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Capítulo Veintinueve


Capítulo dedicado a emmajimnezjimnez que sepas que tienes una amiga muy persuasiva y un encanto, además que ya te tenía el ojo echado por los tus vídeos, pero no sabía cuál era tu user. Gracias por todo el amor que me das en cada capítulo y fuera de Wattpad, dejas las expectativas muy altas ✨🥺

Pd: El gif era yo escribiéndolo y seréis vosotras leyéndolo, tengo cero pruebas, pero menos dudas


(Canción: Here's Your Perfect de Jamie Miller)

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Por suerte para Ryu, no se me había mojado el vestido.

Para mala suerte mía, sin embargo, se había tomado muy a pecho eso de que no era romántico y se ha encargado de hacerme pasar vergüenza cada vez que ha podido.

Al sentir que tira de nuevo de mí, acabando pegada a su pecho, entrecierro los ojos, molesta.

—¿Qué? Estoy siendo romántico —se justifica antes de besarme.

—Estás siendo un pesado —refunfuño en medio del beso.

No responde.

Al menos no con palabras.

Desenlaza su mano de la mía antes de ahuecarme la cara con ella, obligándome a girar ligeramente la cabeza a un lado, profundizando el beso. Apoyo por inercia ambas manos sobre su pecho antes de ascender con ellas por él hasta llegar a sus hombros, para después pasar a rodearle la nuca. Ante el silbido divertido de alguien a nuestras espaldas, decido cortar el beso, poniéndome roja como un tomate.

—Adorable —murmura, sonriente al mirarme.

Idiribli —lo imito, cruzándome de brazos a la vez que me alejo un par de pasos de él.

Aunque no deja que me vaya demasiado lejos. Me rodea la cintura con los brazos, estrechándome más cerca de él. Ante el bufido frustrado que se me escapa, él rompe a reír.

—Eres más pegajoso que una sanguijuela —mascullo, mirándolo de malas formas por encima del hombro.

—Me encanta cuando me dices cosas tan bonitas —murmura de vuelta, entretenido con mi malhumor.

Cómo no.

—Entonces te encanto todo el tiempo.

Él enarca una ceja y amplía la sonrisa, acercando peligrosamente su cara a la curva de mi cuello.

—Exacto —susurra, erizándome la piel.

Si esto fuera una comedia romántica, sería el momento perfecto para que, quien sea que la estuviera viendo, soltara un «oh» en medio de un suspiro, pero como no lo es, lo único que ocurre es que acaba recibiendo un codazo en el costado. Claramente no capta la indirecta demasiado directa porque se pega aún más a mí, si eso es posible.

—No te pongas tan cariñosa en público, vayas a escandalizar a alguien —me advierte, vacilón.

—Eres idiota —murmuro, negando con la cabeza.

—Soy tu idiota.

—Desgraciadamente —suelto con pesar.

No necesito mirarlo para saber que está sonriendo el muy gilipollas.

Disgricidiminti —me imita, poniendo la voz más aguda.

—Yo no hablo así —refunfuño.

Yi ni hibli isi.

—Deja de imitarme.

Diji di imitirmi.

—Para.

Piri.

—En serio, para ya —digo, molesta.

In siri, piri yi.

Me giro sobre mí misma con sus brazos a mi alrededor encontrándome con que, tal y como lo sospechaba, está sonriendo abiertamente ante mi irritación. A estas alturas ya no me sorprende, la verdad, aunque eso no quita que me moleste igual que la primera vez.

—No te soporto, lo sabes, ¿no?

—Yo a ti tampoco —responde, encogiéndose de hombros.

Balbuceo un par de veces, sorprendida y divertida a partes iguales por su respuesta.

—Me alegra saber que estamos de acuerdo en algo —comento, enarcando una ceja—. Somos una pareja de insoportables.

Sin embargo, ni siquiera puedo terminar la frase cuando me da un pequeño beso en los labios, interrumpiéndome.

—¿Y eso por qué?

—Porque somos pareja —dice con un brillo extraño iluminando su mirada.

Tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no sonreír como una loca al darme cuenta de esa pequeña palabra: pareja.

Después de todo, no sé ni cómo, ni por qué, pero somos novios.

Así que, sin venir a cuento, rompo a reír incrédula ante ello.

—¿Qué?

—Somos pareja —repito, abriendo mucho los ojos.

—Eso has dicho antes —dice, frunciendo el ceño—. ¿Tanto sol te ha afectado el cerebro o cómo...?

Esta vez quien interrumpe al otro soy yo a él.

Tiro de su camisa hasta eliminar por completo la distancia entre los dos. Ryu afianza sus manos sobre mis caderas, acariciándome el costado con lentitud arriba y abajo antes de rodearme con los brazos, apretujándome contra su pecho mientras que yo hundo mis dedos en su pelo, obligándole a agacharse un poco más, como si la casi nula distancia entre ambos siguiese siendo un abismo que tenemos que hacer desaparecer cuando, en realidad, son escasos milímetros.

