrás cada vez más rápido, marcando el ritmo que Ryu se encarga de acelerar al deslizarse por el asiento, imitándome.
Entonces el silencio se llena de jadeos, gemidos y suspiros.
Algunos mueren en nuestras bocas.
Otros son demasiado escandalosos para poder ahogarse.
Afianzo el agarre sobre sus hombros cuando siento ese hormigueo por todo el cuerpo, notando que la tensión no deja de crecer. Cierro los ojos con fuerza y dejo de besarlo, ocultando la cara en su cuello, estremeciéndome ante la explosión de sensaciones que me sacude cuando el orgasmo arrasa conmigo.
Siento todo el cuerpo tembloroso y como la perspectiva de no volver a abrir los ojos y dormir entre sus brazos me parece la mejor idea del mundo.
Ryu me abraza, acariciándome la espalda arriba y abajo con lentitud, sin prisas, pareciendo que en este momento el tiempo a nuestro alrededor se ha paralizado. Abro los ojos y recorro con la punta de los dedos las pequeñas pecas que tiene repartidas por la base de su cuello, uniéndolas con líneas imaginarias, formando constelaciones con ellas.
—¿Por eso tenías tanta prisa? —pregunto al cabo de varios minutos en completo silencio.
Siento el momento justo en el que rompe a reír, porque su pecho vibra bajo mi cabeza. No soy capaz de reprimir la sonrisa que se me forma en la cara ante el sonido.
—No —suelta cuando deja de reírse, negando con la cabeza—. No era ni de lejos el motivo por el que te había traído.
Frunzo el ceño, sin entender absolutamente nada.
—Tenemos que ir a recoger a una persona y estaba haciendo tiempo —responde, con la diversión colándose en su voz—. Pero creo que ahora llegamos un poco tarde.
Levanto la cabeza de golpe al escuchar la palabra «tarde». Al no medir mis movimientos, termino apoyando la espalda contra el volante que, ante mi peso, el claxon reacciona, pillándome por sorpresa y pego un respingo, asustada chocándome contra el techo del coche. Me froto la cabeza, soltando un gruñido frustrada.
—¿Estás bien? —cuestiona Ryu, a mitad de camino entre la preocupación y la risa.
—Ni se te ocurra reírte, Kimura —le advierto con el dedo, dándole varios toquecitos en el pecho.
Él eleva las manos en señal de paz y vuelve a rodearme con los brazos. Me quita con cuidado la mano de la cabeza y la gira de un lado al otro, inspeccionándome.
—Ahora en serio... ¿estás bien?
—Sí —refunfuño—. Pero no gracias a ti.
—¿Ahora qué he hecho? —pregunta, indignado.
—No decirme que tenemos que ir a por alguien, por ejemplo.
—Me he distraído —se justifica.
—Y encima vamos a llegar tarde —le recuerdo.
Afianza el abrazo a mi alrededor, acercándome lo máximo que puede a él y sonríe de forma angelical antes de darme un beso corto en los labios.
—Ha sido por una buena causa.
—No creo que esa persona piense lo mismo —rebato.
—Seguramente no.
Nos quedamos mirando al otro durante más rato de lo que somos conscientes.
—¿Ryu?
—Ajá —murmura, casi sin pestañear.
—Deberíamos ir yendo.
—Deberíamos —repite.
Enarco una ceja y le estrujo la cara con las dos manos, haciendo que boquee como un pez.
—Suéltame.
—¿Qué pasa si no quiero? —pregunta, sonriendo de lado.
—Te quedarás estéril —lo amenazo.
—No creo que quieras eso.
—Te partiré la nariz con mi puño.
Para recalcarlo, elevo una mano cerrada en puño muy cerca de su cara, intentando parecer intimidante.
—Tampoco quieres eso —responde con altanería.
—No dejaré que me beses más —le advierto.
Él finge horrorizarse y abre mucho los ojos.
—Eres un ser cruel.
Suelto una pequeña risa, negando con la cabeza sin dejar de sonreír.
Ryu deja de rodearme por la cintura y yo me deslizo fuera de su regazo, pasando por encima de la caja de mandos antes de sentarme en el asiento del copiloto. De reojo me fijo en que tiene el pantalón manchado en una zona muy específica. Él parece percatarse de donde ha ido mi atención, porque también baja la mirada a ello antes de volverla a clavar en mí.
