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Capítulo Veinte

Capítulo dedicado a JoanaMarcus para la dancing queen oficial. Yo te advertí que lo haría. Por un viaje a Grecia para ver Mamma Mia en un barco yendo a alguna isla perdida como es debido jeje. Tkm 🍊❤️

(Canción: hostage de Billie Eilish)

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RYU

Había respetado que desde hace tres días no quería hablar del tema, aunque Saoirse me dijese que ella y Thais lo habían dejado.

Había respetado que ayer quisiera cenar sola en su habitación y que lo único que recibiese en respuesta fuese un ruidito en respuesta cuando le dejé la cena junto a la puerta.

Había respetado que hoy, cuando he ido a por ella, me encontrase que al igual que hace tres días, había faltado a clase.

Había respetado su hermetismo.

Había respetado su silencio.

Aunque lo único que quisiese hacer en estos momentos fuese estar con ella.

Aunque lo único que me apetecía ahora mismo era abrazarla y prometerle que todo iba a estar bien, que yo iba a estar con ella.

Abro la puerta de casa, esperándome encontrar con la soledad con la que llevaba encontrándome estos tres días.

Tanto papá como mamá están en el trabajo mientras que Nara está en casa de un amigo y Kairi está en clases de karate.

Espero encontrarme con el mismo silencio denso que reina la casa cuando sé que Esther está a tan solo un par de metros y una puerta de distancia, de la necesidad de acortar dicha distancia y tocar, esperando que el dichoso trozo de madera desaparezca de mi vista y aparezca ella en respuesta.

Sin embargo, solo necesito una mirada de soslayo hacia la cocina para saber que, a diferencia de los otros tres días, el silencio no va a reinar mi tarde.

Pero no es por el motivo que me gustaría.

Me acerco cautelosamente hacia la puerta del pasillo, escuchando murmullos. Frunzo el ceño al oír primero la voz de Saoirse y luego la de Pheebs, que siguen susurrando acaloradas, con el miedo de que alguien pudiera escucharlas.

—¿Por qué tengo que cantar yo esa parte? —se queja la pelirroja, haciendo aspavientos con la mano que no tiene... ¿un bote de helado?

«¿Qué hace con un bote de helado?», estoy a punto de preguntar en voz alta, pero me silencio a tiempo, escuchando a hurtadillas.

—Porque es la parte que cantas cuando vemos la película las tres juntas —responde Pheebs, poniendo los ojos en blanco.

Saoirse refunfuña algo en voz muy baja que no consigo entender, pero que Pheebs, al parecer sí, porque suelta una pequeña risa.

—¿Harías los honores? —pregunta con diversión Saoirse.

Pheebs asiente con la cabeza y carraspea un par de veces.

Chiquitita, tell me what's wrong —canta con voz dulce, aunque un poco desentonada—. You're enchained by your own sorrow.

Camino un poco más, hasta que puedo ver a las dos a la perfección. Pheebs está pegada a la puerta, susurrando la letra de la canción, marcando el ritmo golpeando la madera con suavidad. Veo que Saoirse empieza a subirle el volumen a la música y tose antes de empezar a cantar ella, lo que supongo que será su «parte».

Chiquitita, tell me the truth. I'm a shoulder you can cry on. Your best friend, I'm the one you must rely on.

Si no fuese por la cantidad que había visto la dichosa película, pensaría que habían perdido la cabeza.

Para cualquiera que no fuese fan de Mamma Mia, no entendería por qué las amigas de alguien le dedicarían una canción tan triste de ABBA.

No es mi caso, claro está, teniendo a Esther viviendo aquí.

No puedo evitar sonreír al darme cuenta de lo que están intentando hacer.

Espero que funcione.

Chiquitita, you and I know. How the heartaches come and they go and the scars they're leaving —canta Saoirse, golpeando la puerta con más fuerza.

Pheebs le hace los coros, sin dejar de mirarla de reojo.

You'll be dancing once again and the pain will end. You will have no time for grieving —cantan las dos a la vez, como si estuviesen en el escenario del karaoke de la señora Smith.

Me apoyo sobre el marco de la puerta del pasillo, cruzándome de brazos, manteniéndome en silencio para no interrumpir su concierto improvisado. Llegan a un punto de la canción en que dejan de cantarla con suavidad y empiezan a gritar con fuerza, aporreando la puerta al compás, más o menos, del ritmo.

Entonces, cuando Saoirse está a punto de aporrearla de nuevo, esta se abre de golpe.