Nos separo un par de centímetros, sin despegar los ojos de él, fijándome en que tiene un leve rubor por la zona del puente de su nariz. Ni siquiera me molesto en disimular la sonrisa burlona que se dibuja en mi rostro al darme cuenta.

—¿Qué? —pregunta, ladeando la cabeza con confusión.

—Tú también eres precioso cuando te sonrojas, Kimura —murmuro, divertida.

Y como esperaba, eso solo consigue que se sonroje aún más de lo que ya está.

—Te odio —masculla entre dientes, arrugando la nariz al entrecerrar los ojos.

—Sabes que eso no es cierto.

En respuesta sonríe de esa forma honesta y genuina que pocas veces deja ver, aunque nunca, ni en un millón de años, comprenderé el porqué.

—No —susurra, negando con la cabeza—. No lo es.

El resto de la tarde transcurre con demasiada rapidez para mi gusto.

Callejeamos cada uno de los rincones de Dublín, con datos históricos, por un lado, ya que Ryu por un trabajo en la carrera tuvo que investigar por los monumentos que había en el corazón en la ciudad, y, por el otro, rincones, callejones y bares inundados de anécdotas algunas más graciosas que otras, aunque mis favoritas son las vergonzosas.

Sobre todo, en las que parece dudar durante un momento porque no sabe si continuarla y dejarse en ridículo o si hacer como que ya ha terminado.

Para mi suerte, opta la mayoría de veces por la primera opción.

—Espera, ¿cómo acabasteis durmiendo sobre lápidas? —pregunto, conteniendo lo mejor que puedo la risa ante la cara de circunstancias que tiene.

—A ver, era la noche de la graduación, Steve nos consiguió alcohol de ese barato que parece que no sube nada, pero cuando menos te lo esperas el suelo bajo tus pies se desdibuja y el mundo te da vueltas... —Sacudiendo la cabeza como si estuviera reviviendo el momento ahora mismo—. Pues claro, imagínate a dos adolescentes borrachos en pleno centro de Dublín donde, mires a donde mires. hay alguna iglesia cerca. Pues no sé cómo acabamos ahí, durmiendo en el cementerio.

Niego con la cabeza, divertida, ante la imagen mental de Javi, el serio de Javi, dando tumbos por la calle en la que estamos caminando con una botella en la mano y la camiseta hecha un verdadero asco, gritando y riendo, formando una auténtica escandalera hasta llegar a un cementerio detrás de la iglesia y decidir que una lápida de mármol era la mejor almohada del mundo.

—Aunque eso no es lo peor —añade, sonriente.

—Ah, ¿qué hay más todavía?

—Desgraciadamente sí.

—Esto se pone cada vez más interesante entonces —lo irrito.

—No he pasado tanta vergüenza en mi vida.

—Vale, esta es la mejor parte de la historia, ¿no?

—Eres horrible, ¿te lo había dicho?

—Normalmente me dices preciosa, pero viene a ser lo mismo —digo, encogiéndome de hombros.

Ryu balbucea un par de cosas, sorprendido, antes de sacudir la cabeza y acercarme más a él.

—Pues eres horriblemente preciosa —comenta, dándole la vuelta a algo que debería molestarle y no molestarme.

—O, preciosamente horrible, depende de cómo lo mires.

—Prefiero la otra versión —objeta, enarcando una ceja.

—Y yo preferiría que me contases qué pasó después de que os durmieseis sobre las lápidas.

—Si te lo cuento ya, ¿dónde quedaría el misterio?

Le doy un golpe en el hombro en respuesta antes de señalarle con el dedo.

—No puedes hacer eso —le advierto.

—¿Cómo qué no?

—No puedes dejar un chisme a la mitad. Va en contra de la regla de los chismes, siempre hay que contarlos entero o no se cuentan.

Ante la sonrisa ladina que no se molesta en disimular, sé que la joyita que va a soltar a continuación solo va a irritarme más.

—Te lo contaré, pero a lo mejor no ahora.

—Pues que sepas que el hecho de que me lo cuentes o no dependerá de si esta cita se convierte en la mejor o peor primera cita de mi vida.

—Estoy seguro de que habrás tenido peores —rebate con seguridad.

Me quedo en silencio mirándolo.

—¿Yo he sido la peor? —cuestiona, dolido—. Nope. —Niega con la cabeza —. Me niego a creer que sea tu peor primera cita. —Con eso inicia un largo monólogo de las posibilidades de que haya tenido una cita mucho peor que la de ahora y los motivos por las que todavía, por una razón que no sé, esta va a mejorar.