—Está claro quien va a bajar a recogerla en la puerta, ¿no?
—¿Yo? —pregunto con horror—. ¿Cómo voy a ir yo?
—No puedo ir yo —responde, señalando la mancha.
—¿Por qué no?
Él pestañea varias veces, observándome incrédulo.
—No se nota tanto —suelto de sopetón.
—Claro y yo soy rubio.
—A lo mejor. No he visto ninguna foto tuya de pequeño.
—No soy rubio, Esther.
Arranca el motor y salimos del descampado, con la canción de la radio inundando el coche. Me fijo en que, a diferencia de lo que creía, estamos más cerca del aeropuerto de lo que pensaba. El cartel que señala la zona de recogida brilla cuando los faros lo alcanzan y los nervios por tener que hablar con alguien fuera de mi grupo habitual me carcomen por dentro.
—¿Tengo que recogerlo en serio?
Ryu me observa de reojo, con la atención fija en la carretera. Asiente con la cabeza.
—¿No puedes decirle dónde estamos y ya? —pregunto en respuesta.
—No sabe cuál es la salida.
Apoyo la cabeza contra el respaldo del asiento y suspiro.
Vale.
Tampoco puede ser tan malo, ¿no?
Es decir, hace tres meses no conocía a nadie, ni siquiera a Helen y a Kenji. Tampoco a Saoirse y Ryu.
A lo mejor el resultado es similar.
Al menos, es lo que me repito a mí misma una y otra vez al ver que entramos al aparcamiento y que apaga el motor. Se desabrocha el cinturón antes de girarse en mi dirección. Sin decir absolutamente nada, me retira un mechón de la cara, colocándomelo detrás de la oreja.
—¿Quieres llegar más tarde? —cuestiona, ofreciéndome una pequeña sonrisa.
—No ayudas.
—Yo creo que sí.
—No.
Enarca una ceja al entrever lo que estoy intentando hacer.
—Ya voy, pesado —refunfuño a la misma vez que me desabrocho el cinturón y salgo del coche.
Sin embargo, antes de que sea capaz de cerrar la puerta Ryu asoma la cabeza, alargando con el brazo la chaqueta para que me la pongan.
—No necesitas congelarte por el camino.
Entrecierro los ojos, pero termino aceptándola, agradeciendo el calor casi inmediato que me brinda al igual que su olor impregnado en la prenda. Tengo que controlarme para no inhalar con fuerza la fragancia delante de sus narices.
No necesita inflar más su ego.
Al oír el sonido de la puerta cerrándose me lo tomo como mi señal para empezar a caminar hacia la puerta de salidas para recoger a quién sea que tengo que recoger. Ni siquiera le doy importancia al pequeño detalle de que ni me ha dicho el nombre o alguna descripción física.
Solo me basta con entrar al interior del aeropuerto para comprender el motivo.
Lo primero en lo que me fijo es en sus grandes ojos verdes, que resultan ser una copia idéntica a los míos. Tiene el pelo rubio más corto que la última vez que la vi en una videollamada y mucho más despeinado a como lo suele llevar normalmente. Se recoloca el bolso que tiene colgado del hombro y arrastra la pequeña maletita a la par que avanza hacia mí con la mirada brillando por muchas emociones distintas.
No sé en qué momento reacciono, pero antes de saber qué estoy haciendo, empiezo a caminar con paso rápido hacia mi madre.
Pestañeo varias veces, al sentir que me pican los ojos por las imperiosas ganas de llorar que me invaden. Vuelvo a recorrerla de pies a cabeza como si todavía no me terminase de creer que está a tan solo unos metros de mí.
Por eso mismo, a pesar de todos mis intentos por retener el llanto, cuando me abraza con fuerza el sollozo que se me escapa es inevitable.
—Mi niña —susurra contra mi pelo mientras lo peina con los dedos.
Escondo la cara en su pecho, cerrando los ojos con fuerza, con la sensación de estar en casa.
Y es que mi madre es eso, mi casa.
Mi sitio seguro.
El lugar donde sentirme protegida.
El rincón donde poder comprenderme.
El refugio que me quita la sensación de estar sola.