—¿Se puede saber por qué mi pasillo parece un sing-along de Mamma Mia? —cuestiona Esther, frotándose los ojos y bostezando.

Sonrío divertido ante el tono irritado con el que habla.

Es un avance.

—¿Se puede saber por qué parece que en tu habitación esté viviendo un vampiro? —pregunta en respuesta Saoirse, poniéndose de puntillas para mirar más allá de Esther.

Tiene la habitación a oscuras gracias a que, no solo ha cerrado la cortina, sino que ha enganchado las sábanas de la cama que no está utilizando a la ventana, logrando una oscuridad completa. Me fijo en que tiene la bandeja de anoche sobre el escritorio y una bola de ropa sucia en el suelo. Si no fuese porque ha encendido la pequeña lámpara que hay en la mesilla de noche, apenas se podría ver nada excepto ella.

Varios mechones se le salen de la coleta desecha y la camiseta que viste está bastante arrugada por el uso. Se pasa una mano por debajo de la nariz cuando sorbe y entonces clavo la mirada en sus ojos que están hinchados, supongo que, por llorar, al igual que los labios. Tiene las mejillas sonrojadas y brillosas por las lágrimas.

Saoirse la agarra del brazo y tira de ella hasta abrazarla.

Esther abre mucho los ojos por la sorpresa, pero cuando la pelirroja la estrecha con más fuerza termina por cerrarlos y oculta la cara en su cuello, abrazándola de vuelta. Saoirse alarga una mano a Pheebs, que se une a su abrazo.

Intento marcharme de allí sin que se den cuenta, pero al golpearme con el móvil de una de ellas inicio la canción de nuevo sin saber cómo, captando la atención de las tres.

La primera en mirarme es Esther, que frunce el ceño al ver que no dejo de golpear la estúpida pantalla del teléfono para que deje de sonar la jodida canción de las narices.

—¿Necesitas ayuda? —cuestiona con un deje divertido.

—Estoy bien —mascullo, irritado.

Cuando creo entender cómo pararla, el cachivache de mierda se bloquea y me pide la contraseña para poder pararla.

—Trae anda —escucho a mis espaldas.

Pheebs me arrebata el teléfono y la música, gracias al universo, deja de sonar por fin.

—Tan listo para unas cosas y tan torpe para otras —murmura Saoirse, negando con la cabeza.

—Oh, cállate —me quejo, cruzándome de brazos.

—¿Qué hacías espiandonos? —pregunta, señalándome con el dedo.

—Yo no os estaba espiando.

—¿Y qué hacías entonces? —interviene Pheebs.

—Estaba... eh, yendo para la cocina —me justifico.

—Para la cocina —repiten las dos a la vez, sonriendo.

Enarco una ceja, molesto.

—Sí, para la cocina —respondo, sin dejarme amedrentar.

—Te has desviado un poco, ¿no? —dice Esther, intentando reprimir la sonrisa.

Desvío automáticamente la mirada de Pheebs y Saoirse, para centrarla en ella, que parece encogerse en su sitio cuando nuestras miradas se cruzan.

Trago saliva al darme cuenta de las ojeras que decoran sus ojos, en como están cristalizados y rojizos y en que, a pesar de estar sonriendo, el sentimiento de felicidad no es lo que brilla en su mirada.

—Bueno... —Carraspea, Saoirse—. Nosotras vamos a dejar el helado en el congelador que se va a derretir.

—¿Nosotras? —pregunta Pheebs, confundida.

Saoirse hace un gesto con la cabeza en mi dirección antes de mirar a Esther. Pheebs abre mucho los ojos al comprender lo que quiere decir con ello y asiente repetidas veces con la cabeza.

—Sí, sí, nosotras —responde, cogiendo los botes de helado con prisas.

Sin dejarnos decir nada más, se marchan del pasillo, cerrando la puerta detrás de ellas.

No me lo pienso dos veces antes de caminar hasta acabar a escasos centímetros de Esther, teniendo que agachar ligeramente la cabeza. Tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para no sonreír al ver que ella la alza para poder seguir mirándome a los ojos.

—Hola —murmura, con el tono irritado intacto.

—Yo también me alegro de verte.

Al ver que entrecierra los ojos, molesta me es imposible no sonreír.

—¿Qué quieres, Ryu? —cuestiona, cruzándose de brazos.

Estoy a punto de responderle, pero termino callándome al escuchar ruiditos al otro lado de la puerta.