No sé por qué me avergüenza tanto que vaya a descubrirlo, pero lo hace igualmente aunque me parezca una reverenda tontería. No es como si estuviera admitiendo que nunca he probado los macarrones.

Igualmente, teniendo en cuenta mi historial, sé que le va a sorprender.

—Es mi primera cita, no puedo tener una peor o mejor.

—Tu primera cita conmigo, ¿no?

—Mi primera cita... —Vacilo un momento—, en la vida

Esta última palabra consigue silenciarlo del todo.

—Espera, ¿qué? —cuestiona, mirándome fijamente como si fuera una alienígena que acabara de aterrizar con un OVNI frente a él—. ¿Cómo...? ¿Pero tú...? ¿Qué?

Le muestro una sonrisa tímida de boca cerrada.

—A ver si he entendido mal, ¿nunca has tenido una cita? —pregunta incluso más sorprendido que antes.

Amplío la sonrisa con incomodidad antes de encogerme de hombros.

—¿Cómo narices terminó saliendo Thais contigo? —pregunta con verdadera curiosidad—. Es que no me lo explico. ¿Nunca te llevó a una cita?

Niego con la cabeza, retorciéndome los dedos con nerviosismo.

—Ni yo a ella —la justifico—. No sé. En su momento tampoco me pareció para tanto.

Esta vez, quien niega con la cabeza es él, acercándose a mí.

—Esther, te conozco lo suficientemente bien para saber que en ese momento si te pareció para tanto —murmura con su mirada clavada en mí con determinación.

En otra situación distinta, que me observen tan detenidamente me habría hecho que me encogiera sobre mí misma, nerviosa. Sin embargo, al estar tan cerca el uno del otro y que sea él quien me esté mirando así, solo consigue instalar una sensación extraña en mi pecho, provocando que mi corazón se salte un latido.

—Odio que me conozcas tan bien entonces —refunfuño, molesta.

—Yo adoro hacerlo.

Me es imposible reprimir la sonrisa por mucho más tiempo.

—No esperaba menos de alguien como tú.

—¿Cómo yo? —cuestiona, alzando una ceja.

Asiento con la cabeza, divertida.

—Un engreído.

Tu engreído —rectifica.

Pongo los ojos en blanco, mordiéndome el labio inferior, ahogando la carcajada que amenaza con exteriorizarse.

—¿Tienes un problema con el pronombre «tu» y yo no lo sabía o cómo va?

—Tengo un problema contigo que es mil veces peor.

—Ah, ¿sí?

Sonríe sin dejar de mirarme a los ojos antes de ladear la cabeza a un lado.

—O mil veces mejor, tiendo a mezclar los dos conceptos —murmura con su boca muy cerca de la mía.

Asciendo con las manos por sus hombros hasta rodearlos con los brazos a la vez que me pongo de puntillas, haciendo desaparecer la escasa distancia entre los dos. Ryu afianza sus manos sobre mi cintura antes de deslizarlas alrededor de ella en un abrazo que me atrae más cerca de él.

Si había algún centímetro entre los dos, muere en ese mismo instante. Enredo los dedos en su pelo y entreabro los labios.

Nunca creí que pudiera haber una diferencia en besar una persona u otra.

En besar a alguien con el que solo sientes atracción o alguien por el que el sentimiento va mucho más allá que algo físico o una tensión entre ambos.

No obstante, ahora mismo, con él abrazándome, notando su corazón latiendo embravecido a la par que el mío, rodeada de su calor, me doy cuenta de que, en realidad, la diferencia es abismal.

No sé ni por dónde empezar, pero no hay ni punto de comparación.

Es imposible.

La sensación de calidez se asienta en mi pecho firmemente, calentándome la sangre de una manera distinta a la normal. El sentimiento de llevar demasiado tiempo a la deriva y encontrar tierra firme.

De pertenecer a un sitio.

A una persona.

A él.

De que, sin entender muy bien por qué, sentir que cuando me besa, todo encaja. Que no importa que pasaba antes o que pasará después, todo ha merecido la pena solo por esto.

Al separarnos, le retiro un mechón de la frente, peinándoselo hacia atrás con lentitud, fijándome en el leve rubor que decora toda la zona de sus mejillas y el puente de su nariz.

—¿Te acuerdas cuando me dijiste que era el Grinch del romanticismo? —cuestiona, enarcando una ceja.

—No dije eso —refuto.

—Pero lo insinuaste.

—A ver... —Entrecierro los ojos al entrever su sonrisa—. Dije que no eras la persona más romántica del mundo, no que no fueses romántico.

—No ser la persona más romántica del mundo es un golpe bajo para mi ego —reflexiona, haciendo un gesto con la cabeza que, aunque pretende darle más seriedad al asunto, solo consigue hacerlo más cómico y surrealista.