La estrecho con más fuerza al sentir el llanto atorado en la garganta, tragando saliva.
—¿Me has echado menos? —pregunta, ligeramente divertida.
Todavía sin salir de mi escondite, asiento con la cabeza.
—¿Has venido sola?
Muevo la cabeza de un lado al otro en una negativa.
—Está Ryu en el coche —murmuro con voz ahogada al seguir pegada a ella.
—¿El hijo mayor de Kenji y Helen?
Salgo de mi escondite, observando como mi madre me sonríe con una dulzura que hasta el momento no me había dado cuenta de lo que la había echado de menos. Me quita un mechón de la frente, peinándomelo hacia atrás antes de pellizcarme la punta de la nariz, provocando que la arrugue en respuesta.
—¿Es majete? —me pregunta mientras salimos del aeropuerto.
—Depende del día.
Escucho que suelta una pequeña carcajada y me estrecha de lado.
—Eso significa que sí.
Refunfuño en voz baja una maldición, irritada.
—Esa boca, Esther —me regaña intentando adquirir un tono serio, pero es imposible cuando sonríe al mirarme.
—Perdón, mamá.
Ella asiente satisfecha y avanza con paso más rápido hacia el aparcamiento. Le señalo el coche negro que hay aparcado en una zona más apartada y del que sobresale cierta persona por la ventana haciendo aspavientos con las manos para que lo localicemos antes.
—¡Encantado de conocerla, señora Guerrero!
—No me digas «señora» si quieres seguir cayéndome bien —amenaza mamá, señalándolo con un dedo.
Ryu le ofrece una pequeña sonrisa a modo de disculpas.
—Inma —rectifica, divertido.
—Mucho mejor —dice mamá, sonriendo complacida, guardando la maleta atrás en el maletero antes de subirse en los asientos traseros.
Por un momento dudo en si subirme junto a mi madre o sentarme en el asiento del copiloto. Al no ser capaz de decidirme, me quedo delante del vehículo, vacilando la mirada entre ambas puertas. Entonces, pillándome desprevenida, se abre la del copiloto.
—Voy a parecer un taxista si te vas atrás —comenta Ryu, enarcando una ceja.
—Mejor, ¿no? —pregunto, sonriendo con la boca cerrada—. Tu trabajo soñado —ironizo.
—No tientes a la suerte —me advierte antes de entrar al coche, dejando la puerta abierta.
—Ni tintis i li sirti —lo imito.
Cierro la puerta detrás de mí. A la misma vez que me abrocho el cinturón, Ryu arranca el coche y sale del aparcamiento, adentrándonos en la autovía.
No puedo evitar el sentimiento de nostalgia que me invade al observar el prado que hay a ambos lados de la carretera, recordando la primera vez que los vi hace tres meses. A diferencia de enero donde podía apreciar el color verde en ellos y los salvajes caballos correteando por él, esta noche la hierba es de un tono gris oscuro y está vacía.
—¿Estás en manga corta? —pregunta mamá, sacando la cabeza por medio de los asientos.
De manera automática bajo la mirada al escuchar el tono de regañina que emplea, pero al encontrarme con la chaqueta de Ryu sé que dicha pregunta no va hacia mí y desvío la vista a mi derecha, con el susodicho mirándose de reojo antes de clavar la vista en la carretera de nuevo.
No soy capaz de ocultar la sonrisa al entrever un pequeño sonrojo en la zona del puente de su nariz.
—Te vas a resfriar así —añade al ver que no le responde.
«Mamá en modo mami», pienso para mí misma con diversión.
—Estoy bien. Estoy acostumbrado —responde, encogiéndose de hombros.
Mi madre lo observa de arriba abajo, negando con la cabeza, pero para mi sorpresa está sonriendo y vuelve a sentarse en el asiento.
—Eso solía decir Enzo también —comenta con un deje nostálgico en la voz—. No tenéis remedio.
No puedo evitar mirarla a través del espejo retrovisor al escuchar el nombre de mi hermano, sabiendo que no es a él a quien se refiere.
Tampoco es como si el tema no saliese nunca o fuera tabú. Simplemente no era algo que se hablara muy a menudo en casa.
Para nadie era un secreto que, si las cosas hubieran sido diferentes, si la vida no fuese vida y las situaciones se pudieran prevenir, lo más probable es que yo no existiría.