Sin decir absolutamente nada, la obligo a girar sobre sí misma y entrar en su habitación, haciendo que camine hasta llegar a la cama y la siento mientras que yo desmonto la pequeña cueva en la que se ha encerrado durante estos tres días.

Retiro las sábanas de la ventana y la abro, para que se ventile la habitación mientras la doblo, dejándola en la cama libre. Con el pie arrastro la bola de ropa sucia hasta la puerta, con intención de luego meterla en la lavadora, y cierro la puerta de su habitación, dándonos un poco más de intimidad.

Al llegar a su lado, me siento en la cama, manteniendo las distancias.

—Gracias —murmura, desganada.

Me arrastro por la cama hasta rodear sus hombros y ella apoya la cabeza sobre el mío. De reojo veo que cierra los ojos y suelto un suspiro.

—¿Estás bien, Esther? —pregunto en voz baja, sin despegar la mirada de ella.

Esther abre la boca para responderme, pero termina cerrándola y negando con la cabeza.

—¿Quieres hablar de ello?

Vuelve a negar con la cabeza.

Le acaricio el brazo con suavidad, notando que se tensa y relaja en cuestión de segundos.

Estoy a punto de preguntarle si quiere que me vaya, pero me callo al ver que eleva la cabeza y me mira.

Entonces me doy cuenta de que no ha hablado porque estaba intentando disimular el llanto.

Sin decir absolutamente nada, le ahueco la cara y le retiro con el pulgar el rastro de lágrimas que brilla sobre su mejilla izquierda. Esther cierra los ojos y gira ligeramente la cabeza hacia mi mano, absorbiendo mi contacto.

Un escalofrío me recorre toda la espalda cuando abre los ojos y me observa de esa forma.

«No me mires así», quiero decirle.

Esther me rodea la mano con la suya y la retira de su cara antes de entrelazarlas, dejándolas sobre su regazo.

Todavía en silencio, termina de acortar la distancia entre los dos y apoya la cabeza en mi pecho. Con la mano libre le coloco los mechones sueltos detrás de la oreja y sigo el recorrido de su cuello con la punta de los dedos hasta llegar al inicio de la camiseta.

—No debería haber venido aquí —susurra con voz ahogada.

—¿Aquí? —repito, sin estar muy seguro de si he escuchado bien.

Ella se separa de mí, sorbiendo por la nariz y se pasa la manga por debajo de los ojos, mordiéndose la punta del pulgar con nerviosismo.

—No debí venir a Irlanda —murmura, rompiéndosele la voz al terminar.

Trago saliva con dificultad, sintiendo la garganta igual de seca que un papel de lija.

Carraspeo un par de veces, debatiéndome en sí decir lo que pienso o no.

Al ver que hace el amago de alejarse de mí, le rodeo la cintura con el brazo, manteniéndola cerca.

—No digas eso —susurro con voz ronca.

Ella suspira al escucharme, negando con la cabeza.

No digo nada, dejando que el silencio recaiga sobre nosotros, en espera a que sea Esther quien lo rompa cuando esté preparada.

—Es que... —empieza, mordiéndose el labio inferior—. No sé —susurra, clavando la mirada en el exterior—. Todo ha cambiado. Nada es igual. —Gira la cabeza, mirándome de nuevo con ese brillo extraño en sus ojos—. A lo mejor si no hubiese venido aquí las cosas seguirían igual, ¿no?

Se pasa las dos manos por el pelo, retirándoselo de malas maneras de la cara y suelta un gruñido frustrado.

—¿En qué momento pensé que venir aquí sería buena idea? —cuestiona en voz alta—. Exacto, no pensé —se responde a sí misma.

Coloco ambas manos sobre su cara, obligándola a mantenerme la mirada y apoyo mi frente sobre la suya, soltando un suspiro tembloroso, todavía dudando en si decir lo que pienso o no.

—No digas eso, Esther —vuelvo a murmurar.

—¿Por qué no? —pregunta, separando nuestras frentes—. Es la verdad.

Durante un par de segundos no diga absolutamente nada.

Solo me limito a mirarla, esperando que todo lo que no soy capaz de decir en voz alta pueda verse reflejado en mi mirada.

Le acaricio de nuevo las mejillas con el pulgar, recorriendo el caminito de pecas que van de una punta a otra de su cara pasando por el puente de su nariz.

«Porque si no hubieras venido aquí, a lo mejor no te hubiera conocido», pienso para mí mismo, sin atreverme a verbalizarlo en voz alta.

No me atrevo.

No es el momento.

—No digas eso —repito.

Esther me observa con la pregunta brillando en sus ojos, pero no la hace.