—Claro, claro. No queremos que tu ego sufra.

—Exacto, me alegra saber que estás igual de preocupada por él que yo.

Me cuesta horrores contener la risa al escucharlo. Así que me limito a asentir con la cabeza.

—Por lo que me he propuesto demostrar que no soy el Grinch del romanticismo —añade con suficiencia.

En otra persona el tonito me habría parecido insufrible, pero en estos momentos y siendo él quien habla, me llega a parecer incluso adorable.

—¿Y cómo vas a conseguir eso, Cupido? —cuestiono, a sabiendas de que se va a molestar.

—Un mote, solo uno, Esther. Solo tienes que decir un mote bien y ni eso puedes hacer —se queja.

—Gilipollas —murmuro por lo bajo.

—¿Ves?

Lo ignoro a consciencia, consiguiendo únicamente que se irrite más de lo que está.

—¿Vas a decírmelo ya o qué?

Él me observa escandalizado, abriendo mucho los ojos.

—Tenemos que trabajar en esa paciencia, señorita.

Hago el amago de apartarme de él, pero antes de que pueda dar siquiera dos pasos ya lo tengo abrazado a mi espalda, sabiendo que se está riendo sin necesidad de mirarlo ante el movimiento de su pecho. Le doy un codazo en el costado, entrecortándosela momentáneamente, para que no tarde en volverse más escandalosa que antes.

—¿Cómo es tu coordinación con los brazos y las piernas? —pregunta al dejar de reír.

Frunzo el ceño, sin entender por qué lo está preguntando.

—Bien —respondo, confundida—. Creo.

Al mirar por encima de mi hombro, me encuentro con que él asiente con la cabeza antes de dejar de abrazarme y doblar un brazo en mi dirección para que lo entrelace con el suyo.

—Bueno, milady, vamos a poner esa coordinación a prueba entonces —anuncia, enarcando una ceja.

Sin tener todas conmigo, entrelazo mi brazo con el suyo, dejándome arrastrar por las calles de Dublín hasta acabar de nuevo en el corazón de la ciudad.

A pesar de que el sol ha empezado a ocultarse y que el viento ruge con más fuerza que al mediodía, la gente sigue yendo y viniendo, parándose en frente de los escaparates de las tiendas, a observar al señor mayor de los grandes de cuadros de paisajes o al chico joven que con una guitarra se hace oír por encima del gentío con una suavidad sorprendente.

Si no fuese por el altavoz que tiene a sus pies, dudo que pudiera hacerse escuchar más allá de la niña que hay a escasos metros de él.

Ryu frena delante suya, desenlazando nuestros brazos sin decir absolutamente nada. Temerosa, sigo cada uno de sus movimientos con la mirada esperándome lo peor.

Pero ni esperándome lo peor me prepara para este momento.

Estira su brazo en mi dirección, con la palma hacia arriba al igual que los lores en medio de un baile en las películas victorianas a las que me había aficionado últimamente por culpa de la obsesión de Saoirse con escritoras como Jane Austen o Charlotte Brontë, con la intención clara en su mirada.

—¿Recuerdas lo que te he dicho antes?

—¿Que eres el Grinch del romanticismo? —pregunto, consciente de que no se refiere a eso.

Por la mala mirada que me echa, sé que sabe que solo lo hecho para irritarlo.

«No iba a ser el único que pudiera hacerlo», pienso en mi fuero interno.

—Me encanta que me escuches tan bien —refunfuña.

—Tengo que saber coordinar piernas y brazos, sí. ¿Qué pasa con eso?

Da un nuevo paso hacia delante, con su pose intacta, vacilando los ojos entre su mano estirada y yo varias veces.

El cantante ralentiza el ritmo de la canción, dándole paso a una nueva, cambiando los acordes de una forma tan sútil que incluso puedes llegar a pensar que simplemente es una continuación de la anterior. Sin embargo, no tardo en reconocerla.

Esta vez, quien vacila la mirada soy yo, entre su mano y él.

Ante el nuevo paso que da, yo retrocedo uno, entrecerrando los ojos.

—Ni se te ocurra —siseo, señalándolo con el dedo.

Él, claramente, me ignora y niega con la cabeza, sin molestarse en disimular la sonrisa.

—Esto va a ser más divertido de lo que pensaba —murmura, no sé si más para sí mismo que para que yo lo escuche.

No obstante, deja de tener importancia cuando en un simple parpadeo entrelaza nuestras manos tirando de mí en su dirección, acabando mi pecho pegado al suyo. Abro mucho los ojos, sorprendida y él parece incluso más entretenido que antes.

—Ryu —le advierto en un susurro.

—Me llamo.

—No des un paso más.