O a lo mejor sí.
Aunque estaba segura de que no sería yo si mi madre no fuese la que es ahora y eso había sido gracias a él y todo lo que suponía.
En casa hay varias fotos de la época universitaria de mamá. La mayoría de ellas son fotografías en el apartamento que compartía con tía Mar y los tíos Hugo e Iván. También hay varias en la cafetería donde aparece mi madrina Lara junto con sus parejas Teo y Miri.
Mi favorita, sin lugar a dudas, es una que sacaron en sus primeras fiestas de Halloween donde estaban los siete disfrazados de Power Rangers.
Al escuchar que el motor se para, parpadeo un par de veces, volviendo a la realidad.
Ni siquiera sé en qué momento ya estamos frente al hotel o cómo sabía Ryu que era este, aunque podía suponer que mamá le había dicho la dirección ahora o por mensajes cuando lo había avisado de que ya estaba aquí. Escucho el sonido de la puerta de atrás abriéndose y veo a mi madre saliendo del coche antes de abrir el maletero. Hago lo mismo que ella y salgo del vehículo, para ayudarla.
Claramente no me deja.
—Me alegra haberte conocido, Ryu —le dice, apoyándose sobre la maleta.
Ryu le ofrece una sonrisa genuina que consigue que el nudo en mi estómago se retuerza con fuerza en consecuencia.
—Lo mismo, se... —Carraspea un par de veces—. El placer ha sido mío, Inma. ¿Cuántos días ibas a quedarte?
—Tengo un vuelo el domingo a primera hora.
Frunzo el ceño al ver que se queda en silencio durante un momento, pensativo.
—Supongo que habrá visto el puerto Dun Laoghire.
—Hace años que no voy...
—¿Quieres ir? —pregunto, acoplándome a la conversación.
Mamá me ofrece una pequeña sonrisa, no sé si triste o feliz, pero hay un brillo extraño en su mirada ante la perspectiva de ir. Al cabo de varios segundos en silencio, a sorpresa mía que esperaba que se negaría, asiente con la cabeza.
—¿A qué hora os recojo? —cuestiona Ryu, vacilando la mirada entre las dos.
—¿A las diez te viene bien?
Ante mi pregunta, centra por completo su atención en mí y asiente con la cabeza, ampliando la sonrisa a la misma vez que yo siento como el calor escala por mi cuerpo. Menos mal que debido al frío que hace puedo achacarle el sonrojo a él.
Mamá se acerca a mí, dándome un pequeño beso en la mejilla.
—Te espero en recepción.
Estoy a punto de decirle que no hace falta, que me voy con ella adentro directamente. Sin embargo, por primera vez, soy capaz de detenerme y espero a que ella desaparezca al adentrarse en el edificio antes de acercarme al coche. Lo rodeo por delante, acabando en el lado del piloto, encontrándome con Ryu apoyado en la puerta, observándome con una ceja enarcada.
—¿Vas a darme un besito de «buenas noches»? —me reta con el brillo de la malicia iluminándole los ojos.
—Solo venía a darte las buenas noches... Sin beso —recalco.
—Entonces mejor ni te molestes.
Parpadeo un par de veces, sorprendida sin saber muy bien si debería ofenderme o romper a reír.
Al final acabo optando por lo segundo y suelto una pequeña carcajada.
—Nos vemos mañana, inmadura —dice, interrumpiendo el repentino silencio entre ambos.
—Buenas noches, engreído.
Me doy la vuelta y comienzo a alejarme del coche cuando oigo una puerta abriéndose y pasos apresurados a mi espalda.
Sin necesidad de mirar hacia atrás sé a quién pertenecen y tengo que reprimir lo mejor que puedo la sonrisa socarrona que amenaza por dibujarse en mi rostro cuando siento que me rodea por la cintura, obligándome a girar.
—Que tú no quieras darme un beso de buenas noches no significa que yo no pueda hacerlo —comenta con tranquilidad, acercándome más a él.
Apoyo ambas manos sobre su pecho y asciendo por sus hombros en una caricia larga hasta rodearle el cuello.
—¿Y qué pasa si yo no quiero?
—Puedo ser muy persuasivo, Esther —me advierte, inclinando la cabeza.