En su lugar, niega con la cabeza de nuevo.

—Es que... todo... todos... —Suspira—. Perdón.

Le ofrezco una pequeña sonrisa.

—¿Solo estás así por Thais?

Parpadea un par de veces, sorprendida por mi pregunta.

Solo necesito mirar de reojo su mano libre al ver que empieza a juguetear con el dobladillo de la camiseta para saber que, lo que sea que va a soltar a continuación, es mentira o, al menos, no toda la verdad.

Por un momento no dice nada y en su lugar, asiente con la cabeza.

—No quiero hablar de ello.

Entonces, cuando volvemos a quedarnos en silencio, sé que a lo mejor estando aquí no es lo que realmente necesita. Me muerdo el labio inferior, sin dejar de mirarla a los ojos, queriéndole decir tantas cosas y sabiendo que no es el momento.

Temiendo que nunca lo sea.

—¿Quieres que me vaya? —susurro, queriendo profundamente que diga que «no».

—Quiero escuchar música.

Dejo de ahuecarle el rostro y hago el amago de levantarme, pero al sentir su mano sobre mi brazo, me detengo.

—Quiero escuchar música...—empieza, dudando momentáneamente—. Contigo. Si quieres.

No necesito que lo diga dos veces.

Asiento con la cabeza y me dejo guiar hasta que acabamos los dos tumbados, hombro con hombro en su pequeña cama. Tengo la mitad del cuerpo fuera, pero no me puede dar más igual. De reojo veo que ella se coloca con cuidado y al tocarme sin querer el estómago con la mano se separa de golpe, estando a punto de caerse de la cama.

—¿Querías escuchar música o tener un accidente? —pregunto, divertido al ver que se sonroja.

Refunfuña algo en español y se tumba a mí lado, manteniendo todo lo que puede las distancias.

Ni siquiera necesito mirarla para saber que está tensa.

No voy a admitir en voz alta que lo que hago a continuación no es solo es para que ella esté más cómoda y yo no me caiga de la cama.

Todavía con el silencio intacto entre nosotros, tiro de Esther hasta que acaba con la cabeza sobre mi pecho y girada ligeramente en mi dirección, al igual que yo estoy girado en la suya. Al ella mirar hacia arriba, yo tengo casi que tocarme el pecho con la barbilla para poder mantenerle la mirada.

—¿Cómoda?

Ella asiente con la cabeza, con el mismo brillo extraño en la mirada.

Y, aunque sé que debería mantener las distancias, que no es el momento y que debería ser un buen amigo y no ser todo lo que me gustaría ser en su lugar, le retiro un mechón de la frente tomándomelo con una calma infinita, como si el tiempo dentro de estas cuatro paredes no existiese, y se lo coloco detrás de la oreja.

Ella vuelve a cerrar los ojos ante mi contacto y me fijo en que eleva imperceptiblemente las comisuras de sus labios.

Suspiro, relajándome por completo al ver que ella está más tranquila.

Se remueve encima de mí, acabando los dos incluso más cerca y yo me tenso en respuesta al notar su nariz contra mi cuello. Al igual que Esther, cierro los ojos, olvidándome de absolutamente todo y todos.

Incluso del hecho de que nos hemos tumbado así para escuchar música.

Deseando poder alargar este momento.

De estar así con ella.


* * *


Al cabo de lo que podían ser un par de minutos u horas, el pitido agudo de un teléfono me despierta.

Me froto la cara con la mano que tengo libre y abro los ojos lentamente, con el cansancio todavía arraigado en el cuerpo. Giro ligeramente el cuerpo para apagar el dichoso aparatito, reinando de nuevo el silencio en la habitación.

Hago el amago de levantarme como si nada, pero un peso sobre casi toda la mitad de mi cuerpo me recuerda que no va a ser tan fácil. Al bajar la mirada me encuentro con Esther dormida sobre mi pecho, con una mano entrelazada con la mía. Tiene también una pierna sobre las mías y varios mechones le caen despreocupados sobre la frente.

No entiendo cómo puede seguir dormida después del tonito de la llamada, ya que no ha sido la primera vez que lo he escuchado, pero si la primera que no lo he ignorado.

Cuidadosamente y midiendo cada uno de mis movimientos, desenlazo nuestras manos y aguanto su cabeza antes de dejarla sobre la almohada. Para sacar mis piernas es más fácil y agarro la sábana de la otra cama, arropándola con ella. Veo como hace un ruidito y se remueve hasta darme la espalda.