Con su mano libre me acaricia el costado antes de rodearme la cintura con el brazo, impidiéndome que pueda liberarme si lleva a cabo el plan que tiene en su cabecita.

—No lo voy a dar solo, no tienes de que preocuparte —explica, jocoso.

Si las miradas mataran, él ahora mismo estaría sepultado y enterrado a varios metros bajo tierra.

—No te lo voy a perdonar —añado, sin disimular el pánico en mi voz.

—Ya me encargaré de compensártelo —alega, seguro.

Antes de saber qué está ocurriendo, deja de abrazarme y me obliga a girar sobre mí misma para después acercarme a él de nuevo.

El cantante mantiene el tempo lento de Here's Your Perfect, ahora que cierta persona ha decidido animarse a bailar la balada que está interpretando. Intento no pensar demasiado en que ahora mismo somos el centro de atención del semicírculo en el que nos encontrábamos, pero al mirar de reojo al cantante y que este me ofrezca una sonrisa divertida antes de hacer un gesto con la cabeza alentándonos a seguir, no ayuda.

Ryu agacha un poco la cabeza, ladeándola hasta acabar con su mejilla pegada a la mía. Un escalofrío de anticipación me recorre de pies a cabeza. Si no me estuviera sujetando, lo más probable es que hubiera dado un traspié nerviosa.

—Estás muy tensa —comenta, preocupado.

No puede decirlo en serio.

Por el rabillo del ojo me fijo en que la atención de los trashumantes cambia del cantante a nosotros cada cierto tiempo, que el enfoque de algunos móviles se mueve de uno a otro también y que alguna que otra pareja ha decidido imitarnos, pero sin la valentía de acabar en medio del círculo.

—Todos nos están mirando —murmuro, muerta de la vergüenza.

Espero, al menos, que con el maquillaje no se note tanto que estoy roja como un tomate.

Ante la suave risa que se le escapa, fijo mi mirada en él con incredulidad. Ante mi reacción, la carcajada solo se intensifica.

—Pues no los mires.

Pongo los ojos en blanco y le doy un leve codazo, irritada.

—¿Y a quién miro entonces?

—A mí —susurra con convicción—. Mírame a mí.

Y eso mismo hago.

Al principio, lo hago molesta y avergonzada por partes iguales. Ryu lleva la batuta del baile y yo solo me dejo balancear entre sus brazos, incapaz de hacer nada más que no sea pensar en que tengo varios pares de ojos sobre nosotros.

Sin embargo, con el transcurso de los minutos, la suavidad de la voz del cantante, la melodía de los acordes y, no sé, estar así con él, irónicamente, consigue relajarme.

Desenlazo nuestras manos, rodeándole la nuca, dibujando con el pulgar la línea recta de su mandíbula. Deslizo los ojos por cada sección de su rostro como si fuese la primera vez que lo veo, aunque no puede estar más lejos de la realidad.

El pequeño lunar que tiene debajo de la oreja capta mi atención antes de desviarla y clavarla en el batiburrillo de grises, marrones oscuros y negro que componen sus iris. Siempre pensé que eran negros, simple y llanamente, que no había ningún otro color que pudiera destacar dentro de ellos. Ahora, por otro lado, es como si cada vez que me fijara en ellos, pudiera encontrar una tonalidad nueva.

Esta vez, cuando me obliga a girar, acercándome a él después, suelto una risa nerviosa y nos separo, haciendo que él sea quien gira esta vez antes de acercarlo a mí. Ryu ancla ambas manos sobre mi cintura, dibujando círculos irregulares con los pulgares, sin despegar ni un solo momento su mirada de la mía.

Por lo menos hasta que no cae la primera gota de lluvia.

Elevo la vista al cielo encapotado, que se va tornando en un gris cada vez más oscuro. El cantante vive ajeno al tiempo. El semicírculo comienza a despejarse, unos se marchan y otros optan por ponerse la capucha del abrigo o abrir el paraguas, algunos se mantienen igual, de la misma forma que nosotros.

Así que terminamos bailando bajo la lluvia.

—¿Suficiente romántico para ti? —pregunta, divertido, sacudiendo la cabeza para quitarse el pelo mojado de la cara como si fuese Boots después del baño

Le detengo el rostro cuando hace el amago de volverlo hacer porque me salpica a mí en consecuencia. Niego con la cabeza, divertida, peinándole varios mechones hacia atrás. Varias gotas caen por su frente, recorriendo la longitud de sus cejas, deslizándose por sus mejillas, delineando su mandíbula antes de escurrirse por su cuello y desaparecer debajo de la tela de la camisa.

—Sería la típica escena de una película de Nicholas Sparks —suelto, doliéndome la cara por sonreír.

—Luego le diré al chico de la lluvia que ha hecho bien su trabajo —bromea.