Enarco una ceja, divertida, sin ser capaz de ocultar la sonrisa por mucho más tiempo.
—Y si aun así no quiero.
—Siempre puedes hacerme una cobra. —Vacila la mirada entre mis ojos y mi boca—. Aunque estoy bastante seguro de que no lo harás.
—Eres un engreído —siseo, fingiendo molestia.
No debe de ser muy creíble cuando no dejo de sonreír.
—Hay cierta personita que me lo recuerda a diario —murmura, con su boca a escasos centímetros de la mía.
—Una personita muy sabia, estoy segura —bromeo.
—A veces, para otras es bastante inmadura.
Estoy a punto de soltar una carcajada, pero esta acaba muriendo en su boca cuando me besa. Aprieto los dedos en torno a su pelo y me pongo de puntillas, a la vez que él me estrecha con más fuerza.
A diferencia de la última vez, que el primer beso supone un sinfín de besos más, del calor incesante y de una tensión in crescendo que al igual que nos asfixia, nos alivia, este solo se queda en un beso.
Al separarnos, me doy cuenta de que está sonriendo de la manera que me gusta, aunque nunca lo admitiría en voz alta.
—Buenas noches, inmadura.
Elevo los ojos hasta encontrarme con los suyos.
Podría pasarme horas observando cada matiz que compone su iris y como estos se oscurecen o aclaran dependiendo de la luz, de su estado de ánimo o en la forma que tiene de mirar.
—Buenas noches, engreído —murmuro con voz ronca.
Ryu deja de abrazarme y da un par de pasos hacia atrás, metiéndose las manos en los bolsillos.
Antes de que sea capaz de entender qué está pasando, acorto de nuevo la distancia entre los dos y lo beso, para salir corriendo hacia la entrada del hotel al segundo después como si tuviera catorce años después y acabara de besar por primera vez al chico que me gusta frente a la puerta de mi casa.
Cuando estoy a punto de entrar al recibidor, miro por encima de mi hombro y la risotada que se me escapa es inevitable al ver a Ryu apoyado sobre su coche, enseñándome el dedo corazón.
Le hago el mismo gesto en respuesta y entro.
Mamá ya me está esperando junto al ascensor. Tiene la atención enfocada en el teléfono y por el ceño fruncido sé que debe ser por algo del hotel, así que decidido no hacerla esperar más y obviando los detalles del recibidor, el suelo de mármol y los altos techos correteo hasta acabar a su lado y pulso al botón, llamando al ascensor.
—¿Qué te apetece cenar? —pregunta, pillándome desprevenida.
Justo en ese momento aparece el ascensor y junto a una pareja de señores mayores que también están esperando, entramos, quedándonos en el fondo del pequeño cubículo.
—¿Pizza con piña? —cuestiono en respuesta.
Levanta la vista de golpe del teléfono al escucharme.
—¿Tienen de eso aquí?
Asiento con la cabeza, divertida.
—Es la que pido siempre que viene Saoirse a casa.
—¿La hija de Sebas?
Frunzo el ceño.
—¿Sebas? El padre de Saoirse se llama Patrick.
Mamá niega con la cabeza, sin dejar de sonreír.
—Se llama Patrick Sebastian.
«Tiene sentido», pienso para mí misma.
Las puertas del ascensor se abren al llegar a nuestra planta. La pareja de señores mayores tiene que salir de él, para que nosotras podamos pasar y ellos vuelven a entrar, desapareciendo cuando se cierran las puertas de nuevo. Sigo a mi madre por el pasillo en total silencio hasta que llegamos frente a nuestra habitación.
Al pasar la tarjeta que le han dado en recepción esta se desbloquea, ella arrastra la maleta hacia el interior y yo cierro la puerta detrás de mí.
Como si volviera a tener seis años y este fuese uno de los viajes familiares que mis padres intentaban que hiciéramos al menos una vez al año, aunque fuese al pueblo de al lado, correteo hacia la cama y me lanzo sobre ella, rebotando contra el colchón.
—¿Cómoda? —pregunta a mis espaldas, divertida.
—Mucho —digo con voz ahogada, al tener la cabeza enterrada.
—Voy a ducharme. Tú llamas a la pizza.