Me fijo en que las persiana sigue igual que la deje esta tarde y me acerco a ella para bajarla, sin pensar muy bien cómo saldré de aquí con la habitación parcialmente a oscuras, sabiendo que encender la linterna no es una opción si me quiero ir de aquí sin despertarla.

Rezando para no chocarme con nada y acabar en el suelo, estiro los brazos hacia delante y ando muy lentamente, tanteando mi alrededor hasta que llego a los escalones que dan pie al pasillo. Abro la puerta con el mismo cuidado y antes de cerrar la puerta detrás de mí y marcharme, miro una última vez por encima de mi hombro encontrándome con Esther todavía dándome la espalda.

En el pasillo me llegan ruidos provenientes del salón y me doy cuenta de que cuando salga, voy a tener que dar bastantes explicaciones.

Esperando que estén bastante ocupados para prestarme atención, salgo del pasillo.

—¡Ryu! —grita Nara saltando desde el sofá, correteando en mi dirección.

«A la mierda pasar desapercibido», pienso para mí mismo.

Aunque eso no quita la sonrisa que se me dibuja en la cara inconscientemente a la vez que me agacho hasta acabar a la altura de Nara en el momento justo en que se lanza a mi cuello.

Mi hermana me da un beso en la mejilla y se separa un par de centímetros de mí, observándome con el ceño fruncido.

—¿Y Esther? —pregunta, mirando por encima de mi cabeza, como si la puerta se fuera abrir en cualquier momento.

—Está dormida.

—¿Le has contado alguno de tus cuentos aburridos?

—¿Cómo que mis cuentos aburridos?

—Son aburridos —se defiende, haciendo un mohín con los labios.

Apoyo una mano sobre mi pecho y hago un ruido de que algo se rompe. Nara abre mucho los ojos al escucharme.

—Pero a mí me gustan tus cuentos —añade con preocupación—. No te pongas triste.

Y sin dejarme decir nada más, vuelve a estrecharme con fuerza, dejándome casi sin respiración.

Esta vez el beso me lo da en la frente antes de separarse de mí, corretear a la cocina y pedirle algo a mi madre. Cuando aparece de nuevo, lleva consigo una galleta, que me entrega con una pequeña sonrisa de disculpa.

—Mamá me ha dicho que te puedes comer la galleta antes de cenar solo porque estás triste —me advierte, entregándomela a regañadientes.

—Gracias —le susurro antes de besarle la mejilla.

Nara suelta una sonrisilla divertida y se marcha de nuevo al sofá, donde está Kairi estirado por completo, ocupándolo entero con la vista clavada en la película que están echando.

Ni se inmuta de mi presencia.

Quien sí se percata de ella, y era la última persona que quería que lo hiciera, es mi madre. Enarca un ceja al ver que yo no digo nada mientras me como la galleta.

—¿Cómo está? —pregunta tras cerrar la puerta de la nevera.

—Mejor... creo.

—¿Has estado toda la tarde con ella? —cuestiona, con su atención sobre mí en lugar de la sartén. No tiene ni que mirar para cocinar bien. Ya me gustaría poder hacerlo—. Cuando hemos llegado estaban Saoirse y Pheebs en el salón y me han dicho que estabas con ella.

Me rasco la nuca sin saber muy bien qué decir al respecto.

—Javi me ha llamado también —añade—. Yo que tú, le devolvería la llamada antes de que vuelva a llamarte.

—¿Sonaba muy histérico? —pregunto en respuesta, cerrándome la sudadera.

—Un poquito —dice, reprimiendo una sonrisa.

Traducción: me va a matar cuando llegue a casa.

—Entonces debería irme —suelto, acercándome a ella y dándole un beso en la mejilla.

—¿No te quedas a cenar?

—¿Quieres que siga con vida?

Mi madre suelta una sonora carcajada, negando con la cabeza y centra la vista en los fogones, haciéndome aspavientos con la mano para que me marche.

No necesito que lo diga dos veces.

Le revuelvo el pelo a Kairi, colocando la tiara que le he quitado a Nara de la cabeza, el primero gruñe molesto y la segunda se ríe divertida ante la molestia de nuestro hermano. Le rasco detrás de las orejas a Boots y le lanzo la pelota en dirección contraria a la puerta antes de salir por ella.

El frío de la noche me recibe de golpe junto a la lluvia.

Me maldigo a mí mismo, poniéndome la capucha sobre la cabeza. De camino al coche el teléfono vuelve a sonar por una llamada entrante y cuando miro quién es, ya sé de sobra la respuesta: Javi.