Niego con la cabeza, vacilando la mirada entre él y el cielo, notando como el leve chapoteo del principio en lugar de aminorar solo incrementa, cayendo cada vez con más intensidad sobre nosotros.

—Me voy a resfriar por tu culpa —añado, dándole varios golpes en el pecho con el dedo.

—Eres tú la que quería que fuese romántico —se defiende. Hago el amago de decir algo, pero me interrumpe al volverme a dar la vuelta. Suelto un bufido, molesta a lo que él rompe a reír. Al estar de nuevo cara a cara, me guiña un ojo—. Lo estoy siendo, ¿no?

Li istiy sindi, ¿ni? —lo imito por lo bajo—. Al final has conseguido lo que querías.

Enarca una ceja, escéptico.

—¿El qué?

—Que acabara con la ropa mojada.

Mantiene un brazo alrededor de mi cintura mientras que me ahueca la cara con su mano libre, retirándome un mechón que tenía pegado a la frente, colocándomelo detrás de la oreja.

—Esa era mi intención oculta. Me has pillado —responde, divertido—. Deberías plantearte tu futuro como bióloga marina, a lo mejor tu verdadera vocación es la de detective.

Esta vez no mido la fuerza con la que le doy el codazo, pero no debe de ser muy fuerte si rompe a reír en respuesta.

Menos mal que un trueno me hace el favor de mandarlo a callar.

—Me encantaría averiguar cómo de transparente puede ser la tela de vestido, pero no quiero electrocutarme antes —murmura, clavando los ojos en el relámpago que se abre paso por el cielo, tornándolo durante una milésima de segundo en un color violáceo eléctrico.

—Pervertido —susurro, divertido.

—Ya te advertí que estaba en mi naturaleza.

Ryu le deja un par de monedas en la funda de la guitarra al músico.

Entonces, salimos corriendo en dirección opuesta, midiendo cada uno de nuestros pasos para no pisar un charco en un despiste o, lo que es peor y a lo que yo tendería hacer, resbalarnos por culpa de los pequeños riachuelos que se forman en la acera.

Zigzagueamos a través del tumulto de personas con paraguas o nos refugiamos bajo los minúsculos techos de los bares, que acaban haciendo más mal que bien ya que se acumula el agua en ellos y cae con más intensidad.

—El coche no está por ahí —digo, frunciendo el ceño al ver que no bajamos la calle hacia el aparcamiento de este mediodía.

—Tendremos que coger la cena antes, ¿no? —pregunta. retóricamente.

Me dejo guiar por las callejuelas hasta que cruzamos por delante de un pequeño hotel junto al cual, varios metros más a la derecha, hay un pequeño local en el que un gran letrero en verde descansa: «Fish and Chips». A pesar de tener la puerta abierta, al entrar en él, el cambio de temperatura llega a ser incluso agobiante y no localizo ninguna calefacción así que solo por el calor de la cocina consigue tenerlo climatizado.

—¿Se os ha olvidado el paraguas? —cuestiona a modo de saludo.

El señor tiene una complexión muy parecida a Jackson, el abuelo de Pheebs, anchote de hombros y con una gran barriga. El delantal blanco que lleva está manchado de grasa en la zona del estómago y me basta con ver como se restriega las manos contra él para encontrar el origen.

—Tenía que enseñarle la verdadera naturaleza irlandesa —se justifica Ryu, señalándome con la cabeza—. Dudo que en España llueva tanto.

El cocinero suelta una pequeña risa, negando con la cabeza.

—Entonces, no queréis llevaros la tortilla de patatas que hace mi mujer, ¿no? —pregunta, vacilando la mirada entre los dos.

—Lo que diga ella —dice, girándose hacia mí—. ¿Qué quieres, Esther?

«Lo mato», pienso cuando la atención del señor recae sobre mí. «Hoy lo mato».

—Eh... —Dudo un momento—. ¿Las dos cosas?

Se restriega las manos en el delantal otra vez, asintiendo con la cabeza satisfecho antes de darnos la espalda y vociferar en inglés algo tan rápido que soy incapaz de comprenderlo, desapareciendo de nuestra vista.

Al cabo de varios minutos, aparece de nuevo frente a nosotros con tres cajas pequeñas de cartón, varios paquetes pequeños de salsa junto a los refrescos que añadió Ryu a voces poco más tarde a que él se adentrase a la cocina, además de una bolsa de plástico en la que llevar todo.

Hacemos el mismo que camino que antes, pero a la inversa y continuamos hacia abajo hasta acabar en el aparcamiento. Al entrar al coche, me quito la chaqueta haciéndola una bola y lanzándola a la parte de atrás, temblando de pies a cabeza al principio hasta que la calefacción empieza a entrar en funcionamiento. Además, la bolsa con la comida caliente es un plus al tenerla sobre mi regazo.