—¿Qué? —digo, levantándome de golpe—. ¿Llamar? ¿Yo?
Mamá me observa confundida ante el pánico en mi voz.
—¿Qué pasa?
Me muerdo el labio inferior, dudando momentáneamente.
—Me da vergüenza —confieso a media voz.
Al escucharme, pone los ojos en blanco y alarga la mano en mi dirección.
—Dame el teléfono, anda. Voy a llamar yo.
Le enseño la sonrisa más angelical que soy capaz de dibujar antes de acercarme a ella y darle muchos besos por toda la cara, volviendo a dejarme caer sobre la cama.
—¡Te quiero!
—Ahora, ¿no?
—Siempre —refunfuño.
—Ya claro.
—Oye que sí.
—Si me quisieras, no me harías llamar a la pizzería —comenta, observándome de reojo mientras marca el número de teléfono.
—Mi vergüenza no opaca mi amor por ti.
—Eres una pelotilla.
Entrecierro los ojos y me cruzo de brazos, juzgándola con la mirada. Mi madre, obviamente, me ignora y cuando la pizzería al otro lado descuelga, centra su atención en la llamada y me ignora.
Al terminar se marcha a duchar.
Menos mal que termina varios minutos antes de que aparezca el repartidor de la pizza y no tengo que abrir la puerta, aunque eso no evita que me juzgue al igual que con la llamada por no comportarme, según ella, como una «adulta» y yo me escudo en que todavía me quedan varios meses para cumplir la mayoría de edad, así que, teóricamente, sigo siendo una niña.
—Para lo que te interesa —refunfuña antes de darle un mordisco a la pizza.
—Claramente —suelto, divertida.
Lo único que recibo en respuesta es que me de un golpe en el brazo.
Me pregunta mientras cenamos por todo y todos.
Cómo me han ido las clases, qué tal llevo los exámenes, si ya he mirado universidades o tengo claro a dónde me iré, a lo que, al igual que hace tres meses, la respuesta sigue siendo la misma, qué planes tengo para pascuas que, a diferencia de en Málaga, que es solo una semana, aquí es medio mes, y cosas similares.
Ninguna de las dos toca el tema de la denuncia ni el abuso, ya lo hablamos en su momento y, aunque sé que ella quiere asegurarse de que estoy bien, sé que, si no saco yo el tema, ella no lo hará.
Cosa que agradezco enormemente.
Al terminar, tiro el cartón vacío en la pequeña papelera que hay en una esquina de la habitación y le robo una camiseta ancha y unos leggins de la maleta. Me meto bajo las sábanas, apoyando la cabeza en su hombro mientras que ella sigue observando las noticias, en silencio.
Entonces, el comentario del coche se repite en mi cabeza y la pregunta que pulula siempre por mi cabeza ante dicha posibilidad me invade de nuevo.
Cuando era más pequeña había veces que me lo había preguntado, pero nunca decía nada por Enzo. Al fin y al cabo, a pesar de que, para Enzo, Eloy es su padre, sé que hay algo dentro de él, una espinita pequeña en su pecho que no creo que vaya a superar.
Incluso si nunca lo conoció.
También sé que esa espinita la tiene mamá.
Aparto los ojos de la tele, girando la cabeza en su dirección, observando en silencio su perfil.
Las dos tenemos la misma nariz respingona moteada por pecas, con la diferencia de que mi piel es un par de tonos más oscuros que la de ella, pareciéndose más a la de papá. Tiene el pelo rubio ceniza recogido en un moño bajo, aunque se le escapan varios mechones, pero no parece importarle.
Mamá se percata de mi escrutinio porque centra su mirada en mí. Me retira un mechón de la frente, peinándomelo hacia atrás antes de acunarme la cara y me sonríe.
—¿Alguna vez lo dejaste de querer? —suelto de golpe.
Parpadea un par de veces, sorprendida por mi pregunta y frunce el ceño, sin entender a qué me refiero.
Trago saliva, sin estar segura de si hacer cómo que nada ha pasado o atreverme a hacer la verdadera pregunta.
—Si pudieras ir atrás en el tiempo y cambiar lo que pasó... —Hago una pausa, todavía dudando de si decirlo en voz alta. Sin estar segura de si temía más su reacción o su respuesta—. ¿Lo harías?