Le cuelgo y arranco, dejando atrás la avenida, adentrándome en la ajetreada rotonda cercana al centro comercial.

El móvil, obviamente, vuelve a sonar y al igual que antes, le cuelgo.

No puedo evitar fijarme en que tengo varias notificaciones, tanto de Javi como de Bri.

Estoy tentado a desbloquearlo solo para leerlas por encima, sin embargo, recuerdo las noticias de ayer y el accidente mortal que ocurrió porque uno estaba simplemente leyendo los mensajes que le había mandado su mujer y se había salido de la carretera sin darse cuenta, y decido no arriesgarme.

No le pasará nada por esperar cinco minutos más.

Casi no me da tiempo ni abrir la puerta de casa, porque esta se abre de golpe cuando meto la llave en la cerradura.

—¿Dónde cojones estabas? —suelta, con los ojos muy abiertos.

—Hola, papá —le saludo, divertido.

Él ignora el mote y pone los ojos en blanco, refunfuñando algo en voz baja que ni me molesto en intentar entender.

—¿Has visto mis mensajes?

Frunzo el ceño ante el tono serio con el que lo pregunta. Niego con la cabeza, siguiéndolo con la mirada, sacando el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón.

—¿Por qué? —pregunto cuando se queda en silencio por mucho tiempo—. ¿Qué pasa?

Abre la boca para decir algo, pero termina cerrándola, quedándose en silencio un momento, pensando mejor lo que va a decir.

—Tienes que prometerme que no vas a hacer ninguna gilipollez de las tuyas.

«Empezamos mal».

Al ver como evita mirarme directamente, entrecierro los ojos, sabiendo que esa gilipollez va a estar más que justificada.

—No me gusta por dónde va esto —advierto, haciendo el amago de desbloquear el teléfono—. ¿Por qué no voy a hacer nada?

Sin embargo, antes de que pueda desbloquearlo, Javi me lo arrebata de las manos.

—Promételo, Ryu.

—¿Qué está pasando, Javi? —cuestiono, comenzando a enfadarme.

—No te lo diré hasta que te comprometas a que serás sensato —dice, señalándome con el dedo—. Y no vas a hacer nada que pueda ponerte en juego.

Me acerco a él, girando ligeramente la cabeza. Al ver que traga saliva con nerviosismo sé que lo que va a decir ni de lejos me va a gustar.

—¿Qué cojones ha pasado? —suelto con brusquedad.

La respuesta que recibo es que la pantalla de mi teléfono se ilumine y antes de que Javi sea consciente de lo que está pasando, se lo quito de las manos y lo desbloqueo.

Las primeras notificaciones que me saltan son las miles de llamadas perdidas de Bri junto a las de Javi, las elimino y detrás de ellas surgen los mensajes tanto de la primera como del segundo, pero ni siquiera necesito meterme en el chat, porque el último mensaje aparece frente a mis narices.

JAVI:

Jason abusó de Esther.

Me acaba de llamar Bri para contármelo porque tú no le cogías el puto teléfono.

¿Dónde estás?

Al levantar la mirada del teléfono, Javi hace aspavientos con las manos al igual que hacía nuestra profesora de educación física cuando nos obligaba a hacer meditación seguido de un: «inhala y exhala».

—Ryu... —empieza con fingida calma—. No hagas nada que...

Pero ni siquiera lo dejo terminar.

Vuelvo cerrarme la sudadera y me guardo el teléfono en el bolsillo antes de salir de casa, dando un portazo que podría haber derrumbado el edificio entero con un objetivo demasiado claro en mente.

N/A: Me estoy muriendo de sueño. He estado a punto de retrasar el capítulo a mañana, pero mis ganas de que lo leáis superan al cansancia. Total, ahora mismo, mientras estáis leyendo esto yo estaré roncando.

Hoy mi excusa del retraso es que me he pasado la tarde con mi mejor amiga y mi grupo de amigas, poniéndonos al día, haciendo un mini "picnic" en la playa, jugando a las cartas y escuchando música. Muy aesthetic de todo, pero versión cutre y graciosa JAJAJAJA Y mucho más fría. Estaba temblando de frío, aunque tuviese el abrigo jeje.

En fin...

¿Os esperabáis esa reacción de Ryu?

¿Qué os ha parecido Rysther en este momento?

¿Podemos hablar de Narita?

Y lo más importantes... ¿cuáles son vuestras teorías para el siguiente capítulo?

Nos vemos la próxima semana y buenas noches, engreídas.

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