El resto del trayecto en coche lo pasamos entre bromas, pensamientos del resto del día y cambios de emisora ya que, debido a la lluvia, algunas están teniendo interferencias y pasa más rato con los sonidos raros que con las canciones puestas. No sé por qué esperaba que fuéramos directamente a casa, pero al ver que se desvía en dirección al aeropuerto, entreveo sus intenciones.

—¿Piensas llevarme a tu lugar de líos otra vez? —pregunto, enarcando una ceja—. ¿En nuestra primera cita?

Me mira de reojo, reprimiendo una carcajada antes de negar con la cabeza.

—Primero —enumera—. No es mi lugar de líos, y segundo, el sitio es el mejor para ver las estrellas. Y bueno, los aviones que van a aterrizar.

—Suena incluso romántico si lo dices así —lo irrito.

—Te dije que lo era.

—Yo no dije que no lo fueras.

Al frenar en un semáforo en rojo, se gira en mi dirección, alzando un ceja.

—Está claro que te equivocabas —alega con altanería.

—No puedo equivocarme en algo que no dije —me burlo, enseñando la lengua.

—Lo insinuaste.

—No es lo mismo que decirlo, ¿no?

Él me mira mal porque sabe que tengo razón.

Centra su atención de nuevo en la carretera cuando el semáforo se vuelve verde, aparcando en el descampado. Tira de la palanca a su izquierda moviendo el asiento hacia atrás todo lo que puede. La lluvia no ha rebajado su intensidad, chocando con fuerza contra el cristal de delante, convirtiéndose en una cortina borrosa a nuestra alrededor, deformada por las gotas de agua.

En silencio desato el nudo de la bolsa y saco todo lo que metió el cocinero anteriormente. Dejo la caja con la tortilla de patatas sobre la consola de mando antes de darle su caja de Fish and Chips a Ryu a la vez que cojo la mía.

—¿Me das una bolsa de...?

Se calla abruptamente cuando el paquete de kétchup impacta contra su cara. Parpadea un par de veces, lo coge de su regazo y lo abre antes de echarlo sobre las patatas mascullando entre dientes un gracias.

—Qué detallista —murmura, irritado.

—¿Has visto? Yo también puedo ser romántica.

Me mira mal, ofreciéndome una sonrisa irónica de boca cerrada.

Lo ignoro al oír los rugidos de mi estómago, dándole importancia a lo que es verdaderamente importante: la comida.

Al abrir la caja de cartón, una pequeña nube de vaho se despliega frente a mis narices, rodeándome el aroma de fritura que con el hambre que tengo no me resulta tan insoportable a como lo haría en otras circunstancias. Al igual que Ryu, le echo el kétchup a las patatas y empiezo a comer.

La canción de la radio es lo único que interrumpe el silencio que se ha asentado entre los dos, al menos hasta que soy demasiado consciente de que me está mirando mucho.

Demasiado.

Incluso para él.

—¿Qué?

Él niega con la cabeza, centrando su atención de nuevo en la comida, pero sin dejar de sonreír.

—¿Qué? —repito, intrigada.

—Nada. Estoy pensando —murmura con aire ausente.

Odio cuando se pone de esa forma. De verdad que intento dejarlo pasar y hacer como él, centrando mi atención en la comida, pero la curiosidad es muchísimo más fuerte así que le doy un último mordisco a mi patata antes de cerrar la caja y meterla en la bolsa.

—¿Y en qué piensas? —cuestiono, girándome en su dirección.

Ryu clava los ojos en mí de nuevo. Como si me viera por primera vez en su vida, hace un recorrido de pies a cabeza con lentitud antes de que nuestras miradas se crucen.

Por el brillo divertido en ella, me mentalizo para que suelte alguno de sus comentarios ingeniosos.

No fallo, por supuesto.

—Que eres preciosa incluso con la nariz manchada de kétchup —suelta con tranquilidad.

Cojo la servilleta de la bolsa rápidamente y me la paso por la nariz con la risa de Ryu llenando el silencio que había reinado hasta ahora. Cuando termino, la hago una bolsa y se la lanzo con fuerza a la cara.

El gilipollas ni se inmuta, claro.

—Te odio —refunfuño, cruzándome de brazos.

—Me adoras —me corrige, dejando su caja de cartón a un lado también.

Al dejarla, apoya la cabeza contra el respaldo, girándola ligeramente de forma que pueda seguir aguantándome la mirada. Yo lo imito, con el detalle de que, a diferencia de él, yo estoy entrecerrando los ojos, desconfiada.

—A ratos —corrijo la corrección.

Enarca un ceja y amplía la sonrisa.

—Siempre —suelta, relamiéndose el labio inferior.