El entendimiento cruza su mirada y deja de ahuecarme la cara para pasar a rodearme los hombros, estrechándome más cerca de ella, peinándome con dulzura el pelo. Entrelazo mi mano con la que tiene libre y le doy un pequeño apretón.
Cuando pienso que no me va a responder, me da un beso en la sien y entonces es ella quien me da un apretón.
—Cielo...
—¿Lo harías? —repito, sonando más ansiosa de lo que me gustaría.
Se queda un par de segundos en silencio.
—Depende —murmura con aire pensativo.
—¿Depende de qué?
—Si cambiando el pasado lo recupero a él, pero te pierdo a ti, entonces no. —Le tiembla ligeramente la voz al hablar y no puedo evitar sentirme mal al haber sacado el tema, aunque a la misma vez me alivia—. Tú y tu hermano sois lo más importante en mi vida. No lo olvides nunca, ¿vale?
Asiento con la cabeza, sin ser capaz de decir nada al respecto.
Cierro los ojos, relajándome ante el silencio entre las dos, notando como un peso del que no era consciente que llevaba sobre mis hombros desaparece.
—¿Cómo era? —murmuro—. ¿Cómo era Enzo?
—Era encantador... —dice con voz ausente, aunque por el tono sé que está sonriendo. Al girar la cabeza, mamá mira hacia abajo con un brillo nostálgico en su mirada—. Un pelín capullo —añade, divertida—. Pero nada que no pudiera pasar por alto.
—No creo que a él le hiciese mucha gracia que usases la palabra «capullo» para definirlo.
Amplía la sonrisa al escucharme y me coloca un nuevo mechón detrás de la oreja.
—Tranquila, si se lo decía directamente.
Me levanto de golpe de su pecho, abriendo mucho los ojos, sorprendida.
—¡Mamá! —exclama, en medio de un risa.
—¿Qué? —pregunta, indignada—. Él me llamaba «pesada» y yo «capullo». Era nuestra forma de expresarnos cariño.
No soy capaz de disimular la sonrisa al darme cuenta de la similitud a como nos comportamos Ryu y yo, con la diferencia de que él me llama «inmadura» y yo «engreído».
—¿Cómo sé si un insulto es de manera cariñosa?
—No lo sé, cariño. Eso solo... se sabe. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Qué? —cuestiono con voz más aguda de la cuenta—. Por nada.
Me aparto de su lado y me tumbo boca arriba, evitando todo lo posible hacer contacto visual con ella.
—¿Hay alguien por allí que haya llamado tu atención? —pregunta mientras se tumba a mi lado.
—No —respondo demasiado rápido.
Ni siquiera me molesto en mirar de reojo, porque sé de sobra que está sonriendo.
—Esther...
Me mantengo en silencio.
Mamá apaga la luz y sin decir absolutamente nada vuelve a abrazarme.
—Sabes que no tienes que decírmelo si no quieres —susurra con voz dulce—, pero sigo siendo tu madre y te conozco. Mucho mejor de lo que tú piensas.
Refunfuño molesta, consiguiendo únicamente que ella rompa a reír y solo así sé que, si tenía alguna sospecha, acababa de confirmárselo.
Porque por mucho que me gustaría que no fuera verdad, mi madre me conoce demasiado bien.
N/A: Ya ni me voy a molestar en disculparme, porque se ha convertido en una mala manía que espero quitarme en algún punto de mi vida, pero no va a ser este. 🤡
*regala botellitas de agua y clínex*
Esta charla era algo que llevaba arrastrando desde hacía muchísimos meses y es lo que cierra 100% "Tres amores y medio". No os preocupéis si no lo habéis leído, porque habrá cosas que si hacen falta se explicarán y sino, y lo que te crea es curiosidad por conocer la historia de Enzo e Inma, te invito a darles una oportunidad a mis primeros bebés.
Dejando a un tema esto *carraspea* 💅🏻✨
Sección de desahogo:
Sección de fangirleos:
Sección de lloriqueos (sin spoilers):
Y bueno, poco más de que decir. Hoy yo he terminado el capítulo 25 y pensaba empezar el 26, pero dependerá del sueño que tenga ahora cuando termine de corregir el capítulo de Yin jiji.
Nos vemos la próxima semana, inmaduras 🖤
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