Por mucho que quiera mantener el rostro serio y molesto, me es imposible pasar por alto el brinco que da mi corazón ante esa simple y estúpida palabra.

Trago saliva, apartando la mirada de él.

—«Siempre» es mucho tiempo.

Me sobresalto cuando, sin previo aviso, siento su mano sobre mi mejilla antes de rodearme la nuca, haciendo que gire la cara de nuevo para mirarlo.

—Con la persona adecuada incluso un «para siempre» es insuficiente.

Durante un minuto no soy capaz de articular palabra.

Podría decir que es por la falta de concentración al sentir la yema de sus dedos acariciando la piel sensible de mi cuello, o la calidez de la calefacción que me relaja sobre el asiento, o la intensidad de su mirada que resulta hipnótica ante lo oscura que se ve ahora mismo.

Podría decir que son muchas cosas, pero estaría mintiendo en cada una de ellas.

Porque la realidad es otra distinta.

Trago saliva, nerviosa y me muerdo el labio inferior.

—¿Y has encontrado a esa persona? —pregunto con un hilo de voz.

—Espero que sí.

Esta vez, la sonrisa que me ofrece es tímida.

No creo haber visto nunca a Ryu intimidado.

Y, sin embargo, con una pregunta podría decirse que se muestra incluso inseguro.

Se estira por delante de mí hasta llegar a la palanca de mi asiento, moviéndolo hasta que acaba casi pegado a los asientos traseros, pillándome desprevenida. Entonces, cruza por encima de la caja de mandos y la consola hasta acabar encima de mí.

—¿No puedes vivir sin tenerme cerca o qué? —cuestionó, divertida y nerviosa

—Ahora mismo no puedo vivir sin tu calor corporal.

—Qué romántico —murmuro.

La timidez desaparece de su gesto y me guiña un ojo antes de estrujarme las mejillas con ambas manos haciendo que boquee como un pez. Se las aparto de malas formas, consiguiendo únicamente que rompa a reír.

—Solo por ti —vacila.

—Era ironía.

—Gracias por aclarármelo, no me había dado cuenta.

Rompo a reír al escuchar el tono irritado en su voz.

No creo que pueda acostumbrarme nunca a que se irrite con la misma facilidad que yo. No obstante, al ver que se queda mirándome en silencio, termino acallándola, confundida.

Frunzo el ceño, ladeando la cabeza, observándolo.

—¿Qué?

—Pensaba que ya estaba jodido, pero acabo de descubrir que si te ríes me puedo enamorar un poco más de ti.

Coloca ambos brazos a cada lado de mi cabeza, acabando nuestros rostros a escasos centímetros. Varios mechones caen sobre su frente acariciando la mía en el proceso. Tengo que elevar un poco el mentón para poder mirarlo a los ojos.

—¿Es jodido enamorarte de mí?

—Jodidamente maravilloso —responde, dibujando la línea de mi mandíbula, vacilando su mirada entre mis ojos y mi boca—. Que no se te olvide.

Entonces, roza su nariz con la mía antes de besarme.

—Pero si se te olvida... —habla rozando sus labios con los míos—. Me encargaré de recordártelo.

—¿Todos los días? —cuestiono, enarcando una ceja, escéptica.

—Cada uno de ellos.

—También es mucho tiempo.

Aparta la mirada de mi boca hasta encontrarse con la mía.

—Mejor.

Vuelvo a romper a reír ante la seriedad de su tono, pero, a diferencia de antes, quien se encarga de acallarla es él al volver a besarme.


N/A: Estar enamorado de mis propios personajes es una personalidad y es la mía. 😎❤️

De verdad, estos capítulos que se vienen son preciosos y estoy muy enamorada de cada uno de ellos. Ahora mismo, yo estoy escribiendo el 33 (bueno, quien dice escribir, dice que ha puesto el título y ya xd), y ay, no estoy lista para decirles adiós.

Es que... es que... es que... 😭😭😭

NO.

No voy a entrar en crisis existancial todavía, que queda camino por recorrer. 😩

Para las que no me seguís por Instagram y Twitter, ayer no actualicé porque me fui de concierto y pensé que me daría tiempo, pero el día tiene las horas que tiene y tuve que atarme los zapatos con la marcha atrás soplándome en la nuca xd.

➡️ Sección de morisión de amor:

➡️ Momento favorito:

➡️ El "Te quiero" menos "Te quiero", pero mágico igual:

Ahora sí, espero que la semana no se os haya hecho muy larga y que los exámenes os sean leves.

Nos vemos la próxima semana, inmaduras. 🧡

Pd: El hotel por el que cruzan por delante es en el que se quedaron Inma y Enzo y el restaurante es al que fueron cuando estuvieron.

Adiooooooooos (o hasta mañana si leéis Yin) 😜

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